Productoras agropecuarias de la provincia de Entre Ríos eligen la agroecología como modo de producir alimentos, un paradigma amigable con el ambiente y socialmente inclusivo en pugna con un sistema convencional que es, en parte, responsable del calentamiento global.
Autora: Florencia Luján y Equipo de Edición Fotos: Julieta Bugacoff (
Esta historia forma parte de “Territorios y Resistencias” la investigación federal y colaborativa de Chicas Poderosas Argentina, que fue realizada entre octubre y diciembre del año 2021.
El primer rayo de sol de esa mañana, en la primavera austral, impacta sobre el asfalto en mal estado que tiene la ruta provincial N° 20. El pronóstico anuncia una temperatura máxima de 40°C para la jornada. Un cartel de chapa, con fondo verde y letras blancas, avisa sobre la cercanía de la localidad de Basavilbaso, ubicada al sur de la provincia de Entre Ríos, en el Litoral de Argentina, a 300 kilómetros de Buenos Aires.
Como en la mayoría de las zonas vecinas, la agricultura y la ganadería son las principales actividades económicas de la población de Basavilbaso, que de acuerdo a cifras del último censo de 2010, ronda los 10.000 habitantes.
El modelo agroindustrial predominante en Argentina está basado en un paquete tecnológico que tiene tres patas: la siembra directa, las semillas modificadas genéticamente y el uso intensivo de agroquímicos. Este sistema tiene impactos socioambientales, tanto en los territorios como en las personas que los habitan, menciona el informe “El modelo agroindustrial actual: mal de muchos, negocio de pocos”, publicado en enero de 2020 por la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN).
La agroindustria argentina es, además, una gran emisora de los gases de efecto invernadero que producen el calentamiento global. Según datos oficiales obtenidos del inventario de gases de efecto invernadero, el sector aporta el 37% de las emisiones totales del país.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) reconoce a la agroecología como una solución a la actual crisis climática, ya que fortalece la biodiversidad, cuida la fertilidad de los suelos, reduce la explotación de los recursos naturales y ayuda a la mitigación y adaptación al cambio climático. Así lo explica en el documento “Los 10 elementos de la agroecología”, publicado en 2018.
En este contexto cobran relevancia las iniciativas para producir, comercializar y consumir alimentos bajo otro paradigma productivo como es el agroecológico, que se apoya en una perspectiva de desarrollo sostenible y busca generar hábitos más amigables con el ambiente.
Gladys Ulrich (Aldea San Antonio), Sabrina Fornara (Concepción del Uruguay), Victoria Veronesi (Gualeguaychú) y Laura de Torres (Crespo) son cuatro productoras agropecuarias entrerrianas que eligieron el camino de la agroecología como una respuesta posible a los desafíos que plantea la crisis climática global.
En primera persona
Gladys Ulrich tiene 47 años y no recuerda cómo le llamaban antes a la agroecología, pero sabe que en su familia se trabajó siempre la tierra bajo ese paradigma: “Mis abuelos y padres nunca necesitaron de químicos, solo de la naturaleza y la lluvia”, comenta. Desde hace tres años tiene un emprendimiento familiar llamado “Clauvise” dedicado a la producción y comercialización de plantines y hortalizas en Aldea San Antonio, una localidad ubicada en el Departamento Gualeguaychú de la provincia de Entre Ríos.
El proyecto fue creciendo con el objetivo de generar conciencia sobre el impacto negativo que tiene en el ecosistema el modelo agropecuario predominante. De a poco, el proyecto estableció lazos con otras localidades como Seguí, Viale y Crespo, donde vende algunas de las mercaderías que elabora. Clauvise tiene una superficie de una hectárea y media de campo donde se plantan, según las estaciones, zapallitos, repollo, cebolla, cebolla de verdeo, acelga, calabaza y durazno. A eso se le suman productos que se realizan a partir de las sobras de esas hortalizas y frutas, como conservas y mermeladas.
