Una travesía de siete días por agua y tierra para exigir la ley de humedales. Una marcha hasta el Congreso encabezada por las organizaciones del Litoral. El río que se seca y un paisaje desolador al interior del humedal. Toda la vida que se extingue con el fuego.
Fotos: Carlos Salazar, Edu Bodiño, Pablo Cantador, Sebas Pancheri, MH
-No quieren que nos demos cuenta que esto es el paraíso-, piensa Juan mientras observa desde su bote, el fragmento vivo de un humedal que todavía el fuego no se llevó. El canto de un benteveo, el viento que acaricia, el olor que desprenden las hojas húmedas de los árboles. Algunas flores reverdeciendo. El viejo río marrón que va, que viene.
Juan saca la foto con su mirada. La guarda hasta soltarla cuando le preguntan qué significa el río en su vida.
-El paraíso-, responde.
Una postal que se desdibuja apenas unos metros más adelante.
Un bálsamo en medio del infierno que se extiende a lo largo del Paraná por 350 kilómetros desde Rosario hasta la desembocadura del Tigre en Buenos Aires.
Un infierno que huele a mierda, a químicos y a humo.
Desde otro bote, Nacho trata de cerrar los ojos para esquivar la imagen. Todavía le quedan horas de remada hasta llegar a Tigre y conservar el buen ánimo es fundamental. Más de 40 personas van paleando por el río. Es el último tramo y las aguas ya no están tan calmas como en los días previos.
Nacho se llena de bronca cuando se detiene a observar el paisaje. Algo de toda la muerte que huele en el aire lo invade. Pero más allá de su rabia, sostiene la mirada para denunciar el ecocidio. Entonces, saca la foto y describe el infierno:
-No vimos carpinchos, nutrias, tortugas. Ni los pájaros se movían, ni los peces en el agua. El paisaje es tétrico.
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Viernes 27 de agosto del 2021. La pesadilla vuelve a empezar: Rosario amanece envuelta en humo con focos de incendio que se registran en la zona de San Pedro, Ramallo y San Nicolás.
Dos días después, las postales estremecen: esa bomba de humo y fuego que se observa a lo lejos son los humedales quemándose en la desembocadura Los Laureles en el arroyo Pavón. En solo 7 días se incendiaron 30 mil hectáreas, reportan desde el Observatorio Ambiental de la Universidad Nacional de Rosario: 7 mil en San Nicolás y otras 20 mil entre San Pedro y Zárate.
El naturista César Massi lleva un registro drástico: al menos 850 mil hectáreas arrasadas en un año y medio en la zona Piecas Delta del Paraná. Más de 230 mil en el 2021. 9.653 focos de calor en lo que va del 2021 señala el Museo Scasso que actualiza semana a semana el paso arrasador del fuego, siendo la última de agosto la que más focos concentró: 2.323.
El humo no solo trae las cenizas, o los restos de naturaleza muerta. Trae a la memoria el recuerdo del desastre: el año de la quema. El 2020. La tierra incendiada, el nacimiento de una resistencia colectiva y la expresión de la impotencia frente a la desidia.
Humo, quemas, más humo y la cronología de una lucha frenética en defensa de la vida:
– Se sale a la calle y se bicicletea hasta el puente que une a Santa Fe con la provincia donde se concentra el 80% de los humedales del Delta, Entre Ríos, para denunciar el impacto ambiental.
– Se organiza el primer corte sobre la traza Rosario-Victoria y se conforma la Multisectorial por los Humedales: organizaciones, activistas, artistas, amantes del río, kayakistas, militantes sociales, ambientalistas: su corporalidad es tan diversa como es el humedal.
– Se realizan acciones legales: amparos y denuncias que mueren en el ámbito judicial. A la par, estrategias de visibilización donde lo que se expone, es el propio cuerpo: intervenciones artísticas en el Monumento a la Bandera y en el puente; la marcha por la Avenida Pellegrini, una kayakeada para unir las dos orillas, desdibujando los límites juridisccionales que tanto sirven de excusa al poder político y el acampe, durante una semana, sobre el asfalto incendiado por las altas temperaturas en el Puente Rosario-Victoria.
