El diario como un tipo de escritura íntima es una herramienta exploratoria de las emociones y pensamientos donde podemos encontrar un sentido de lo común. Esa narración en primera persona puede ser confusa, titubeante, incompleta y hasta silenciosa, pero tiene la posibilidad de acercarnos la vivencia de ciertos acontecimientos colectivos a través de una experiencia situada en unas coordenadas específicas.
Antes yo no era así y a veces me extraño.
María Luisa Puga, Diario del dolor.
Debemos aprender a contar a los seres vivos
con la misma particular atención con que numeramos a los muertos.
Audre Lorde, Diarios del cáncer.
¿Cómo llega un diario íntimo a ser una escritura que puede analizarse en la academia por su potencial sociológico para entender unas circunstancias históricas particulares? ¿Cómo llega la escritura académica a las preguntas que muchxs de nosotrxs estamos tratando de formular? El diario como un tipo de escritura íntima es una herramienta exploratoria de las emociones y pensamientos donde podemos encontrar un sentido de lo común. Esa narración en primera persona puede ser confusa, titubeante, incompleta y hasta silenciosa, pero tiene la posibilidad de acercarnos la vivencia de ciertos acontecimientos colectivos a través de una experiencia situada en unas coordenadas específicas.
Escribo este texto movida por la lectura del trabajo de tesis de Paula Satta Di Bernardi, activista lesbiana feminista y socióloga viviendo en Italia llamado “Emociones pandémicas: sentir la pandemia en el cuerpo. Una autoetnografía feminista decolonial, afectiva y encarnada”, presentada en el Máster Erasmus Mundus GEMMA en Estudios de las Mujeres y de Género que cursó en Bologna, Italia y Granada, España. De ser amigas y del compartir feminista es que llega esta lectura a acompañar algunos interrogantes personales, como también a conducirme a releer “Los diarios del cáncer” de Audre Lorde, y también a hilvanar otras recomendaciones de lecturas de amigas que me hicieron pensar en la potencialidad de la escritura de diarios para este presente.
Vivimos en tiempos de muerte. No importa cuándo leas esto. Hace tres años vivimos llevando la cuenta de contagios y fallecimientos a manos de una pandemia que no terminó. ¿Hemos tenido tiempo para procesar lo que esto implicó en nuestras subjetividades y relaciones? ¿Dónde queda el registro de nuestra memoria corporal y afectiva en un escenario mundial que supera día a día las amenazas de violencia que rodean nuestras vidas? ¿Cómo vamos a contar (hacer relato) en lugar de contar (llevar los números) del impacto?
La enfermedad y la guerra no son una novedad a la hora de reconocer el malestar en que vivimos. En la introducción a su libro de ensayos “Los muertos indóciles. Necroescritura y desapropiación”, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza se pregunta: “¿Qué significa escribir hoy en este contexto? ¿Qué tipos de retos enfrenta el ejercicio de la escritura en un medio donde la precariedad del trabajo y la muerte horrísona constituyen la materia de todos los días? ¿Cuáles son los diálogos estéticos y éticos a los que nos avienta el hecho de escribir, literalmente, rodeados de muertos?”.
Desde una perspectiva feminista, podemos encontrar en “Los diarios del cáncer” de la poeta lesbiana negra Audre Lorde, una suerte de reparo sobre el impacto de estas condiciones de existencia. Si bien Lorde apela al cáncer de mama como una experiencia que puede ser común a las mujeres, lo que ésta experiencia le permite registrar afecta su subjetividad y su vida por completo: “trabajo con la consciencia de la muerte sobre mi hombro (…) Ayuda a formar las palabras que digo, las formas en que amo, mi política de acción, la fuerza de mi visión y de mi propósito, la profundidad de mi valoración de la vida”.
Si la guerra y la enfermedad no han dejado de estar presentes en el escenario global, si la muerte es una presencia constante, ¿dónde está el margen para que nuestras vidas sean vividas más allá de la supervivencia?
