El fútbol en los barrios y en las villas: el territorio pensado para el goce y la libertad. La cancha chica donde pibes y pibas disfrutan del pase y el juego colectivo. ¿Cómo transformar el dolor en un club de barrio?. Antonio Silva, Mónica Santino, Kurt Lutman y Nacho Bogino hablan de su experiencia, de qué significa amar la trama más que el desenlace.
[dropcap]E[/dropcap]n un costado del predio corretean los más chiquititos atrás de una pelota, mientras que los más grandes empiezan a dar vueltas alrededor de la cancha para entrar en calor. Llovió durante toda la semana pero eso no evita que el lugar esté repleto de chicos de todas las edades para jugar un rato al fútbol. Jugar. La palabra no contrasta con el entrenamiento serio que proponen los profes del club PMS que desde este año compite en la liga rosarina. “Para nosotros el fútbol es una excusa para formar personas”, dice Antonio Silva, entrenador del baby e impulsor del proyecto, mientras reparte órdenes a los pibes que comienzan con los movimientos pre-competitivos.
Sin saberlo, el club tiene fecha de inicio el 21 de noviembre de noviembre de 2018. Las páginas policiales de ese día hablan de un partido de fútbol que se disputaba en una canchita de Garibaldi y Pueyrredón, cuando dos chicos identificados por los vecinos como “soldaditos” irrumpieron en el lugar a los tiros. Los que estaban en el lugar corrieron para distintos lados pero una bala calibre 22 alcanzó la columna de un joven de 14 años que miraba, desde afuera de la cancha, cómo sus hermanos jugaban dentro. El joven era Pablo Maximiliano Silva, quien falleció instantes después en el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez. Pablo es hijo de Antonio, quien decidió transformar el dolor en un club donde chicos como los que mataron a su hijo puedan ver que existe un camino alternativo al que ofrecen la violencia y las balas.
“Él me decía siempre: ¿papi, por qué no te armas un club? Y eso me quedó grabado. Lo tomé y lo empezamos a llevar adelante para que a ningún chico más le pase lo mismo que a mi hijo. Que haya un espacio para contener a chicos de distintos barrios”, resume Antonio. Hoy el club PMS lleva las iniciales de su hijo y los colores verde y amarillo, con pequeños detalles celestes, que hacen referencia a sus padres de nacionalidad brasilera y uruguaya.
Actualmente el club alberga a más de 180 chicos entre las distintas categorías y por un pedido de Antonio lograron que el Arzobispado de Rosario les prestara un terreno en Segui y Garzón, en la zona oeste de la ciudad, que también comparten con otros clubes del lugar. Un terreno, dos arcos, y un grupo de profes comprometidos les basta para llevar adelante un proyecto de inclusión social que tiene al deporte como nexo.
Antonio cuenta que decidió entrenar a los más chiquitos porque es una edad clave para la formación. Pero reconoce también que muchos de los chicos llegan con problemas desde el hogar y la función de los profes termina pareciéndose más a la de un padre, una madre, o un psicólogo. O todos a la vez. Entre los más grandes, los problemas que surgen están ligados a la escuela, la alimentación, o al entorno familiar. Y ahí el club se presenta como un lugar para, al menos, remediarlos. Y el fútbol como una vía de escape.
Pandemia de por medio, fueron pocos los meses de contacto que pudieron tener con los pibes. Sin embargo, consideran que se fue generando un sentimiento de pertenencia muy fuerte y eso da señales de que van por buen camino. “Nosotros buscamos empezar a competir, pero siempre con los mismos chicos. No nos interesa traer chicos de afuera para ganar. Queremos potenciar a estos pibes para que sean los protagonistas del club”, dice Pablo, profe a cargo de las divisiones juveniles.
