¿Qué sostiene, transforma y potencia leer con otres? Cinco escritorxs y talleristas reflexionan sobre la experiencia de la lectura colectiva. En medio de una pandemia se entretejen otros modos de pensarnos como lectorxs.
Ilustraciones: Sofía Valdes
¿Qué fue primero el libro o la lectura? Un libro está algunas veces antes y otras después, en ocasiones encima o debajo, delante o detrás de, e incluso puede que ni siquiera esté presente en los recuerdos que evocamos al reconocernos lectorxs. Lxs entrevistadxs para esta nota asistieron o asisten y dan talleres literarios o de poesía y el punto en el que se reconocen como lectorxs se entreteje con los modos en que piensan la lectura colectiva. ¿Qué implica y qué brinda leer con otrxs hoy?
La urdimbre que se elabora con la memoria lectora compone una escena que tiene su propia genealogía “dice la Moreno que dice la Molloy que lxs escritorxs en sus autobiografías aluden a una “escena de lectura” que se erige como una especie de mito de origen…”. En este texto de 2016, la escritora feminista Dahiana Belfiori, rescata un tema de escritura que en sus talleres (Abrir la casa) es una de las propuestas iniciales y que en su memoria parte del recuerdo de su madre dormida con un libro abierto sobre el pecho. No es la primera vez que esa relación despierta su intriga, desde la infancia ese objeto provoca en su madre el llanto, la risa, el enojo y parece sustraerla para llevarla a una vida paralela. “Me descubrí imitando el gesto lector sin saber leer. Creo que ese origen es conmovedor porque tiene que ver con cuánto hay de convidar la lectura sin querer, sin proponérselo. Hay algo muy poderoso en el gesto de ver a alguien cercano, que querés y admirás, leyendo”. En ese recuerdo que evoca como una invitación Dahiana encuentra algo que sigue atrayéndola al ver a otrxs leer, “es como si el libro te señalara a la persona. Es interesante esa práctica que parece individual pero tiene que ver con lo colectivo”.
Si bien retoma la escuela como lugar donde inicia el ejercicio de leer, analizar y compartir una lectura con otrxs, a su vez, ese compartir de historias y de la vida, la lleva a pensar en el feminismo como experiencia de lectura colectiva, de lo individual a lo grupal, de lo personal a lo político. “El feminismo tiene eso de compartir la vida y el círculo con el que yo me formé era muy lector. Es indistinguible lo que pasa en la vida de lo que te provocó el libro, a donde te transportó”.
Se sostiene desde lo amoroso
Belén Campero es doctora en filosofía y en sus talleres la conjuga junto a la literatura y la poesía. En su escena lectora también se encuentra la observación de lxs otrxs: “yo viví con mi abuela y con mi madre, las veía leer y quería estar en esa situación, quería que me atrapara una historia, un libro. Recuerdo ese deseo de apasionarme”. Pero en el recuerdo hay también imágenes de una narrativa oral: “otro de mis primeros contactos con la lectura fue mi bisabuela que era analfabeta. Hablaba piamontés y se pasaba la tarde contándome historias de la guerra y de su pueblo”.
En esas memorias, como en su experiencia en los talleres que coordina, para Belén “la magia de la lectura compartida, lo que pasa con la lectura igual que cuando nos relacionamos con el mundo, es que cada uno tiene una perspectiva diferente sobre lo que ve, lo que mira. Audre Lorde dice que la poesía es la calidad de la luz con que se miran las cosas. Cada unx tiene una calidad y cuando se comparte eso el mundo es más mundo”.
En uno de los talleres de “Contame que te cuento” que sostuvo para las edades de 9 a 12 años y que adaptó a una propuesta de microencuentros con bebés y sus familias, Belén cuenta que la idea fue generar un tiempo de lectura que no tenga que ver con el ir a dormir, sino que pueda alojar el compartir las preguntas, ideas y deseos que se hayan despertado en esa lectura. En esos encuentros “leemos, recordamos canciones que nos cantaron, cantamos y ese espacio se sostuvo desde lo amoroso que alimenta, cobija, cuida, que también es un poco el lugar de la lectura”. En los espacios colectivos, Belén relaciona la confianza y el afecto como intancias básicas para amasar la relación con la lectura, “el pensamiento cuidadoso viene de la herencia de militancia feminista yanky y es el que hace que nos sintamos en confianza con otrxs, es la semilla de todo. Ahora estoy pensando mucho en eso, tengo muchas muestras de que si no está ese aspecto afectivo todo lo otro no pasa con tanta naturalidad”.
