Los menores de edad asesinados en Rosario en los últimos años no representan a la franja más afectada por la violencia letal. Sin embargo los números, más allá de las variantes con el paso del tiempo, sí configuran una problemática que se sostiene y conlleva detrás a las historias de vidas interrumpidas.
Fotos: Raíz Comunicación
Rosario. Barrio Las Flores. Presidente Roca al 6300. De un lado de la calle de tierra hay un potrero con sus dos arcos y el suelo gastado de fútbol. Del otro lado se apilan varias casas muy humildes, algunas de ellas en construcción y otras terminadas entre chapa y material. De una de ellas se asoma una mujer que se ofrece a abrir el paso hasta la casa de Laura.
Laura aparece y dice que está preparándoles la comida a sus hijos, que no puede ocuparse de hablar de Misael, el más grande de ellos. A él lo mataron hace tres días y todo es muy doloroso pero ahora los chicos tienen que comer. La mujer sale de la casa, busca a otros vecinos y dice que ellos estaban esperando el momento para poder contar quién era Misael y desahogar el disgusto por lo que dijeron de él quienes jamás lo conocieron.
Es que alguien en algún medio de comunicación, otro en una cuenta de Twitter que usa como tal y algún otro en un comentario de redes sociales que usa como guillotina moral, dijeron que a Misael lo habían asesinado en un ataque sicario. Lo que decodificaron quienes leyeron o escucharon eso del ataque sicario fue que una persona le pagó a otra para que fuera y asesinara a Misael, acaso lo que implica la función de un sicario.
Cuando aparecen los vecinos Laura se ocupa de presentarlos y vuelve a terminar de cocinarles a sus hijos. En cuestión de segundos se asoman más chicos, de otra casa aparecen otros y así de varias hasta que de repente hay una ronda de unas veinte personas.
Casi todas aportan lo mismo. Que sobre el asesinato de Misael se habían dicho mentiras. Que Misa era un pibito re laburante. Que se había ido adonde lo terminaron matando porque quería ayudar a su novia a vender choripanes para que ella pudiera recaudar unos pesos para el festejo de su cumpleaños de 15.
El domingo 2 de mayo Misael Godoy, 17 años, se fue desde su casa en Las Flores hasta lo de su novia en barrio Ludueña. Ahí estaba al anochecer, parado en Humberto Primo y Camilo Aldao, cuando pasaron dos motos con cuatro tipos de los cuales al menos uno disparó. Las balas mataron en el acto a Misael y también hirieron a una mujer de 35 años que alcanzó a abalanzarse sobre su hija pequeñita para protegerla.
Desde el Ministerio Público de la Acusación, en un primer momento y hasta tres días después, no arriesgaron ni a confirmar hacia quién iban los tiros ni a descartar para quién no. Un militante social de Ludueña con largo conocimiento en esa zona sí arriesgó, aquella misma noche: la mujer a la que habían herido, esa tal Mariela M., a ella iban los tiros. Que ella vende droga para el hermano, un transero conocido como Willy al que más de uno se la quiere dar hace tiempo por esas cuestiones del negocio que tan frecuentemente se saldan a los tiros.
Y tan frecuentemente rompen todo lo que hay alrededor. Como en este caso la vida de Misael Godoy. El pibe estaba ahí de purísima casualidad. Unas horas antes había subido en su cuenta de Facebook la foto de un pizarrón con los precios de los choripanes y los conos de papas fritas. Unas horas después lo mataron los balazos de un tipo que al parecer no sabía ni a quién le tiraba, o le había querido dar a la tal Mariela pero le faltó la puntería y certeza de un sicario.
Laura, una vez que terminó de servirles la comida a sus hijos, se sienta en la mesa de su casa y cuenta. Ella estaba empezando su jornada de trabajo ese domingo a la noche, en Granadero Baigorria donde cuida a una persona mayor, cuando un llamado la sacó de lo cotidiano y la puso en lo extraordinario: el asesinato de su primogénito. Recuerda que llegó lo más rápido que pudo y que alcanzó a ver a su hijo tirado y tapado. Que primero los policías, tan hostiles como de costumbre en estas situaciones, le impidieron el paso. Y que después, cuando ella insistió en preguntar qué había pasado, un policía apenas le balbuceó una explicación naturalmente insuficiente. El uniformado le habrá dicho lo mismo que se difundió públicamente en esos momentos, tan poco, y que llevó a alguien a concluir: ataque sicario.
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Lo que hicieron los familiares y demás seres queridos de Misael, ese movimiento de organizarse y convocar a la prensa, fue un acto reflejo. El hecho de salir a decir quién era y qué hacía fue la forma de reparar la memoria de un chico que apenas había comenzado a crecer. Con suerte se acoplaron a esa iniciativa los maestros de la escuela en la que el chico cursaba la secundaria.
Los números son los que enfrían cada historia particular pero también las reúne. Los números permiten que esas historias no sean solo las semblanzas tristes de las vidas truncas. En este caso también son el resumen que explica una problemática concreta: el asesinato de 167 menores de edad desde el 2013 hasta mediados de mayo de 2021. Es decir unas 167 historias similares a la de Misael en un total de más de 1730 crímenes en estos años.
