Qué parió el 2001 y cómo se cocinaron diversas experiencias que irrumpieron en la vida cotidiana trastocando lo conocido. Un caleidoscopio de respuestas grupales y creativas: el club del trueque, asambleas barriales, piquetes, organización cartonera, ollas populares, comedores comunitarios, empresas recuperadas, arte callejero. Lo asambleario como forma de construcción y la politización de la vida.
Foto de portada: Edu Bodiño
Es domingo y es 2021. En el escenario leen el documento escrito por la ´Asamblea del 19 y 20 de diciembre´. De fondo se prepara La Pocilga Rock de Barrio, aquella banda de Ludueña que surgió de Los Rope, uno de los grupos de jóvenes que se organizaron alrededor de la Vicaría Sagrado Corazón motorizada por el padre Edgardo Montaldo. El lugar de la convocatoria no es casual: el escenario está armado en la plaza del Foro en diagonal a la entrada de Tribunales Provinciales de calle Balcarce entre Pellegrini y Montevideo. La imagen de la vigilia cultural con el fondo de los Tribunales habla por sí sola: pasó otro año más sin justicia por los asesinatos de aquel diciembre pero también otro año de una resistencia empecinada en luchar contra el olvido.
Es un viernes de 2001 y la única puerta que tiene el diario La Capital por calle Sarmiento está cortada por un grupo de personas que está reclamando el pago de sus salarios. Son trabajadorxs del diario El Ciudadano que vinieron caminando desde la redacción de calle Dorrego y San Luis para visibilizar su situación laboral. Cortan la calle y prenden cubiertas. El día elegido para la movilización no es azaroso: los viernes cierran los avisos clasificados y es el momento de mayor recaudación del diario que recibe a las personas que vienen a traer personalmente los anuncios publicitarios. Una de las personas que está cortando la calle y el ingreso al diario es Manolo Robles. Él junto al resto de sus compañerxs se quedará dos horas sosteniendo la protesta hasta que alguien salga y les dé 100 pesos a cada uno, el equivalente a la quinta parte del sueldo. Recién en ese momento Manolo junto al resto de sus compañerxs volverá caminando a la redacción para escribir el diario.
– Nuestra política sindical era resistir y luchar sin que el diario dejara de salir. No podíamos hacer el paro tradicional. Era una especie de emparentamiento con la lucha general, los desocupados no podían hacer paro porque no había patrón, entonces aparece el piquete como método, el corte de ruta, el corte de calle-.
Lxs trabajadorxs de prensa no podían hacer la huelga cerrando el diario porque ese era el objetivo patronal. La apuesta era sostener el diario abierto. Se trataba de una resistencia a doble nivel. Por un lado, luchaban por las propias condiciones de trabajo. En 1998, el entonces dueño del Ciudadano, Orlando Vignati, había realizado una inversión muy fuerte y el diario llegó a competir con La Capital prácticamente empatando la cantidad de ejemplares vendidos. Pero a fines de 1999 se formó el multimedios La Capital y empezaron las negociaciones con Daniel Vila y José Luis Manzano del Grupo Uno. Manolo reconstruye que en abril del 2000, en el marco de ese acuerdo con el multimedios, deciden cerrar El Ciudadano y se inicia un conflicto sindical muy grande por el cual pocos meses después el diario reabrió con la mitad de lxs trabajadorxs y con la consigna de que “La Capital sería el diario para el centro y El Ciudadano el diario para los barrios”.
El otro costado de la resistencia tenía que ver con el trabajo cotidiano. Manolo Robles fue uno de los cronistas de esa época, un periodista que debió dar testimonio en tiempos difíciles. Como tal, su tarea era narrar periodísticamente lo que sucedía. “Lo que salía reflejado en el diario era el quilombo, la resistencia, la protesta, el reclamo de los sectores desocupados y los distintos emergentes desde la subjetividad nuestra que estaba profundamente marcada por nuestra propia lucha”. Con la distancia, Manolo le pone palabras al contexto. “El conflicto social general era fruto de la política neoliberal. Ni la dictadura había podido derrumbar determinado cimiento de lo que era el Estado de bienestar. El nivel de desocupación y de pobreza que se genera en Argentina a partir de la política de los noventa fue el más alto de la historia desde el 45. Eso generó toda la reacción popular”. Cuando Manolo iba a cubrir lo que pasaba en los distintos barrios de la ciudad se encontraba con esa reacción popular: “piquetes, reclamo social, malaria, hambre y resistencia”.
