Se cumplieron dos años del asesinato de Jonathan Plantés y la búsqueda de justicia por parte de su madre, Rosa, sigue vigente. Denunció con nombre y apellido a los presuntos asesinos de su hijo pero la Justicia no pudo lograr encontrar las pruebas necesarias para avanzar con imputaciones. Desde el día en que mataron a su hijo que no regresa a su casa. Con todo en contra asegura que no va a bajar los brazos hasta lograr justicia.
Fotos: Fernando Der Meguerditchian
Rosa camina por la explanada del Centro de Justicia Penal de Rosario. Camina sola, como en casi todo lo que la moviliza desde hace dos años. Esta vez tampoco será recibida por ningún funcionario judicial, pero no le importa. Por eso avanza, vestida de negro, por las escalinatas del lugar para comenzar con su ritual: primero colocar las pegatinas sobre las paredes del Palacio Judicial para después colgar en soledad dos banderas con la cara de su hijo, la fecha de su asesinato, y una frase que la acompaña a todos lados: Justicia por Jonathan Plantés.
Por detrás de la escena entran y salen trabajadores del sistema judicial y personas que transitan por el lugar. Ella posa para unas fotos que después difundirá por las redes sociales, un buen aliado para multiplicar las voces cuando no se puede gritar en grupo. En su remera, en su barbijo, en el pañuelo amarrado a su mano izquierda hay algo que evoca a Jonathan. Dice que no importa cuanta gente la acompañe en sus marchas o en sus reclamos, que ella no va a bajar los brazos en su lucha.
Es conocido que la Justicia se maneja con tiempos propios muy distintos al de las víctimas que exigen respuestas inmediatas. La historia de Rosa también va en en esa línea: señaló a los presuntos asesinos de su hijo, pero en dos años no se han logrado pruebas que hagan avanzar la investigación.
En paralelo, Rosa da pelea en otra batalla: ni más ni menos que volver a su casa. Según denuncia, el día que mataron a Jonathan se robaron cosas de su hogar y le impidieron el ingreso. En la Justicia transitan las dos causas, una que investiga la muerte de su hijo y otra por la usurpación de la casa. En ese contexto transcurre la vida de Rosa hace dos años. Sabe que tiene la cancha inclinada, pero dice que no le importa. Insiste, no va a bajar a los brazos.
“Quedé con lo puesto. No pude sacar nada, ni un recuerdo de mi hijo. Me desvalijaron la casa y se llevaron hasta materiales de construcción que teníamos. Y esas personas están hace dos años como si no hubiese pasado nada”, cuenta conmovida. Dice que lo que quiere es recuperar a su hijo, pero que eso ya nadie se lo va a poder dar: “Lo material a mí no me importa, pero estoy sufriendo mucho, nunca me imaginé este dolor”.
“Quedé con lo puesto. No pude sacar nada, ni un recuerdo de mi hijo. Me desvalijaron la casa y se llevaron hasta materiales de construcción que teníamos. Y esas personas están hace dos años como si no hubiese pasado nada”
La historia
El sábado 29 de febrero de 2020 Jonathan Plantés, de 20 años, se encontraba con su padre Edgardo – 57 años – en la vereda de la casa donde el joven vivía con la mamá, cuando una persona en una moto pasó por el lugar disparando una pistola. Una de las balas impactó en el tórax de Jonathan provocando su muerte al instante, mientras que su padre recibió otros tres balazos y falleció antes de que lleguen a auxiliarlo en el Hospital Roque Sáenz Peña. En el lugar se encontraron cinco vainas calibre 9 milímetros. El otro disparo quedó incrustado en el frente de la casa.
Las crónicas policiales de los días siguientes hablaron de la “ola de violencia” que atravesaba la ciudad donde, sumando los casos de Jonathan y su padre, el número de homicidios escalaba a un total de 46 en tan solo 60 días. Una tendencia que no dio tregua en lo que siguió, cerrando el 2020 con 212 homicidios en el departamento Rosario.
Pero el foco también se puso en el lugar del crimen. Pleno corazón de Barrio La Granada, extremo sur de la ciudad: por esos días seguían las repercusiones del crimen de Enrique Encino, el gerente del Banco Nación de Las Parejas, quien a mediados de enero murió de un disparo mientras fumaba en un balcón del Casino City Center Rosario, en lo que se cree fue un intento de amedrentamiento para enviar un mensaje al poder político-judicial. A la postre, la investigación de ese crimen “accidental” destaparía una red de juego clandestino que involucraría a narcotraficantes, policías, fiscales y personalidades de la política. La punta del ovillo de ese entramado comenzaría a desenredarse ahí, a solo tres cuadras de la casa de Rosa y Jonathan.
El día que mataron a su hijo Rosa estaba trabajando y se enteró por teléfono con el hecho ya consumado. Cuando llegó al lugar el cuerpo de Jonathan estaba camino a ser revisado por un médico forense. La Justicia le entregó a su hijo en un cajón cerrado y ella lamenta no poder haberlo visto por última vez, siente que no se terminó de despedir. Esa noche durmió en lo de unos amigos cercanos y hasta el día de hoy sigue sin volver a su casa.
Rosa denunció con nombre y apellido quiénes mataron a su hijo y su exesposo, pero los fiscales no encontraron pruebas suficientes para comprobar su teoría, por eso no hay ningún imputado en la causa. Rosa sospecha que los responsables querían quedarse con la casa, pero hasta el momento tampoco surgieron pistas que vayan en respaldo de esa hipótesis. “¿Qué otro motivo puede haber? “, se cuestiona Rosa. Y añade: “Yo trabajadora, mi hijo trabajador. Toda la vida vivimos ahí y nunca nos metimos con nadie. Yo me levantaba todos los días a las cinco de la mañana y volvía a la noche”.
