Curinga. Payasa. Actriz. Yoguiní. Artista. Feminista.
Una Margarita y una Magdalena.
¿Cuántas Gandharí caben en un cuerpo?
-Tengo 53 años, me casé joven, tuve un hijo, era empleada administrativa. Pero a los 39 dejé todo para dedicarme al teatro.
Sin saberlo, dice, esa fue su primera revolución.
La rutina diaria de Gandharí Benig es multifacética. Entrena, dirige, actúa, da 4 talleres de teatro y toma clases en otros 2. La energía circula y la sangre también. Gandharí casi nunca descansa. A veces se toma un tiempo, breve, para reponer esa energía que después transita por los laboratorios de las Magdalenas, en su taller de comicidad feminista o arriba de un escenario cuando una marcha la convoca a agitar la marea rosarina.
Gandharí está en constante formación aunque no estudió en la Escuela provincial de Teatro, aclara. Su academia fue y sigue siendo la calle y los múltiples y diversos talleres que lleva en el cuerpo. Cada una de las experiencias atravesadas en un Teatro Foro y los siete años aprendiendo junto a las Locas Margaritas. Gandharí es humor y también reflexión. Es la payasa que lleva el cine a una Colonia Psiquiátrica, o aquella que lleva a todos lados el pañuelo verde por el aborto legal. Es el compromiso político y el artivismo. Gandharí es una revolución en estado permanente.
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Año 2011. En Rosario comenzaba a nacer el grupo de Teatro Las Magdalenas, una colectiva feminista que entiende al teatro como una herramienta política para visibilizar las opresiones de género, trabajando a partir de la metodología que crea el Teatro del Oprimido. Al comienzo no era una red, sino un grupo en formación que daba los primeros laboratorios teatrales en Rosario inspirados en la experiencia de Bárbara Santos, una de las impulsoras del Teatro de las Oprimidas.
En el 2014 Las Magdalenas se conforma como una gran Red internacional de la cual Gandharí Benig es hoy una de las seis referentes en todo el mundo. Somos un movimiento de artistas-activistas. Somos múltiples y diversas: afrolatinoamericanas, negras, originarias, migrantes, inmigrantes, lesbianas, no-binarias, gordas, con diversidad funcional, con distintas experiencias de salud mental, entre muchos otros factores que nos hace pertenecer al grupo de oprimidas en nuestras sociedades. Somos oprimidas porque reconocemos las opresiones que vivimos y tenemos el deseo de cambiarlas. Nuestro deseo y nuestra necesidad son urgentes y es a través de nuestra creatividad teatral que encontramos caminos para ser las protagonistas de nuestras historias.
“Yo soy la curinga, es decir la facilitadora en Rosario”, dice mientras define al Teatro del Oprimido con una palabra fundamental: liberación. Allí Gandharí encontró un espacio vital para hacer el teatro que más le apasiona aunque fue luego, con Las Magdalenas, donde pudo conjugarlo con la militancia feminista. “Las Magdalenas hacen una revisión de esas opresiones con una mirada desde los feminismos. Así nace el Teatro de las Oprimidas, que se afianza con nuevas metodologías. Acá en Rosario venimos dando talleres, fortaleciéndonos y actualmente estamos haciendo un taller de Laboratorio con mujeres con discapacidad. Es un desafío porque la única experiencia previa es en Guatemala”.
La charla con Gandharí necesariamente profundiza en este tipo de teatro que ella define como “teatro feminista”. ¿Qué significa ser una Magdalena? ¿Cómo es un laboratorio? ¿Qué huellas deja una experiencia de este tipo? Gandharí sonríe. Casi siempre lo hace, aún estando seria. Lleva la frescura de la comicidad en su mirada, en sus gestos. Pero también medita las respuestas porque ante todo, instala la duda, el interrogante, la reflexión ante la acción. Y explica: “El laboratorio de las Magdalenas es la primera parte que transita cualquier persona que se integra al grupo. Son cinco módulos donde nos preguntamos de dónde venimos, qué imagen de mujer nos han reforzado los medios de comunicación, qué mujer soy hoy, cuáles son las opresiones que tengo y cuáles son las que quiero cambiar. Y en general se finaliza con una obra de Teatro Foro”.
Las Magdalenas se presentan así: somos y nos sentimos una colectiva feminista, autogestionada. Con diferentes experiencias y modos de vida que nos enriquecen y nos potencian. Usamos el arte como herramienta política para intentar transformar las múltiples realidades de injusticias que nos conmueven y nos atraviesan.
Llegar a la construcción de esa pieza de Teatro Foro lleva tiempo, cuerpo y pensamiento. Y también, la participación activa de un público que es parte de la obra: espectactor/espectactriz. Que interviene, actúa y en general, acciona para modificar el problema o la situación de opresión que se propone. “Es maravilloso”, dice Gandharí y otra vez, algo de luz se vislumbra en sus ojos. Le brota la emoción cada vez que recuerda alguna escena, una obra, lo que simplemente se moviliza en una persona que se suma a participar de un Teatro Foro. “Es la provocación de lo que queremos cambiar”. El público actúa esa “acción” que considera necesaria para modificar la situación de opresión pero no siempre “lo que te proponés sale en la actuación. A veces sí, y muchas veces no”. Lo importante, marca Gandharí, es que en el Teatro de las Oprimidas cada transformación se piensa colectivamente. “Las Magdalenas hacemos actuaciones o hacemos talleres de sensibilización, o formamos a otras multiplicadoras, es teatro, es intervención callejera. Hay mucho debate, mucha reflexión”.