La lectura me salvó
Podríamos pensar que la afectividad, lo que se transmite afectivamente en una historia es un tipo de materialidad. Y la materialidad de la palabra puede desde la infancia también no ser rígida o ser otra, como la que descubrió, aún en la cuna, con un libro de cuentos que en ese entonces quizás haya parecido enorme, lx poeta queer Gabby de Cicco, “lo abría despacito por temor a que se me caigan las letras de las palabras encima. Eso dice todo, es una materialidad que excede la posibilidad de leer ¿Cómo se sostienen esas palabras y cómo las palabras nos sostienen? Esa pibita no sabía que iba a estar tan metida con las palabras, pero había ya algo mágico de pura aventura”. Acaso esa escena lectora inaugura el sentido poético que luego buscaría Gabby al escribir. Tal vez el modo en que se imprime el recuerdo es ya un relato que aloja las preguntas que nos definen. Y así en la memoria la música de Spinetta y la poesía de Alejandra, como la posibilidad de tener cerca a Mirta Rosemberg (y a otras poetas mujeres de los 80) y a Aldo Oliva durante su formación, para Gabby son una especie de acontecimiento, cuando los cuenta dice: “suceden”.
Gabby comenzó a dar taller de narrativa en 1990 y fue inclinándose a la poesía “que es lo que yo puedo leer y compartir. Siempre estuvo el grupo de los miércoles y este año tengo dos grupos más. Yo hice hincapié en que era de lectura y no sólo de escritura, que trabajar los poemas de otres también nos iba a servir, aunque no fuéramos a escribir. Lo que yo escuché este año fue: la lectura a mi me salvo. Gente que no se había metido nunca en un taller y dijo eso. Yo salí con piel de gallina y reconfirmando no soy le únique loque que piensa que la poesía puede transformar algo. Empezó un intercambio súper interesante que nace de juntarse a leer de manera colectiva, de crear un espacio seguro para llegar a compartir eso que antes no se animaban. Empezó a suceder algo de alambique alquímico”.
Ciertos mundos son inaccesibles si no son compartidos
La memoria lectora rescata un momento que es significante desde un presente donde la lectura y la escritura ya dialogan en otro tiempo. Y, a su vez, aventura un pasado y un misterio en las personas que arrimaron esas historias. En el recorrido lector de Pau Turina, comunicadora social y tallerista, hay una madre médica escribiendo para ella cuentos infantiles. ¿Un asunto pendiente con la literatura? Quizás. Algo de esa transmisión Pau parece haberlo traducido en una voracidad lectora que en su recuerdo recorre desde la saga Harry Potter hasta la bibliografía complementaria en tiempos de facultad. Hubo también un redescubrimiento de la literatura a partir de 2016 cuando comienza a asistir al taller de Pablo Colacrai, “fue como un baldazo de información y de querer saber más”.
En Disruptivas, el taller de lectura que coordina de la mano de Arde Libros, Pau dice “yo puedo coordinar, dar info sobre la autora, dar claves de lectura, pero lo que se genera depende de las personas que están ahí. Y creo que es valioso darnos ese tiempo. Vivimos en un mundo productivo, donde destinar dos horas a la semana a leer con otres representa una resistencia a la productividad del sistema”.