Escribir las emociones desde y sobre la pandemia.
La pandemia de COVID-19 nos ha puesto en contacto íntimo y cotidiano con la muerte y vale preguntarse si los registros que hemos podido tener en presente podrían ayudarnos a procesar lo que ésta experiencia ha generado en nuestras subjetividades y relaciones. ¿Pueden los diarios ser una experiencia a la vez terapéutica y feminista para sacar fortaleza de nuestra vulnerabilidad?
En su investigación, Paula Satta Di Bernardi hace un análisis reflexivo de sus “diarios del confinamiento”, recuperando emociones como el miedo, la indignación, la rabia, el asombro, la gratitud y el dolor para comprender y construir un conocimiento teórico y político sobre este presente. “¿Podemos analizar un fenómeno del que no tenemos distancia temporal ni emotiva para reflexionar sobre él?” se pregunta Paula que, en la relectura de sus diarios encuentra un “volver a pasar por el cuerpo” y a la vez siente “como todas estas experiencias que ahora hemos naturalizado eran nuevas”. “Si no hubiese comenzado este trabajo de análisis y escritura sobre mi vivencia de la pandemia no habría podido reconocer esta emoción, el dolor que siento”.
Según la filósofa feminista Sara Ahmed (una de las voces que Paula recoge en su tesis), “las experiencias del dolor pueden impulsarnos hacia el feminismo, como una política que se mueve en contra del sufrimiento social y físico”. Y, antes de tomar forma como palabras, tales experiencias se moldean en el cuerpo. Como una relación causa efecto, Audre Lorde dice que tiene que pasar el dolor físico para dar lugar a otro tipo de dolor, “en mi experiencia, no es cierto que primero llorás. Primero te duele, y después llorás”. En ese mismo sentido podríamos decir que lo que duele primero, puede escribirse después.
En Diario del dolor, la escritora mexicana María Luisa Puga da cuenta de esa transición en la que al relatar su relación con la artritis reumatoide como enfermedad, habla del dolor como un sujeto y de ella como sujeta a la incertidumbre de sus designios: “perdí el pasado y el futuro, ambos son irreales. Soy este presente raro y largo que no me permite ver hacia dónde se dirige y en el cual estamos contenidos dolor y yo como incómodos pasajeros de un solitario vagón de tren… No me siento parte de nada más que de mi cuerpo tan raro, tan desconocido y al mismo tiempo tan mi casa, con todo y ese intruso”.
De un modo similar, Paula reconoce que fueron sus “emociones pandémicas” las que la movilizaron para comenzar esta investigación. ¿Tiene la escritura académica la misma potencialidad que la literatura para generar un sentido de lo común? En principio, llevar el registro íntimo al plano de una investigación en ciencias sociales tiene potencialmente otro alcance que el del mero registro individual. En este sentido Paula comparte que “mis inquietudes académicas son siempre parte de una experiencia activista y afectiva colectiva de resistencias feministas sudakas, tortas, trans, travas, bi, no binarias, marikas, indígenas, afrodescendientes, plurinacionales, que entienden el feminismo como un proyecto político que transforma el statu quo con los pies en el territorio, desde una mirada crítica y decolonial.”
Con-tacto: ¿qué se pierde cuándo se pierde un sentido?
En una crónica que expandía la literalidad de uno de los síntomas del COVID, Ana Longoni escribió sobre su experiencia de pérdida del olfato durante la enfermedad para Revista Anfibia en abril de 2020. Allí decía “Hoy me desperté pensando en que perder el olfato era otro modo de encierro. (…) perder el olfato es perder la astucia. La capacidad de intuir y movernos anticipando los movimientos de lxs demás”. En este texto, Longoni habla de la pérdida del sentido del olfato como un agregado y un agravante a la ya perdida posibilidad del contacto: “ya perdimos la posibilidad de tocarnos la piel y hundir los dedos, de hablarnos y escucharnos en vivo, de rozarnos, de mirarnos a la cara”. Y aunque los días de encierro terminaron, quizás recién ahora podemos empezar a reconocer las emociones que nos dejó tanta pérdida.