Humo, quemas y más humo. El 2020 es el año de la pandemia y, también, de la destrucción de 683.900 hectáreas del territorio PIECAS del Delta del Paraná, según los registros que lleva con precisión Cesar Massi.
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Laura apenas puede hablar. Parada en el centro de Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, sobre uno de los pañuelos blancos pintados en el suelo, intenta describir lo que sintió su cuerpo cuando se sumó a la Travesía, un viaje que kayakistas y activistas de la Multisectorial realizaron por agua y tierra durante siete días por 350 kilómetros de río hasta llegar a Buenos Aires. El objetivo: presentar ante la Cámara de Diputados un petitorio firmado por 381 organizaciones de todo el país exigiendo el inmediato tratamiento del proyecto de Ley de Humedales que en menos de 180 días puede perder estado parlamentario.
Laura se emociona cuando busca las palabras precisas para describir al humedal: abundancia, riqueza, vida. Los brazos del río, la belleza del Litoral. “A pesar de todo”, dice: ese “todo” son los grandes puertos, los grandes buques, las grandes quemas. Se integró a la travesía en Ramallo, remó seis horas por el río Baradero y fue relevo de compañerxs cansadxs por el enorme esfuerzo físico que implicó el viaje por agua.
No habrá forma de olvidar la experiencia y en su voz quebrada está la prueba: “es muy profundo llevar adelante esta travesía, es muy movilizante. El grupo de tierra armaba las carpas para que se sequen cuando estaban húmedas por la niebla, tener la comida lista, la gente recibiéndote en cada lugar, los coordinadores arengando, alentando. Es un desafío grande y muy agotador, pero todos esos gestos tienen un valor enorme”.
Entre la muchedumbre que va llegando a la plaza aparecen los kayakistas con sus botes en alto. No pasan desapercibidos porque no hay antecedentes de una marcha similar. El clima que se respira es tan litoraleño que impacta: en plena urbe porteña, frente a los medios hegemónicos más concentrados y más poderosos del país, la marcha de 5 mil personas es encabezada por una multisectorial de organizaciones parida en Rosario. No hay aparatos partidarios, no están los referentes sociales que más horas de televisión concentran ni figuras de la política nacional. Están los kayaks, lxs remerxs y copleras del río Paraná, las guardianas ancestrales de la Pachamama y el Abya Yala, las organizaciones ambientalistas que vienen bajando del Litoral, y detrás, las asambleas vecinales que en cada rincón de este país, se autoconvocan y autogestionan para defender un río, un arroyo o una laguna en peligro de extinción.
Entonces Laura llora porque ella, que es de río, que viene de Rosario, que integra una organización ambientalista que desde el 2008 denuncia el impacto del modelo productivo sobre los humedales del Delta, es una de las que sostiene la extensa barredora que marca el pulso de la movilización.
“Somos humedal” reza la frase pintada en la bandera.
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– El fuego está a menos de 700 metros de nuestra casa y avanza con viento a favor. Podemos ver el resplandor, escuchar el ruido del fuego. Hay alrededor de 20 vecinos que en este momento están desmalezando con bombas de agua y mangueras mientras que en mi casa estamos mojando todo alrededor porque sabemos que el fuego va a llegar.
Es 20 de agosto de 2020 y el testimonio de Viviana se viraliza por las redes de la Multisectorial de Humedales. Al teléfono de Juan llegan algunos mensajes pidiendo ayuda: es que la presencia del Estado es casi nula y el fuego avanza de norte a sur por las islas del Paraná, en la zona de la Boca de La Milonga.
Tres días después vecinos y colaboradorxs combaten los incendios coordinados por la Multisectorial de los Humedales que denuncia abandono de persona por parte de las autoridades municipales, provinciales y nacionales. “Desde hace más de 24 horas hacen oídos sordos a los pedidos de ayuda por parte de lxs isleñxs”.
400 voluntarios cruzan en 17 lanchas mientras que el Estado moviliza solo 11 bomberos, 5 de ellos enferman de Covid. Organizadxs en brigadas, lxs activistas desoyen la advertencia de las autoridades que pedían no salir por la pandemia y llegan hasta la zona de incendios para rescatar los hogares de las familias isleñas.
