Crepúsculo es el nombre de la Biblioteca Popular Infantil y Juvenil de Lucio V López, una experiencia que nació con un propósito: contagiar el placer por la lectura, el encuentro, el intercambio y la participación. Fue avanzando con el horizonte de llegar a cubrir la totalidad de las infancias del pueblo. Entre las temáticas necesarias, educación sexual integral, memoria, ecología, pensamiento decolonial y los derechos de niños y niñas. Mujeres organizadas y adolescentes en acción arman el esqueleto que sostiene este pulmón cultural.
Fotos: Biblioteca Popular Crepúsculo
An Maeyaert es una niña y todavía no conoce el pueblo de Lucio V López. Ni siquiera conoce Argentina y hasta es probable que no sepa de la existencia de este país ubicado en la otra punta del globo. Menos aún puede saber que ese pueblo de seiscientos habitantes será el lugar donde viva, donde verá crecer a su hija y donde cosechará su siembra: una biblioteca popular infantil y juvenil en Lucio V López, pueblo que está a cuarenta kilómetros de Rosario, capital provincial de la bota santafesina. Por lo pronto, la niña An disfruta de ir después de la escuela a la biblioteca municipal de Aalter, el pueblo belga en el que nació. Algunas décadas después, dirá: “El principio de todo es mi infancia en Bélgica, recuerdo que les niñes íbamos a la biblioteca que estaba cerca de la escuela, nos quedábamos leyendo y jugando, llevábamos libros para casa”. Para An, esa biblioteca fue un espacio que alojó gran parte de su infancia. “Cuando llegué a esta etapa de ser madre y de mudarme a este pueblo, sentía que faltaba un espacio acogedor de promoción de la lectura”.
En el último tiempo, el pueblo de Lucio V López viene recibiendo a nuevos habitantes que llegan en busca de una vida menos agitada que la que ofrece Rosario. La fuga del ritmo citadino identificó en Lucio V López una opción potable. “Venir a vivir con una búsqueda, una impresión de nuevos intentos, de nuevas formas. Eso se está tejiendo con las personas que ya vivían acá. Está teniendo esta nueva característica”. Paula Percivalle pertenece a esa camada migrante que va engrosando el padrón electoral en el que hoy figuran cuatrocientos votantes. Llegó para instalarse en plena pandemia, en mayo del 2020. Al pueblo lo conocía por el parque humanista de estudio y meditación que había visitado desde su inauguración en 2009. Desde ese momento se fue enamorando de la idea de dejar de ser visitante para ser residente. A An primero la conoció como vecina; después se fue enterando de las actividades infantiles organizadas por la biblioteca. “Tenemos dos niños muy pequeñitos y fue como un oasis en el medio de la cuarentena y el distanciamiento, no sólo la posibilidad de dar una actividad a les niñes sino la atmósfera que sentimos en esas actividades al aire libre, muy cuidadas, con mucho respeto y dedicación. Y esa amorosidad que desprenden An y las chicas”.
An es adulta pero su mirada está puesta sobre las infancias. La suya propia le permitió trazar un horizonte hacia el cual caminar. “Sabemos que todes les niñes en la escuela aprenden a leer, pero sentía la necesidad de un espacio donde se desarrolle el placer de leer, que sea un disfrute, una elección”. El deseo fue el motor. Cuando empezó a hablar de las ganas con algunas vecinas, rápidamente se fueron sumando. Se confirmaba la intuición de An. “En este pueblo había una comunidad bastante organizada comunitariamente con varios proyectos que ya funcionaban. Sospechaba que iba a haber un tejido que permitiera desarrollar esto. Algunas vecinas se sumaron con mucho entusiasmo. En un primer momento éramos todas madres y docentes”. Todo proyecto tiene una puesta en marcha. En este caso la cuestión financiera inicial se resolvió en un viaje a Bélgica donde An, que es música, hizo un concierto solidario con la banda de su papá. Ese día juntaron un dinero inicial para poder comprar los primeros libros y empezar a trabajar.