También cuenta que la gran mayoría de los pibes se pasa buena parte de la tarde en la cancha donde entrenan, bancándose entre las distintas categorías, y lo mismo ocurre los días de partido en la liga rosarina: “Ese es el objetivo de este proceso. No buscamos un Messi, no los preparamos con esa función. Lo hacemos para que los chicos estén acá adentro. Y que no vuelva a pasarle a ningún chico lo que pasó con Pablito”.
Antonio también sabe que en el laburo diario con los pibes recibe tanto o más de lo que da. El acompañamiento de los chicos y el estar todo el día enfocado en el proyecto, también lo ayudaron a salir adelante: “Se me hizo un poco más fácil ir superándolo, porque uno llega a la casa y se encuentra con que él, que estaba todo el día conmigo, ya no está. Hoy tengo la cabeza en esto y se hace más fácil”.
Derecho al juego, camino de libertad
Mónica Santino dice que no cree en las casualidades pero la historia de La Nuestra Fútbol Feminista se le parece bastante. Fue allá sobre finales de 2007 cuando en medio de los Juegos Evita conoció a Alison Laser, una socióloga estadounidense que había formado un grupo de entrenamiento de fútbol para mujeres en la Villa 31. A ella se le terminaba la beca que la mantenía en el país y temía que el proyecto que había armado en el barrio se viniera abajo. Mónica, que por ese entonces transitaba una experiencia similar en Vicente López, fue la solución perfecta.
-¿Y si venís al barrio?
Y al barrio fue, Mónica, sola, un 6 de noviembre para hacerse cargo de un grupo de entre diez y quince chicas adolescentes, en una cancha que la recuerda principalmente de tierra, con muchos cascotes y botellas de vidrios. Muy diferente a lo que es el mismo terreno 14 años después.
Dice que en este tiempo les pasó de todo, pero que la piedra fundante de La Nuestra es la conquista del territorio. Es decir, de la cancha de entrenamiento. Las pibas no tenían un espacio de entrenamiento formal y tenían que ir rotando por distintos lugares del barrio. Hasta que se plantaron: “Hubo que pelear la cancha cuerpo a cuerpo con los varones y a medida que la voz fue corriendo en el barrio empezaron a venir más chicas. Y cuando fuimos muchas ocupamos toda la cancha”.
Al día de hoy el grupo está compuesto por más de cien chicas que entrenan todos los martes y jueves de 18 a 20 horas, divididas por edades, y con un equipo de nueve directoras técnicas entre las que hay trabajadoras sociales y educadoras populares. “Proponemos un espacio seguro de acceso al deporte, problematizando qué significa ser mujer y jugar al fútbol en un barrio, pensando que es una gran herramienta para erradicar la violencia de género”, explica.
“Hubo que pelear la cancha cuerpo a cuerpo con los varones y a medida que la voz fue corriendo en el barrio empezaron a venir más chicas. Y cuando fuimos muchas ocupamos toda la cancha”.
Pero también remarca la importancia de ejercer el derecho al juego “como un camino de libertad importantísimo” en los barrios populares de la Argentina donde desde temprana edad las mujeres suelen asumir conductas adultas: “Muchas veces quedan a cargo de la tarea doméstica o del cuidado de niños pequeños, y ese derecho al juego es muy poco ejercido. Y ahí hay un punto central: cómo puedo acceder al placer, a conectarme con otras compañeras, y darle un sentido político y revolucionario a todo eso”.
Además, Mónica asocia la contención a la grupalidad y al sentido de pertenencia a un grupo. Y ahí el rol de los clubes de barrio cobra una preponderancia enorme. “Son la base del armado del deporte nacional”, asegura. Y agrega que a pesar de las crisis económicas, y de estar profundamente olvidados en las políticas públicas, siempre están presentes: “Es como nuestra forma de organizarnos y hacer comunidad. Y son profundamente argentinos”.