Una línea de fuego crece debido al cambio en la dirección del viento y sobrepasa los cortafuegos que durante horas habían preparado. “Me puse a llorar como un niño y una compañera vino y me abrazó. Recuerdo el bote de Prefectura a 50 metros, mirando, sacando fotos, tomando mate” dirá Juan, un año después, cuando intente encontrar palabras para describir el desastre. “Lidiar con algo tan injusto y sin tener experiencia moviliza muchas sensaciones”.
La capacidad de organización de la Multisectorial y la solidaridad de cientos de personas permitió comprar autobombas y herramientas necesarias para armar un dispositivo frente a los incendios.
Juan: “en ese momento nos dimos cuenta del gran poder organizativo que tenemos. Y lo hicimos con todos los protocolos, muy prolijo, en ningún momento nos pusimos en riesgo”.
Pero el fuego se cobró hogares enteros. Y en el medio, un grupo de voluntarios sin experiencia y sin presupuesto, “solamente tejiendo redes con la gente, pudimos hacer más que cualquier Ministro de Ambiente. La gestión entorpecía aún más el poder hacer”. Restricción de navegación por la pandemia, Gendarmería frenando las donaciones por tierra y Prefectura oficiando de espectador.
-Nosotros hacíamos y ellos miraban mientras al humedal lo prendían fuego.
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Ni Osvaldo ni Nadia ni Liliana integran la Multisectorial de Humedales pero los tres decidieron sumarse a la travesía por agua y tierra. Osvaldo tiene 64 años y rema desde hace 10. Nadia tiene 50 y desde los 20 que navega por los distintos ríos del país. Lili no rema por el Paraná, pero sí lo hace en la marea feminista acompañando familiares víctimas de femicidios o en cada reclamo laboral que hace el gremio que ella integra, Ate Rosario.
Los brazos de los tres fueron tan fundamentales como los brazos del Paraná. Sostuvieron las redes del grupo por tierra y por agua. Arengaron cuando había que hacerlo, remaron las casi siete u ocho horas diarias para llegar a cada destino y abrazaron los cuerpos agotados por el frío, la niebla, el barro.
“Nada impidió que llegásemos a destino, ni las ampollas en las manos, ni los calambres, ni el frío, porque sabíamos que teníamos que estar acá”, dice Osvaldo mientras se suma a la marcha que caminará hasta el Congreso. Remó durante los siete días en un kayak doble. Acostumbrado a travesías deportivas, dice que esta no se compara con nada. “Fue una travesía muy atravesada por la realidad y por la gente. Y los primeros conmovidos fuimos nosotros. Vimos imágenes que nos interpelan: la cantidad de conductos que llevan los líquidos de industrias y la mierda de las ciudades que llega cruda al río. Y esa es el agua que tenemos para vivir”.
Después menciona a Nordelta, la ciudad de 1600 hectáreas cerrada y edificada sobre humedales en la zona de Tigre, que el mismo día en que se marchaba hasta el Congreso se vio sacudida por una “invasión” de carpinchos, fauna autóctona del lugar. Osvaldo dice que los edificios de Nordelta se contraponen “con las garzas que lo único que tienen son algunos botes para anclar su vida allí.”
La foto es contundente: carpinchos y garzas desplazadas por la vida capitalizada.
Lili fue parte del equipo tierra cuya función era la de asistir, acompañar y organizar la logística de toda la travesía. A veces en lancha, a veces en auto, eran los primeros en llegar a las paradas previstas, los primeros en levantarse y hacer el desayuno y los últimos en irse a dormir después de cocinar la cena. La fusión de ambos equipos fue la clave para sostener el viaje.
Cuando cierra los ojos y recupera alguna imagen, Lili describe el contraste. David y Golliat. Los grandes buques de un lado, los pequeños botes de kayaquistas del otro. “Unos saqueándonos, otros defendiéndonos”.
Nadia vio el fuego: quemas durante casi todo el recorrido. Fue una de las mujeres que se puso al frente de la caravana por agua y colaboró en la coordinación y en la organización de los grupos. Donde otros ven un caño de agua, ella contempla vida. Define al río con una palabra: comunidad.
