La historia de Lila Mansilla. Su hija, Yanina García de 18 años, fue una de la nueve personas asesinadas en la represión del 2001 en la provincia de Santa Fe. Veinte años después, Lila, su nuera, su nieta y sus vecinas cocinan para 40 familias del barrio donde vive. Transformó su casa en el comedor Solidaridad y el dolor, en una ayuda para sobrevivir.
Lila Mansilla recuerda. Piensa. Vuelve sobre sus memorias y ratifica: el 19 de diciembre de 2001 el clima estaba raro. Y eso en el barrio se sentía. Los noticieros empezaban a hablar de disturbios en distintos puntos del país pero en la zona oeste de Rosario, donde el barrio Bella Vista se corta con las vías del Ferrocarril Belgrano, el clima enrarecido se palpaba en el aire. “Ese día había mucho disturbio en el barrio, mucho quilombo. La gente pasaba con bolsas de comidas, mercaderías, y corrían de un lado al otro”, describe.
Lo que no sabía Lila Mansilla en ese momento era que el clima que se percibía era la tensión acumulada de un montón de gente que ya no podía parar la olla, y que esa tensión iba a ir escalando hasta transformarse en una brutal represión policial frente a un supermercado ubicado a una cuadra de su casa, y que en esa represión una bala de plomo iba a alcanzar a su hija, Yanina García, de 18 años, que se había asomado a la vereda a ver qué pasaba. Tampoco sabía Lila que, 20 años después, ella sería la responsable de dar un plato de comida a mucha gente del barrio que, al igual que en el 2001, sigue sin tener cómo parar la olla.
Ahora, sentada bajo una enredadera que oficia de techo y contención frente al sol calcinante de las tardes de diciembre, Lila despliega los elementos con los que en un rato cocinará para unas 40 familias, la mayoría de ellas con más de tres chicos. Suelen hacer guiso pero hoy hace mucho calor, quizás arroz con verdura; calcula que deberá hacer unos 12 kilos para la cantidad de gente que suele venir. Habla bajo, con tono cansino. Comenta, con pesar, que en los últimos meses también se acercaron muchos abuelos a buscar su ración, algo que hace rato no veía.
– Hay mucha necesidad. La comida no se le puede negar a nadie.
Bajo esa premisa, Lila y “las chicas” redoblan esfuerzos para cumplir con una demanda creciente usando los mismos recursos de siempre. O menos. Las chicas son sus colaboradoras: su nuera, algunas vecinas; su nieta Brenda, la hija de Yanina. Todas mujeres. Todas mujeres que cocinan dos veces por semana sin día fijo: “A veces ponemos un cartelito afuera pero no hace falta. La gente se entera”.
Antes también daban la leche tres veces por semana para los chicos de la zona, pero con la pandemia debieron cambiar la modalidad y empezaron a repartir bolsones con leche, azúcar, yerba y algún cacao como para preparar chocolatada. Desde Provincia reciben una ayuda que se divide en parte para armar los bolsones y parte para el comedor. Pidieron recursos al Municipio en distintas oportunidades, pero la respuesta fue que estaban saturados. “Por ahí hacemos algunas rifas como para comprar la garrafa y no tener que prender el fuego”, cuenta Lila señalando las maderas que escasean bajo un parrillero.
Pese a las dificultades diarias, con la incertidumbre de no saber si esta vez el guiso va a alcanzar para todos, Lila no se arrepiente del momento en que decidió transformar su casa en un comedor barrial. “Esto me sacó de un pozo depresivo en el que yo estaba. Empecé a trabajar con la gente”, recuerda y se queda pensando: “Yanina iba a todos los comedores que había. Hacía teatro, cursos, estaba en todas. Había un centro comunitario que está acá cerca y ella colaboraba en todo lo que podía”.
El comedor tuvo distintas sedes y ahora tiene intenciones de volver a mudarse. Esta vez, a unos pocos metros, apenas cruzando la calle, donde de a poco fueron levantando un galponcito para terminar de institucionalizar el lugar. Todavía falta mucho, por eso empezaron a pedir ayuda a la comunidad para conseguir los materiales necesarios y así terminarlo. Desde afuera se ve el cartel con la palabra “Solidaridad” que anuncia el nombre del comedor. “Mientras tanto yo hago la comida acá, les hago hacer la fila a los chicos ahí en el pasillo y reparto dos veces a la semana. Estoy trabajando con una organización con la que salimos a pedir a todos lados para poder cocinar. Y eso es mucho, porque yo cocino dos veces por semana y cualquier ayuda es bastante”.
Balas de plomo
El día en que la asesinaron Yanina estaba bañada y cambiada en la casa de su madre. Junto a Ramón, su pareja, planeaban ir al centro de la ciudad a comprar un cochecito para Brenda, que en ese entonces tenía dos años. Nunca llegaron a salir.
