Se me ocurre una ruta llena de preguntas que inician con ¿es la disidencia sexual una especialidad en términos de formación para quienes trabajamos en salud? ¿Cómo nos deformamos para poder acceder a aquello en lo que previamente fuimos moldeadxs para rechazar? ¿En qué recursos creemos que podemos encontrar ese saber?. Un texto de Sauli Dalmaso en el marco del Congreso de Residentes de Medicina Social.
Por Sauli Dalmaso*
Mientras me pregunto qué será lo que vienen a buscar a este espacio e indago sobre lo que puedo ofrecerles, se me ocurre una ruta llena de preguntas que inician con ¿es la disidencia sexual una especialidad en términos de formación para quienes trabajamos en salud? ¿Cómo nos deformamos para poder acceder a aquello en lo que previamente fuimos moldeadxs para rechazar? ¿En qué recursos creemos que podemos encontrar ese saber? Para aproximarme a esbozar unas respuestas voy a compartirles algunas experiencias, pidiéndoles disculpas de antemano por lo plomo de lo auto-referencial, pero si no puedo ofrecerles algo que atraviese la cotidianeidad ¿qué otra cosa tiene sentido que les brinde?
Arranco: hace unos años estaba dando una clase en una materia electiva en medicina sobre violencia por razones de género para estudiantes de 4to año, había armado un recorrido que dejaba a más de unx mareadx por el cúmulo de información (en esa ansiedad tan antipedagógica de querer darlo-todo cuando se nos habilita un pequeño espacio). Al terminar, una estudiante que había quedado movilizada por ese tema de romper la dicotomía sexo-género para pensar el acervo cultural en ambas categorías, me dijo algo así como: “¡nos estás pidiendo demasiado, porque nos pedís que rompamos con todos los saberes que la misma universidad nos dio durante todos estos años!”. Y es que eso es algo que pasa, aún, dentro de las casas de estudio. Siempre hablamos con mi amicha Franca (que tiene un título que dice que es médica) de que estamos en un proceso, aún lejos de la transversalización de los contenidos, en dónde las cuestiones de género y sexualidad son periféricas, hay materias sueltas, capacitaciones y cursos; la mayoría de carácter optativo y dependientes de la “buena voluntad”; y por otro lado, hay un núcleo duro que continúa desde hace siglos repitiendo una medicina desarrollada a partir de un cuerpo “varón”, luego comparativamente descripta en un binomio tejido con un cuerpo “mujer”, ambxs estandarizadxs, heterosexuales, monogámicos y procreativos, ¡por supuesto! Entonces de arranque me parece ineludible reconocer esta incomodidad en la aproximación.
Contamos, además, con una contradicción, por un lado desde la medicina estamos permanentemente regulando la sexualidad (¡sin hacernos cargo de esto!), y por el otro, nos sonrojamos para hablar de “sexo” y decimos explícita o implícitamente que son cosas del ámbito privado. Para dar un ejemplo basta mirar las campañas llamadas de VIH la mayoría recaen únicamente en prescribir como máquina el mantra: “¡¡¡usen preservativos!!!”. Tuve oportunidad de dar una charla en un secundario sobre Educación Sexual Integral, hablamos de lo que el médico Paco Maglio invitaba a llamar “enfermedades de transmisión genital” (¡qué desafío hablar de ¿riesgos? sin transmitir miedos!), y a la salida entrando en mayor confianza lxs adolescentes preguntaban cosas como “¿qué riesgo tengo si me trago el semen pero uso preservativos para ponerla? ¿Es peligroso si compartimos un vibrador? ¿Qué pasa si nos pajeamos cruzado? ¿Es verdad que una persona que vive con VIH en terapia con antiretrovirales en estado de carga viral indetectable no transmite el virus?” Esta última pregunta es de otro espacio, pero aprovecho a afianzarla como respuesta porque aunque esta información científica (lo expreso así para quienes les de confianza y tranquilidad seguir creyendo en la seriedad de esa palabra) circula desde hace muchísimos años parece que no ha llegado a nuestros centros de estudio. Mientras los discursos médicos pregonan que el VIH gracias al avance en los tratamientos ha pasado a ser una enfermedad crónica más (pensando que con esa expresión se cancela automáticamente el estigma y se borra la historia) en el cotidiano sanitario pueden verse un montón de escenas, naturalizadas, relacionadas con la exposición de la privacidad de quienes buscan atención: “Resaltálo en la historia clínica y avisá que el paciente tiene VIH para que los compañeros se cuiden”. Lamentablemente el viejo prejuicio: las personas que viven con/desde el VIH son peligrosas, continúa estando vigente. Lo preocupante es que sigamos haciendo “como-si-no”.