– El 2001 nos agarra viendo todo el desastre y reuniéndonos con los vecinos para generar trabajo, comida, vida-. Quien habla es Mónica Crespo y lo que cuenta es lo que protagonizó junto a la comunidad de barrio Industrial. -Se empezaron a generar en los barrios las ollas populares donde se ofrecía un plato de comida caliente, una torta frita. Sin ninguna organización política: nos organizaba la desesperación-.
En ese mismo ardor que trajo el cambio de siglo se creó la Cooperativa Cartoneros Unidos. En ese contexto de puertas cerradas y persianas bajas nació en Rosario la organización cartonera.
Cuando Mónica vaya ubicando las piezas de la historia, dirá que todo empezó por el boca a boca, por el hecho de encontrarse en la calle con los vecinos y ver lo mal que estaban, por la necesidad de salir de esa situación acuciante y por la convicción de saber que esa salida debía ser colectiva. Lo urgente era encontrar alguna fuente de trabajo para todas aquellas personas que se habían quedado sin laburo. Así empezó la organización y en ese mismo ardor que trajo el cambio de siglo se creó la Cooperativa Cartoneros Unidos. Su mentor, Carlos Mieres –que murió de Covid el año pasado- trabajaba en el puerto y lo habían despedido. Mónica era empleada de comercio pero el negocio en el que trabajaba también cerró. En ese contexto de puertas cerradas y persianas bajas nació en Rosario la organización cartonera.
– Fue caótico no tener la leche para los recién nacidos, los pañales, los remedios, la comida. No saber si salir a la calle para que no te metan un tiro o cuidar las casas de los vecinos para que no se meta nadie-. Algunas palabras que estructuran el relato de Mónica vuelven para apuntalar la idea: “fue una cosa que se organizó entre el barrio. Nos pareció muy digno salir y crear nuestro propio empleo, que es lo que defendemos hasta el día de hoy”. Cuando fueron organizando la cosa en barrio Industrial, se empezaron a acercar de otras barriadas para ver cómo estaban haciendo para salir adelante. “Hemos andado por todos los barrios: Donado y Córdoba, Donado y Provincias Unidas, Donado y Mendoza, Las Flores, La Bombacha, La Cariñosa”. Mónica resume con dos acciones que en la historia aparecen unidas de manera causal: “Ver la desesperación y dar una mano”.
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En la consola hay dos personas trabajando atentamente al servicio del sonido. Están ultimando los detalles. La banda está lista para tocar. Ya pasaron Agua Dulce, Varón, Tania Castillo y Marcelo Moyano, y después de La Pocilga vendrán Diego Lambertucci de Skatos, Marcos Migoni de Farolitos, un homenaje a Eric Morales y cerrarán los Eternos Inquilinos. También tuvo lugar el teatro con la obra ´Monólogos del viento´ y una muestra de los Talleres de la Memoria Colectiva.
En el centro de la plaza hay una bandera que dice ´Mumalá, mujeres de la matria latinoamericana´. Esta misma bandera estará mañana encabezando una de las columnas de la marcha que tendrá cuadras y cuadras. Pero esta noche, al lado de la bandera hay muchas frases escritas a mano que conforman un caleidoscopio de la memoria: ´impotencia y justicia´, ´el Estado reprimió con violencia y muerte para mis hermanos argentinos´, ´justicia ya´, ´la salida es sin ajuste´, ´más libertad y amor´, ´lucha´, ´arriba las piqueteras´, ´enojo, tristeza, recuerdo de bronca y dolor´, ´tenía trece años me acuerdo de todo´, ´organización, indignación, impunidad´, ´bronca, tristeza, resistencia´.
