Recuerdos que hacen historia; historias hechas de recuerdos. Un pedazo de vida de dos ex combatientes. Un pasaje en homenaje. Una historia de dos amigos, una guerra y un camión. Retazos de vidas que tejen Malvinas.
Mauricio Yaco está parado frente a un micrófono. Habla del clima inhóspito y del viento que sopla. Del humor antes de llegar. De la esquirla en el brazo, las heridas en las piernas y la onda expansiva que le encimó un pulmón con el otro. El silencio de la audiencia es total. El público que escucha tiene en su mayoría entre 12 y 18 años. En el patio del Superior de Comercio los jóvenes que tienen la misma edad que tuvo él en aquel momento, preguntan. Él responde. Habla de los fallecidos y de los que quedan.
De las noches en Malvinas.
Noches largas y días cortos.
– La causa Malvinas la voy a llevar siempre y la voy a defender hasta el final de mis días. Hay muchos compañeros que no van a las escuelas. Yo hago esto porque me sale. Pero muchos de ellos no se pueden parar frente a un micrófono por todo el estrés post traumático-. Yaco recurre a la genética cuando dice que Malvinas está en el ADN de los argentinos. Elije el elemento fuego para la metáfora de los hechos que quedan grabados. Se siente agradecido por haber vuelto y por poder transmitir el legado. Vuelve al fuego cuando habla de su misión: mantener viva la llama de Malvinas a través del recuerdo permanente de hombres como Daniel Brito.
***
El 31 de enero de 1979 los adolescentes Mauricio y Daniel suben al mismo tren en la estación Rosario Norte rumbo a Buenos Aires. Serán grandes amigos pero aún no se conocen. El viaje es lo primero que comparten aunque todavía no cruzan miradas ni palabras. Antes de eso llegarán a Constitución junto al resto de los aspirantes a la escuela de Sub-Oficiales y Oficiales de la Armada donde los dividirán entre los que seguirán rumbo a Infantería de Marina en Mar Del Plata y los que continuarán como Marinería en los buques. Antes de entablar el primer diálogo todavía falta compartir el segundo tren que tomarán al día siguiente rumbo al faro de Punta Mogotes. También falta pasar el período selectivo preliminar que durará treinta y cinco días durante los cuales desistirán la mitad de los aspirantes: de los 639 quedarán 292. Recién cuando les den los primeros francos se empezarán a juntar los rosarinos. Daniel, con quince años, es uno de los más chicos. Mauricio, clase 62, es un año mayor que Daniel.
Se refiere a la necesidad de hablar. Dice sobre el silencio. Una de las formas que encuentra para hacer memoria de manera colectiva es ejercitar el músculo del recuerdo para seguir elaborando lo que Malvinas nos dejó.
– Me llamo Mauricio Yaco, Ángel Mauricio Yaco. Soy un ciudadano rosarino, de pura sangre rosarino, y soy un veterano de guerra que participó en esta gesta en el año 82-. Tres años antes de lo que llama ´la gesta´, Yaco empezó la carrera militar: ingresó para ir de cocinero a la Armada y terminó dos años después con el grado de Cabo Segundo Infante de Marina. Esa es la jerarquía con la que llegaría a Malvinas con veinte años recién cumplidos. Pero antes de empezar la carrera militar, tuvo que convencer a su mamá de que le firmara la autorización porque todavía era menor de edad. “Al principio no era por vocación. La verdad es que quería ingresar a la Armada porque veía que acá las puertas se me iban cerrando. Mi papá ya había fallecido y le dije a mi vieja que quería independizarme”.
– Vieja, quiero hacer mi vida.
– ¿Estás seguro?
– Sí vieja, dale, por favor, firmame.
