Homicidios, balaceras contra edificios públicos, extorsiones a comercios. Barrios que ponen los muertos de un negocio que se cobra en el centro. Rosario lleva una década de tasas de homicidios elevadas y el presente no da herramientas para ser optimistas. ¿Cómo se llegó a este contexto? ¿Por qué en Rosario las muertes violentas se dispararon a diferencias de otras ciudades donde los mercados de drogas ilegales crecieron a igual ritmo? Tres especialistas ensayan algunas respuestas.
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Un agente de la Policía motorizada marca el perímetro con una cinta de peligro. En pocos minutos forma un rectángulo que tiene como vértices dos postes que emergen de la vereda de Alsina y dos motos policiales estacionadas sobre la calle. El operativo dificulta el tránsito de los vehículos que desembocan hacia Pellegrini, una de las calles más circuladas de Rosario. En esa esquina funciona la sede local de Asuntos Penitenciarios que acaba de ser baleada; en la puerta quedaron los agujeros de cinco disparos y sus vainas señalizadas con tiza en el piso. Los vecinos dicen que se escucharon como diez, aunque nadie vio demasiado. Tampoco quedaron imágenes registradas, en una ciudad que cada vez tiene más cámaras pero encuentra menos respuestas. Sobre la fachada todavía se ven las marcas de una balacera anterior.
La noticia es noticia pero no es nueva: ya es la quinta vez que balean o amenazan el lugar en poco más de dos años y todas coincidieron con movimientos policiales o acciones judiciales vinculadas líderes de bandas criminales. La primera fue el 10 de enero de 2020, en el marco de la salida del jefe de Policía, Claudio Romano, que duró pocas semanas en su cargo, mientras que la segunda ocurrió el 12 de octubre del mismo año, una semana después de que Fiscalía pidiera 24 años de cárcel para Guille Cantero por ordenar balaceras contra edificios públicos. El tercer hecho no fue una balacera pero sí una intimidación: en el lugar se encontró un cartel que pedía “dejar tranquilos” a los presos de alto perfil, y el hecho se vinculó al secuestro de celulares en la cárcel de Piñero. Una nueva balacera se dio en enero de este año, pocos días después de la detención de Lucho Cantero, hijo de Claudio “Pájaro” Cantero, líder de Los Monos asesinado en 2013.
La balacera del último 10 de mayo sigue la misma tendencia y coincide con las audiencias imputativas contra Ariel Máximo “El Viejo” Cantero que, junto a otras 21 personas, están acusados por los delitos de asociación ilícita, extorsión y tentativa de homicidio. Según la reconstrucción del hecho dos personas arriba de una moto dispararon contra el lugar y se retiraron a gran velocidad. Para ese horario quedaba poca gente adentro de la dependencia y no hubo que lamentar heridos. En esta oportunidad también dejaron, sobre un papel blanco, un mensaje que pide “dejar de verduguear a los alto perfil”. La carta lleva la firma de “La mafia”.
Las reiteradas balaceras contra la sede de Asuntos Penitenciarios podría tomarse como un ejemplo extremo de un contexto violento que también alcanzó a otros edificios públicos de la ciudad: Concejo, Centro de Justicia Penal, Tribunales, Fiscalía. Las extorsiones a comercios proliferan a diario y en el último tiempo las amenazas llegaron a lugares históricamente excluidos de este entorno: las escuelas. Pero en Rosario la situación más grave sigue estando en los barrios donde se cocina un negocio millonario que se come en el centro de la ciudad pero que desecha sus muertos en las periferias.
Así lo muestran los mapas de homicidios dolosos que acumulan puntos rojos en las afueras, marcando un contraste claro con las zonas céntricas de la ciudad. Durante el 2021 se registraron 241 homicidios en el departamento Rosario y en menos de cinco meses del 2022 el mismo indicador ya superó los cien. Pero el informe anual de homicidios del Observatorio de Seguridad Pública de la provincia de Santa Fe marca dos datos claves que caracterizan el fenómeno: que la mayoría de las víctimas son jóvenes varones de entre 15 y 29 años y que por amplia mayoría las muertes ocurren en la vía pública. La calle, lugar que se supone custodiado por las agencias de seguridad pública, aparece como el lugar de resolución de conflictos de manera violenta.
