Más allá de las balas y más allá de la intemperie, Ludueña es tierra de resistencia y organización popular. La construcción colectiva del Carnaval de Pocho es un hecho político que demuestra todo lo que pueden los cuerpos-territorios cuando se trata de defender la vida.
Fotos: Juliana Faggi / Carnaval de Pocho
Volver a la raíz: en barrio Ludueña repiten la frase como un mantra. Hace más de un mes se vienen realizando asambleas para organizar lo que será una nueva edición del Cumple Carnaval de Pocho y hace ya veintiún años que el tiempo se detiene para volver a renacer los días 27 de febrero, la fecha en que Claudio Lepratti – asesinado por las balas de la policía en el 2001- cumpliría años.
La Murga de los Trapos, la plaza, la feria, el trabajo junto a las escuelas del barrio, las organizaciones comunitarias: las raíces son las que sostienen la cotidianeidad en Ludueña. Las que construyen los vínculos, las que tejen otro mundo posible, otra posibilidad de habitar el mundo. No es casual: Ludueña fue noticia en las últimas semanas por una escalada de hechos violentos que no ocurren solo en este barrio tan politizado del noroeste rosarino. Pero lo cierto es que las balaceras suceden, aquí, allá, y que las balas que se tiran impactan sobre cuerpos cada vez más jóvenes, edades tan cortas que duelen.
¿Y qué hacer?. La pregunta rebota de barrio en barrio y no hay respuestas. O sí. En Ludueña, más allá de la intemperie, hay abrazos y amores y raíces. Es tiempo de Carnaval y aunque duela cada hueco del cuerpo-territorio-, celebrar la vida se convierte en ese mantra necesario para seguir estando, para seguir andando.
“Este año retomamos la presencialidad, el año pasado el carnaval fue itinerante debido a la pandemia, queremos reencontrarnos y habitar nuevamente ese espacio ganado que es la plaza, nuestra tierra común”. Las voces se van entrelazando mientras transcurre la charla en el Bodegón de Pocho. Varón, Erica, Emilio, Dafne, Vanesa, Alejandra y varios más imaginan, sueñan, reflexionan y dicen: “estamos siendo carnaval en este momento, con las adversidades de siempre por el contexto, por el momento político. Lo que observamos es que hay una ruptura de las organizaciones en los territorios, que está costando organizarse, por eso es una convicción política poder hacerlo”.
Pensar el carnaval supone una construcción social y política que se hace colectivamente junto a muchas otras organizaciones que no son de Ludueña y también familiares atravesados por la violencia estatal. “Tenemos altibajos, discusiones, debates”, pero lo cierto es que la palabra circula en ronda en cada asamblea y eso posibilita la organización. Después, todo es carnaval: el desfile de murgas, la feria popular en la plaza, los distintos talleres, los recitales en el escenario, la quema y la mística del Momo/Moma/Mome. “Es muy importante entender que la apuesta por el carnaval es mucha. Este año se está llevando adelante el juicio por la desaparición y muerte de Franco Casco y articulamos también con su familia, con esos espacios y eso no solo significa hacer memoria. Es también ver qué presencia está teniendo el Estado en los territorios, cómo revienta a los pibes, cómo hay un silencio que es también complicidad”, dice Varón Fernandez.
Habitar el territorio frente a la intemperie
Dos años de pandemia: primero el aislamiento obligatorio. Después, el distanciamiento social. En los barrios se multiplicaron las estrategias de sobrevivencia de las organizaciones comunitarias para hacer frente a un Covid-19 que implicó, también, mayor pobreza, mayor desempleo y mayor crecimiento de la narcocriminalidad. Las calles solitarias y las plazas vacías. Había, hay, que volver a habitar el territorio y en Ludueña, entre otras cosas, eso significa carnaval: “el cuerpo-territorio es importante, es volver a llenar la plaza, nuestra tierra común, de potencialidad. Volver a la quema del Momo que el año pasado no lo hicimos. Necesitamos volver a ese rito de pasaje que nos nutre y nos llena el alma de poder empezar un año, ese pasaje mítico que nos conecta con un nuevo comienzo y nos empodera, a nosotrxs, al barrio, a las organizaciones”, cuenta Érica que lleva más de la mitad de su vida participando del carnaval.
Es que la historia dolida de Ludueña tras el asesinato de Pocho tiene la marca de este espacio-tiempo que ocurre en Febrero. “Carnaval es una marca de sangre y fuego”, dicen en el barrio. “Nuestro cuerpo es territorio y nuestro cuerpo no lo viene pasando bien. Y lo que pasa acá, pasa en todos los barrios. El Estado y la política para la muerte, nos esta haciendo pensar que esas muertes no tienen historia, no tienen vida, no son personas”, expresa Vanesa con dolor. Días después de esta charla algunos medios titulaban “violencia sin fin en Ludueña”, tras una seguidilla de balaceras con al menos 7 heridos, tres crímenes y una comisaria tiroteada. Pero Ludueña -más allá de los titulares noticiosos- es organización que llena de vida sus calles y su plaza. Es la tierra de esxs muchxs que cada febrero se encuentran para expandir las raíces de las que Pocho hablaba: “Hace un tiempo nos encontramos en la agenda de Pocho con una frase que decía “no hay hojas, no hay flores, no hay frutos, sostengamos las raíces”.