La amistad entre Mauricio Yaco y Daniel Brito se fue construyendo entre francos y trenes. Después, como se recibieron con orientaciones distintas los mandaron a lugares diferentes: Brito tenía la orientación infante y fue al batallón 1001 que estaba en Puerto Belgrano; Yaco, con la orientación artillero, fue a la fuerza de apoyo anfibio al batallón de artillería de campaña, que también estaba en Puerto Belgrano, pero a unos diez kilómetros de donde estaba Brito. Durante el año 81 prácticamente no se volvieron a ver y en Malvinas tampoco se cruzaron. Otra vez los destinos parecían alejarse: Brito estaba cerca del aeropuerto en una zona de vigilancia por posible desembarco de los ingleses; Yaco estaba del otro lado del Puerto Argentino. El lugar del reencuentro fue el Hospital de Puerto Belgrano donde Yaco estuvo internado por las heridas de guerra. Cuando Brito se enteró de que su amigo estaba hospitalizado, lo fue a visitar.
El camión
Al lado de Mauricio Yaco, dos escoltas secundan a la abanderada de la escuela. Él se refiere a la necesidad de hablar. Dice sobre el silencio. Una de las formas que encuentra para hacer memoria de manera colectiva es ejercitar el músculo del recuerdo para seguir elaborando lo que Malvinas nos dejó. Parte de esa herencia es la militancia que empezaron a hacer los ex combatientes que formaron el Centro de Veteranos de Guerra –dirá Yaco en memoria de los 649 caídos en Malvinas y para ocuparse de los compañeros que sufrían la desmalvinizacion-. También cuenta sobre el paquete turístico que actualmente se vende para ir a Malvinas. Aclara que él no volvió porque para ir debería sacar pasaporte y que de ninguna manera sacará pasaporte para ir a un lugar que le pertenece a su país. Cuando algunos de sus amigos volvieron a Malvinas, Mauricio les pidió que fueran a su posición para ver si estaban los tres rollos de veinticuatro fotos que había dejado en el pozo dónde estaba.
No había quedado nada.
Mauricio intenta descifrar lo que su posiblemente pensó su amigo: ´estoy fastidiado del colectivo, tengo mi pensión y con esto puedo mantener a mi familia, mi esposa tiene su trabajo, tengo hijas grandes que ya están haciendo su vida. Hasta acá llego con el colectivo y me voy con los muchachos´
Una gorra militar en la mano izquierda y debajo de la chaqueta también militar aparece una remera con las islas. Las mismas islas estampadas en el barbijo que en un ratito cuando baje del escenario tapará parte de su cara. Su cuerpo es Malvinas. Un rato después de bajar del escenario, contará:
– Cuando volvimos teníamos que identificarnos de alguna manera. Y qué mejor forma que con alguna ropa que hayamos usado allá. Yo vine completamente desnudo, no traje absolutamente nada. Pero enseguida conseguí una chaquetilla. Andábamos con esa ropa y en aquel tiempo nos decían ´estos son los veteranos´, ´los loquitos de la guerra´-.
De los dos adolescentes que se habían subido a aquel tren en la estación Rosario Norte, ninguno decidió seguir la carrera militar después de la guerra. Daniel Brito se fue de baja antes de que venciera el contrato que tenía con el Ejército, el cual se renovaba cada cuatro años. El presidente Alfonsín había habilitado a quienes quisieran irse de la fuerza a que pudieran hacerlo. Pero Brito tuvo una discusión con un Oficial y a partir de ahí pasó a formar parte de una lista de más de ochenta personas a las que no les daban el beneficio por haber sido ex combatientes, que en aquella época consistía en el cincuenta por ciento de una jubilación mínima.