“Por ahora no vivimos de esto, tenemos más o menos cincuenta clientes, pero creemos que es un modelo rentable porque todo nos lo da la naturaleza”, explica Gladys, que es quien se encarga de sembrar, regar, producir y comercializar.
Ella cuenta que en un futuro no tan lejano desearía poder llegar a vender a las verdulerías y tener un sector en esos comercios con oferta agroecológica: “También me gustaría salir a dar charlas y visibilizar aún más esta problemática”, agrega.
Desde hace unos años Gladys participa de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), una organización que nuclea a más de 22 mil familias productoras de alimentos y que está presente en 18 provincias argentinas, entre ellas Entre Ríos. Para Gladys, el trato con otros “compañeros” productores agroecológicos le genera una relación “muy enriquecedora e inspiradora” para nutrir y hacer crecer el emprendimiento familiar que dirige.
Pero ella no es la única mujer que emprendió el camino de la agroecología en Entre Ríos. Sabrina Fornara tiene 35 años y siente que, quizá, nació en una época equivocada. “La sociedad te hace creer que se necesitan muchas cosas para vivir, pero en realidad lo que se necesita son buenas cosas, buenos vínculos y experiencias”.
Sabrina forma parte de la Cooperativa de Trabajo Gurises del Barro ubicada en Concepción del Uruguay, donde a través de la agroecología y la permacultura -sistema de diseño de un uso sustentable de la tierra- buscan a futuro “generar la transformación del modelo de producción agropecuaria convencional”.
Dentro de la cooperativa cumple la función de tesorera, pero al igual que las otras 13 personas que la conforman, también trabaja la tierra. De esta labor dice que lo que más le gusta es regar, porque puede detenerse y ver cómo están las plantas. “Si bien no paso todos mis días en el campo, mi actividad permite que mis compañeros puedan trabajar en él sin preocuparse. Aún así mis manos también están en la tierra: podando, cosechando y trasplantando”, explica Sabrina.
Gurises del Barro también forma parte de la UTT, por lo que comercializan su producción frutihortícola agroecológica en el Almacén de Ramos Generales que la entidad tiene en la ciudad. Sabrina aclara que no tiene bases económicas para responder si el modelo de producción agroecológica es rentable, pero agrega: “Es totalmente redituable la agroecología porque el paquete tecnológico que te venden para producir de forma convencional está en dólares. Decime, ¿quién puede hoy comprar algo en dólares?”. En Argentina, tanto la relación de cambio en el mercado oficial entre el dólar y el peso local como la existencia de cotizaciones no oficiales de esa moneda dificulta cualquier actividad dolarizada para la mayoría de la población, excepto para una elite.
En la actualidad, Gurises del Barro pasa por una situación que atraviesan también muchos productores y productoras agropecuarias: no cuentan con un espacio propio y esa falta de acceso a la tierra los hace estar en constante mudanza. Sentada en la mesa del comedor de su casa, Sabrina sueña con los ojos abiertos en un futuro en donde puedan tener su propia colonia agrícola y dedicar muchas hectáreas a producciones colectivas.
Laura de Torre también eligió la agroecología como forma de vida y trabaja en la huerta comunitaria de Crespo. Para ella, este sistema de producción ayuda a tomar conciencia sobre los recursos: “Hace años se ven los daños que produce el actual sistema. El uso del suelo, los desmontes desmedidos, las fumigaciones, la desertización del suelo por el tipo de cultivo, a todo eso la agroecología lo evita”.
Laura contó que se trata de un camino que no está exento de dificultades y que es, en buena parte, de “prueba y error”. “Es aprender a trabajar e ir probando, es prueba y error con los remedios caseros y los métodos naturales para evitar plagas y hongos que son los mayores problemas”, explicó.
Victoria Veronesi, de 42 años, es oriunda de Pozo del Tigre, en la provincia norteña de Formosa, pero hace seis años vive en Pueblo General Belgrano, otro municipio del Departamento Gualeguaychú, en donde se dedica a la apicultura desde una perspectiva agroecológica. “Junto a mi compañero e hijos nos pusimos a regenerar una tierra, estamos haciendo pasturas, sembramos poroto y así tratamos de devolverle vida a unas tierras que fueron quedando desocupadas por sobrepastoreo”, explica.