Mónica tiene 56 años y una vida ligada al fútbol. Es zurda y como volante central se destacó en la primera de clubes como River y All Boys. Finalizada su carrera como futbolista, se calzó el buzo de DT. Dice que le gusta que sus equipos tomen la iniciativa y vayan al frente. Y un poco de ese espíritu se refleja en el nombre del equipo: no importa el resultado, importa ser fiel al estilo, a “morir con la nuestra”.
La profesionalización del fútbol femenino ha ido avanzando notoriamente en los últimos años, si se lo compara con su época de futbolista. Pero reconoce que aún falta avanzar mucho en varios aspectos. Uno de ellos es el salarial: hoy una jugadora del fútbol argentino cobra lo mismo que un jugador de primera C. Y en ninguno de los casos es un sueldo que alcance para demasiado.
Aunque también la diferencia se nota en las condiciones de entrenamiento, la disponibilidad de herramientas, y sobre todo el compromiso que los clubes asumen en ese sentido: “Son todas circunstancias que, cuando las analizás bien, parece que todavía estuviéramos a mitad de los 90, cuando jugaba yo. Y te hace pensar que en realidad no hubo demasiados cambios”.
Rebeldes con causa
Es 19 de marzo de 2000 y la cancha de Newell’s empieza a coparse de gente desde temprano, para ver a la reserva. Son otros tiempos, donde la reserva juega antes de la primera y la hinchada se arrima a conocer a los pibes que en un futuro van a vestir la camiseta del equipo principal. Distinto de lo que sucede ahora, donde lo importante pareciera ser que la cancha esté 10 puntos para la primera. Los pibes juegan en otro lado, otro día, bien lejos del estadio.
Pero es 19 de marzo de 2000 y ese día a Kurt Lutman lo bajaron a reserva. Años después recuerda que no venía jugando mal, sino que la relación con el entonces presidente de la institución, Eduardo López, no era la mejor. La cuestión es que ese día, contra Belgrano de Córdoba, metió dos goles. Y para festejar se sacó la remera. Y debajo de esa remera había otra remera blanca, musculosa, que con letras negras pedía cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos.
La postal quedó inmortalizada en una foto en primera plana, donde se ve a un joven Lutman, todavía futbolista. Pero también en la memoria de gran parte del pueblo futbolero, porque no es común que un futbolista muestre una postura política de manera tan contundente. Y Kurt tiene claro por qué: “Te termina vapuleando la maquinaria mediática. Y eso para un futbolista puede ser contraproducente”, sostiene. Pero de inmediato, y entre risas, aclara que eso no fue lo que le sucedió a él: “Lo mío en el fútbol fue más que nada mi falta de efectividad a la hora de darle pases a mis compañeros”.
Hoy en día Kurt comparte – y propone – en sus libros, pero también en charlas a lo largo y ancho del país, otra forma de ver el fútbol. Una mirada que pondera lo lúdico y que intenta tejer puentes de inclusión con el fútbol como pretexto. “El deporte es la excusa perfecta para que los pibes no estén en la esquina. Más en una región como Rosario o Santa Fe donde hay un serio problema y un drama muy latente que es la droga. Entonces ahí es donde siento que deporte e inclusión deberían vincularse de manera urgente”, señala.
Kurt reconoce que para muchos pibes el fútbol sigue siendo una posibilidad de ganarse la vida en un futuro, y lamenta que ese lógica empiece a aplicarse con pibes cada vez más chiquitos, porque son pocos, muy pocos, lo que realmente lo van a poder lograr. “Y eso a nivel lúdico es un crimen”, sentencia.
“El deporte es la excusa perfecta para que los pibes no estén en la esquina. Más en una región como Rosario o Santa Fe donde hay un serio problema y un drama muy latente que es la droga. Entonces ahí es donde siento que deporte e inclusión deberían vincularse de manera urgente”
Por eso dice que hay que reivindicar la existencia de los clubes de barrio pero también interpelando sobre su funcionamiento: “Debemos ponernos a pensar si esta mirada que estamos sosteniendo no termina excluyendo a un montón de chicos, al querer conseguir que jueguen pibes efectivos para que nos acerquen a la victoria. En lugar de poder abrir los equipos al barrio y que puedan ingresar la mayor cantidad de pibitos posibles. Y que después se dé el aprendizaje, sin que me importe la tabla de posiciones. Porque la realidad me impone un desafío mucho más urgente que es que esos pibes no estén en la esquina a merced de la droga”.
