El nuevo libro de Mauricio Manchado, referente de la Bemba del Sur e integrante de la Dirección Socioeducativa en Contextos de Encierro de la UNR, aborda el impacto que tiene la religión evangélica en los penales de la provincia de Santa Fe. Cuál es la verdadera dimensión del trabajo que realizan en las unidades penitenciarias junto con las dinámicas discursivas que operan sobre los internos que deciden volcarse a la vida religiosa son solo algunas de las cuestiones que se abordan en esta charla con el autor de La redención del castigo.
Fotos: Leonardo Vincenti
En las cárceles de la provincia de Santa Fe casi la mitad de los pabellones son evangélicos. Así lo afirma el Doctor en Comunicación Social Mauricio Manchado en su último libro La redención del castigo, publicado recientemente por la editorial de la Universidad Nacional de Rosario. Manchado dedicó varios años de investigación para intentar develar cuáles son los discursos que allí circulan y las formas de organización de estos espacios religiosos intracarcelarios.
Su trabajo comenzó en el año 2013, como parte de una investigación postdoctoral para el Conicet. “En aquel momento, quería ver cómo era el umbral de ingreso y egreso de las personas que estaban privadas de su libertad”, cuenta Manchado en diálogo con enREDando. “En las entrevistas fue apareciendo el tema de la religión para hablar de la transformación y sobre la posibilidad de convertirse en un nuevo hombre”, agrega. Así fue cómo su trabajo de campo lo condujo hasta concentrarse en las dinámicas de los “dispositivos religiosos evangélicos pentecostales”, como los llama en su libro, presentes en las unidades penitenciarias santafesinas.
“Empecé a observar cómo operaban, tanto como táctica de gobernabilidad en términos foucaultianos, así también como forma de construir el orden carcelario”, explica Manchado que trabaja desde hace más de una década con poblaciones carcelarias de la región, como integrante del colectivo cultural y político La Bemba del Sur y, en los últimos años, también como subdirector de la Dirección Socioeducativa en Contextos de Encierro del Área de Derechos Humanos de la UNR.
La multiplicación de los pabellones
A menudo, los fenómenos que se producen hacia el interior de las unidades penitenciarias son un correlato de lo que sucede en el afuera y en las últimas décadas fue notorio el avance de los cultos religiosos evangélicos. Situación que se ve reflejada en la proliferación de los templos en distintos puntos de la ciudad o en el acceso de diversos referentes de estos espacios a cargos legislativos. “Es la religión que predomina en las cárceles santafesinas”, no tiene dudas en afirmar Manchado.
“Empecé a observar cómo operaban, tanto como táctica de gobernabilidad en términos foucaultianos, así también como forma de construir el orden carcelario”
— Empecé a trabajar en la Unidad III donde la dimensión no era tan significativa, porque eran solo dos pabellones religiosos de un total de diez, pero con mucha persistencia. Eran pabellones que albergaban unas 80 personas, sobre un total de 270 internos, y que estaban desde hacía varios años. Luego, en la Unidad VI, donde empiezo a hacer un trabajo de campo, reconozco que siete de los once pabellones eran religiosos. Y ahí noto que en Las Flores también había un crecimiento exponencial, donde seis pabellones eran evangélicos, sobre un total de diez.
Al ampliar su investigación, Manchado comprobó que en la cárcel de Coronda también se replicaba el mismo fenómeno con casi la mitad de la población carcelaria viviendo bajo la modalidad de pabellones iglesia. “En una cuenta construida con fuentes propias, aproximadamente el 50% de la población encarcelada en Santa Fe habita este tipo de espacios”, asegura.
Para el autor de La redención del castigo se trata de una práctica propia de las unidades penitenciarias ubicadas en los grandes conglomerados urbanos del país. De hecho, las primeras experiencias de este tipo se sitúan en la provincia de Buenos Aires donde hasta se llegó a organizar una cárcel íntegramente habitada por internos pertenecientes al culto evangélico, sumado a lo que sucede en las provincias de Santa Fe, Córdoba y en menor medida en Mendoza. “En el resto del país son fenómenos mucho más aislados”, sostiene Manchado.
Trazando una línea de tiempo se observa que existen “saltos significativos” en las últimas décadas en cuanto a la cantidad de población carcelaria que empezó a formar parte de estos cultos. Con un inicio que podría ubicar a mediados de los ochenta y que tiene un incremento exponencial durante los años noventa y dos mil. Este crecimiento se produjo en paralelo con el debilitamiento de la presencia de la iglesia católica en las mismas unidades penitenciarias.
—El catolicismo está totalmente relegado y tiene muy poca incidencia, a pesar de que tiene capillas en todas las cárceles y capellanes pagos establecidos por una cuestión legal. Pero en mi registro de campo, por ejemplo, noté que iba un cura con algunas monjas, una vez por semana, a la Unidad III y salían tres o cuatro presos a la misa, no mucho más. Últimamente, existen algunos intentos de modificar lo que históricamente hizo la pastoral penitenciaria y por eso están yendo con más continuidad con el fin de generar espacios de encuentro. Inclusive para vincularse con el evangelismo y no establecer tanto esa escisión.
