Con un celular, Pablo desafía a los prejuicios sociales y a la industria cinematográfica del sexo al registrar sus encuentros con cuidacoches, cartoneros y vendedores ambulantes en las calles de Rosario. Historia de una cazadora marrona y marica que tritura entre sus carnes al sexo idealizado y hegemónico.
Por qué seremos tan despatarradas, tan obesas
sorbiendo en lentas aspiraciones
el zumo de las noches peligrosas
tan entregadas, tan masoquistas,
tan hedonísticamente hablando
Néstor Perlongher
La respiración agitada se mezcla con una bocanada profunda del cigarrillo que acaba de prender; en el horizonte se recorta una penumbra escarlata que besa tímidamente un foquito que es el ojo de una calle que recién despierta. Hay que estar atentas, todo está por suceder mientras la ciudad bosteza su cansancio de normas arrugadas sobre un tintineo pavoroso de improvisados monederos para la coca o el vino. En ese pulular, su andrógina silueta zigzaguea, desfila, despunta caderas y engrosa labios. Se mueve impúdica, liviana, incontinente. Está lista para la batalla.
“Yo salgo a buscar mi comida, salgo a cazar, y cuando encuentro ese chongo que me gusta lo disfruto un montón, eso es lo que a mí me mueve, esa adrenalina es la que me da placer”. Cerita Negra habla con naturalidad, relata sus encuentros como quien sale a comprar el pan, pero en su deglución los nutrientes tienen otra cualidad, otro sabor. Las pieles quemantes de los cuidacoches son su especialidad. En ellos encontró algo más que amantes pasajeros, son también sus protectores, aliados incondicionales en un territorio que tiene su propia constitución.
“Me han llegado a decir, ‘che mirá, si alguno de toda esta cuadra se zarpa con vos, vení y decímelo a mí’. Eso cuando me fui comiendo a los más capos, pero siempre mucho respeto, mucha buena onda, y eso que yo soy alguien que le encanta que le falten el respeto”. Por eso se anima a mariconear en cualquier esquina y a cualquier hora, porque dice que la gente de la calle está más relajada, que su filosofía sobre el cuerpo y el placer es otra. “Cuando aparece una loca con ganas de hacerse la loca con todo el grupo lo disfrutan, la pasamos bien, nos cagamos de risa”.
Pero las correrías de Cerita no ocurren en secreto. Miles de seguidores gozan a diario con los levantes de la loca cuyos videos se posicionaron en tercer lugar a nivel mundial con más de 30 millones de reproducciones en XVideos, una de las páginas porno más populares. “Yo no tengo un cuerpo hegemónico, tengo una cara de indígena terrible y amada”, dice orgulloso para celebrar los éxitos de su canal. “Con este color marrón, con este culo que no es mega voluptuoso, sin una mega pija, sin unos mega brazos, a mí me encanta porque me hubiera gustado ver eso cuando era más chico”, explica.
“Yo creo que con ESI (educación sexual integral) podríamos tomar mejores decisiones, podríamos tener mejores vínculos y querernos mucho más antes que estar esperando que un video porno me diga cómo tengo que coger, cómo tengo que moverme, cómo tengo que hacer disfrutar al otro. Habría que cortar un poco con eso”.
La pornografía de Cerita Negra a veces sucede en una opacidad espamosa. Son quince o veinte minutos de un video en el que poco se ve, mucho se escucha, y demasiado se intuye. “Yo creo que por eso el canal creció como creció, porque mis seguidores dicen: ‘esta loca come como yo y me encanta, por eso la sigo’”. Sin pestañear, medio millón de personas llegan a ver los videos registrados con la cámara del celular desde el bolsillo del pantalón o la campera, en formato rectangular, sin subtítulos, ni efectos especiales o transiciones temporales.
Cerita dice que el porno está alejado de lo que realmente hacemos las personas en la cama, o de como nos vinculamos sexoafectivamente con nuestras parejas o garches ocasionales. Insiste en que la industria cinematográfica del sexo solo muestra cuerpos rubios, estéticamente uniformes en su contextura y peso, con erecciones perfectas, dilataciones soñadas y orgasmos sinfónicos cuya melodía resuena en la cabeza de los espectadores que nos formamos en las artes amatorias viendo sus películas. Aún más, para algunes, las rayitas distorsionadas de los canales condicionados del cable fueron durante años nuestra única educación sexual.