Ser una Magdalena es sentir que esa experiencia te pasó por el cuerpo. “Es poder visibilizar cosas que estabas naturalizando. No es un taller más”. En un laboratorio -recuerda Gandharí- utilizaron arcilla para moldear sus propios cuerpos atravesados por múltiples opresiones. “Eso es una huella”, dice ahora cuando rememora la experiencia. Es liberador, repite. Y subraya la clave: en el teatro de las oprimidas cualquier persona puede actuar. “Habilita y eso es lo más maravilloso. Nosotras no enseñamos nada, simplemente ponemos las herramientas a rodar”.
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Puño cerrado. Pulsera Verde. Vestido con tonos verdes. Nariz de payasa, color violeta. Cara seria. Mirada fija en el lente de la cámara.
Click.
¿Cuántas Gandharí caben en un cuerpo?
Era el año 2012 cuando una tarde, luego de un ensayo de clown, recibió la invitación más inesperada. Las Locas Margaritas, ese grupo irreverente de mujeres que empezaron en el 2001 haciendo humor feminista e intervenciones callejeras, la convocada a ser su directora. No pudo decir que no. Al contrario, las Locas marcaron la vida de Gandharí, su camino como feminista, su formación. «Ellas me enseñaron todo».
Las Locas Margaritas fueron de las primeras brujas en provocar a un público ocasional con una acción de teatro callejero. Eran las que hacían reir y llorar casi al mismo instante. “Nosotras somos las Locas Margaritas y ponemos el cuerpo para mostrar lo que estamos viviendo, que a través de la creatividad podamos perturbar y mostrar lo que es invisible a los discursos”, decía una de ellas, Adriana, en el año 2016.
“Ellas marcaron mi camino en el feminismo” dice Gandharí. “Cada sábado hacían encuentros de lectura, tenían una formación enorme. En mi vida fueron fundantes”. Humor y reflexión: de nuevo Gandharí encontraba un espacio, un grupo, para conjugar sus pasiones y su militancia, el teatro político, el clown y el feminismo. “Las funciones eran una mezcla de humor y drama. Había momentos que te reías y de repente decías “de que me estoy riendo”. Su paso por las Locas Margaritas fue quizá el semillero para iniciar lo que hoy Gandhari llama “comicidad feminista”. Es el taller donde logra condensar todos sus recorridos, aquellos que empezó a transitar cuando a los 39 años revolucionó su propia vida.
“Comicidad feminista” es el espacio para repensar el chiste y el tipo de humor que ya no toleramos. ¿De qué se ríe una feminista? se pregunta Gandharí. La respuesta es diversa: podemos reírnos de nosotras mismas. Ironizar con las contradicciones propias y exponerlas para hacer humor. “Es la búsqueda de una comicidad nueva”. “Que cualquier persona pueda reírse sin sentirse incómoda por una palabra o un modismo”. Es un desafío que Gandharí asume, crea, inventa y disfruta. Uno más en su intensa trayectoria. “Para mi el clown no es solo ponerse una nariz. Es atravesar tu ridículo, reírte de vos, de las cosas que querés ocultarle a los demás”.
Es liberación, vuelve a decir y todo cobra sentido: “Ahí se encuentra el clown con el Teatro de las Oprimidas”. Artivismo, teatro político-feminista. La calle como lugar de encuentro y resistencia; como espacio público donde se libran las batallas, y donde también se las gana. El arte que potencia y que también denuncia múltiples violencias machistas. El teatro que invita y habilita. Son las pequeñas revoluciones cotidianas de Gandharí. Lo que la moviliza; lo que circula por la sangre que además es su energía y además es su fuente de trabajo.
-¿Qué cosas te emocionan del teatro?
– Me gusta mucho dar un taller y ver mujeres haciendo cosas que antes creían o imaginaban que no iban a poder.
El arte, dice Gandharí, es totalmente revolucionario.
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Es 8 de marzo y Gandharí se prepara porque en unos minutos conducirá el acto central junto a Lala y Rubí. La adrenalina de los instantes previos se sienten en el cuerpo, y en la sonrisa y en la mirada. Es casi como salir a escena y aunque Gandharí lleva años haciéndolo, cada experiencia se transita de un modo diferente. O acaso, ¿cómo olvidar aquel escenario frente al Congreso en lo que fue la vigilia por el aborto legal? “Estuvimos con las Locas Margaritas frente a un millón de personas. Ese fue mi Hollywood”.
¿Cuántas Gandharí caben en un cuerpo? vuelvo a preguntarme.
La veo y no puedo dejar de reconocer a una Magdalena, a una bruja Margarita. El teatro que la habita, el humor en sus gestos. Está la huella del encierro adónde intenta llevar arte para sanar un poco. Hay palabras y a veces, solo miradas para conectar con una sonrisa. Y sobre todo, hay en ella una manera vital y deseante de estar en este mundo. De vivirlo hasta el final porque, como dice, ya no hay vuelta atrás.
-Además de todo soy yoguiní. Y una vez le dije a mi maestro, yo puedo dejar este cuerpo físico no siendo yogui, pero yo sé que voy a morir siendo feminista.