Lo pre existente
Uno de los elementos que alimentó el germen de la Biblioteca Popular Crepúsculo fue la militancia previa que An fue desarrollando en distintos espacios con el eje puesto en los derechos de niños, niñas y adolescentes, como es el caso de la Asociación Civil Chicos en la cual trabajó, espacio que cuenta con una biblioteca. Pero el deseo también se nutrió de las experiencias de otras bibliotecas populares de Rosario. Concretamente, la Biblioteca Popular Cachilo fue para An de gran inspiración. “Fuimos a charlar muchas veces con las chicas para que nos transmitieran su experiencia”, dice. Trascendiendo su deseo personal de que hubiera una biblioteca infantil en el pueblo de su hija, el desafío era lograr que el proyecto fuera colectivo. Para que sea comunitario, debían sumarse muchas personas, familias, niñes, jóvenes y adultas. “Necesitábamos un grupo que pueda sostener esto y difundirlo, más aún en la circunstancia de pandemia donde había mucho aislamiento y gente encerrada en su casa”.
Otro elemento pre-existente tenía que ver con las actividades y organizaciones de vecinos en diversos rubros, como por ejemplo la ecología expresada en una reserva natural que sostiene un grupo de voluntarios, así como también otro agrupamiento de consumo consciente. An agrega que esos grupos están formados en gran medida por los neo rurales pero también por otros vecinos que hace tiempo viven en Lucio V López y sostienen actividades. “Mucha organización comunitaria desde la base e independiente. Ya había una red de personas preocupadas en poder generar un ambiente de vida saludable e interesante para sus hijes”.
Cuando An volvió de Bélgica con la plata para poner a andar la cosa, en febrero del año pasado, todavía no había llegado el primer viajero contagiado de Covid a la Argentina, no se había anunciado el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio y los rostros no estaban tapados con barbijos. Para que todo eso sucediera sólo era cuestión de tiempo. En ese transcurrir, se hicieron las primeras reuniones entre las voluntarias que se sumaban. La propuesta inicial era hacer promoción de la lectura en el parque, una idea inspirada en la Cachilo. Sacar los libros al exterior y hacer actividades. Para eso, buscaron dónde comprar los libros y qué selección hacer. Pero llegó el golpe de una pandemia anunciada y todo tambaleó un poco. “Lo que decidimos hacer en ese momento, después de crisis y catarsis, fue comprar libros, armar cajas y dejarlas en casas de vecines como una mini biblioteca en diferentes barrios”. Lo que provocó la pandemia inicialmente fue el golpe de timón que pegaron para girar desde la idea de actividad presencial hacia el préstamo. Aprovecharon que toda la educación se trasladó a la virtualidad para avisar por las redes en los grupos de padres y madres que los niños podían ir a esas casas a elegir un libro para el préstamo.
“Son una pequeñita generación del pueblo que les gusta muchísimo todas las actividades de la biblioteca”
Paula, madre de Amadeo y de Tahiel, es bailarina, artista coreógrafa y trabaja en la educación artística. Se declara “usuaria muy fan de la biblio” y se emociona cuando habla del valor que tiene y tuvo el espacio en el momento de mayor aislamiento pandémico. Dice que “fue muy constante la presencia de la biblio” y que siempre había alguna actividad donde les niñes podían participar. Recuerda una lectura para bebés que se hizo en una casa. Le resultó muy valiosa la posibilidad de esa instancia de educación que traspasó la virtualidad. En momentos donde el aislamiento se imponía, la biblioteca apostaba por el fortalecimiento de los vínculos. “La educación formal me resultó muy violenta, de repente todo tenía que seguir igual y encima siendo virtual”. Paula se refiere a las viandas literarias que motorizaron desde la Biblioteca. “Hasta pudimos disfrutar de tener lecturas para toda la familia y juegos que nos acercaban. Pudieron empezar a conocerse entre los más pequeños a través de los libritos que les gustaban a uno o a otro”.