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Del otro lado del teléfono, la voz de Julia se escucha cansada. Es el día siete de la travesía y el equipo de agua partió hace una hora rumbo a Dique Luján. Ella integra el grupo tierra y es una de las voceras de prensa encargada del registro y la comunicación. Cuenta cómo son los días y cómo son las noches: el sentir de la travesía por el río, el gran camalotal de kayaks navegando al compás del agua y el cansancio del recorrido por ruta.
Julia menciona momentos o lugares claves: la llegada a San Nicolás y el cálido recibimiento de su gente que desata una lucha en defensa de la Reserva Natural De Aguiar, el descanso en territorio islas y el esfuerzo que implicó llegar hasta allí con los botes, los bolsos y los alimentos, la violencia sobre un paisaje intervenido de la manera más brutal con los playones portuarios, las bocas escupiendo sustancias tóxicas, los barcos de 200 metros de largo y un calado de 20 centímetros de profundidad, los focos de incendio tan cerca y tan lejos y, de a ratos, el paraíso del que habla Juan.
-Villa Alsina fue un descanso para la vista: ahí sí estaba el paisaje del Litoral.
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Última noche: quedan pocas horas para llegar a Capital Federal. La Asamblea es multitudinaria y los casi 50 kayakistas toman la palabra, circulan las voces y las miradas. Se siente el amor y la entrega al río, además de un cansancio extremo. Julia queda conmovida porque dice que no todos los remeros son parte de la Multisectorial y sin embargo están ahí, siendo parte de esta travesía épica.
¿Qué los mueve, qué los une? Y otra vez, la misma palabra: comunidad. Así describe la fórmula para sostener un viaje impensado. “A mi me pone triste hacer esta travesía para pedir lo que es obvio. Pero también estoy feliz de encontrar esta forma creativa y amorosa por el territorio, por el río. Hay una realidad hostil, pero también hay otra realidad que se despliega como posible”.
Valeria rema desde que tiene 8 años. Dice que el río es parte de su ser. Fue de las primeras en sumarse al equipo que comenzó a organizar la travesía cuando recién, corría el mes de abril.
– Hacer este viaje fue tan inimaginable como haber acampado en el Puente Rosario-Victoria.
A la travesía llegó tres días después, cuando el grupo cenaba guiso en un camping de San Pedro. De esa noche fría lo que más recuerda son los abrazos.
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Diez de la noche. Capital Federal. La Plaza de los Dos Congresos. La imponente Cámara de Diputados. La calle. Un puñado de personas que todavía aguanta el frío después de una marcha que arrancó a las cinco de la tarde.
Juan sale cansado y enojado. Hace dos horas ingresó junto a otras 20 personas a una reunión con los únicos tres diputados que se dignaron a recibir el petitorio: Leonardo Grosso, Daniela Avilar y Enique Estevez.
Dice Juan: “Por un lado la reunión fue exitosa porque pudimos entregar el documento formalmente. Pero nos sentimos defraudados porque no lo hicimos frente a quienes habíamos solicitado que estén”.
Ninguno de lxs legisladores que integran las tres comisiones donde el proyecto de ley de humedales debiera ser debatido, estuvo presente.
Dice Juan: “Nos explicaron lo difícil que implica ponerse de acuerdo entre distintos bloques políticos, lo difícil que es luchar contra los grandes poderes que depredan el humedal, la complejidad que implica el territorio porque es interjuridisccional, y más excusas. Admitieron también abiertamente la posibilidad concreta de que una vez más el proyecto de ley pierda estado parlamentario”.
Desde el 2013 se vienen presentando distintas iniciativas que de manera sistemática pierden estado parlamentario en la Cámara de Diputados. En el 2020 fueron once los proyectos presentados en la Cámara Baja y tres en el Senado, que fueron unificados en un texto de ley aprobado por la Comisión de Recursos Naturales y Conservación del Ambiente Humano que preside Grosso. Pero desde febrero, la tan peleada ley de humedales descansa en el cajón de la Comisión de Agricultura que preside el diputado José Aragón. “La ley está muy cajoneada, con muchos lobbys detrás. Y es increíble que ningún partido político que se pretenda de masas no pueda entender que debe incorporar la variable socioambiental en sus políticas”, dirá el abogado ambientalista Enrique Viale quien fuera asesor de Pino Solanas, autor de uno de los tantos proyectos de ley de humedales que a lo largo de estos años perdió tratamiento en Diputados.