Uno de los pastores evangélicos pioneros en la provincia del trabajo carcelario fue entrevistado por Mauricio Manchado para su libro y reconoció la existencia de tres estadios en la aceptación de estas prácticas. Lo que en un comienzo fue un rechazo absoluto, hace unos cuarenta años atrás, con el tiempo se convirtió en una aceptación relativa que derivó en este presente donde existe una comunicación fluida entre pastores y autoridades carcelarias. Al punto de establecer la cantidad de pabellones destinados al dispositivo evangélico pentecostal, como sucedió en la inauguración de la Unidad 16. “En la Unidad VI pasó algo similar. Se trasvasaron pabellones enteros desde Piñero para empezar a conformar este perfil de conducta religiosa”, añade el autor de La redención del castigo.
En la Unidad VI, donde empiezo a hacer un trabajo de campo, reconozco que siete de los once pabellones eran religiosos. Y ahí noto que en Las Flores también había un crecimiento exponencial, donde seis pabellones eran evangélicos, sobre un total de diez.
De pastores, ciervos y ovejas
La pregunta acerca de cómo transcurre la vida cotidiana en el interior de los dispositivos religiosos llevó a Manchado a entrevistarse con los internos de estos pabellones y pudo comprobar que rige una estricta jerarquía que les permite no solo estar a resguardo de las conflictividades propias de la cárcel, sino también ascender en los diferentes estamentos que los evangélicos proponen a la población carcelaria.
Para Manchado, una de las claves radica en que han logrado construir un saber religioso aggiornado a la lógica carcelaria, constituido por un “ordenamiento social muy estricto, verticalista y jerárquico que dialoga de manera fluida con la cárcel. Porque es lo que esta institución siempre trató de imprimir”. Una estructura de funcionamiento que en los establecimientos carcelarios muchas veces se quiere imponer por la fuerza, con resultados no siempre satisfactorios, los evangélicos lo aplican en sus pabellones con la divulgación de un discurso vinculado a la redención y también con la aplicación de sanciones en caso de no cumplir con las pautas preestablecidas. Donde existen una serie de deberes y obligaciones y donde se condena la violencia, el consumo de estupefacientes o el maltrato a las autoridades penitenciarias, lo cual reduce considerablemente la conflictividad.
“El evangelismo logró configurar una organización interna donde los detenidos tienen funciones específicas», explica. Se designa un “ciervo” como el líder máximo del pabellón, que a su vez es acompañado por una serie de funcionarios que se denominan “consiervos, líderes y asistentes de los líderes”, y donde finalmente se ubica al resto de los internos como las “ovejas”. Una estructura que, según Manchado, se respeta “a rajatabla” y que a su vez es monitoreada por un pastor evangélico, desde las afueras de la cárcel, que suele realizar visitas para evaluar el funcionamiento de la estructura.
Haber tenido una trayectoria carcelaria de varios años junto con una capacidad de oratoria que lo destaque, lo cual le permite una mejor comunicación con las autoridades, son algunas de las características que ubican a determinados internos como potenciales funcionarios religiosos intracarcelarios.
—Lo que caracteriza al pentecostalismo en las cárceles es que, a pesar de ser muy rígida esa estructura verticalista, es indefinida la forma de ascenso. Es mucho más lábil y flexible que, por ejemplo, el catolicismo que implica todo un compromiso monástico y un despliegue de aprendizaje durante muchos años. En la cárcel se puede ascender mucho más rápido, de acuerdo a cómo estos estamentos vayan observando tu desempeño dentro del pabellón.
Esta organización jerárquica dentro de los penales les permite a los dispositivos religiosos mantener una permanente conversación tanto con las autoridades como con los distintos funcionarios penitenciarios, con el fin de lograr acuerdos o hacer llegar determinados pedidos. “De hecho, los pastores que están afuera tienen diálogo directo con la dirección del servicio penitenciario”, detalla Manchado y esa comunicación se replica hacia adentro de las unidades en cada uno de los estamentos. “Los guardias me manifestaban que en ocasiones se sentían sobrepasados en su autoridad porque los ciervos hablan directamente con los jefes penitenciarios”.
Lo que caracteriza al pentecostalismo en las cárceles es que, a pesar de ser muy rígida esa estructura verticalista, es indefinida la forma de ascenso. Es mucho más lábil y flexible que, por ejemplo, el catolicismo que implica todo un compromiso monástico y un despliegue de aprendizaje durante muchos años
Los convertidos
Al ser consultado sobre las circunstancias que llevan a los internos a formar parte de los pabellones iglesia, Manchado reconoció que existen los presos conflictivos cuyo mal comportamiento es el que produce que las mismas autoridades penitenciarias se acerquen a estos pabellones en busca de asilo. Luego distingue a quienes purgan largas condenas y que, al cabo de varios años viviendo “a todo ritmo”, se agotan del asedio permanente de las peleas con otros internos, o con los guardias, por lo que deciden integrar uno de estos espacios religiosos donde, a pesar de las restricciones y la participación en las actividades litúrgicas, pueden aspirar a mayores márgenes de movimiento si logran escalar en la jerarquía evangélica. Finalmente, se encuentran los “convertidos”, quienes pasan a formar parte de los fieles de una manera espontánea y que, para Manchado, son la figura más difícil de constatar “porque todos se definen como convertidos, ya que es una forma de autoafirmarse en esta condición”. Pero terminarán de definir su situación cuando tengan la posibilidad de estar en libertad y puedan comprobar que efectivamente han abandonado sus viejas prácticas. “Este discurso pentecostal, que habla de la muerte del viejo hombre por el nacimiento de uno nuevo, implica dejar atrás ciertos vicios. Y eso solo se puede comprobar cuando el interno sale a la calle”, explica el autor de La redención del castigo.