Desde la organización de la Biblioteca detectaron que las viandas literarias funcionaban con un sector del pueblo pero no llegaban a todas las familias. Con ese diagnóstico, habilitaron la segunda etapa que llamaron ´Crepúsculo en el parque´ y que consiste en salidas en las que tiran lonitas en el césped con los libros, habilitan el préstamo y también leen en voz alta.
El esqueleto
Quienes piensan y sostienen la estructura de la Biblioteca Popular Crepúsculo son seis mujeres cuyos roles son rotativos. El trabajo de esta pata adulta del proyecto consiste mayoritariamente en buscar nuevos materiales, sostener las actividades al aire libre y en los últimos meses se sumó también el armado del espacio físico. Pero además de las seis mujeres adultas, hay cuatro adolescentes que terminan de conformar el esqueleto de la biblioteca. Son chicas y chicos de entre trece y quince años que ya tienen desarrollado un gusto por la lectura y que se sumaron al proyecto en primera instancia como mediadores de lectura, leyendo en voz alta para los más pequeños, pero que después se empezaron a sumar también a otras tareas como el armado del catálogo de los libros, la comunicación en las redes y el acondicionamiento del espacio físico. “Son muy activos. Vinieron a pintar las paredes, a encerar las maderas de los estantes”, cuenta An.
Irupé Bellotti es una de esas cuatro personas activas. Nació en Rosario y vive en Lucio V López desde sus cuatro años. Hoy tiene trece y reparte su tiempo entre la escuela, la familia, gimnasia, patín, baile, inglés, la biblioteca y un taller de escritura. “Estoy en plan de dejar un par de cosas porque ahora con la escuela que es todos los días no puedo con todo. Pero me encanta, si pudiera pasar más tiempo con mi familia y hacer todo eso, lo haría”. Una actividad en la que también invierte mucho tiempo es la lectura, algo que hace desde muy chiquita. En un comienzo era su madre la que le contaba los cuentos antes de dormir pero después fue ella la que aprendió a leer y desde ese momento no paró nunca. “A los tres o cuatro años me gustaba mucho Caperucita Roja, Los 3 chanchitos, un cuento que se llamaba La viejita de las cabras. Hoy me gustan las novelas que tratan sobre adolescentes, aventuras y esas cosas de gente de mi edad”.
Del pueblo le gusta la tranquilidad y “cierta seguridad” que hace que pueda salir a la calle sola. Pero por fuera de eso, cree que el pueblo “es un poco aburrido para gente de mi edad porque no hay muchas cosas. Lo de la biblio es lo primero que pasa”. Su pasión lectora era un gran indicador de la respuesta que daría cuando la invitaran a sumarse a la biblioteca. Se enteró a través de su mamá que es amiga de An. “Me dijeron si quería formar parte y re entusiasmada dije que sí”. Irupé siempre tuvo relación con los libros por una cuestión familiar, pero sabe que en Lucio V López la lectura no es un hábito entre sus pares. “Capaz hay gente de mi edad que ni conocía cómo funcionaba una biblioteca”.
Irupé cursa el primer año de la secundaria y va a la escuela en Totoras, que está a media hora en colectivo. Entre los mediadores de lectura están dos de sus mejores amigos y cuando describe a la biblioteca habla de la gente conocida y la confianza. Como en su casa hay muchos libros, aquellos que ya leyó varias veces los donó a la Biblioteca. “Yo leo los libros un montón de veces porque leo muy rápido”. Cuando cuenta sobre la experiencia como mediadora en el parque, Irupé se refiere a las distintas formas de compartir la lectura. “Hay algunos que se re enganchan y te piden más. Y hay otros que pensás que no les interesa porque están corriendo pero después vienen y te hacen preguntas sobre el libro, estaban escuchando pero no sentados. Es re lindo eso”.