Gisela Espinoza es operadora en psicología social y después de algunos años como compañeras en el taller de Dahiana Belfiori coordinamos juntas el taller “De noche boca arriba, constelaciones literarias para encender la lectura”. En sus primeras escenas lectoras hay un tráfico de materiales ajenos: está la revista Nueva que venía como suplemento del diario La Capital los domingos y que su madre llevaba a casa cuando trabajaba como empleada de casas particulares y aquella familia ya lo había leído; y está un libro de terror que le prestó una compañera a su hermana melliza y que leyeron juntas en voz alta “un fragmento cada una y después nos íbamos a dormir temblando del susto”. De esas escenas le quedan a Gisela la sorpresa del momento en que al terminar un artículo de la revista pensó “ah, yo puedo leer un texto largo, de corrido” y el recuerdo de leer en voz alta. Hay una sensación, dice Gisela, que “sigo buscando en los espacios grupales que habito porque a la hora de compartir lecturas con otrxs puedo llegar a ciertos mundos que son inaccesibles si no son compartidos con otrxs, aún teniendo la puerta en la mano como puede ser un libro abierto. Mis recorridos lectores, mis experiencias vitales son algunas y al libro llegó con toda esa mochila que me hace ver ciertos caminos y otros no. Cuando me puedo encontrar con otrxs, en ese compartir se iluminan ciertas partes de mi historia que de otra manera no habría recordado o puedo verlas de modo nuevo”.
Lo vital resiste
El espacio de la lectura compartida ha significado en estos tiempos distintos modos de la resistencia. Seguir la historia de un personaje, preguntarse por las decisiones de quien escribe, como sugiere Pau, incluso “olvidarse un poco de los problemas, de las responsabilidades. Pienso que en este tiempo la lectura es como una trinchera. Los libros nos acompañan ante tanta hostilidad, la literatura es el lugar para expresarnos”. Un espacio de sosiego donde a la vez se encuentra un sentido político, como dice Gise “creo que la lectura es política porque a la hora de compartir con otrxs un libro, un texto, un relato, nunca estamos repitiendo mecánicamente lo que otra persona escribió, sino que estamos contando un nuevo relato, y ese nuevo relato puede construir un nuevo modo de vivir. Y es lo que más estamos necesitando: construir ficciones que para nosotrxs y para otras generaciones sean la realidad que habitemos”.
Y no es sólo Gise quien dice que le “resulta sumamente vital en este momento de mi vida”, Gabby destaca que al asistir a los talleres “incluso las compañeras que han pasado experiencias fuertes con la pandemia, hay un hálito vital muy fuerte. Hay una resistencia política y vital, en la experiencia de lo que escucho. Y eso lo conecto con la importancia de ocupar el espacio público con las nuevas voces sobre todo travestis y trans como Gaita Nihil o editoriales como Puntos suspensivos, hay unas voces ahí maravillosas”.
¿Y si la lectura fuera un lugar? Belén piensa los nuevos sentidos de algunos modos de nombrar, asocia la lectura a un modo de hospedar, “hospitalario es quien recibe, quien cobija y me gusta pensarlo desde ese lugar”. En este contexto pandémico el nombre de su taller “Y mañana qué?”, como algo constitutivo de la filosofía “ese pensar el pasado y programar el futuro”, fue, como dice Belén “un tema específico de trabajo sobre la incertidumbre, no la buscada filosóficamente, sino pegada a la idea de esperanza y esperar que tiene la misma raíz etimológica. Esos conceptos y cómo pensamos las relaciones y los vínculos, estuvieron más presentes en el taller”.
Para Dahiana también “lo que pasó fue abrumador. Hubo una necesidad muy fuerte de encontrarnos con textos que nos hablaran de otra cosa y por otro lado que nos hablaran de nosotrxs para pensar alternativas a esta vida pandémica que llevamos”. En este punto señala que “no todas las personas de todas las clases acceden a talleres literarios, por eso pensar cómo convidar estos espacios es necesario, en el marco de pensar políticas públicas destinadas mucho más a la lectura colectiva”, porque lo que brinda esperanza y vitalidad, ya deberíamos saberlo, es también trabajo.
En palabras de Dahiana, la literatura ha traído alivio incluso al enfrentarnos a ciertos vacíos, “al desplegarse esos mundos estalla el sentido. A veces es necesario acercarnos a la experiencia de no tener palabras. Porque no tenemos palabras para la pandemia todavía, a contramano de lo que el aparato mediático que tiene palabras para todo, todo el tiempo”.
Resuena por aquí la pregunta que se hacía Gabby recordando a la niña que fue: ¿cómo se sostienen las palabras y cómo las palabras nos sostienen? Lo más similar a una respuesta es la esperanza de la lectura como un cuerpo esencial y colectivo que vive y goza de buena salud.