Cuando Brito se dio de baja, se quedó unos años viviendo en Buenos Aires. Éste es otro momento en donde los amigos pierden el contacto. Pero nuevamente el empecinamiento de la historia los quiso volver a juntar. Daniel volvió a Rosario y pasó por diferentes trabajos hasta que consiguió un puesto como chofer de colectivo en la línea 54. Cuando Mauricio vio que Daniel no estaba cobrando la pensión nacional lo contactó para comunicarle su rabia. Desde el Centro de Ex Combatientes empezaron a meterle presión a la Armada Argentina para que hicieran efectivo el pago del beneficio a las personas señaladas en la lista. Mauricio había empezado a cobrar en el 2000 y Daniel recién pudo hacerlo cinco años después. Para ese momento Daniel, que ya había formado su familia, llevaba más de veinte años trabajando como chofer de colectivo. Mauricio lo había invitado varias veces para que se acercara al Centro de Ex Combatientes pero hasta ese momento Daniel no tenía tiempo. Durante el gobierno de Néstor Kirchner el monto de la pensión de los veteranos de guerra pasó de aquel cincuenta por ciento de una jubilación mínima a valer el equivalente a tres pensiones mínimas. Mauricio intenta descifrar lo que su posiblemente pensó su amigo: ´estoy fastidiado del colectivo, tengo mi pensión y con esto puedo mantener a mi familia, mi esposa tiene su trabajo, tengo hijas grandes que ya están haciendo su vida. Hasta acá llego con el colectivo y me voy con los muchachos´.
Irse con los muchachos significaba pasar los fríos más crudos de los inviernos repartiendo con el camión de los ex combatientes un plato de comida caliente a las personas en situación de calle. Irse con los muchachos implicaba abandonar la comodidad del hogar, el confort de la calefacción, el calor familiar. Cuando Daniel se fue con los muchachos, Micaela Alejandra –la tercera de sus cuatro hijas- tenía diecisiete o dieciocho años. Encargada en Burger King, maquilladora y manicura, Micaela abre la puerta de su casa en la zona noroeste de Rosario para hablar de su papá.
– El camión era su momento de ser él. Lo llevaba a todos lados: a mi casa, a lavar, a cambiar las luces. Era él y el camión-. No es casual que Micaela hable de su padre a través o a partir del camión: literalmente pasaba arriba de él muchas horas todos los días. Levantarse alrededor de las diez de la mañana. Preparar el mate y poner en la tele el Chavo del 8 o los Tres Chiflados. Hacer algún mandado. Fijarse si tenía que llevar a su nieto a la escuela. Salir a las doce del mediodía rumbo al galpón que tienen los ex combatientes en barrio Fisherton. Encontrarse con sus compañeros y empezar a preparar la comida. Alrededor de las seis de la tarde empezar la recorrida por distintos puntos de la ciudad. Volver al galpón. Limpiar la cocina. Ordenar. Regresar a la casa pasadas las diez de la noche. Y al otro día, volver a empezar.
“Hacía rato que habíamos empezado con el camioncito”, aclara Mauricio sobre el momento en que Daniel Brito se sumó a la tarea de asistencia alimentaria del Centro de Ex Combatientes. Con el camioncito empezaron a mediados de los noventa y desde entonces nunca dejaron de salir. Las campañas empiezan en mayo y terminan a fines de septiembre o principios de octubre. “El asistencialismo comenzó cuando no teníamos nada”. Mauricio se acuerda de la inundación de Villa Gobernador Gálvez de los años ochenta en la que quedó todo bajo el agua. “Íbamos a ayudar a la gente nada más, no había camión ni nada. Ayudábamos a sacarlos del agua. Lo mismo pasó cuando fuimos a Chaco, a Corrientes y con la inundación de acá”. Un tiempo después de haber comenzado con la asistencia alimentaria, consiguieron el camión que fue donado por Correo Argentino antes de que se vendiera. Desde ahí empezaron a salir con el camión al que mantenían ellos mismos con la cuota que pagaban en el Centro de Ex Combatientes. “Con esa pensión manteníamos el camioncito. Conseguimos la primera cocina y con lo que la gente nos donaba preparábamos lo que podíamos: guiso, mate cocido, lo que sea”.