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Violencia
“En 2013 las tasas de homicidios se disparan. Pero quienes trabajamos en esto lo veníamos anunciando como un problema a partir del 2007”, señala el criminólogo Enrique Font en el esfuerzo por encontrar un origen al panorama actual. Para el especialista ya se vislumbraba un fenómeno de violencia letal entre los jóvenes de sectores populares que era muy alta en el departamento La Capital y que comenzaba a ser significativa en barrios de Rosario. Ya previo a 2013, recuerda Font, hubo años en los que más del 20% de los homicidios se concentraban en la zona de Tablada. “Esta violencia, que empezó a crecer y no fue atendida, yo creo que es un semillero de lo que hoy mal llamamos ‘tiratiros’”, evalúa.
Para Font, esto generó que las bandas que se fueron consolidando vengan con un “sello violento” que impregnaron a la gestión del negocio de drogas ilegales: “En un mercado que se expande y donde cada vez hay más organizaciones participando, obviamente si vos tenés actores consolidándose a través de la violencia vas a generar que los que quieran competir tengan que hacer lo mismo”.
El año 2013 aparece como bisagra por ser el período en que la tasa de homicidios dolosos se disparó llegando a de 21 muertes cada 100 mil habitantes, y que siguió creciendo durante 2014 para alcanzar su pico máximo de 23,3 muertes cada 100 mil habitantes. Luego empezará un paulatino descenso hasta 2017 donde la medición fue de 12,9 muertes cada 100 mil habitantes para comenzar a subir nuevamente hasta llegar a los números de 2021: 18 muertes cada 100 mil habitantes.
Los indicadores – que mostraron fluctuaciones hacia arriba y hacia abajo – sirven para mostrar diversas fotos en momentos determinados. En 2017 el periodista Germán de los Santos publicó junto a Hernán Lascano el libro “Los Monos” que, poniendo el eje en el ascenso de la familia Cantero dentro del hampa local, traza una radiografía del estado de situación en la ciudad. Desde entonces la violencia sigue estructurada en base a los mismos protagonistas – explica el autor – la novedad es un cambio de matriz en esa violencia que ya no solo la genera el negocio del narcotráfico, sino la aparición de negocios paralelos.
“A partir de 2018 la banda de Los Monos, que es la que por ahí va generando tendencias, empieza a utilizar la misma violencia que implementaban para ordenar el negocio del narcomenudeo, para extorsionar. Y esto aparece manejado desde las cárceles que era algo que hasta ese momento no estaba tan claro. Se montó un negocio desde las propias cárceles que eso es nuevo al origen de todo esto hace 10 años atrás”, explica De los Santos.
Uno de los puntos claves a la hora de analizar el fenómeno es que el encarcelamiento de los líderes de las principales bandas ligadas a actividades narcocriminales no derivó en la desarticulación de esas organizaciones, sino que siguieron funcionando de la misma manera pero con directrices que partían tras rejas. “El fenómeno siguió siendo el mismo porque las estructuras de mando siguieron siendo las mismas. Guille Cantero, que paso por seis cárceles, siguió al mando de una organización que fue cambiando. El liderazgo no se alteró pero sí fueron cambiando los actores en los territorios, en los barrios y en la calles. Eso va cambiando permanentemente porque los matan o porque van a la cárcel. Lo que no cambia es el liderazgo”, reflexiona el periodista.
En tanto, la doctora en Antropología Eugenia Cozzi propone “desarmar” la palabra narcotráfico a la hora de hablar de violencia: “Es una categoría que oscurece, que incluye dentro de una misma denominación a una serie de actores muy diversos y que además suele ser utilizada para auto explicar un montón de fenómenos, entre ellos el aumento de la violencia. Es preferible hablar de mercado de drogas ilegalizadas”.