El sonido que envuelve la escena baja desde los parlantes cuando el fuelle del acordeón se va abriendo y cerrando. La oscuridad de la noche va avanzando más allá de la zona iluminada del escenario. Una armónica desatada sopla y sopla un rock and roll puro y duro. El resto de la banda se sube a esa fuerza. El baterista golpea los palos invitando a las palmas. Abajo del escenario, apoyándose en los baúles que se usan para trasladar los instrumentos, tres pequeños de entre tres y seis años siguen atentamente los movimientos de la banda.
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Mientras en la puerta del diario La Capital lxs trabajadorxs del Ciudadano se movilizan y prenden cubiertas, en el barrio Domingo Matheu un grupo de gente baila en la esquina multiplicando el arte en la calle. Veinte años después, Jorge “Flaco” Palermo hará un ejercicio de memoria para desenredar qué era eso que estaban haciendo.
“El 2001 nos agarra viendo todo el desastre y reuniéndonos con los vecinos para generar trabajo, comida, vida. Sin ninguna organización política: nos organizaba la desesperación”.
– Intentábamos contar lo que nos pasaba en la vida y cómo nos pegaba en los barrios. Contar lo que nos incomodaba, lo que sentíamos que era injusto. Y también disfrutábamos e intentábamos la poesía. Y nos divertíamos obviamente. Siempre la alegría fue importante para nosotros-.
Jorge nació y creció en este barrio de la zona sur de Rosario. El patio en el que jugó de chico se fue transformando desde hace treinta y dos años en centro cultural. Ese patio con piso de tierra fue escenario de teatro mucho antes de que tuviera las butacas y toda la estructura que hoy enmarca al espacio de La Grieta Cultura Sin Moño. Jorge fue obrero metalúrgico y cuando conoció al teatro era vendedor callejero. Sin dudas le cambió la vida. “El arte nos atravesó y en vez de confrontarlo nos abrazamos. Estábamos en una esquina, en un baldío, un lugar que no estaba pensado para el arte, creo que ya transformaba la presencia allí. En eso estábamos cuando llega todo este suceso del 2001”.
La resistencia que se cristalizaba en organización sindical, barrial, cartonera, también lo hacía desde el arte popular. En La Grieta los motores más potentes en esa época tenían que ver con el teatro callejero, la murga, la alfabetización y la expresión artística. Todas estas ramas tienen su punto de unión en el poder transformador del encuentro. “El teatro callejero trabajaba mucho con los contenidos políticos, tenía que ver con el entramado de lo que ocurría en la vida. Entonces era un arte que intentaba transformar”.
En esta experiencia la murga y el teatro siempre estuvieron ligados. A la murga le pusieron Del Bajo Fondo. El Flaco Palermo se encarga de aclarar que no era la murga clásica –algunos decían que eso no era murga pero a ellxs no les importaba-. Cuenta que en ese momento eran bichos raros porque la murga no tenía el reconocimiento actual y se asociaba con los márgenes. A los encuentros de teatro callejero que organizaban iban murguistas de Buenos Aires que les pasaban ritmos y toques. Así se fueron enganchando con esta expresión artística a la cual siempre le dieron la impronta teatral que ya traían.
Esta murga era más heterogénea que numerosa. El objetivo que tenían era mezclar pibes y pibas de distintos sectores sociales. “El barrio está dividido, acá somos clase media y a dos cuadras está Villa Moreno. Una vez faltaban dos chicas y dijimos de ir a buscarlas. Estábamos entrando en la villa cuando se da vuelta uno y dice ´uy, esto es la villa´. Y otra le responde ´si, yo vivo acá´. Después hablábamos y eso era lo que pasaba de copado y de potente”, recuerda Jorge.
Como la realidad muchas veces se parecía en los distintos barrios, se fueron generando algunos vasos comunicantes. “Se empezó a generar una comunicación entre la gente que estábamos trabajando en los barrios para ver qué pasaba y qué se podía hacer”. Desde La Grieta tenían vínculo con Aire Libre, con Poriajhú, con Ludueña –entre otras cosas, Pocho llevaba a los chicos del barrio para que aprendieran murga-.