Micaela y Mauricio coinciden en algo: una vez que Daniel se subió al camión, no se bajó nunca más. “Como era chofer de colectivo tenía carnet para conducir. A todos los lugares donde íbamos, él manejaba el camión. Él era el camión”, dice Mauricio. Cuando Daniel llegaba a su casa, lo primero que hacían sus nietos era subir al camión para jugar. Santiago, el nieto más grande, siempre lo acompañó a todos lados. Iban juntos a repartir comida. El grupo encargado de salir a repartir el calor en forma de comida está formado por entre diez y quince personas. A Mauricio su trabajo no le permite formar parte de ese grupo por una cuestión de horarios, pero participa como puede, a veces una vez por semana. De hecho, presidió durante cinco años el Centro de Ex Combatientes desde donde le tocaba manejar la parte administrativa para que los muchachos pudieran salir con el camión.
El hecho de que el camión nunca haya dejado de salir no es motivo de festejo sino casi lo contrario. El objetivo sería no tener que salir. El termómetro es un instrumento que permite medir la temperatura corporal y determinar si una persona tiene fiebre. El camión de los ex Combatientes es un termómetro social que permite medir el clima de la calle y monitorear la curva de la demanda de comida. Mauricio Yaco dirá que el camión es un encuestador; que más de veinte años de recorridas da la pauta de que la situación lejos de mejorar, empeora; que cada año que pasa pareciera haber más gente en situación de calle.
Yaco dice mochila llena de piedras. Esa figura elije para describir lo que sintieron al volver de la guerra. También habla de la transformación de las cosas: la preocupación por retribuir de alguna manera la solidaridad del pueblo argentino que sintieron en aquel momento. “El pueblo entregó todo por la causa Malvinas y nosotros vinimos con una derrota. Que no quede dudas que en cada tragedia que pase, ahí vamos a estar. Saber que la gente la está pasando mal, con hambre, con frío…nosotros la pasamos, la sufrimos y sabemos lo que es irse a dormir sin algo en la panza. Y eso nos mueve hasta el día de hoy”. Micaela se refiere a lo mismo desde otra perspectiva. Para decir siempre, dice nunca. “Ninguno se quejaba de tener que salir, con frío o con lluvia salían igual. Los días de muchísimo frío se cagaban de frío pero salían igual. Ya conocían a la gente a la que le iban a dar de comer. La gente de la calle los esperaba”.
El pasaje
Micaela no sabía si a su papá le hacía mal o no hablar de la guerra. Por las dudas no le preguntaba mucho. Pero de algunas cosas se fue enterando. En algunos casos eran las situaciones cotidianas las que hacían rebobinar la historia. Si en la casa comían milanesas con puré, Daniel se servía primero la milanesa y recién después de terminarla se servía el puré. No le gustaba mezclar ninguna comida; nunca dos alimentos distintos en un mismo plato. “Porque lo acostumbraron tanto a mezclar las cosas…contaba que comían en el casco y mezclaban todo ahí, la comida y el postre. Entonces no le gustaba. Se enojaba cuando mezclabas la comida”.
En la foto hay cerca de veinte personas y varias generaciones. En el centro de la imagen, las hijas de Daniel. A un costado, Mauricio Yaco sosteniendo con la mano la misma gorra que tendrá en la charla en el patio de la escuela. Entre Mauricio y la familia de Brito, posan para la cámara la presidenta del Concejo Municipal de Rosario, María Eugenia Schmuck, el autor del proyecto, Eduardo Toniolli, y las concejalas Mónica Ferrero y Silvana Teisa. En el margen superior de la foto, los carteles indican el nombre de las calles: Ingeniero Acevedo y VGM Brito Daniel. La escena registra la inauguración del cambio de nombre. El ahora ex pasaje Hutchinson entre Ferrazza y Lacar, en el sudoeste rosarino, lleva el nombre del Veterano de la Guerra de Malvinas Daniel Brito: el hombre que después de una guerra pasó por una pandemia, el hombre que cuando la consigna era quédate en casa salió igual porque afuera la gente seguía viviendo en la calle y no tenía casa dónde quedarse, el hombre que salió a repartir la comida en el camión sabiendo que podía contagiarse, el hombre que se enfermó de covid-19 y terminó muriendo por la enfermedad respiratoria.
