Trava tortillera, poeta y DJ. Desde el barrio 7 de septiembre, Laurita Gosh hace bailar a la pibada disidente que emerge en los espacios culturales autogestivos de la ciudad. ¿Cuántas historias puede guardar un cuerpo?
Fotos: Mariana Terrile
[dropcap]L[/dropcap]aurita Gosh habla y sus palabras se multiplican en el espacio como notas musicales, o como parches de bicicleta. Pero también pueden ser un puñado de versos que esperan impacientes. O deseos apretados que trituran cualquier vestigio de normalidad aparente. Todo parece tener su propio tiempo y mutación en la historia de la trava tortillera que hace bailar a la pibada con sus sets en la Orgullosa Itinerante, el ciclo que le devolvió sus ganas de volver al ruedo en su antiguo oficio como DJ, y el lugar que le abrió las ventanas a un nuevo mundo.
Allí convive su amor por la familia que formó con Carina, con la mariconada escandalosa que la espera para zangolotear y descaderarse sin pestañear. Así sin más. Con la premura de tomarse la vida como si fuera una botella de birra bien helada que bajo ningún punto de vista se puede desperdiciar.
La charla empieza con un brindis, pero no es una cerveza fría esta vez sino unos modestos vasos de gaseosa. Estamos en pleno mediodía laboral por el barrio del Abasto y la sensación de estallido inminente que ofrece la ciudad a la hora del almuerzo no mengua. Laurita vigila su auto desde la ventana. Es zona de parquímetros, pero ningún dispositivo logra hacerlo funcionar. Hay que estar atentas, la tecnología falla pero los inspectores no. Igual nos relajamos.
“Fue una transición de casi toda una vida”, apunta Laurita para desandar su relato en el que llamativamente utilizará la tercera persona del singular para referirse a la niña que le dejó el diminutivo por el que todes la conocemos: “Laurita Gosh empezó a travestirse a los 5 años, y a sentir que había algo que no encajaba. Había algo escondido que ni ella misma sabía, a tal punto que a medida que fueron avanzando los años cuando empecé a entender de qué venía la cosa dije: yo quiero ser mujer”.
De un salto vuelve al yo presente y abunda: “Me encontré con pequeñas trabas, y hagamos valer la redundancia. Esas trabas tenían que ver con mi sexualidad porque yo dije: yo quiero ser nena, pero a mí me gustan las nenas. Y entonces empecé a cuestionarme yo misma como si fuera una paki de ahora… ¿para qué quiero ser nena si a mí me gustan las nenas?”.
“Laurita Gosh empezó a travestirse a los 5 años, y a sentir que había algo que no encajaba. Había algo escondido que ni ella misma sabía, a tal punto que a medida que fueron avanzando los años cuando empecé a entender de qué venía la cosa dije: yo quiero ser mujer”.
Pongamos en contexto: la Argentina de los 80’ y 90’ registraba a las travestis en las crónicas policiales de los diarios, y el Estado en particular a través de los códigos contravencionales. Había que desandar todavía un largo camino para que la sociedad, o al menos una parte de ella, desidentificara genitalidad de género y más aún, para que dejaran de asociar irremediablemente a esas identidades con un tipo de orientación sexual específica.
La solución transitoria que encontró Laurita para sobrevivir a la norma binaria y a la presunción de heterosexualidad fue vivirlo a escondidas. Desde los primeros años de la adolescencia y hasta los 25 años se refugió en un secreto que la llevó a permanecer durante casi 7 años encerrada leyendo y con escasas relaciones sociales. Hasta que la noche se reveló como una cómplice de sus deseos.
“Empecé a trabajar como DJ y la noche me daba la posibilidad de que yo pudiera jugar con esa cuestión, al menos en apariencia. Podía mutar por las noches mientras trabajaba, y me encontré con que era mucho más que usar ropa de mujer. Eso lo empecé a entender en ese momento, cosa que después tardé mucho tiempo llevar a cabo porque no solamente tenía en la cabeza la idea de ser una mujer, sino que también sentía deseos de tener una familia”, recuerda.