“Me están esperando”
La causa que investiga la muerte de Jonathan la lleva adelante el fiscal Patricio Saldutti, mientras que Rosa recibió el acompañamiento de la Dirección de Asistencia y Empoderamiento de Víctimas de la Municipalidad de Rosario. Desde la dependencia señalaron que la investigación está caracterizada por las dificultades que implica conseguir pruebas para avanzar en imputaciones. Y eso se relaciona con las personas sospechadas como victimarias y las represalias que los vecinos temen sufrir ante la posibilidad de declarar como testigos.
“Lo que Rosa comenta está vinculado a gente inserta en circuitos delictivos. Es un gran problema hoy en día que las personas al tener miedo no se quieren involucrar en las investigaciones o declarar lo que saben en el Ministerio Público de la Acusación (MPA), obviamente eso no ayuda a que las investigaciones avancen”, explicó Gonzalo Bonifazi, titular de esa dependencia. “Lamentablemente al no tener testigos que puedan aportar información para que los fiscales puedan investigar, hace que algunas causas no avancen”, agregó.
A mí me destrozaron la vida, aparte de mi hijo a mí me sacaron todo. Dos años y el dolor no se va con nada
El relato de Rosa también va en el mismo sentido: el de la negativa de muchos vecinos para atestiguar sobre lo sucedido esa noche, o de quienes accedían pero cambiaban su declaración de manera repentina. “La gente les tiene miedo, pero no hay que callarse. Hay que luchar contra las mafias porque si no van a seguir. A mí me destrozaron la vida, aparte de mi hijo a mí me sacaron todo. Dos años y el dolor no se va con nada”, dice Rosa al mismo tiempo que se ilusiona con que a alguien “se le conmueva el corazón” ante su situación.
“La impotencia es que muchas veces saben pero no se puede probar”, resume Bonifazi. El director reconoce que se trata de una situación frecuente en las causas que involucran a personas o bandas delictivas que a su vez conviven en un mismo territorio: “Pasa con muchos familiares que lamentablemente no se puede avanzar porque la gente tiene miedo. Nosotros cuando acompañamos a familiares en el acceso a la justicia nos encontramos esta realidad. Desde la Dirección tenemos la obligación y el desafío de acompañar a las víctimas para sobrellevar sus vidas luego de pérdidas irreparables, con estrategias que apuesten a fortalecer lazos familiares y comunitarios, pero sin posibilidad de acceder a la verdad y a la justicia es muy difícil seguir adelante”.
En tanto, la investigación sobre lo ocurrido con la casa está en manos de la fiscal Raquel Almada y Rosa es asesorada por el Centro de Asistencia Judicial (CAJ) de Rosario. El abogado Martín Hereñu explicó que desde Fiscalía se impulsaron algunas medidas de prueba y de contacto con los vecinos que no aportó demasiados datos: “No se ha podido establecer quién tomo posesión de la casa. La casa hoy está deshabitada y al no tener una persona individualizada tampoco se puede avanzar mucho en relación a eso”.
En la constatación de Fiscalía se determinó que la puerta aparece cerrada con un candado que Rosa no puso. En esas condiciones, desde la dependencia entienden que esa situación podría significar una exposición a su integridad física: no hay que perder de vista que denunció con nombre y apellido a los presuntos victimarios. “No han surgido pruebas con relación a quien usurpó esa casa o quién le puso el correspondiente candado. Rosa da una referencia de quiénes son los posibles ocupantes, lo que sucede es que no se han conseguido evidencias para avanzar en esa línea”, explicaron.
Rosa lo resumen en pocas palabras: “A mí me están esperando ahí. Soy la que quedó viva y en el barrio me conocen todos”.
El recuerdo
Su mamá recuerda a Jonathan como un chico trabajador, que andaba todo el día de acá para allá para llevar unos mangos a casa. Trabajaba haciendo la limpieza de una librería y por las tardes agarraba un carrito con el que salía a hacer changas. Pero también, el de un joven que buscaba crecer y que por las noches iba a clases para terminar el secundario.
“Era un chico que nunca se metía en problemas. Se vivía riendo. Le gustaba jugar a la pelota y las mismas cosas que a cualquier chico, como andar en moto; se había comprado una antes de que lo mataran. Un día me dijo que quería terminar la secundaria porque se lo estaban pidiendo en el trabajo y él había dejado justamente para empezar a trabajar. A veces me decía que llegaba muy cansado, pero después lo veía preparándose para la escuela igual”, rememora.
En este tiempo Rosa fue recibida por autoridades provinciales y municipales, y aunque las respuestas que recibe no son las que quisiera, dice que seguirá en la lucha. Además de participar en movilizaciones, además de concentrar en el centro de Justicia Penal, además de reunirse con abogados y fiscales, Rosa se hace un rato de rutina para llegarse al cementerio donde descansan los restos de su hijo. Para su cumpleaños llevó un cartel recordando esa fecha que disfrutaban en familia. Así – dice Rosa – lo siente más cerca: “Voy seguido. Mi hijo es todo lo que tenía en mi vida. Yo siento que el me acompaña a todos lados, que es mi ángel. Pero lo extraño mucho, hay días que soy fuerte y otros que estoy muy caída. El día que vos tengas un hijo me vas a entender”.