Su emprendimiento familiar se llama “La loma de los quinotos”, donde trabaja con un par de colmenas rigiéndose por los principios de la agricultura regenerativa, que consiste en la conservación y rehabilitación de los sistemas alimentarios y agrícolas. Además tiene una huerta familiar y el excedente lo comercializan en su barrio, y sumado a eso está intentando recuperar la salud de frutales muy viejos, porque para ella: “Volver a la tierra es recuperar las voces de los campesinos que todavía viven”.
En cuanto a los desafíos que presenta hoy el modelo de producción agroecológico, Victoria opina: “Una de las mayores dificultades tiene que ver con el acceso a las herramientas que permitan cosechar una producción a pequeña escala”. Además cuenta que no es propietaria de la tierra en la que hoy trabaja junto a su familia y que tienen la posibilidad de alquilar ese terreno.
“Entre Ríos pasó de ser una provincia con un paisaje verde a un terreno monotemático de soja, esa diversidad de cultivos que la representaba se perdió, como sucedió en un montón de localidades”, expresa desde su tierra. “Los pequeños chacareros fueron cediendo sus terrenos a pools de siembra, o no pudieron trabajar porque la comercialización de granos en el agronegocio implica un acceso a cierta tecnología que dejó afuera a un montón de gente. Son los resultados de un sistema capitalista perverso que es impuesto y regado por multinacionales y por Estados que bancan y fomentan esos proyectos”, concluye.
Agroecología, una solución a la crisis climática
Contaminación, erosión de los suelos, pérdida de la biodiversidad y cultivos, sequías, inundaciones e incendios forestales son los efectos más alarmantes del cambio climático para la región del Noroeste argentino, relacionados al modelo agropecuario predominante. Así está explicado en el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero de 2019, una especie de “foto” que ilustra cuán contaminante es cada sector productivo.
De acuerdo al último Censo Nacional Agropecuario 2018, en Argentina 5.277 establecimientos agropecuarios utilizan prácticas agroecológicas, sobre un total estimado de 250.000 explotaciones. Esto significa que una de cada 50 explotaciones agrícolas del país trabaja bajo un paradigma productivo alternativo.
A modo de paraguas para contener y multiplicar este tipo de iniciativas, en el año 2016 se creó la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (Renama), un entramado de actores productivos, académicos y estatales hoy presente en unas 40 localidades argentinas -y a la que adhieren municipios como Gualeguaychú- que reúne a unos 200 productores que trabajan bajo el modelo de producción agroecológica, sobre 100.000 hectáreas de campo.
En el informe Legislar para promover la agroecología en América Latina y el Caribe (FAO) se expresa que “rediseñar los sistemas agrícolas para que éstos transiten hacia la sostenibilidad demanda un marco de seguimiento y evaluación integral”. Y agrega: “En el caso particular de las transiciones socioecológicas (…), el seguimiento y la evaluación tienen que contar con marcos integradores, que consideren las dimensiones ecológicas, así como las socioeconómicas, culturales y políticas de la agroecología”.
Eduardo Cerdá es ingeniero agrónomo, fue uno de los precursores de la agroecología en Argentina y participó como fundador de la Renama. En la actualidad es Director Nacional de Agroecología del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de Nación.
Cerdá explica que la transición del modelo de producción tradicional al agroecológico primero debe pasar por la cabeza, y luego por el corazón. “Desde la elección del alimento o bebida que consumimos y construímos, damos lugar o apoyamos a distintos modelos de producción, es decir: al elegir cada día nuestro alimento, también elegimos un paisaje”, señala el ingeniero agrónomo.
Dos modelos
El 11 de agosto de 2020 se oficializó la creación de la Dirección Nacional de Agroecología, que tiene como principal objetivo intervenir en el diseño e instrumentación de políticas públicas, programas y proyectos que promuevan la producción primaria intensiva y extensiva bajo el paradigma de la agroecología.