A una cuadra y media por la misma calle, un grupo de vecinos concentraba frente a un supermercado porque habían prometido que repartirían mercaderías. O al menos ese rumor se corría en el barrio, cuando los saqueos venían ocupando las tapas de los diarios y rellenando espacio televisivo desde hacía varios días. Para las seis de la tarde la policía llegó al lugar y empezó a reprimir. Los vecinos denunciaron que se escuchaban disparos por todos lados y que la policía disparó a mansalva. Muchos sospechan que la promesa de comida no fue más que una emboscada.
Bullicio, disparos, griterío. Yanina salió a la vereda a ver qué ocurría junto a su suegra. Desde la puerta se veía el tumulto de gente. Su pareja avanzó todavía unos metros más adelante en dirección al supermercado.
– Coca me pegó algo acá en el pecho
– Tranquila, Pichuca. Es una bala de goma
Pero al instante Yanina se desvaneció. Entre familiares y vecinos la subieron a un auto para llevarla al Hospital Carrasco. Ahí se dieron cuenta que el impacto no era el de una bala de goma, sino de plomo. Yanina tuvo dos paros cardiorespiratorios y la trasladaron al Hospital Centenario, donde falleció entrada la noche.
Lila recuerda que su hija tenía miedo de lo que estaba pasando y que le había advertido a su padre que esos días no vaya a trabajar, que con el quilombo que había no valía la pena arriesgarse por lo poco que pagaban. “Eran tiempos de mucha miseria. Así que mirá si no va a ir la gente a los supermercados si están prometiendo mercaderías y bolsones. Pero ellos ni se habían acercado, estaban en la puerta de casa”, describe sobre ese día.
La investigación judicial por el asesinato de Yanina estuvo repleta de irregularidades que terminaron cerrando la causa de forma impune: absolvieron a los 11 policías involucrados. De hecho, al día de hoy no se sabe quién efectuó el disparo de escopeta que terminó con su vida.
Desde la Comisión Investigadora No Gubernamental de Crímenes de Diciembre Negro denunciaron la falsificación de pruebas con la intención de ocultar la participación policial. Según los informes policiales solo intervinieron en el lugar agentes de la comisaría 13º y del Comando Radioeléctrico, cuando el aporte de los testigos y las propias filmaciones televisivas demuestran la participación de otras seccionales.
La investigación judicial por el asesinato de Yanina estuvo repleta de irregularidades que terminaron cerrando la causa de forma impune: absolvieron a los 11 policías involucrados. De hecho, al día de hoy no se sabe quién efectuó el disparo de escopeta que terminó con su vida.
En las declaraciones indagatorias todos los policías negaron haber utilizado balas de plomo y no surgieron detalles que pudieran incriminar a otro policía. Sin embargo Yanina fue alcanzada por un perdigón de plomo disparado por una escopeta calibre 12.70 dirigido de adelante hacia atrás, de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha, según revela la autopsia.
El libro “20 diciembres impunes”, recientemente publicado y que recopila el trabajo de la Comisión da cuenta de que el 19 de diciembre de 2001, después de las 14 horas, hubo “un cambio en la acción policial” en todos los puntos de conflicto de Rosario y que la Unidad Regional II “actuó orgánicamente y bajo la orden de reprimir el reclamo social, con armamento de fuego disuasivo y letal”.
En el informe también se apunta la responsabilidad política del entonces gobernador Carlos Reutemann por mandar a reprimir, a través de su secretario de Seguridad, Enrique Álvarez. Esto se demuestra a partir de distintos testimonios y expedientes judiciales “donde se manifiesta una actitud tensa pero pacífica de vecinos y vecinas y principios de acuerdos en la entrega de mercadería por comerciantes, que concluyen con una represión desmedida por parte de la policía; la falta de entrega de alimentos por parte del gobierno provincial el 19 de diciembre; y una policía acuartelada 72 horas antes”. Asimismo se denuncia el aporte de “datos deliberadamente erróneos sobre el personal, los móviles y el armamento utilizado en distintos lugares” y la “obstrucción sistemática de las actuaciones en procura de la impunidad”.
Promesas incumplidas, reparación histórica
La represión policial del 19 y 20 de diciembre de 2001 dejó un saldo de 39 muertos en todo el país. En la provincia de Santa Fe fueron nueve: Yanina García (18 años), Graciela Acosta (35), Juan Alberto Delgado (24), Rubén Pereyra (20), Walter Campos (15), Ricardo Villalba (16), Graciela Machado (35), Claudio “Pocho” Lepratti (36) y Marcelo Passini (35).