De esas 167 al menos 113 casos tuvieron a chicos de 0 a 18 años víctimas de homicidios mediante uso de armas de fuego en hechos identificados como conflictos interpersonales o relacionados a disputas entre bandas en las que los menores de edad fueron blancos directos -es decir que hacia ellos iban los ataques- o víctimas colaterales de balaceras o enfrentamientos. Otros 17 también se dieron en contexto de conflictos pero se ejecutaron por otros medios: puñaladas, casas incendiadas intencionalmente o golpes en peleas. Además en al menos 13 hechos las víctimas fueron niños y niñas menores de 10 años que quedaron en medio de ataques a viviendas o a familiares.
En 2013 se registró el pico de homicidios dolosos en el departamento Rosario. Ese año de aquellos 271 crímenes hubo 35 menores de edad asesinados en distintos contextos, 24 de ellos a balazos. Los años siguientes comenzó un descenso que alcanzó su punto más bajo en 2019 con 12 casos y volvió a crecer en 2020 con 16.
Aquel 2013 terminó tan convulsionado como había arrancado. En enero de ese año el asesinato de Mercedes Delgado, militante social de barrio Ludueña baleada al quedar en medio de un tiroteo entre dos familias, volvió a poner a la voz de las organizaciones sociales en el debate público sobre lo que había comenzado a ocurrir en las barriadas. Una especie de continuidad de lo que había gestado el triple crimen de Villa Moreno con el activismo del Movimiento 26 de Junio.
Del grito de las organizaciones por Mercedes, que también era el grito por los pibes del barrio, surgió la necesidad del gobierno municipal de poner en marcha de una vez el programa Nueva Oportunidad que había comenzado a gestarse en 2012. “Una política pública que pueda pensarse a lo largo del tiempo y tenga como destino el abordaje de la violencia, en particular por los pibes que entendíamos que estaban en un mayor riesgo y nivel de exposición. Los pibes y las pibas por fuera del sistema escolar y laboral”, resume Luciano Vigoni, quien fue director de esa experiencia que comenzó a nivel local y en 2015 se extendió al resto de la provincia.
“No inventamos ni diseñamos nada nuevo ni vanguardista, solo dedicamos mucho tiempo a ver qué hacían las organizaciones, qué estaban haciendo los curas, los militantes barriales”, recuerda el funcionario que hoy está a cargo de la Secretaría de Desarrollo Humano y Hábitat de la Municipalidad. “Qué pudo haber hecho que se reduzcan los niveles de homicidios de jóvenes varones de 16 a 21 años, creo que era una población a la cual el Estado miraba solo con el área represiva o con un proceso judicial, y les dio lugar en las políticas públicas con una nueva identidad que era el encuentro entre organizaciones, el Estado y las instituciones en el territorio”, agrega.
No fue casual la descripción con la cual comienza esta nota sobre el lugar donde vivía Misael, que es tan parecido al lugar donde lo mataron a pesar de los kilómetros de distancia. Es la imagen típica de la mayoría de barrios populares. Es el contexto físico de estos 167 asesinatos de menores de edad ocurridos en los últimos ocho años. Es que todos, y no hay ninguna excepción, ocurrieron en barrios periféricos.
“Vivimos en una zona donde las condiciones materiales de vida al nacer son determinantes para la existencia y donde la muerte está asociada a las condiciones materiales. La seguridad tiene varias dimensiones que la explican pero fundamentalmente son las desigualdades”, entiende Vigoni. En ese sentido analiza: “Yo siempre fui a la escuela y la universidad pública. ¿Cuánto el Estado puso en mi inclusión, en mi socialización, en el club de mi barrio? El Nueva Oportunidad puede ser un camino pero no llega a hacer mella sobre la necesidad de una reforma estructural. Es muy difícil que la realidad cambie cuando en las temporadas de lluvia entra el agua o la zanja rebalsa, cuando no se piensa qué se va a comer sino si se va a comer, cuando los destinos laborales están siempre asociados al trabajo totalmente precarizado”.
En ese contexto se desarrolló el programa Nueva Oportunidad que vio desde adentro cómo los propios pibes que participaban de algunos espacios eran víctimas de la violencia institucional cuando el reclamo social por más seguridad decantaba en la presencia policial arrolladora, o cómo incluso eran víctimas de la violencia urbana. Los pibes que participaban del programa y fueron asesinados graficaron la ambivalencia estatal que Vigoni describe así: “Ese vínculo con el joven no alcanza. Porque sigue habiendo homicidios y pibes que ya no están”. A su vez reconoce que esa situación “pone en tensión la discusión presupuestaria”. “Si se compara los presupuestos en Desarrollo Social y Seguridad siempre hubo una diferencia importante”, agrega.