¿Cómo se sostiene -entonces- un carnaval durante 21 años?. Con raíces, con memoria colectiva. “El carnaval no es un show, es una construcción que se politiza, es volver a la fiesta de la carne que tiene que ver no solo con el encuentro si no con lo que significa llegar hasta el límite del fuego para empezar un año distinto”, sostiene Emilio.
Superar la soledad
“Carnaval de la intemperie, de los pueblos y de los amores, enraizado en el fuego, el barro y en nuestras memorias colectivas, que festejan, denuncian y bailan”
La frase que es consigna y bandera se construye todos los años en torno al carnaval. Es el lema que identifica con fuerza el sentir de cada 27 de febrero. Esta vez, el carnaval además de ser del fuego, del barro, de la raíz, es también de la intemperie. Porque en las calles de Ludueña todavía se lloran las muertes de los pibes del barrio. Como lo fue hace cinco años atrás, cuando una bala de plomo impactó en la espalda de Kevin que tenía solo 16 años. “Nos negamos a naturalizar la muerte de nuestros hijos”, decía Varón por aquel entonces. El 26 de enero de este 2022, Agustín de solo 17 años era acribillado a tiros a metros de su casa y a una cuadra de la Comisaría 12. En una nueva balacera en Rosario, hace pocos días resultaba herido Samir de 8 años.
Entonces sí: la intemperie. “Estar a la intemperie es reconocer y enfrentarnos a políticas de muerte, es estar expuestos a las balas que nos llueven a diario, a tener que encontrar los cuerpos de nuestros hijos y amigos en el río, ese río que debería ser fuente de vida”, señala el manifiesto que convoca al Carnaval los días 26 y 27 de febrero. Ante la pregunta, Varón opina: “Nos remite a la nada, al silencio, al vacío. La intemperie de cómo estamos nosotros, de cómo estuvimos en pandemia, o después. Hoy la intemperie también tiene que ver con lo que significa en el barrio, el barrio a la intemperie. ¿El Estado acompaña o no acompaña?. El Estado parece que no está, o es la forma en cómo está en el barrio. ¿Qué supera la soledad, la desidia, la intemperie, el olvido? ¿Qué tenemos nosotros como organización? Nos hacemos cargo que hay un lugar que salva o que debería salvarnos que tiene que ver con el trabajo colectivo. La situación del barrio, o los barrios a la intemperie nos juega fuerte y hoy más que nunca. Y acá en Ludueña particularmente porque es el único carnaval que se sostiene durante tanto tiempo con un posicionamiento político”.
Frente a la desidia, al silencio y al olvido, en el barrio responden con la alegría y la rebeldía de siempre, la que lleva como ritual la construcción colectiva del Mome. El rito que se hace mística cuando el fuego arde al final de la noche. Este año, Mome llevará los símbolos de estos 21 años de historia de carnaval. “Mencionamos a un montón de vecinxs, de pibes y pibas que vienen siendo asesinadxs por distintas fuerzas. No vamos a ser tan explícitos, pero eso es hablar de la precarización de la vida. El Mome tiene las marcas que vamos a llevar siempre y tiene que ver con lo que sucede en nuestro barrio, con las luchas que venimos abrazando y que son parte nuestra, de la memoria. Carnaval es raíz y nuestros cuerpos andando y resistiendo también son raíz, entonces traemos nuestros cuerpos al carnaval, son cuerpos presentes”, dice Érica.
El carnaval de la plaza
Alrededor de la plaza Pocho Lepratti confluye la vida. Durante estos dos días, desde la mañana temprano hasta la tarde noche, el carnaval tendrá diferentes actividades y momentos: los talleres, los espectáculos en el escenario, la quema del Mome y la feria popular. “Los vecinos siempre preguntan si va haber carnaval. Siempre lo esperan. Hay gente que va y se siente a ver el espectáculo, se arrima a tomar mate. “Nunca hubo una fiesta así en el barrio, tan grande”, te dicen. Te devuelven el afecto incluso después de carnaval”. Para Varón, estos 21 años de carnaval no podrían haber existido sin ese todes colectivo, popular, barrial. De hecho, uno de los talleres de este año será el de Cumbia Cruzada que lo coordinará un grupo de baile del barrio que ensaya en la plaza. “Los vecinos son y se sienten parte del carnaval”, dice Varón. Otro taller será el de hip hop que convoca el interés de muchos jóvenes y el de huerta y cuidado de la alimentación, entre muchos otros.
La convocatoria al Carnaval de Pocho es popular y necesaria: se trata de celebrar la vida allí donde tantos intentan imponer la muerte y la violencia. Se trata de renacer aunque el dolor atraviese el cuerpo de un territorio que se organiza, siempre, más allá de la intemperie.