En torno a si existe un saber específico en torno a la sexualidad me atrevo a esbozar que posiblemente sí, lo complicado es cómo nos aproximamos y en dónde buscamos las herramientas para transformar la perspectiva. Sobre todo teniendo presente que “el saber médico” tiene una tendencia de establecer como un problema lo que no comprende, junto a ese vicio de pedirle a las personas que se pongan el traje de enfermedad para poder tener “algo”, después, para ofrecerles. Para todo esto tengo una propuesta que es estimular una filosofía de la desconfianza, porque lo peor que nos puede pasar con la sexualidad, también, es creernos que la tenemos clara y no hacernos cargo de ese fino límite entre acompañar a una persona en el desarrollo de su identidad centrándonos en su autonomía (contemplando su agenciamiento), e impartir nuevas formas de control en torno a lo deseable.
En la ansiedad enciclopédica seguramente ustedes van a querer que les compartamos definiciones acerca del sexo, género…que significa ser lesbiana, gay, bisexual, trans, intersexual, no binarie… sepan que van a encontrarse con conceptos, pero estén al tanto también de que si bien desde los mismos se proyectan lugares de lo posible para muchas personas; para otras, esas categorías se usan de forma diversa pudiendo o no anclar allí, o haciéndolo en un status nómade (porque la identidad además no para todxs es un punto de llegada estático) y por lo tanto en más de una ocasión van a sentir que se pierden. Lo más fácil (o clásico) va a ser protestar: “¡que plomo, todos los días aparecen con algo nuevo!”. Esa es la resistencia epistémica frente a la complejidad, trabajar cerca de la sexualidad es un invitación a no sentir el piso firme y vislumbrar un horizonte que cambia permanentemente, la clave radica en no obligar a las personas a encajar en el conocimiento que creemos tener sino aceptar que eso que llamamos “saber” es algo en continua mutación.
Gran parte del reto está en interpelar el lenguaje, sobre todo en torno a la carga opresiva, los estigmas y las formas de invisibilización porque en aquello que llamamos “realidad” hay mucho más de lo que conseguimos pensar, porque aún nos faltan palabras y nuevas formas de jugar con las que ya tenemos. En el recorte de cada palabra lo que queda dentro y lo que queda fuera no es neutral y hay que aprender a lidiar con esa angustia y ensayar otros juegos (aclaro que jugar para mí es algo muy serio e importante). Me gustaría que pudiéramos debatir acerca de aquello que se menciona como “lenguaje inclusivo” y sobre algunas confusiones, porque se suele banalizar el sentido político (esto no es casual) y hoy en día parece que la cuestión se debate únicamente en términos morales ¿está bien o está mal? se pierde por ejemplo el eje identitario en términos personales. Ejemplifico: Hace unos años estábamos acompañando a Camile en una charla sobre identidades no binarixs. Camile había expresado al presentarse con mucha paciencia que utilizaba pronombres neutros (elle), y en un momento una persona levanta la mano y empieza a tratarle con los pronombres del sexo-género asignado de forma forzosa al nacer, a lo que Camile una y otra vez le vuelve a explicar, pero sin obtener resultados. En un momento la persona que insistía desde el público y que se presentó como psicólogo dice “¡sabes lo que pasa, yo no hablo en inclusivo!”. Esta es una gran confusión que hay en torno al lenguaje que prefiero llamar “de género neutro”, confundir las implicancias sociales en cómo abordamos el plural, con el respeto a la identidad de una persona.