En 20 años de presencia en las calles reclamando justicia y el pedido de los familiares para que no se caigan las causas, solo dos de los crímenes tuvieron condenas. La causa por la muerte de Pocho Lepratti culminó con una pena de 14 años de prisión para el policía Esteban Velázquez, que ya fue cumplida. En libertad, Velázquez se metió en la vida política de Arroyo Seco como militante del PRO, espacio por el cual en 2015 Reutemann renovó su banca a senador por la provincia de Santa Fe. Velázquez cuidó sus votos como fiscal partidario.
La otra causa que logró una condena fue la del asesinato de Graciela Acosta: el oficial Luis Armando Quiroz fue condenado a 11 años de prisión. Para lograr esa condena fue fundamental el testimonio del periodista Marcelo Nocetti, quien cubrió los disturbios para la radio LT8 en la localidad de Villa Gobernador Gálvez. Cuando llegó al lugar un oficial lo reconoció: cumplía servicios de vigilancia en el hospital donde trabajaba su esposa. El diálogo que mantuvieron fue reproducido en varias ocasiones:
– ¿Las pistolas tienen balas de goma? – preguntó el cronista
– A estos negros de mierda si no los paramos con balas de verdad no los paramos con nada – respondió el oficial.
Al reclamo de justicia también se sumaron pedidos de reparaciones históricas. Lila fue recibida por dos presidentes: Néstor Kirchner en primer lugar y Alberto Fernández el pasado 19 de diciembre, cuando fueron convocados a participar de un acto homenaje en Casa Rosada. Allí viajó junto a otros familiares de víctimas para el descubrimiento de una placa conmemorativa emplazada en el ingreso a la Casa de Gobierno.
“Creímos que lo mejor era que cualquiera que entre por la puerta principal de esta Casa de Gobierno pueda ver los nombres de los que en aquellos días perdieron sus vidas. Que los recuerden los que entran a visitar y a trabajar, desde el Presidente hasta el último ciudadano”, planteó Fernández en su discurso. También anunció el envío de un proyecto de reparación económica al Congreso de la Nación para todas las familias de las víctimas del 2001, que finalmente fue remitido el 20 de diciembre por la noche.
Esa suerte de indemnización ya había sido prometida por Kirchner, pero nunca se cumplió. Lila guarda las fotos que se sacó con Néstor y cuenta que también se sacó con Alberto Fernández. Pero el recuerdo que más valora de ambos encuentros es el diálogo que mantuvo con los dos mandatarios, y que reproduce casi de memoria: “Les hice acordar de la muerte de mi hija y les dije que todavía están en deuda conmigo y con mi nieta. Porque no fue una muerte común, fue un asesinato en manos de la policía”.
La diferencia entre ambas conversaciones es el paso del tiempo. Lila tiene 56 años, tenía 36 cuando asesinaron a Yanina. Brenda tenía 2 cuando asesinaron a su madre, hoy tiene 22 y también es madre de un bebé. Hoy Yanina sería abuela.
“Lo que le dije a Kirchner también se lo dije a Fernández. Pero mi nieta ahora tiene 22 años. Ella siempre me dice que es todo mentira y que no van a cumplir. Y me reta porque yo ando haciendo reclamos, pidiendo justicia. Pero yo voy a dejar de reclamar recién cuando no esté más. Mientras pueda y las piernas me den fuerzas voy a insistir. Porque es algo que le debo a mi hija y que ellos me deben a mí”, relata entre lágrimas.
Un mural en su recuerdo
En la Plaza De Las Luces Yanina García tiene su propio mural. Son dos retratos suyos acompañados por distintos mensajes de sus seres queridos:
“Pichuca, un amor a la distancia. Nos dijimos hasta luego y no volviste. Sonrieron tus labios y partiste. Ese día tan claro de repente oscureció y un profundo dolor en nuestro pecho quedó. Pero escúchame, Pichuca, quisiera volverte a ver, que haya sido un mal sueño y tenerte otra vez. Mimi”.
“El cielo está de fiesta, el cumple de un ángel”.
“Tía te llevo en el corazón. Milu”.
“Nunca me fui, no me olviden. Yanina García”.
Al mural lo retocan todos los años, esta última vez con una pintura más duradera. Desde el Municipio se comprometieron a que esa pintada quede fija, sin que nadie pueda volver a pintar sobre esa pared. El homenaje se hizo al poquito tiempo de su fallecimiento y desde entonces es el lugar de encuentro cada 29 de abril, la fecha de su cumpleaños. Familiares, amigos y vecinos del barrio se juntan a matear para recordarla. Lila suele decir unas palabras en su memoria.
Para los que no conocieron su personalidad, la describe como alguien alegre, inquieta, “el alma de la casa”. Para los que no la conocieron físicamente, dice que miren a su hija: el parecido es increíble. Para los que no conocieron sus ideales, les dice que se acerquen al comedor, ahí está parte de su legado y lo que se construyó para combatir el dolor.