Travestirse, sentir amor por una mujer, sentirse mujer y más aún el deseo de tener hijes y construir una familia estaba tan alejado de las posibilidades que ofrecía el mundo paki (el de los paquidermos, claro) que Laurita se construyó su propio mundo, se preguntó a sí misma y ensayó algunas respuestas que quedaron flotando en el aire como pequeños alfileres que sostienen la paciencia del deseo, esa que se trasluce casi diamantina en su semblante manso y un poco cansino.
“Yo quería tener hijos y decía: si yo soy trava, como voy a tratar de vincularme en una relación amorosa… y empecé a conocer chicas que me aceptaban así, entonces era muy interesante eso. Como así también estaba la posibilidad de hacerlo en ciertos momentos, no les gustaba a esas chicas que yo lo haga las 24 horas”.
El tiempo pasó y las circunstancias la llevaron a aplacar “esos sentimientos” durante algún tiempo: “Era insoportable no asumirte, pero en mi caso la sociedad me impuso una barrera para que no pudiera desplegar todo eso que tenía adentro. Y también un poco la familia”. Su mamá y su papá nunca llegaron a verla en su verdadero ser. “Ellos sabían que acá había algo, que ocurría algo, pero nunca fue todo tan directo como ahora. Ya no tengo nada que ocultar a nadie.” sentencia.
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Laurita Gosh es rosarina por donde se la mire: nació en Empalme Graneros al noroeste de la ciudad, y con el tiempo se mudó al FONAVI del 7 de septiembre, histórico barrio obrero a donde vive con Carina y sus tres hijes de 27, 23 y 20 años. Allí mantiene su bicicletería, hoy atendida por su hijo menor, pero aclara: “Ser DJ es mi ocupación principal ahora”. Pero ni las bicicletas, ni lo equipos de sonido pueden sintetizar la cantidad de oficios y trabajos que aprendió para sobrevivir con los años: desde vender flores y revistas a los 12 años, pasando por un sinnúmero de actividades comerciales, hasta manejar un taxi.
“Todo lo demás no son profesiones, pero sí me sirven para la vida: se me rompe el auto, lo arreglo yo. Quiero hacerme una casa, la hago yo. Si en mi casa se rompe el lavarropas, lo arreglo yo. Si a un amigue se le está por caer el techo, le arreglo el techo”, explica entusiasmada y generosa en los saberes que espera transmitir a otras travestis en el futuro. “Tengo la idea de enseñar a mujeres trans, y a todas las personas que quieran aprender oficios para que se puedan ganar la vida con las manos, eso a mí encanta, es una idea que siempre tengo y que voy a hacer”.
En este punto, siente la necesidad de explicarse por partida doble: “Yo no me siento capacitada para decir: soy la trava portadora de la identidad contra todo. Lo logré muy tardíamente, y disfruté de mis privilegios pakis durante mucho tiempo. Privilegios que me sirvieron para ganarme la vida. Y soy consciente de eso y siempre lo aclaro. Yo entiendo a la trava de 15 años que la echan de la casa y tiene que prostituirse. Primero eso yo no lo podría hacer. Gocé de esos privilegios y bajo esa condición pude aprender de todo, cosas que muchas chicas no pudieron”.
“Tengo la idea de enseñar a mujeres trans, y a todas las personas que quieran aprender oficios para que se puedan ganar la vida con las manos, eso a mí encanta, es una idea que siempre tengo y que voy a hacer”.
Laurita mastica cada palabra, es consciente del tiempo en el que vive y del espacio que le toca habitar: sabe que antes que ella hubieron muchas, algunas que ya no están, pero entiende también que no es la única y que se cuerpo es el testimonio vivo de una generación postergada que emerge furiosa contra todo mandato de cuerpo y género. Incluso rompiendo estereotipos dentro de la propia comunidad trans con sus remeras negras de rock, pantalones ajustados y una novísima cabellera blonda a la que se animó para marcar el inicio de una nueva etapa.
Es que en los últimos meses no paró de recibir llamados para tocar en fiestas y seguir creciendo como DJ: “Siento que valoran mucho lo que yo hago y encuentro mucha conexión con la gente. Porque viste como es mi trabajo: es en primer plano, rodeada de personas casi siempre. Eso me vacía las pilas porque lo doy todo, pero ellos también se vacían las pilas conmigo, entonces es como un ida y vuelta energético. Ver a la gente bailar me emociona, me da todo lo que yo quiero ahora”.