Para el Flaco Palermo es difícil pensar el 2001 sin pensar en la represión. Pero no se refiere únicamente a los hechos del 19 y 20 de diciembre sino a lo que sucedía cotidianamente. “En los barrios había mucha represión y control, sobre todo con los jóvenes. Llevaban a los pibes presos y la gente no sabía qué hacer, les decían que no estaban en la seccional”. Por eso pensaron y armaron diferentes estrategias e intervenciones. Por un lado, articulando con jóvenes universitarios que armaron los esténciles con algunas consignas como ´Ser negro no es delito´ o ´Ser pobre no es delito´. Por otro lado, armaron unos spots de radio que se pasaban en Aire Libre y en Poriajhú. Y además diseñaron un dispositivo de teatro callejero con el cual primero hacían una simulación de una situación cotidiana real pero distorsionada con policías amables que iban al barrio y les pedían a los jóvenes por favor y permiso. La simulación provocaba la reacción de los jóvenes que empezaban a decir que la cosa no era así. En ese momento detenían la actuación y les preguntaban cómo era en verdad. Algunas veces incluso los mismos jóvenes hacían la teatralización, se armaba una discusión alrededor de eso y personas vinculadas a la abogacía explicaban lo que podían hacer para evitar abusos policiales. “Los abogados explicaban sobre el habeas corpus, que cualquiera lo podía hacer, que no había que ir solos a la seccional, que si o si los tenían que atender. Esto es lo que ocurría en 2001”.
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La gente se arrimó para alimentar el fuego de una nueva vigilia: grupos de personas sentadas en el piso, desparramadas en lonitas, en el pasto, paradas, en bicicleta. De fondo en la rotonda de Oroño y Pellegrini el árbol navideño iluminado y debajo el arreglo de las flores que forman el nombre: Pichón Escobar. En un costado del escenario, desde la Biblioteca Popular Pocho Lepratti estuvieron haciendo serigrafía, estampando remeras. Una hilera de banderines multicolores con bicicletas aladas y hormigas va uniendo los árboles de la plaza y da el marco a esta vigilia por los veinte años de aquel diciembre. Mientras tanto, detrás del escenario y sobre el frente de Tribunales hay personas pintando. El grupo de Arte por Libertad está en acción.
En el piso hay una hormiga blanca todavía fresca. Más allá otra hormiga gigante y un puño verde fueron pintados hace un ratito. La intervención del espacio público y el arte que ocupa todo el largo de la calle Balcarce desde Montevideo hasta Pellegrini con la consigna que se reactualiza: ´Justicia 2001-2021, 20 años de impunidad´. Ahora están limpiando los pinceles sobre el pavimento. Parece que por hoy terminaron la tarea. Una de las personas que integra el colectivo artístico-político es Valentina Rondinella, a quien el 2001 la encontró con veintiséis años y una hija de seis meses.
“Nos van contando cómo era ese familiar y todo eso lo tratamos de poner a modo de cronología plástica para que la memoria siga viva. Hay todo un proceso de investigación antes de llegar al mural».
– Vendía empanadas árabes a los taxistas en la calle porque no había otra posibilidad de laburo. El papá de mi hija trabajaba como repartidor de pizzas pero había tenido un accidente cuando estaba repartiendo con la moto. Recuerdo salir con el cochecito, mi hija con algodones en los oídos, para ir a las marchas, a los cacerolazos, a pedir que se vayan todos-.
Valentina tenía experiencia como militante de derechos humanos. Desde chica iba los jueves a la Ronda de las Madres y participaba en APDH. Lo que conoció en 2001 en la plaza del Che de Mitre y Tucumán fue la experiencia del trueque. Después llevaría al Mercado de Pulgas empanadas o alguna escultura que hacía en la Facultad de Humanidades y las trocaría por algún dulce, ropa o alimentos. Ahí empezó a conocer lo que era una asamblea. También empezó a ver y a entender qué eran esas hormigas gigantes que el grupo Trasmargen había puesto en la plaza de la Cooperación. Y recuerda la intervención artística que se inauguró en 1998 en lo que era el Bernardino Rivadavia con El Grito, una cara enorme que salía de la pared y las ventanas del propio edificio.