—Los guardias, con los que trabajé mucho, siempre me decían: “Ahora están en el camino de dios, pero no nos olvidemos que son presos”. De alguna manera, reconocían que los internos se comportan mejor, pero que en cualquier momento se podía desconfigurar todo. En el libro lo trabajo bajo la idea del vínculo confianza/desconfianza, como parte de las afectividades que construye la interacción cotidiana entre ellos. Porque -los internos convertidos- les dan más seguridad y, por ende, les reducen el trabajo a los guardias, ya que la vigilancia está delegada prácticamente a los estamentos de los propios presos.
En otra de las dimensiones que aborda el libro se analizan los discursos que circulan en estos dispositivos. La amenaza de ser expulsado no resulta explicación suficiente para entender el nivel de fidelidad que se consigue en este tipo de pabellones. “Logré reconocer tres grandes narrativas en término de prosperidades: una sanitaria, una económica y una penal», detalla Manchado.
La prosperidad sanitaria se relaciona directamente con pasar más tiempo en estos espacios, donde los internos mejoran sus condiciones de salud al abandonar el consumo de sustancias. Se van «limpiando», lo cual mejora su condición integral y eso repercute, por ejemplo, “en la restitución de sus lazos familiares”, dice. La prosperidad económica no está tan relacionada con mejorar su situación adentro de la Unidad, sino que se vincula con las condiciones del afuera. “Es más bien proyectual. Estar ahí te va a permitir construir un capital social para cuando salgas y la iglesia te pueda cobijar, al menos parcialmente, con algún trabajo informal”, asegura Manchado. Y por último existe una prosperidad penal vinculada con la simplificación de situaciones burocráticas judiciales o la resolución de causas que se encontraban detenidas.
…desde que estás en el pabellón iglesia se te resuelven muchas situaciones. Desde acceder más rápido a los permisos, lo cual tiene una explicación lógica porque al estar sin conflictividad la conducta suele mejorar y no tenés registros de haber sido sancionado, hasta los casos que son incomprobables en términos racionales. Donde los detenidos dicen que tenían dos causas penales y dios les ayudó quitándole una.
—Es sumamente fascinante cómo se construye este discurso, porque desde que estás en el pabellón iglesia se te resuelven muchas situaciones. Desde acceder más rápido a los permisos, lo cual tiene una explicación lógica porque al estar sin conflictividad la conducta suele mejorar y no tenés registros de haber sido sancionado, hasta los casos que son incomprobables en términos racionales. Donde los detenidos dicen que tenían dos causas penales y dios les ayudó quitándole una. Una posible explicación es que la trama burocrática de la maquinaria judicial y penal funciona siempre igual pero se destraba más por cuestiones del azar, o porque hay abogados más activos que otros, y se apela a un pensamiento mágico religioso para aducir que eso también es parte de la intervención divina.
Una redención exprés
A la hora de cotejar el impacto que tiene la dimensión discursiva entre los internos que se vuelcan hacia el evangelismo, Manchado lo compara con el trabajo que vienen realizando desde hace varios años con la universidad y reconoce que se trata de la construcción de “moralidades que son de distinto orden”. Mientras que la labor que realizan los académicos apunta a una reflexión política o al hecho de reconocerse como “sujetos de derecho que han sufrido privaciones”, desde los dispositivos pentecostales no se hace tanto hincapié en este punto, sino más bien en una prosperidad por venir que está sujeta a las prácticas que los internos tengan, a partir del momento en que se reconocen como convertidos. De hecho, tampoco se aborda demasiado la cuestión de la culpa o el perdón, cuestiones más relacionadas al catolicismo, sino que existe un “desprendimiento mucho más rápido” de todo lo que podría representar malas decisiones tomadas en el pasado.
—Es cierto que estos sujetos han sido previamente excluidos de muchas instituciones, sumado a que la cárcel les imprime un fuerte proceso de subjetivación al tratarlos como sobrantes, y cuando se encuentran con alguien que les dice que valen por sí mismo, que existe un dios que los ama y que por eso tienen que hacer las cosas bien, en algún lugar, es un discurso que prende. Y es menos complejo que la politización, que requiere de un trabajo inclusive más tortuoso, ligado a la idea de discutir. La religión les propone dejar atrás ese viejo hombre, relacionado con los vicios, para convertirse en uno bueno que pueda ser valorado por la sociedad.