“Pero no es culpa del porno”, advierte la marica y sentencia: “Yo creo que con ESI (educación sexual integral) podríamos tomar mejores decisiones, podríamos tener mejores vínculos y querernos mucho más antes que estar esperando que un video porno me diga cómo tengo que coger, cómo tengo que moverme, cómo tengo que hacer disfrutar al otro. Habría que cortar un poco con eso”.
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– ¿Qué haces vos acá? Sos muy pibito para estar en este lugar, es re peligroso
– Acá hago amigos, eso es lo que pasa…
– Mirá allá enfrente hay una organización que se llama VOX, acércate ahí que hay un grupo de jóvenes como vos. Yo voy y miramos películas, tomamos mate, hacemos cine debate. Acercarte, no te quedes acá.
El escenario de esta conversación son los baños de la plaza Sarmiento allá lejos y hace tiempo, antes que la modernización echara por tierra un pedazo de la historia que construyó la mariconería con la tetera más populosa y concurrida de casi todo el centro rosarino. Entre sus paredes, centenares de locas y chongos construyeron y deconstruyeron su sexualidad sobre los urinales de porcelana gastados de pis, semen y fluidos corporales derramados como ofrendas en las estructuras ovaladas suspendidas en el aire.
“Yo llegué al activismo gracias a una tetera”, dice Cerita, que ahora se transforma en Pablito, el pibe que conocí hace más de una década en el grupo de jóvenes de VOX, una de las organizaciones pioneras de la diversidad sexual en la ciudad. Pablo cuenta que las cosas empezaron a ponerse feas en la escuela cuando su aleteo puteril se hizo inocultable. “Las maricas de los barrios en las escuelas de los barrios no la pasan nada bien, y yo no fui la excepción”, recuerda. Empezó a faltar, a rendir las materias libres, y sobre todo a escapar de las clases de gimnasia, el terror de casi todas las mariquitas.
También cuenta que el preceptor, un hombre que aparentaba buenas intenciones pero tenía mala información, le pidió que mejorara su actitud para que cesara el acoso escolar. “Yo dije, si la única luz que tengo en esa escuela es ese preceptor que es buenísimo pero como me dijo eso ya está, dejé la escuela”. Así fue como llegó a la tetera de la plaza, y así también por azar o destino encontró un espacio de contención donde se formó muy tempranamente para enfrentar los avatares que casi todas las identidades disidentes enfrentamos en nuestra vida.
“Yo empecé a tener sexo antes de entender lo que era el sexo y la sexualidad”, señala. Mientras jugaba a la casita o a las escondidas descubrió su cuerpo como fuente de placer, y experimentó precozmente el sabor de los primeros roces en la inocencia del juego infantil. “Está bien, yo sabía que con los vecinos me gustaba chuparles la pija, y a lo sumo alguno me chupaba la pija a mí, pero no entendía lo que era el querer hacer algo, o el no querer, ¿me explico? Y creo que esas cosas son con las que deberíamos tener cuidado”, advierte.
Por eso insiste en una educación que nos permita gozar despojadas de la culpa, pero con la información necesaria para saber lo que nos gusta, reconociendo los bordes de un territorio cuya regencia estuvo siempre en manos del patriarcado. “Yo las amo a las teteras, no las condeno. Lo único que deseo es que sea tomado como lo que son: un lugar para ir a pasarla bien, no un lugar donde vos sientas que podés encontrar tu identidad con 16 años”. En tren de confesiones, a las que se acostumbró desde que su contenido se disparó en internet, me cuenta que no siempre soportó la vida.
“Sinceramente te digo, antes de eso, muchas veces tuve ganas de matarme, pero no lo hacía porque tenía miedo. Pero no soportaba estar mal en la escuela, estar mal en el barrio, en mi casa. En ese tiempo mi vieja tenía problemas con las adicciones, entonces yo no la pasaba bien. Yo gracias a VOX me pude querer a mí”.
“Yo las amo a las teteras, no las condeno. Lo único que deseo es que sea tomado como lo que son: un lugar para ir a pasarla bien, no un lugar donde vos sientas que podés encontrar tu identidad con 16 años”.
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Ahora su cuerpo es toda piel de vagina, nacarado prepucio, lobizona raída en la fronda arisca del cemento. Se estremece en aullidos secos, azucarados y con sobrada destreza compone la banda sonora de mil pajas. Cerita Negra, o Pablo, está en uno de sus mejores momentos. Hace poco dejó Rosario por Buenos Aires a donde se mudó completamente enamorada pero no “a lo Cris Morena”, aclara. Su compañero es uno de los miles de seguidores que tenía en las redes y que un día lo invitó a quedarse en su casa mientras hacía una gira de trabajo en la capital.