Después de participar de algunas experiencias, en abril de 2002 Valentina se fue a Europa porque su papá italiano estaba enfermo. Allá estuvo viviendo dos años y cuando él falleció volvió a Argentina. Cuando volvió se encontró con que muchas experiencias cooperativas habían podido permanecer en el tiempo. Empezó a conocer la experiencia de La Toma. Y un tiempo después, por sus vínculos militantes, la contactaron con Arte por Libertad que venía funcionando como colectivo desde 2002 cuando habían empezado a tomar los muros de la plaza Pocho Lepratti.
¿Qué parió el 2001?
– A mí me parió en lo que es la plástica política. Venía de la experiencia estudiantil y me había reafirmado en las artes visuales. Ahí pude encontrar mi lugar en la resistencia, siempre junto a otros compañeros, de manera asamblearia y cooperativa. Podíamos pensar el arte desde otro lugar, no ya desde el museo, el caballete ni encerrado cada uno en su burbuja. Poder pensar cómo aportamos nosotros con todo esto que está sucediendo-.
El activismo artístico siempre implica poner el cuerpo, sea para generar una intervención en una movilización o para dejar un muro estampado. Una de las experiencias de Buenos Aires fue la del Grupo de Arte Callejero (GAC). Y en Rosario se pueden mencionar el método del escrache con la señalética de HIJOS o la experiencia de Arte en la Kalle que a fines de los noventa hizo la intervención con el esténcil de Robocop pensado a partir de la aplicación provincial del operativo policial denominado Tolerancia Cero. Todo este recorrido formó parte del aire que se respiró en 2001.
Cada mural de Arte por Libertad es también un señalamiento. En 2011, a diez años del 2001, hicieron un gran mapa con los asesinatos del 19 y 20 identificando dónde habían sido y qué había sucedido en cada caso. “Dibujamos sobre el mapa a los caídos, algunos ya sin vida y otros tratando de sobrevivir a ese momento. Dibujamos los autos policiales con los números y los policías con las armas en la mano. Después hicimos un mural en el lugar donde vivían cada uno de los caídos”, cuenta Valentina. La idea del arte asambleario es que la participación sea efectivamente colectiva. “Está bueno que cada uno pueda decir me pasan estas cosas, pinto de esta manera, quiero decir esto”. Hacer cuerpo la participación. En ese sentido, los familiares se sumaron para pensar y hacer cada uno de los murales. “Nos van contando cómo era ese familiar y todo eso lo tratamos de poner a modo de cronología plástica para que la memoria siga viva. Hay todo un proceso de investigación antes de llegar al mural. El boceto tiene que ver con unir toda esa data, esa información, esas partes”. Los familiares y vecinos ponen palabras, cuerpo y pinceladas.
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Dos mujeres van caminando tomadas del brazo, como apoyándose mutuamente. A una cuadra y con el viento en contra ya se escuchan los parches de algunos redobles. La calle está cortada por Moreno llegando a San Lorenzo, lugar desde el que partirá la movilización. La plaza San Martín está desbordada. Muchas personas van y vienen buscando el lugar de su columna. El resto ya se queda en su lugar para no perder la referencia. El calor aprieta y la sensación térmica trepa los treinta y seis grados pero las altas temperaturas no hicieron mella en la convocatoria. A las cinco y cuarto de la tarde ya son varias las cuadras encolumnadas.
Sentadas en el cordón de la vereda, bajo la sombra que arroja un utilitario y a la espera del arranque, dos mujeres conversan. Una sostiene un paraguas con la intención de atajar el calor. ´Tengo una remera roja, a ver si me ves´. Esa es la referencia que da otra mujer que habla por teléfono y que pretende encontrarse con alguien. Mientras tanto algunas cámaras deambulan buscando el testimonio.