En términos académicos hay muchos insumos porque por suerte todo no empieza hoy ni con nosotrxs y existe mucha gente (desde hace mucho tiempo) produciendo materiales. Sugerencia: acérquense con desconfianza, no conviertan en texto sagrado lo primero que lean porque los feminismos, los estudios de género y/o queers tienen perspectivas en disputa. Aclaro que no me posiciono “en contra” de lo académico (de lo cual me nutro), pero sí soy crítica de su hábito clasista, endogámico, y lleno de crípticas ornamentas. Ustedes se encuentran en un momento de fuerte institucionalización de los feminismos y van a contar con un enorme oferta de capacitación, no se anoten confianzudamente en el primer lugar que encuentren, a menos que por supuesto sólo quieran sumar puntos para el curriculum, porque en esa oferta hay distintas variantes de trabajos pensados y sentidos, y también hay otros de esos flojos de papeles y argumentos (lleva un tiempo darse cuenta). Porque hay ahí otra tensión de la que tenemos que hablar, el mercado desde hace ya unas cuantas décadas ha puesto el ojo en las cuestiones de “género y diversidad sexual”, y hay que tener cuidado con lo que compramos. En mi caso tengo una enorme desconfianza en torno a la sexología, aclaro que el conflicto no es personal, es político. No niego que hayan desarrollado desde ese saber muchas herramientas útiles, pero se me complica cuando lxs sexólogxs no se dan cuenta de cómo normalizan la sexualidad y la corporalidad, tengo muchas anécdotas, pero en resumen me cansa que a veces algunxs ¿especialistas? se crean que saben más de mi identidad y sexualidad que yo misma y hablen desde un plural del que no forman parte.
Van a encontrarse, asimismo, con muchos protocolos de salud, todos suelen ser muy interesantes porque tienen aspectos biológicos con números con coma de esos que sentimos fundamentales, pero cuando los lean pregúntense ¿Quién hizo este material? ¿Destinado a quiénes? y lo más importante: ¿Qué lugar de participación tuvieron en el mismo las personas de las que se habla en su desarrollo?
Otro recurso proviene de chismear las leyes, cuando comencé a trabajar sobre violencias sentía que no me correspondían (y eso que me gusta jugar a ser abogada) porque es algo que han logrado lxs operadorxs judiciales, generarnos esa sensación de que siempre necesitamos una suerte de tutelaje para poder entender. Hablé con Analía, una abogada que me compartió un cd lleno de tratados y leyes, y me dijo: “cuando yo empecé a trabajar en salud mental me tuve que empapar de un montón de materiales de salud que me eran ajenos, a vos te toca empaparte de esto”. Las leyes son un viaje de ida, te hacen sentir que todo es maravilloso, se complica cuando empezás a profundizar en la reglamentación, en el presupuesto que se les asigna y ni que hablar en su plena implementación. Pero es imperioso explorarlas, analizar sus contradicciones y por sobre todo conocer su devenir histórico porque la mayoría están escritas con sangre, y es nuestro deber cuidarlas para que esa sangre no se enfríe y se transformen en letra muerta.
¿Saben ustedes que en la ley 26.743, más específicamente el artículo 12 que habla acerca del trato digno está claramente expreso que se debe respetar el nombre de pila e identidad de género con la sola mención de la persona? La mayor parte del personal de salud, cumpliéndose 10 años de la ley de identidad de género no lo saben, o no tienen idea de cómo adaptarlo en el proceso administrativo (resolviéndolo siempre en pos del bienestar institucional, no de las personas), muchas veces interrogando: “¿tenés el dni rectificado? ¡Porque-así-sí!” como si ese fuera un paso necesario para respetarnos. Considero que la mejor forma de aproximarse a las leyes, siendo trabajadorxs de la salud, es analizando como las vulneramos.
Es substancial unido a las leyes conocer los recursos estatales que trabajan las distintas temáticas. Paciencia: porque una se ilusiona cuando ve las estructuras, antes de darse cuenta de lo aleatorio de sus funcionamientos, de lo fragmentados que están siempre los dispositivos, que más que ubicarse en garantizar una atención integral durante todo un proceso, se posicionan en decir “hasta acá me corresponde” atravesadxs por las pujas partidarias y las eternas internas entre municipio, provincia y nación. El desafío es no abatirse y encontrar las formas colectivas de tejer redes, haciendo los reclamos pertinentes pero cuidando lo que hemos logrado conseguir.