Pero no todo es placer y conexión en la pista, sobre todo por fuera del ambiente marika en el que Laurita insiste en transitar casi como un apostolado, pero también como el legítimo derecho que tiene cualquier trabajadora de la cultura para ganarse el sustento: “Me ha pasado en un lugar paki que una persona que me estuvo viendo toda la noche con esta imagen que tengo yo y que es claramente una imagen femenina, después de escucharme toda la noche, de bailar toda la noche, de tener la mejor onda conmigo, en lugar de acercarse a tirarme una positiva me dice: bien flaco. Entonces me pregunto, ¿qué es lo que pasa por su cabeza si ve que evidentemente soy una mujer trans?”.
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“Yo sueño mis días con la familia” dice Laurita, y algo en ella se transforma cuando tiene que hablar de Carina o de sus hijes. Es una expresión genuina, incluso cuando reconoce que el concepto “familia” le resulta vetusto por la idea normalizadora que trae aparejado en cuanto a los roles de género que allí se construyen. Pero sorteando los mandatos culturales, la idea de seguir compartiendo sus días con una otra, y de ampliar esas redes con nietos y nietas, amigos de toda la vida, y amigues de la comunidad LGTBIQ+ que se van sumando, la remontan a la posibilidad cierta de construir algo parecido a la felicidad en medio de lo hostil que a veces resulta el mundo.
¿Cómo es la relación con tus hijes?
Es muy buena. Los tres trabajan en casa. El de 20 años trabaja en la bicicletería, y las dos nenas trabajan con Carina, fabrican Bikinis.
¿Es como una Pyme familiar?
Sí, por ahí con las desprolijidades de la familia, todos hacemos un poco de todo. Por ahí a veces estoy cosiendo yo, hacemos un poquito de todo.
¿Con ellos tuviste una charla al momento de asumir tu identidad?
Sí. Tuve que tener una charla para explicarles que era lo que se estaba dando, sobre todo por el proceso hormonal. Tuve que afrontar la situación y decirles, y la verdad que la mejor, entendieron re bien, tuve la suerte esa. A veces les cuesta tratarme con mi pronombre, pero bueno, son cosas obvias, hasta a mí misma me cuesta a veces.
Y Carina te acompaña…
Sí, ella es lo más. Yo me siento como muy protegida, soy una persona que no puede vivir sin ella, te soy honesta, me pasa eso.
O sea que tu familia ocupa un lugar muy importante en todo esto
Sí, mi familia y mis amigues, la verdad que yo nunca desvalorizo la participación de la amistad en la vida.
¿Quiénes son tus amigues?
Tengo varios grupos, como pasa cuando llegas casi a los 50 años como yo y fuiste arrastrando varios grupos. Algunos no se mezclan entre sí. Tengo mis amigues de toda la vida, de cuando yo era une pibi de 15 años, y siguen siendo mis amigues ahora que soy una trava de 50. Y en ese sentido me encanta porque le pusieron todo. Incluso en nuestros juegos de amistad nos burlamos de la situación y está muy bueno, nos divertimos mucho y tenemos una relación increíble de respeto y amistad. Y después están mis nuevos amigues que son de nuestra comunidad por los que siento una devoción y son les que más me construyen hoy por hoy.
¿Estás viviendo una nueva etapa?
Sí, y además empecé a caminar por los circuitos culturales de la comunidad también. Había algo de los circuitos culturales pakis que no me cerraba.
¿Cómo te gustaría seguir transitando lo que haya para adelante?