30 de agosto de 2021: los incendios se intensifican en la zona de San Pedro, San Nicolás y Villa Constitución. 2.323 focos de calor registrados en solo siete días, señala el Museo Scasso. Brigadistas trabajan en la zona mientras la ruta 21 a la altura de Fighiera se vuelve intransitable debido al humo.
Cuesta respirar. Cuesta abrir los ojos. Cuesta vivir.
Dice Juan: “La clase política no está pudiendo interpretar lo que está pasando, estamos luchando por la preservación de la vida en un contexto muy complejo, con un horizonte muy difícil de prever con el cambio climático. Cuidar el ambiente es vital y no hay lugar para segundas lecturas. La única manera de seguir presionando es en la calle, con más presencia y más visibilidad, y estamos tomando distintas estrategias para dejar en claro cuál es la necesidad urgente que tenemos”.
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¿Cómo narrar la muerte de un humedal?
Pablo Cantador lo hace a través de sus fotos. El paraíso que alguna vez conoció entre sus tantos viajes de inmersión por el Delta, está dejando de existir.
El paisaje cambió. Lo que antes era un monte espeso de albardones ahora es un bodoque de tierra seca y quebradiza. “Es como estar caminando en el medio del campo”, dice. La bajante extrema que este año tiene el Paraná secó arroyos y lagunas.
Pablo describe el infierno:
Dice que la vegetación en las zonas donde el fuego ardió durante todo el 2020 cambió por completo, y ya ni siquiera crece pastura apta para el ganado. Los madrejones con irupés fueron desplazados por otro tipo de plantas y abunda materia vegetal seca por todas partes, lo cual favorece el avance del fuego. Sin arroyos ni lagunas, nada detiene la multiplicación de los focos de calor.
Que solo dos o tres veces pudo encontrar cortarramas y canasteros, aves migratorias del sur, cuando antes solían estar siempre durante la época de invierno. Y que las aves residentes que se alimentan de las lagunas, ya no están más.
Dice que cada vez que visita los humedales del Delta, se encuentra entre 8 y 10 tortugas sin vida. Mueren a causa del frío -en un humedal seco las heladas son mucho más intensas- o por falta de comida: “En el arroyo los Meones solía haber una comunidad de tortugas y ese arroyo se secó de a poco, entonces vos veías que se iban agrupando en determinados pozos donde todavía había agua. Pero en los inviernos, sin agua, las heladas son más fuertes, entonces se terminan muriendo. Se te hace un nudo en el corazón cuando ves eso. ”
El 5 de agosto, Pablo se desvió de su camino para ver el lecho profundo de lo que antes había sido una laguna. Allí la encontró: una tortuga de 2 kilos y medio, con su caparazón lleno de musgo, intentando sobrevivir en medio de la tierra cuarteada y endurecida. “Me estremeció verla ahí, por los musgos en su caparazón venía de algún pozo que se quedó también sin agua. Para llevarla a un cauce principal tenía que caminar unos 4 km. y por un camino con cierto grado de dificultad. Tampoco podía dejarla ahí. Sabía que a unos 600 metros y cruzando un monte se encontraba un arroyo, si bien quedó aislado conserva algo de agua. Cuando estaba por llegar al agua se puso bastante ansiosa. Las uñas de sus patas traseras me engancharon parte de la ropa. A los pocos metros la deposité suavemente en el suelo, sin dudar un segundo se dirigió al agua. Hoy tiene una oportunidad más de sobrevivir, pero de seguir este estrés hídrico en el humedal, el futuro cercano es bastante sombrío.”