Hablamos de la muerte, sí, pero también de que recuperar esos sentidos (el gusto y el olfato) y la posibilidad de encontrarnos y estar en contacto cuerpo a cuerpo, no significa que nos encontremos con un mismo modo de sentir y/o nombrar las emociones. Audre Lorde dice que el status de intocable si bien protege mientras aísla, es muy irreal y solitario, “se puede morir de ser así de especial, de frío, de aislamiento. No ayuda a vivir” y a la vez despierta la nostalgia de un tiempo anterior, “empecé a desear el calor de la lucha, el ser como antes aún si mientras tanto el menor contacto amenazara ser insoportable”.
Las emociones que convoca el contacto son contradictorias, eso que añoramos ahora es lo desconocido, provoca ansiedades y hasta rechazo. En el diario del confinamiento, la relectura le permite a Paula hoy, a cierta distancia, “tocar algo de mi que no sabía”. Toda escritura está destinada a un otro, incluso (y en especial en el caso de los diarios) a otro yo, ese que va a intentar leer(se) en un futuro. En el tercer capítulo de su tesis hay una carta a lxs lectores donde Paula comparte la sensación de que la desorientación de muchas de las emociones atravesadas tienen que ver con una falta de educación para decodificar y comunicar nuestras emociones y de tiempo o energía para condolernos por los muertos y todo lo que se fue con ellxs.
En una cercanía que podría ser la de un diálogo, la presencia de Audre Lorde en la tesis de Paula, concuerda con una idea feminista de (auto)cuidado. “El autoestudio y una evaluación de nuestras vidas, si bien son dolorosos, pueden ser viajes fructíferos y fortalecedores hacia un yo más profundo. Porque a medida que nos abrimos más y más a las genuinas condiciones de nuestras vidas, las mujeres estamos cada vez menos dispuestas a tolerar esas condiciones inalteradas, o a aceptar pasivamente controles externos y destructivos sobre nuestras vidas y nuestras identidades”.
La vida en el centro. Escribir para traer el cuerpo a la acción.
¿Pueden estos años de pandemia haber aplacado o adormecido nuestras capacidades de resistencia y de lucha? ¿Cuáles son nuestras necesidades feminizadas y racializadas para encontrarnos y conmovernos juntxs hoy?
“Para seguir estando disponible para mí misma y ser capaz de concentrar mis energías en los desafíos de esos mundos en los que tengo que moverme, tengo que analizar qué significa mi cuerpo para mi” dice Audre Lorde en sus diarios del cáncer y, además, arroja una serie de preguntas fértiles, provocadoras: “¿cuáles son las palabras que todavía no tenés? ¿Qué necesitás decir? ¿Cuáles son las tiranías que te tragás día a día e intentás hacer tuyas, hasta que te enfermes y mueras de ellas, todavía en silencio?”.
La provocación genera inquietud, la transformación del silencio en lenguaje y acción, como propone Lorde, va a estar siempre en tensión con el miedo, porque “hemos sido criadas para temer”. Pero también, como dice Paula en su tesis, retomando las ideas del eco-feminismo y la economía feministas, “volver a poner la vida en el centro es un acto profundamente revolucionario. Es la forma de dotar de sentido también a nuestras luchas más urgentes, nuestras transformaciones cotidianas y nuestras agendas feministas, tanto académicas como activistas, en el mejor de los casos, entrelazadas”. Esta es una invitación a tomar la escritura como una herramienta para dejar pasar las emociones y compartir las inquietudes. ¿Puede el diario íntimo salir de la mesa de luz al encuentro de unx amigx, para combatir las emociones de miedo e impotencia juntxs?.
(*) Las imágenes que acompañan este texto fueron utilizadas en Instagram en @cronica.a2tintas, donde @pausatta publicaba fragmentos de sus diarios de confinamiento en diálogo con las ilustraciones de @bellinailustra (Melina Agostini Medina)