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Si bien la franja de edad más afectada por la violencia urbana en relación a los homicidios no es la que comprende a los menores de edad, sino la que abarca a jóvenes de entre 20 y 30 años, hay un número concreto que habla de una problemática. Se trata de la exposición de las niñas, niños y adolescentes de los barrios populares a un contexto de violencia que ha atravesado sus reconfiguraciones pero aun así perdura.
Para Eugenia Cozzi, investigadora del Conicet, es necesario complejizar las explicaciones sobre la violencia urbana y no reducirla a una mera consecuencia del narcotráfico, acaso el concepto elegido por los discursos dominantes para interpretar los tensos últimos años rosarinos. Sin embargo si bien considera que “el narcotráfico no explica toda la violencia” entiende que “sí es una variable”.
En ese sentido puede pensarse que la exposición de la niñez y la adolescencia también pudo variar de acuerdo a las modificaciones que fueron atravesando las dinámicas violentas que padecen los vecinos de los barrios rosarinos. En los años en los que la venta de drogas a baja escala se había afianzado mediante el búnker a la vista de todo un vecindario aparecieron historias como la de Rolando, que tenía 12 años cuando lo mataron en el techo de un búnker. Era de noche y estaba como custodio, algo que era costumbre en ese entonces, cuando ante unos ruidos se asomó y recibió dos balazos.
Con el paso de los años, cuando se comenzó a vender drogas bajo otras modalidades, los niños y adolescentes tal vez dejaron de estar expuestos directamente pero no así como víctimas colaterales. Los casos de niños asesinados en balaceras contra viviendas se enumeran desde hace algunos años, así como los hechos en los que murieron chicos que estaban en compañía de un adulto que era el blanco de un ataque planificado.
“El delito ligado al mercado de drogas en los barrios no es monolítico. Si hay una modificación en las formas de venta también eso hace que estén más o menos expuestos en relación a ese mercado”, explicó Cozzi en relación a esa idea. Esa exposición indirecta tampoco tiene que ver siempre con el mercado de drogas, aunque sí con problemáticas paralelas y en parte relacionadas con el negocio como puede ser el fácil acceso a las armas de fuego.
En lo que va de 2021 se registraron ocho casos de menores de edad asesinados. Todos fueron a balazos pero en distintos contextos. Todos fueron en barrios populares.
El primero del año fue el 12 de enero, cuando Milton, de 16 años, fue baleado en los pasillos de Avellaneda y Doctor Riva, Vía Honda. Lo que dijeron los investigadores fue que el chico había tenido un problema con un hombre que mandó a otra persona a ejecutar el crimen.
El 11 de febrero Luisana, de 13 años, estaba en la casa de una tía en 27 de Febrero al 7300 cuando desde afuera dispararon más de 30 veces contra la vivienda y una de esas balas impactó en la niña. Los vecinos dijeron que los dueños de esa casa tenían vínculos con un hombre procesado por narcotráfico.
Facundo, de 15 años, fue asesinado con un balazo por la espalda de parte de un gendarme que luego argumentó un intento de robo. La secuencia quedó filmada por una cámara de vigilancia: el chico corre, el gendarme lo persigue en auto, se baja, se pone en posición de tiro y mata. El hecho ocurrió el 7 de marzo en Sánchez de Bustamante y Leyva, barrio Saladillo.
El 26 de marzo mataron a balazos a Uriel, de 16 años, quien estaba junto a un hombre de 36. Fue en San Cayetano 1500 bis, una de las tantas zonas irregulares del barrio Empalme Graneros, donde se relacionó el ataque a un hombre condenado en 2019 por vender droga con la complicidad de la comisaría 20.
El caso de Enzo, de 16 años, generó mucho más impacto que otros porque fue asesinado a balazos delante de sus amigos cuando jugaban al fútbol, en plena tarde. Fue el 5 de abril en Lima y Garay, en los límites entre los barrios La Boca y Villa Banana. Un tipo bajó de un auto y lo acribilló. En el barrio se habló de un conflicto entre la familia de la víctima y otra de apenas dos cuadras de distancia, con el trasfondo de la venta de drogas al menudeo.
La muerte de Pablo, de 15 años, responde a otra cara de esta problemática. Al parecer, según los primeros trascendidos en la investigación, estaba en el techo de una casa abandonada en Fraga al 3000 con amigos y un hermano. Manipulaban un arma de fuego cuando accidentalmente se disparó un balazo que lo mató en el acto.
Misael, de 17 años, es el caso que abre esta nota. De nuevo en un pasillo de un barrio popular: Humberto Primo y Camilo Aldao, Ludueña. Él estaba ahí cuando pasaron cuatro tipos en dos motos y abrieron fuego. Nuevamente la sombra de la venta de drogas a baja escala y sus disputas aparecieron como el móvil de un ataque con una víctima colateral.
Eric, de 15 años, fue el último caso registrado. Ocurrió el 9 de mayo en Polledo al 4000, Nuevo Alberdi. Estaba con un amigo cuando aparecieron dos personas que arremetieron a tiros. Lo que se comentó en el barrio fue que se trató de un ataque al voleo, de parte de un grupo que quiere atemorizar al vecindario.