“Con esto del desamor propio uno piensa: soy la cerita negra, soy trabajador sexual, tengo este secreto, tengo esto, tengo aquello, ¿con quién me voy a encontrar que me acepte todo ese combo? Entonces ya me daba como un lobo solitario, solo yo estaba bien, pero lo conocí a él”, comenta con una sonrisa que le remarca las líneas de expresión. Me dice que su novio también hace videos y es trabajador sexual, que juntes se protegen cuando uno de los dos sale a hacer un domicilio, y que además gozan como si no hubiera un mañana porque no hay secretos entre ellos.
Pero el gozo en la vida de Pablo Cerita casi siempre es colectivo. Aunque no hablemos estrictamente de pieles que se anudan en una gran bacanal de cuerpos y sabores, sus seguidores lo interpelan a diario desde la curiosidad, y trazan una ruta disonante con las prácticas sexuales más tradicionales del sexo gay. Aunque muchas maricas conocen los truques y señales del levante callejero a la perfección, la novedad que ofrece Pablito a la repetida industria pornográfica son las personas que aparecen como protagonistas de sus emergentes films de culto.
Cerita sabe que detrás del barro prejuicioso del ojo que mira, pero que no ve, se esconden los manjares más exquisitos despreciados por el racismo latente que eyecta sin censuras toda corporalidad que no se ajusta al espectro hegemónico de corte europeo. Pero están en los márgenes y algunos le dicen morbo al simple deseo.
“Primero hay que tener un registro del otro”, dispara. “Mayormente los cartoneros, cuidacoches y demás personas que laburan en la calle como los vendedores ambulantes es como que están por fuera de lo que se registra”. Cerita sabe que detrás del barro prejuicioso del ojo que mira, pero que no ve, se esconden los manjares más exquisitos despreciados por el racismo latente que eyecta sin censuras toda corporalidad que no se ajusta al espectro hegemónico de corte europeo. Pero están en los márgenes y algunos le dicen morbo al simple deseo.
“Si bien el cartonero paki chongo tiene otra realidad, no deja de ser una persona que está laburando bajo el sol, con la indiferencia de la gente. Entonces encontrar en todo ese mundo a alguien que pasa al lado tuyo y te registra de manera libidinosa, una marica que anda dando vueltas por ahí con hambre, con sed, con lo que sea, se les presenta esa oportunidad y la aprovechan”. Cerita confiesa que sus videos representan apenas el 10% de todo lo que hizo durante mucho tiempo callejeando por la ciudad, y que en algunos casos no fue solo sexo sino que también hubo mucha ternura y construcción de vínculos sin etiquetas ni exigencias.
“Después pasa que te volvés a encontrar, ya sabes que cuidacoches para en tales cuadras o a qué hora pasan ciertos cartoneros y con algunos ya se genera un vínculo que no tiene un nombre, pero sabes que cuando se pueda se hace algo, y cuando no se comparte una charla”. Sobre el registro de los videos, es muy cuidadoso a la hora preservar la identidad de las personas. Los chongos saben que están siendo filmados y habitualmente aceptan el juego y lo disfrutan
Sin embargo, al final del día se enfrenta a los prejuicios más básicos de la mentalidad clasemediera. “Che ¿pero la gente está sucia? ¿Tienen olor? Yo respondo: la mayoría de las veces los chicos no están sucios, ni son olorosos, ni nada por el estilo. Pero así lo tuvieran a mí me encanta”. También cuenta que son muy generosos a la hora de compartir la coca o el sándwich que se compraron con el laburo del día, y que muy pocas veces estuvo en situación de ser robada. “Yo digo, bueno, no pasa nada, te lo doy pero ¿te puedo chupar la pija igual? Yo no tengo drama mi amor, pero dame lo que vine a buscar”.
Cerita Negra tritura entre sus nalgas el sexo idealizado, lo amasa generosa sobre sus cachetes morenos, desafía insolente al porno envasado, al sexo gomoso y reluciente de las productoras encumbradas; eyacula gustosa sobre el higienismo moral y hace germinar desde las catacumbas de la urbanidad a las más delicadas flores negras del gozo. Es una actriz y un actor porno, es también un pibito teteroso y una marica audaz, es un muñequito de ébano afro indígena y latinoamericano transmutando sobre nuestros cuerpos la maravillosa posibilidad de seguir descubriendo el placer.