Por uno de los tantos brazos que tiene el Paraná, Pablo Cantador se sumerge con su bote y a veces a caballo cuando no hay agua. No le sorprende ver cazadores furtivos apuntándoles a las bandada de macás con rifles de aire comprimido. Dice que Prefectura brilla por su ausencia, que la Delegación Islas no tiene presupuesto, mientras la caza aprovecha la falta de control y los días de la semana para desatar la matanza: “Los coipos desaparecieron y los que se vienen a la zona pegada al río, los terminan matando los cazadores. En una de mis salidas, ví que estaban en una laguna muy pegada al río Paraná, habían empezado a hacer su nido. Cuando volví a la semana siguiente, las habían matado todas. Lo único que había eran los cartuchos de aire comprimido”.
Pablo asegura que la sequía del Paraná, o la bajante extrema de este año con mediciones por debajo de los cero metros de profundidad, fue tristemente anunciada con el fuego que ardió en el Amazonas entre el 2018 y 2019 y la deforestación brutal que se extiende por Paraguay y Argentina. Que es probable que se haya roto el ciclo de lluvias en el Alto Delta pero sueña, o espera, o desea, que eso no ocurra. Pablo tiene la esperanza de que esta bajante sea solo “un período de seca como ocurrió en 1944”.
Con cada salida a los humedales del Delta contempla el infierno y lo registra, al menos para que quede constancia de tanto crimen planificado. Cuando le preguntan por los anunciados Faros de Conservación responde con tristeza: “eso va a paso de tortuga mientras la destrucción va en Fórmula 1. Creo que cuando terminen de construir los faros ya no va a quedar más nada para conservar”.
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¿Cómo narrar la vida en el humedal?
Eduardo Bodiño es otro de los fotógrafos activistas que se sumerge por los brazos largos que tiene el Paraná. Durante su visita al Parque Nacional Pre-Delta de Diamante, una de las pocas reservas protegidas, sacó fotos y contempló toda esa belleza que tanto emociona a Laura, toda esa gran comunidad de la que habla Nadia, esa magia que desaparece con cada uno de los miles de focos de calor que todos los meses registra el Museo Scasso.
Eduardo describe el paraíso:
Dice que caminar por el humedal es un viaje de descubrimiento. La vida es más o menos así: un bosque de albardones, con árboles añosos y vegetación espesa, y muchas especies de pájaros concentradas en su rutina diaria: alimentación, armados de nidos, o solamente moviéndose en grupos.
Que a simple vista se pueden contemplar cardenales, benteveos y pepiteros en gran cantidad. Y que luego, aparecen las aves más raras: piojitos, monjitas, federales y tijeretas. Dice que el secreto para ver es “no interrumpir”, ser parte del humedal, ser el humedal. Que en las lagunas se pueden ver aves acuáticas como las garzas mora, las cigüeñas, los hoco colorados y flamencos. “Es impresionante ver la eficiencia con la que atrapan peces, los bailes de apareamiento y los sistemas de alerta que desarrollan con sus cantos y graznidos”, dice Eduardo.
Dice además que el humedal tiene sus ciclos diarios para la vida: a primera hora y mientras empieza a calentar el sol, todo el humedal está en busca de su primera comida. Durante las horas más duras de calor, mucha fauna se oculta como protección de los depredadores, se pueden ver caranchos o caracoleros y algún águila en lo alto de las copas en busca de presas desprevenidas. Y cuando empieza a caer el sol se reactiva la vida. Aparecen los coipos cruzando arroyos, se ven los vuelos de las garzas y las grandes bandadas de pájaros que vuelven a sus lugares de anidación para pasar una nueva noche.
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Miércoles 1 de septiembre de 2021. Desde hace tres días, pobladores frente al río Pavón desatan una lucha cuerpo a cuerpo contra los focos de calor. “El fuego se está comiendo todo” señala Carlos Salazar, otro de los fotógrafos encargados de documentar el ecocidio.
Algo de toda la lluvia que empieza a caer trae alivio. Pero la pesadilla no termina. Hace un año y medio que el fuego intencional arrasa con toda la humanidad del Delta. “Se muere el humedal” dice Carlos, mientras registra en imágenes el mismísimo infierno o la vida que se extingue con el fuego.