Y por último lo que es para mí más importante, hay una información, que no está en la mayoría de los libros, y tiene que ver con la posibilidad de tomar contacto con las organizaciones sociales, con sus experiencias y reclamos, al menos yo considero que esta es una instancia fundamental, para amalgamar todo lo anterior con los saberes que se cocinan en el calor de la calle. Voy a detenerme en algunas tensiones sobre esto. Hace unos años estábamos viajando a San Luis con Celeste una compañera trans para un congreso de estudiantes de psicología. Hablábamos de algo que sucede cuando se nos invita a un panel (partiendo del trabajo no reconocido que eso implica) y tenemos que exponer muchas cosas del orden de la historia personal y lo íntimo, existiendo siempre el riesgo de que se genere la escena en la que estamos declarando frente a un tribunal que al final va a decidir si nos cree o no. Intentamos politizar ese contenido para que no sea solamente sensiblero o se conmuevan con una historia particular sin comprender las implicaciones sociales. Evitando ser analizadxs como “animales exóticos” u “objetos de estudio” porque el grado de exposición es enorme, las preguntas morbosas están a la orden del día junto a esa última escena en la que se debate ansiosamente por resolver si las cosas están mejor o han empeorado. Mientras íbamos en el colectivo le decía que por mi parte entiendo que sea necesario esto porque si no hay una realidad que les va a resultar imposible de captar pero al mismo tiempo siento que es injusto que tengamos que pasar por esta suerte de confesionario en el que muchas veces se activa una empatía de “qué triste che” border lástima, sin que nadie se haga cargo de que al régimen cisheterosexual del que siempre hablamos con distintas implicancias y complicidades lo sostenemos entre todxs.
Abro paréntesis: en el apartado de “lo personal”, porque antes de empezar a buscar cosas afuera deberíamos aceptar el desafío de interpelar nuestra propia sexualidad, nuestros cuerpos y la gestión del deseo. Ahí se encuentran las más nodales resistencias epistemológicas. Es un proceso movilizante analizar nuestras formas de encajar o desencajar en la normalidad pero me atrevo a decir que es una instancia imprescindible conocer la base de información y privilegios con los que vamos a recibir esos saberes de los que tenemos hambre para no quedar atrapadxs en la superficie del corsé de lo políticamente correcto. Mención aparte al orgullo heterosexual, hasta que muchas personas no acepten que en el fondo se sienten tranquilas por autopercibirse normales (se crean que son un poquito mejor), y por ende el resto en parte nos merecemos las distintas discriminaciones y violencias a la que nos vemos expuestxs, la periferia cambiará de lugar o tamaño pero seguirá existiendo, y la seguiremos nutriendo. Cierro paréntesis.
Voy a finalizar deteniéndome sobre una charla que tuvimos hace unas semanas con María, residente de medicina general. Luego de que rotara por el consultorio llamado de diversidad en el que hace unos pocos meses trabajo, hablábamos de su experiencia en el espacio y de la tensión que existe en el consultorio. Incluso para mí que puedo esbozar algo así como que “formo parte del colectivo de sexualidades disidentes de la cisheterosexualidad” se me presenta una enorme ansiedad e intranquilidad, y me quedé pensando mucho sobre todo esto.
En el consultorio tenemos que permanentemente estar analizando nuestras palabras sino queremos obturar, para algunas preguntas tenemos respuestas, para otras debemos desarrollar un trabajo artesanal. No es un sitio clásico en el cual alguien viene reclamando un saber y acepta ciegamente lo que se le dice sin chistar. Quienes consultan, posiblemente de compañerxs o de las virtualidades, ya obtuvieron un vasto bagaje informativo y no van a aceptar sumisa y automáticamente todo lo que les brindemos en nombre de una medicina que históricamente lxs patologizó.
Las personas que tenemos enfrente, si es que lograron sortear los obstáculos para llegar a la consulta, posiblemente han transitado o visto de cerca experiencias de discriminación y violencia fuera y dentro de los espacios de salud. Cuando llegan lo hacen con un sinfín de trayectorias relacionadas con haber tenido que luchar por/para ser quienes son, y si existe una “tensión” es porque es nada menos que su identidad estigmatizada lo que se encuentra en juego. Navegar esa “tensión” implica aceptar el desafío de encontrar otra praxis en torno al cuidado (eso que siempre nos proponemos cuando criticamos al modelo médico-hegemónico y en la práctica resulta tan incómodo) aceptando que afortunadamente, quienes tendrán enfrente, ya no estamos dispuestxs a ser “pacientes”.
¡Gracias por escucharme!
*Políticamente me defino como cuidadora, mi título dice que soy “enfermero profesional”, trabajo en el ámbito de la Salud Pública.