Tacatun-tacatun-tacatun-tacatum. Se va generando un colchón sonoro con el toque en loop del redoblante, el repique y bombo. El ritmo de la columna suena en contratiempo, como una síncopa. Es el compás del reclamo de justicia, el flujo de la historia que exige juicio y castigo a los culpables.
Lumbrera y Prarizzi era un frigorífico de San Lorenzo en el que trabajaba José Abelli, uno de los referentes del entonces incipiente movimiento de empresas recuperadas. Ese conflicto, que fue a fines de 1998, es el primero que recuerda haber ido a cubrir Manolo Robles. También menciona el caso pionero de la fábrica de pastas Mil Hojas, el bar de la Terminal de Ómnibus que terminaría siendo la cooperativa Nubacoop, la experiencia de Herramientas Unión en la cual el empresario rosarino Domingo Lentini no pudo remontar los números y les ofreció a sus empleados las máquinas a modo de indemnización. También destaca el caso local de La Cabaña y la recuperación del diario Villa María, de Córdoba, que ocurrió el 13 de diciembre de 2001.
“Todos nos vimos sorprendidos por lo que pasó: la terrible represión, el helicóptero, los cinco presidentes. Nadie sabía cómo íbamos a salir de ese neoliberalismo a ultranza”
El lema de las experiencias de recuperación de la fuente laboral era ´ocupar, resistir, producir´. “Fue fruto de la creatividad de la clase trabajadora para seguir defendiendo sus derechos en una situación tan adversa. Las empresas recuperadas son un emergente de la resistencia a ese neoliberalismo. Y forma parte también de la lucha de los desocupados. Es el quiebre del Estado de bienestar, del modo tradicional de trabajo”, explica Manolo. Para entender el estallido del 2001 retrocede a los años noventa y destaca las políticas neoliberales con las privatizaciones y la reconversión industrial de Acindar y de Somisa. En muchos casos con la plata de las indemnizaciones los trabajadores pusieron un almacén o compraron un remís. “Ya para el 2000, 2001 se les había roto el auto o había tantos almacenes que nos les alcanzaba para poder vivir”.
Veinte años después de haber conocido el club del trueque en la plaza del Che, Valentina está en la cabecera lista para marchar. Con una mano sostiene el manubrio de la bicicleta y la otra se entrelaza con el brazo de su hija que la agarra fuerte. Valentina habla con el agente de tránsito que irá cortando las calles. Parece conocerlo porque habla de manera fluida. Ahora también charla con un nene de unos diez años que sostiene el palo de una bandera enrollada. Y unos minutos después intercambiará algunas palabras con Lili Leyes, mientras otra compañera se acerca para darle un abrazo. Una postal de los lazos que se generan en el universo de la militancia.
Mucha presencia de los barrios y movimientos sociales que son quienes le dan cuerpo a esta historia. En el medio de su columna un pibe está cantando con un megáfono en la mano y arenga a sus compañeros que le responden. A varios metros se le nota la vena del cuello hinchada de tanto gritar. Más acá dos nenas se corren jugando a la popa. Y otra va llevando de la mano a dos bebés que avanzan como pueden porque aún están aprendiendo a caminar.
Despliegan la barredora que ayer estaba en la vigilia colgada sobre el fondo del escenario. Sin dudas una bandera con muchos kilómetros recorridos. El hijo de Graciela Acosta, los hermanos de Walter Campos, la hermana de Claudio Lepratti: los familiares sostienen la bandera mientras se inicia la caminata que recorrerá las calles del centro rosarino hasta llegar al Monumento. Los fotógrafos van al trote remontando calle arriba para ganar unos metros y lograr un buen plano del inicio de la marcha.