Y ahí aparece una punta clave: ¿se explica la situación de violencia, las tasas de homicidios, solo por el desarrollo de un mercado de drogas ilegales? Para Cozzi no, lo que tampoco significa negar el efecto que tienen estas economías en la aceleración de ciertos conflictos. “No lo explica totalmente, sobre todo porque no se trata solo de una violencia instrumental. Hay otras dimensiones a tener en cuenta para explicar la violencia en Rosario pero sin lugar a dudas es una variable a tener en cuenta. No la única y no la que la explica de manera excluyente”, detalla.
¿Por qué Rosario?
En abril de este año el Observatorio de Política Criminal dirigido por Ariel Larroude publicó un informe titulado “Rosario, un sueño de paz”, donde intenta hacer una “aproximación a la violencia narco” en la ciudad. El diagnóstico que elabora pone el foco del problema en una pérdida del uso monopólico de la violencia por parte del Estado en detrimento de grupos criminales que tienen el uso de la fuerza como método de resolución de conflictos. Y eso derivó en un “oligopolio que reparte entre policías y delincuentes la potestad de dar muerte”.
El estudio se posiciona en el principio de las gestiones socialistas en la provincia de Santa Fe y la decisión de generar cambios para “depurar” las estructuras policiales y los vínculos generados con el poder político hasta ese entonces. En concreto “cortar los lazos económicos ilegales provenientes del trabajo de calle” de la policía santafesina. Para los encargados del estudio, lejos de lograrse lo que se generó fue una pérdida del control político sobre la delincuencia que generaba esa caja. Y eso derivó en una atomización de las fuerzas policiales en territorio que, a base de esos flujos de dinero, terminaron ganando más poder que las propias cúpulas. “Por ello, la recaudación tradicional de la policía seguía llegando al poder gubernamental pero sin que se ejerza un monitoreo político que encause la criminalidad y fije límites para que las ansias de dinero no traigan aparejadas mayores disputas criminales”, explica el informe.
A ese fenómeno Font lo define como “cuentapropismo de la corrupción policial” es decir, policías que se van integrando a bandas y toman iniciativas propias vinculadas a la criminalidad. Ese “desmanejo de la calle” por parte de una policía fragmentada es para el criminólogo una de las causas que explica por qué en Rosario se disparó la tasa de homicidios a diferencia de otras localidades en donde el mercado de drogas ilegales ha crecido a igual ritmo. Los números hablan por sí solos: Rosario finalizó el 2021 con 235 homicidios mientras que la ciudad de Córdoba, de población similar, solo registró 51 asesinatos.
Un análisis similar plantea De los Santos remarcando que en Rosario la calle no está ordenada por el propio Estado, a diferencia de lo que ocurre en Buenos Aires o Córdoba: “En esos lugares la policía marca permanentemente la cancha para evitar que la violencia perjudique un negocio muy grande como es el narcomenudeo. En Rosario lo que pasó, y eso sí tuvo que ver con decisiones políticas, es que la policía se fue fragmentando en base a sus alianzas con los grupos narcocriminales y ahí se fueron tejiendo esas complicidades”.
Eso se refleja no solo comparando la tasa de homicidios, sino en las causas que logran avanzar en la Justicia donde la pata policial queda evidenciada, incluso entre sectores enfrentados dentro de la propia fuerza. “Esos enfrentamientos que se dan en las calles también tienen su relación con la estructura y las internas policiales que se fueron generando en base al negocio de la droga”, sostiene el periodista.
Por su parte, Cozzi pone algunos reparos a la hora de “comparar ciudades”, aclarando que las tasas de homicidios no se distribuyen de igual manera dentro de las distintas localidades. “Tenemos zonas dentro de Rosario que tienen tasas del norte de Europa y zonas con tasas de Centroamérica, que son las más bajas y más altas registradas a nivel global. Hay que pensar qué cosas son comparables”, explica.
Para la especialista conjugan en Rosario una multiplicidad de factores que tienen como ejes el desarrollo del mercado de drogas ilegales por un lado, una mayor circulación de armas de fuego por otro, y que se vinculan de formas diversas con las características económicas de la ciudad. Por eso la invitación es a pensar qué abordaje se hizo desde el Estado local y provincial ante estas cuestiones: “La forma de cómo se van configurando de manera local estos fenómenos también está ligado a prácticas policiales, de fuerzas de seguridad y políticas. Son dimensiones a tener en cuenta”.