Pero también sabe que la idea de éxito en clave “ganar” está muy arraigada en la sociedad y cuesta deconstruirse en ese sentido. Dice que a él también le pasa. Pero con ese desafío recorre distintos lugares del país presentando sus libros o disertando en charlas, donde intenta desmenuzar junto a quienes se acercan por qué esa mirada sigue anclada con fuerza. “En las altas competencias los técnicos duran cada vez menos. Y ese no sería el problema si desde el fútbol infantil no se copiara esa misma forma, yendo detrás del objetivo ganar, dejando por fuera a un montón de pibes”, cuestiona.
Una mirada similar tiene Ignacio Bogino, quien busca que sus compañeros de vestuarios abran la cabeza hacia una formación que vaya más allá de lo estrictamente deportivo. “Es un lugar bastante complejo que necesita de otros mensajes, de un fútbol más liviano para que todos los disfrutemos de otra manera. Y que llegue a los chicos de una forma más nutritiva. Es un juego hermoso y hay que defenderlo porque si no el circo de afuera lo termina devorando”, reflexiona.
“Nacho” tiene 35 años y juega en el primer equipo de Central Córdoba de Rosario que milita en Primera C. Jugó en varios equipos como Rosario Central, Arsenal, Patronato, Temperley y Brown de Adrogué. Dice que en sus primeros años había “comprado el chip” del futbolista que debe hacer guita, porque la carrera es corta, y después hay tiempo para otras cosas. Hasta que la vida lo puso en situaciones donde se dio cuenta que incorporar otras actividades mejoraban su rendimiento adentro de la cancha: leer, pintar, escribir, dibujar.
Desde entonces intenta compartir esos aprendizajes con sus compañeros, pero él también aprendió que la forma no es la imposición, sino el ejemplo. “Al principio yo regalaba libros. Pero después me di cuenta que es redundante hablar por uno, no tiene sentido y tampoco es muy creíble. Es mucho más importante que alguien te pida algo para leer porque tiene esa necesidad, o porque piensa que a vos te hizo bien y él quiere ese mismo efecto”, reconoce.
Bogino también reconoce que esa perspectiva no es común de encontrar en el fútbol argentino y eso lo convierte en una suerte de “bicho raro” entre sus pares, siendo de los pocos que cuestiona públicamente el lugar que ocupa el futbolista en la sociedad. Pero también sabe que es su aporte para que la cosa cambie un poco: “Si por algo yo sigo jugando, más allá de lo lúdico, es porque me parece que es importante seguir respondiendo adentro del campo de juego con esta actitud de afuera”.
Pero sostiene que el cambio efectivo se da trabajando en la formación de los más chiquitos, desde bien chiquitos. “Hay que pensar en espacios lúdicos, para recrearse, para disfrutar. Y después están los clubes como espacios que pueden formar y contener mejor. Esas son como las trincheras más importantes que hay que cuidar”, sostiene al mismo tiempo que remarca la importancia de entender el deporte como herramienta de inclusión y contención, y la necesidad de que los Estados también lo entiendan así: “El fútbol va a seguir estando siempre y depende de todos y todas cómo eso funcione”.
“Hay que pensar en espacios lúdicos, para recrearse, para disfrutar. Y después están los clubes como espacios que pueden formar y contener mejor. Esas son las trincheras más importantes que hay que cuidar”
El fútbol va a seguir estando. Incluso, ahí, cuando no haya nada, donde no hay nada, el fútbol va a seguir estando. Depende de nosotrxs cómo funcione.