“Esto de que sea popular me parece maravilloso. Realmente se siente el propósito de querer contagiar el gusto por los libros, la lectura, la imaginación, la representación, el mundo poético”
Dos de los pequeños que estaban cuando empezaron los encuentros en el parque eran Amadeo y Tahiel, que en ese momento tenían dos y cuatro años. “Lo que más disfrutaban era de las lecturas que hacían las chicas. Disfrutaban mucho de los cuentos”. Paula también se refiere a los libros textiles, en los cuales los más pequeños empiezan a experimentar el sentido del tacto. Sus hijos ahora ya cumplen cuatro y cinco, y Amadeo, el más grande, logra identificar algunas letras e incluso empieza a descubrir palabras. “Son una pequeñita generación del pueblo que les gusta muchísimo todas las actividades de la biblioteca”, resume Paula.
La frecuencia de los encuentros en el parque fue variando de acuerdo a las fases de la cuarentena, las estaciones del año y la intensidad de otras actividades. Arrancó siendo todos los viernes en la primavera del año pasado, en el verano lo sostuvieron cada quince días y después cuando llegó la segunda ola de coronavirus pasaron a hacerlo una vez por mes, sumándose a un evento que también se hace mensualmente y que es la feria de emprendedores. “Nos parecía potable que en ese evento se sumen nuevos lectores. Siempre tenemos esa inquietud, hay un grupo de niños que vienen seguido pero queda ese sector de la infancia que todavía no accedió, entonces buscamos aparecer en lugares donde están esos niñes”, explica An. En esta línea, el último viernes antes de las vacaciones de invierno fueron con las cajas de libros a la escuela y se instalaron en el hall. An cuenta que todos los niños escolarizados, que son casi todos los niños del pueblo, se llevaron libros, y muchos por primera vez.
Los buenos contagios
Cuando escasean las propuestas pensadas para las y los ciudadanos más pequeños, cada nuevo proyecto cultural adquiere otro cariz. Paula habla de la sensibilidad artística que tiene el equipo de mujeres que comanda la biblioteca, destaca el hecho de que en el nombre esté la palabra popular porque muchas bibliotecas se plantean desde el lado académico y se convierten en espacios cerrados a los cuales se accede sólo con una inscripción, una cuota o un carnet. “Esto de que sea popular me parece maravilloso. Realmente se siente el propósito de querer contagiar el gusto por los libros, la lectura, la imaginación, la representación, el mundo poético”.
Como el universo de la literatura infantil y juvenil es tan vasto, tuvieron que establecer algunos criterios para seleccionar los materiales. La intención inicial fue ir por el lado menos comercial, incluyendo el enfoque de género y la educación sexual integral. “Nos parece algo muy necesario para trabajar desde muchos espacios. También la cuestión de la ecología, una problemática muy presente en este pueblo a orillas del río Carcarañá”. Para pintar la situación ambiental, An menciona a la reserva natural y también a los silos contaminantes, aclarando que el pueblo está en la ruta de la soja y que esas cosas forman parte del paisaje cotidiano. Otros ejes prioritarios para abordar desde la lectura fueron los derechos de niños, niñas y adolescentes, el pensamiento decolonial y la memoria. A estas directrices se sumaron aquellos libros que referían les mediadores de lectura cuando se les consultó sobre sus libros de la infancia y también sobre los actuales. Ahí sumaron los cómics y una serie de libros juveniles que se hicieron muy populares. De repente empezaron a engancharse niñxs de 9 a 11 años con una serie de quince tomos mitad novela y mitad comic. “Se los pasaban entre ellos y hablaban de eso en el recreo de la escuela. El libro objeto juntaba el interés y la conversación. Se anotaban listas de espera para el nuevo tomo de esa serie”. An aclara que algo parecido sucedió con los más chiquitos con la serie del chanchito Olivia.