Tengo algunas metas ambiciosas, y tengo otras metas mínimas. Empiezo por las mínimas: yo nunca tuve la oportunidad de vivir en el lugar que yo quería. La gente no se da cuenta lo importante que es para una persona que vivió en un FONAVI toda su vida porque la tiraron ahí y aclaro, no tiene nada de malo un FONAVI, pero ahora me puedo hacer la casa donde yo quiero. Es en el campo, bah, en una zona media rural y significa tener mi espacio verde en una construcción hecha con la Cari con nuestras propias manos. Vamos a cortar el pasto y vemos como esa casa va creciendo, ya casi llegando al techo, promediando la casa digamos, y esa situación de irnos las dos a vivir ahí y dejarle la casa a los chiquis es como nuestra primera meta. Yo quería hacerlo ahora a fin de año, pero creo que no vamos a llegar por las cuestiones económicas, pero quizás el año que viene ya pueda ir a vivir ahí. La otra meta es a nivel artístico: tengo un proyecto de producción musical que lo tengo totalmente craneado y cuando lo dé a luz me parece que va a ser lo que yo quiero. Va a ser muy parecido a lo que hago como DJ pero con cosas propias y muchas reminiscencias de otras canciones, mucha mezcla, algo de una hora y pico, y que lo pienso presentar el año que viene.
La idea de seguir compartiendo sus días con una otra, y de ampliar esas redes con nietos y nietas, amigos de toda la vida, y amigues de la comunidad LGTBIQ+ que se van sumando, la remontan a la posibilidad cierta de construir algo parecido a la felicidad en medio de lo hostil que a veces resulta el mundo.
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A Laurita la conocí de casualidad. Fue en enero de este año cuando las intermitencias de la pandemia nos dejaron reencontrarnos por un ratito en la terraza del Centro Cultural QTP. Recuerdo que llegó apurada con sus papeles en la mano para sumarse a una ronda de lecturas con Morena García y Susy Shock. Después el tiempo pasó y no supe más de ella. Otra vez la cuarentena, el frío, y la espera por las vacunas congelaron el tiempo hasta la primavera cuando la volví a ver pero esta vez con sus músicas y en medio de la pibada disidente y ansiosa por inundar el espacio público con sus cuerpas.
¿Laurita qué tipo de música pasas en tus sets? – le pregunto, y apuro una disculpa diciendo que soy una ignoranta total en esos asuntos.
Los estilos que toco siempre están en el techno, house, y tech house. También tengo otras cosas en donde paso música pop – punk, pop y darway, eso lo hago en bares que por ahí está bueno y es más para escuchar, y más rock. Tengo muchas facetas musicales pero la que más me compete ahora es la del techno.
¿Seguís escribiendo?
Estoy escribiendo siempre. Hace rato que quiero publicar, pero con esta cuestión de la música he tenido que parar un poquito.
¿Y cómo definís tus textos?
Mi poesía son más que nada relatos personales de cómo me fui encontrando y algunas situaciones que me marcaron. Te diría que casi toda la poesía es eso. Para mí escribir es como una liberación total, o lo fue durante mucho tiempo: ahora estoy retomando esos viejos escritos en donde me contaba a mí misma qué era yo, y los veo cuando ya soy eso que yo quería ser y no me animaba, y digo: vamos a reescribirlo, vamos a resignificarlo.
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Tal vez, al igual que sus poesías, mucho en la vida de Laurita haya tenido que ver con la resignificación de los momentos y las cosas: desde la posibilidad de seguir amando como Laura y acompañando a sus hijes como mujer, hasta la oportunidad de reinventarse en los circuitos culturales emergentes de la disidencia sexual y un poco más allá. Pero también en su taller de bicicletas, en los tatuajes de sus brazos con letras de Joy Division, y en esa militancia cotidiana que significa sostener un cuerpo trava y torta en un barrio, al que por cierto le agregó un hermoso “Soy Laura” en tinta para que a nadie se le olvide.
Para mí escribir es como una liberación total, o lo fue durante mucho tiempo: ahora estoy retomando esos viejos escritos en donde me contaba a mí misma qué era yo, y los veo cuando ya soy eso que yo quería ser y no me animaba, y digo: vamos a reescribirlo, vamos a resignificarlo.
Hablamos durante más de una hora completamente abstraídas del bochinche urbano que resonaba en el bar. La grabadora registró unos escasos 40 minutos. Se suponía que era una entrevista periodística pero terminó siendo una charla de amigas, sin protocolos, y en donde las preguntas fueron de ida y vuelta. Me volví a casa pensando en cuántas historias puede guardar un cuerpo, cuántos momentos se pueden escribir sobre la piel, y más aún, cuántas vidas (tal vez mil, o más) se pueden vivir en apenas medio siglo.