Desde su lugar como responsable de esa dependencia, Cerdá se mostró consciente del camino que aún falta recorrer así como de lo que significa luchar contra mitos instalados como que la agroecología no tiene buenos rindes económicos. En relación a las problemáticas que presenta este sistema de producción en la actualidad, agregó: “hay mitos que se instalan como que la agroecología lleva más trabajo o de que no se van a obtener los mismos rendimientos. Son mitos, miedos que siempre tiene la sociedad cuando algo cambia”.
En relación al papel que le toca al Estado como promotor de esta forma de producción, dijo que hace falta avanzar hacia el fomento de la agroecología con más y mejores leyes: “La agroecología puede ser escalable y puede poner a Argentina en otro lugar en el mundo, vendiendo alimentos y no comodities”, argumentó.
Daniela Analía Gómez, ingeniera agrónoma y parte de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (Socla), explicó que la primera diferenciación entre el modelo de producción agroecológica y el convencional es que “se ve al suelo como un componente vivo más, al igual que las plantas y los animales”. “Uno de los principales objetivos de la agroecología es restituir esa vida al suelo, mientras que los químicos que utiliza la agricultura tradicional lo único que hacen es matar esa vida”, agregó.
Sobre si todo lo que se enuncia bajo la palabra “agroecología” está bien, dijo: “Las implicancias del modelo agroecológico son siempre positivas, sólo hay que tener en cuenta que cada región es un mundo aparte, por eso no se puede utilizar una misma receta en todos lados, como sí pasa en la agricultura tradicional”. “La agroecología requiere de un trabajo de investigación y no se puede manejar desde una oficina, ahí es donde se ve si las técnicas utilizadas dan resultados, quizá lo negativo es que se necesita de gente en el campo”.
Respecto a los avances del modelo de producción agroecológica por sobre el modelo convencional, la especialista remarca que es necesario “reescribir la historia y cambiar los sistemas de medición e incorporar otras variables que no están”. “Hay nuevos modelos estadísticos que permiten transformar ese vínculo en algo cuantificable y cualitativo, pero estoy convencida de que este modelo va a sustituir al otro, porque hace años vemos que no se puede aumentar el uso de químicos”.
Agroecología en clave ecofeminista
Según el informe de la FAO “Las mujeres alimentan al mundo”, las mujeres son responsables de la mitad de la producción global de alimentos y representan el 43% de la mano de obra agrícola en los países en desarrollo. “Si tuviesen el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres, podrían producir entre un 20% y un 30% más de alimentos en el mundo, lo que equivale a cuatro veces la población de la Argentina”, complementa el documento.
El ecofeminismo propone la fusión de dos movimientos sociales, el ecologista y el feminista, para aportar una mirada sobre las necesidades de la población desde la perspectiva del cuidado, para construir una sociedad más sostenible e igualitaria. “Es un paradigma inspirador para pensar e implementar un proyecto político basado en la equidad y la sustentabilidad a partir de experiencias y luchas de las mujeres que vienen resistiendo y generando alternativas al capitalismo, al patriarcado y al colonialismo”, escriben Silvia Papuccio de Vidal y María Elena Ramognini en su libro «Teoría y praxis del ecofeminismo en la Argentina».
La soberanía alimentaria, por su parte, supone “el derecho de cada pueblo, comunidad y país a definir sus propias políticas agrícolas, alimentarias y agrarias (…) que sean ecológicas, sociales, económicas y culturalmente apropiadas a sus circunstancias”, según explica el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Esto incluye “el derecho real a la alimentación y a la producción de alimentos (…) seguros, nutritivos y culturalmente apropiados”.
Las historias de Gladys, Sabrina, Victoria y Laura visibilizan cómo a través de sus labores, desde la agroecología y el ecofeminismo, se tejen redes de cuidado del medioambiente y también propuestas de solución al cambio climático.