Orgullo y alegría son las palabras que elige Mauricio para describir lo que sintió cuando se enteró del proyecto que proponía cambiarle el nombre al pasaje en el que vivió Daniel y en el que sigue viviendo parte de su familia. “Tanto para mí como para nuestra promoción 48 de Infantería de Marina es un orgullo que una calle lleve su nombre, primero por ser veterano de guerra de Malvinas, y segundo por haber hecho esta campaña de ayuda a sus semejantes en medio de una pandemia”. Mauricio Yaco dice que Daniel Brito era una gran persona, un gran amigo, un gran padre de familia. Aclara que sobre eso pueden hablar mucho más las hijas.
– Es como viajar a otro lugar- dice Micaela sobre las sensaciones que le generó ver el nombre de su padre en el pasaje. “Por lo menos es viajar a cuando estaba él”, agrega. Dice que no sabe explicarlo, pero lo explica. “Si bien yo sé que mi papá ha estado para todos, no pensé que iba a llegar tan lejos: el homenaje, la calle, que me llamen un montón de personas. Una banda. Para mí y para mis hermanas es un montón. Es tener algo que va a estar para toda la vida. Es como que digo ´guau´”.
Cuando algunos de sus amigos volvieron a Malvinas, Mauricio les pidió que fueran a su posición para ver si estaban los tres rollos de veinticuatro fotos que había dejado en el pozo dónde estaba. No había quedado nada.
Desde el 28 de marzo hay un pedacito de ciudad que lleva la fuerza del apellido Brito. Micaela cuenta que su papá no se llevaba mal con ningún vecino pero que tampoco tenía mucha relación con ninguno. Un vecino de la misma cuadra que no hace mucho que vive en el barrio, cuando es consultado sobre el cambio de nombre de la calle, responde que no sabía que había sido cambiado recientemente. Pero los demás están bien al tanto porque conocían desde hace mucho a Daniel y a su familia: la relación que suelen tener los vecinos de un pasaje que por la fuerza de la repetición conocen los horarios, movimientos y rutinas de quienes viven en la misma cuadra. En el pasaje viven muchas familias que se mudaron hace veinte años cuando el Estado les adjudicó las viviendas. Uno de ellos es Mariano, quien lava autos y estaba acostumbrado a lavarle el auto a Daniel. Mientras responde, recibe algunos autos que estacionan frente a su casa y saluda con su nombre a cada persona que pasa caminando. “Era muy buen loco”, dice sobre Daniel.
Zulema, al igual que Mariano, hace veinte años que vive en el pasaje. Dice que Daniel era muy buen vecino. “Era ex combatiente, manejaba una línea de colectivo. Era muy buena persona, toda la familia, empezando por las chicas. Él pasaba todos los días caminando o en el auto y saludaba atentamente. Nosotros tomábamos mate en el jardín y siempre lo veíamos. Todos nos sorprendimos de lo que le pasó. Está muy bien que la calle tenga su nombre”.
Cuando llegó ese día con su pareja, para Micaela fue raro porque había gente que no conocía. Escuchó los discursos que recordaban y rendían homenaje a su papá. También estaban sus hermanas, las que siguen viviendo en la casa familiar que está dividida: una vive arriba y la otra se hizo su casa en el patio. Micaela también va a volver a vivir a su viejo pasaje, a su cuadra. Se va mudar con el novio a la misma casa que está en el mismo lugar pero que hoy tiene otro nombre.
A Mauricio Yaco le acaban de entregar una carta al bajar del escenario. Él cuenta sobre los mensajes que escribían en aerogramas pero no llegaban y habla del recibimiento de la familia al volver de la guerra. Un rato después, al final de la entrevista, sacará con mucho cuidado un papel muy fino que desplegará sobre la mesa: la única carta que conserva de las cuatro que recibió su madre cuando él estaba en Malvinas.