La Biblioteca Popular Crepúsculo no solamente creció en cantidad y calidad de participación y propuestas; también lo hizo de forma concreta accediendo a un espacio que funciona en una pieza de la casa de An que tiene una entrada y un patio independiente. Cuando el año pasado estaba en búsqueda de una casa para comprar, entró a visitar la casa y no lo dudó. Imaginó la biblioteca funcionando en el espacio donde varios meses después se terminaría inaugurando. Pero antes de que eso sucediera, necesitaron conseguir todos los materiales, los estantes, los almohadones, los puf. Y juntar las voluntades para la mano de obra, y armar los estantes, y pintar las paredes, y coser los almohadones y las cortinas. “Elegimos esa estrategia para asegurar el carácter público del espacio y la pertenencia; alguien que haya cosido una cortina ya se siente parte. La idea es que sea un espacio construido entre todes y que puedan sentirlo propio y accesible”.
La puerta del espacio propio abre otras puertas. Para An implica un alivio en relación con el trabajo que significa llevar los libros a todas partes. Pero también les permite proyectar otras actividades y ofrecer horarios fijos de atención. Mientras tanto Paula pudo descubrir, a través de Amadeo, que la biblioteca existía mucho antes de tener un espacio físico. “Ahora va a estar el espacio físico pero que en sí mismo puedan existir todos esos libros circulando y la intención me gustó mucho”.
An cuenta el evento inaugural en tiempo futuro: se va a cortar la calle, va a haber una comparsa de candombe para abrir el evento, un discurso literario inaugural del equipo, se le dará la palabra a los vecines y usuaries que quieren contar qué significa la biblio para ellos, vamos a cortar el listón rojo, a visitar el espacio, a dejar unas palabras de cada uno que lo visite, y la actividad principal es un regalo que nos traen las compañeras de la Cachilo con un momento de lectura para todas las edades. Irupé lo cuenta en tiempo pasado: “Fue hermoso, me encantó, bastante gente del pueblo. Hubo un taller de la Biblioteca Cachilo de Rosario”.
“Elegimos esa estrategia para asegurar el carácter público del espacio y la pertenencia; alguien que haya cosido una cortina ya se siente parte»
Irupé fue viviendo muchas vidas a través de sus lecturas, conociendo lugares e historias junto con los personajes de los cuentos y novelas. Todas esas vidas caben en la biblioteca. Ella cuenta que las restricciones sanitarias en los peores momentos de la pandemia fueron muy estrictas en el pueblo, a pesar de no tener casos. Recuerda que hubo un caso recién en octubre y que en ese momento no podía salir ni a la vereda. Como comparte el patio de su casa con uno de sus mejores amigos, que también es mediador de lectura, se juntaban y separaban los libros en cajas. Dice que ahora las personas pueden ir a buscar libros al espacio físico pero que también pretender continuar con los encuentros en el parque como una forma de seguir acercando más personas a la lectura.
El grueso de las personas que asisten a las actividades de la biblioteca tiene entre dos y siete años, están en jardín, pre-escolar o primer grado. An se refiere a la generación de niñxs que creció con el proyecto como una generación ganada. “Ya tienen ese amor por los libros y se acercan con un recuerdo muy positivo de sus primeras lecturas. Creemos que si sostenemos las actividades probablemente nunca dejen de disfrutar de la lectura”. Agrega que hay casos de niños de jardín que están llevando la cultura de los libros a las casas. “Algunos viven en casas donde no hay libros, inclusive con papás o mamás sólo parcialmente alfabetizados”. Irupé dice que por fuera de los mediadores de lectura, prácticamente no van adolescentes a la biblioteca. “Capaz que les gusta leer pero nunca tuvieron la posibilidad en la casa”. Por eso, cierra con un deseo que abre: “Me gustaría que vengan más chicos de mi edad a la biblioteca”.