Foto: El Ciudadano
Malas decisiones
La situación de violencia y muerte en Rosario se explica por medio de variables estructurales como el contexto social, político y económico de la ciudad, y también por factores más concretos como la fragmentación policial y sus vínculos con la narcocriminalidad, la (mala) administración de la Justicia, o el lavado de dinero, entre otros. Además de todos estos elementos, Font agrega uno más: la toma de decisiones que fueron contraproducentes para que la situación se agravara.
Para el investigador la explosión de violencia en 2013 se explica en gran parte por la decisión del exgobernador, Antonio Bonfatti y el exministro de Seguridad, Raúl Lamberto, de crear la División Judiciales con policías provenientes de la brigada de drogas: “Hoy están todos presos porque mientras le entregaban el trofeo de “Los Monos” al gobierno, el negocio de drogas era reorganizando de una manera bestial y torpe que produjo un baño de sangre y no paró, porque trabajaban para Alvarado y otras bandas. Esto hoy ya hoy se sabe, pero en el 2012 lo decíamos unos pocos”.
“No se hizo lo que se tenía que hacer, y lo que se hizo fue contraproducente”, resume Font, quien también cuestiona el poder que se le brindó de forma indirecta a la banda de Los Monos a quienes entiende que “usaron de hipervillanos para presentarse a sí mismo como superhéroes”. Y pone el eje en la necesidad de reaccionar políticamente ante este contexto: “Hay sectores de la política partidaria que están bailando y haciendo operaciones en la cubierta del Titanic. El problema se puede resolver, pero hay que encarar todas las acciones, sostenerlas, e ir corrigiendo lo que no funcione. Lo que no podemos hacer es seguir así, porque yo creo que esto lleva a una derechización de los gobiernos”.
El análisis de Cozzi es similar en cuanto a rever algunas políticas que se toman en materia de seguridad con el fin de reducir la conflictividad, pero que en realidad la terminan potenciando: “Es una violencia horizontal que ha sido pensada casi exclusivamente ligada a mercados ilegales y las respuestas que se han intentado, salvo algunas excepciones que no se han continuado en el tiempo, están ligadas a políticas punitivas, como el patrullaje o la mayor presencia policial en la ciudad. Muchas veces aparece el diagnóstico sobre el rol que cumple la policía en el desarrollo de estos mercados, sin embargo siempre se ensayan las mismas respuestas que generan mayor conflictividad”.
En ese marco, la integrante de la Cátedra de Criminología de la UNR remarca la importancia de comenzar a ensayar respuestas desde otros lugares. “Hay que pensar cómo comprendemos esto que está pasando y con el diagnostico rigurosos de lo que pasa, tener la voluntad de llevar adelante políticas eficaces para eso. La discusión sobre políticas efectivas es lo que hace falta”, reflexiona.
Pero cuando un problema se sostiene durante tanto tiempo ya pasa a ser una cuestión de Estado, sostiene De Los Santos. Y en este tiempo no hubo reformas estructurales, principalmente dentro de la policía y la Justicia federal, que apunten a cambiar los indicadores de violencia y muerte en la ciudad. “Pasaron distintas gestiones pero nunca nadie alteró esa estructura policial que sobre todo es muy antigua e ineficiente”, señaló.
Por último, si bien el periodista reconoció que la profesión puede aportar a la hora de revelar entramados de corrupción o el funcionamiento de esquemas mafiosos, también se mostró crítico del tratamiento que se hace sobre estos temas: “Muchas veces nos centramos o agigantamos situaciones que los propios protagonistas de esas historias ligados al mundo narcocriminal no buscan. Y ahí es algo que me parece que hay que observar detenidamente, si el rol del periodismo no juega muchas veces involuntariamente a favor de que estos personajes del mundo de la mafia ganen espacio y poder a través de la difusión de sus propias historias”.
Foto: Pariendo Justicia