Manolo Robles habla de los inventos surgidos de la necesidad. “El 2001 es el estallido que tuvo como caldo todo este tipo de resistencia nueva porque era un conflicto nuevo”. Frente al hambre: el club del trueque, los comedores comunitarios, las ollas populares. Dice que no hubo una conducción de toda esa resistencia y que también hubo emergentes en lo sindical con la CTA que había nacido en 1991 y el MTA que era el sector más combativo de la CGT. “Juntos hacen la Marcha Federal exponiendo la resistencia sindical del movimiento obrero organizado al que se sumaron los nuevos movimientos sociales”. Manolo cuenta que los sectores populares empezaron a confluir desordenadamente y que nadie tenía previsto que el pueblo argentino estallara como finalmente pasó. “Todos nos vimos sorprendidos por lo que pasó: la terrible represión, el helicóptero, los cinco presidentes. Nadie sabía cómo íbamos a salir de ese neoliberalismo a ultranza”.
«Intentábamos contar lo que nos pasaba en la vida y cómo nos pegaba en los barrios. Contar lo que nos incomodaba, lo que sentíamos que era injusto. Y también disfrutábamos e intentábamos la poesía. Y nos divertíamos obviamente. Siempre la alegría fue importante para nosotros»
Es un día de 2001 y en el Monumento a la Bandera la cámara del canal ya está prendida para tomar el testimonio de algunos vecinos que participan en las asambleas barriales. La nota estará centrada en el corralito pero los vecinos ya se pusieron de acuerdo con la murga Del Bajo Fondo que también se acercó al lugar. Durante la nota en vivo irrumpirán quienes se movilizaron para contar la represión en los barrios. Dirá el Flaco Palermo veinte años después: “Pasó la comunión y el encuentro de lo distinto. Después de eso la murga estuvo en un montón de lugares, nos empezaron a llamar para cumpleaños y casamientos. Empezamos a laburar en algunos sectores donde antes nos sacaban corriendo”.
´En Moreno todavía no se movió nada´. El mensaje que llega al Handy del agente de tránsito que está en el inicio de la marcha en San Lorenzo y Corrientes indica que la movilización se despliega a lo largo de siete cuadras. Los bocinazos impacientes de los automovilistas que ven obstaculizado su paso dan cuenta de la masividad del evento. El coro de bocinas apuradas insiste como si el hecho de tocar bocina fuese a acortar la duración de los hechos.
Ahora la canción dice eso de que ´y dale alegría a mi corazón, la sangre de los caídos se rebeló´. Con la boquilla de la trompeta en la boca infla los cachetes y va largando el aire formando melodías inconfundibles. Una bandera muy larga de Argentina avanza flameando sostenida por muchos brazos detrás de otra bandera que encabeza la columna de lxs trabajadorxs de la economía popular. ´Tierra, pan y trabajo´ es otra de las consignas que se escucha desde los megáfonos.
– El 2001 parió lucha, unión, hizo que nos viéramos como hermanos cada uno de los vecinos que vivimos en los barrios. Vivimos muy tranquilos porque estamos organizados. El barrio dejó de ser una villa, tenemos cloacas y luz con medidor. Y eso fue a base de lucha-. Mónica Crespo es Secretaria de la Cooperativa Cartoneros Unidos y referente a nivel nacional del MTE en Rosario. “El barrio sigue como en ese tiempo, organizado. Demostramos que la unión es lo único que te salva. Si nos organizamos podemos salir adelante”.
El arte popular fue construyendo con la alegría como forma de resistencia y con la belleza como un acto político.
– Si perdés la alegría, perdés el sentido. El odio paraliza igual que el miedo. Desde el arte popular devolvés la bronca de otra manera. Nunca renunciamos a la poesía ni a la alegría porque es lo que sostiene-, dice el Flaco Palermo, mientras explica el sentido del nombre que surgió hace más de treinta años en el centro cultural. “Decimos que la grieta es una manera de pensar, una forma de vida. Podés pensar en un muro y la grieta como algo roto pero si te acercás y lo mirás vas a ver que hay musgo, bichitos que crecen, está lleno de vida”. Por otro lado, aclara que lo que pasó en 2001 no puede explicarse como la bronca de un día sino como un proceso largo construido en el tiempo. “Desde el arte veníamos organizándonos y haciendo lo que hicimos siempre: denunciar lo que no nos gusta y luchar desde nuestro lugar y con las herramientas que tenemos por una sociedad más justa”.