En barrio Alvear, sudoeste rosarino, hay organización comunitaria: la Biblioteca Mujeres de la plaza excede por mucho el trabajo de una biblioteca. Una experiencia que mezcla libros, ferias, talleres, educación, cultura y un largo etcétera. Estrenando personería jurídica, hacen lo que hacen con un motor claro: la autogestión. Una historia de resistencia hecha de territorio.
Fotos: Mujeres de la Plaza
Ya habían atravesado la experiencia de las redes de trueque del 2001 y 2002. No era un músculo desconocido. Por eso en barrio Alvear, en el sudoeste rosarino, un grupo de mujeres organizó en 2009 una feria autogestiva en la plaza Santa Isabel de Hungría. Empujadas por la necesidad de para la olla, el objetivo era intercambiar lo que cada una tenía. Pero el intercambio fue mucho más allá de lo tangible. Fue el comienzo de otra cosa. Aquella mujer que vendía tejido a crochet dijo que podía enseñar; lo mismo la que tejía a dos ajugas; y otra mujer llevó información sobre violencia de género. Los saberes empezaron a circular y las mujeres empezaron a organizarse de una manera diferente.
Elda Pedraza es asistente escolar en un jardín de infantes hace treinta y tres años. Participó mucho tiempo en cooperadoras escolares y cuando dejó de hacerlo sintió que le faltaba hacer algo. Dice que la vida la golpeó y que cuando se recuperó decidió empezar a hacer cosas por los demás. “Le estoy devolviendo a la vida lo que la vida me ha dado”. Ni bien entendió que sola no se puede, se juntó con otras.
Carolina Herrera tiene treinta y siete años y vive en barrio Alvear desde los ocho. Es asistente escolar y empezó trabajando en el jardín de infantes como ayudante de cocina. Después pasó a hacer tareas administrativas y pudo conocer las escuelas desde otro lugar. Carolina recuerda que en 2009 empezaron a ver más cantidad de chicos en los comedores. “Empieza una feria en la plaza Santa Isabel. Teníamos muchas compañeras que hacían artesanías, panificación, vestimenta con telas que reutilizaban”. Así lo define Carolina: gente que estaba haciendo cosas con algo que ya tenía.
Elda vive enfrente de la plaza. Cuenta que a la feria la hacían sin el permiso de la Municipalidad y que fue esa terquedad la que hizo que el propio distrito municipal las invitara a participar de una feria de economía social que inauguró en 2009. La condición era que fueran todas artesanías. Como la mayoría de las artesanas eran mujeres jóvenes que estudiaban o cuidaban a sus hijxs, Elda fue la designada para llevar lo hecho por sus compañeras. El coordinador de la feria le dijo que debía ir en nombre de una organización. Tuvieron que elegir una forma de ser nombradas. Así nace ´Mujeres de la plaza´.
Durante los encuentros que hacían los jueves y sábados las madres que trabajaban en la feria estaban con sus hijxs. Por eso, como Elda es amante de la lectura, empezó a llevar libritos que desde ese primer momento despertaron el interés de los más chicos. De esa forma entró el libro en la historia de las mujeres de la plaza. Y esos primeros libritos también se multiplicaron. Cuando Elda les planteó a sus compañeras la idea de hacer una biblioteca itinerante que pudiera recorrer distintas plazas, al principio les pareció una locura. Pero la idea terminó marchando. Un vecino les puso rueditas a unos cajones de verdura y los vagones del tren de la lectura empezaron a llenarse. Esos vagones trasladaron distintos materiales. Y como los niños y niñas tenían que hacer la tarea, una vez más la necesidad se transformó en proyecto: la biblioteca itinerante visitó la feria hasta que ese invierno lluvioso y frío obligó a cambiar los planes. El lugar más cercano para seguirla era la casa de Elda. Hacia ahí fueron.
Vaciar el mueble familiar para que haga de biblioteca. Hacer una campaña por Facebook y juntar dos mil libros. Registrarlos y caraturarlos. Recibir a los niños y niñas tres veces por semana. Ayudarlos a hacer la tarea. Ver que llegaban sin comer. Darles una merienda. Así durante un año y medio, hasta que les prestaron la parte de abajo del escenario de la Casa de Cultura. Vecinos ayudando para armar estanterías con maderas. Montar de cero otra biblioteca en un lugar que era un depósito. Así durante un año y medio hasta que se enteraron que iban a tomar la casa de calle Iriondo 4249. Buscar a los dueños y ofrecerles pagar un alquiler que a veces pueden pagar y a veces no. Así desde hace seis años.
Los círculos que dibuja el espiral: de la crisis económica al trueque y la feria autogestiva, desde ahí hacia los libros y la biblioteca itinerante, el fortalecimiento de la pata educativa con el apoyo escolar, y de nuevo el alimento que falta, y de ahí hacia los talleres, y de vuelta los saberes compartidos, y el trabajo de redes frente a la violencia de género. El agruparse, la organización y la fuerza.
En el frente de la Biblioteca hay dos mujeres abrazándose: una tiene un pañuelo verde y la otra un pañuelo blanco. “Nuestra experiencia está atravesada por la lucha de estas Madres, Abuelas, Hijos. Lo llevamos plasmado en todo lo que hacemos, siempre”. Carolina cuenta que todos los años trabajan la fecha del 24 de marzo haciendo eje en la identidad. “El DNI es la forma que tenemos de presentarnos, nadie nos va a sacar eso”. Elda cuenta que muchas veces confunden el nombre de la organización con las Madres de la plaza. Dice que en definitiva son madres en la plaza, “ocupando un espacio que en 2009 estaba como ahora, abandonado de la mano del Estado y tomado por la droga donde hasta se pagaba peaje para pasar”. Ese lugar es el que fueron copando con los libros, la feria y la palabra. Desde ese lugar empezaron a trabajar con los derechos humanos de hoy. “Territorialmente se separa la salud por un lado, la cultura por el otro, la educación por el otro. Nosotras decimos que el ser humano se comprende en un todo. ¿De qué cultura le vamos a hablar a un niño mal alimentado que no puede aprender y no tiene una buena salud?”.
Un eje que abordan en esta línea de trabajo con los derechos humanos de hoy tiene que ver con los derechos de las mujeres. Carolina explica que defienden esos derechos “porque corresponde, porque nos lo ganamos, porque necesitamos estar a la altura de las circunstancias de la historia y de la vida que nos atraviesa desde siempre”. Cuenta que en el barrio el feminismo que pueden abordar es distinto al de otros lugares de la ciudad. Lo primero en lo que trabajan es en la confianza para que esas mujeres puedan salir de la concepción arraigada de la mujer como incubadora que tiene que quedarse en su casa cuidando a los hijos y cocinándole al marido. “Nosotras tenemos que ir por otro lado. Ganarnos la confianza de esa mujer, de esa familia, y recién ahí podemos empezar a trabajarlo desde adentro. Mostrarles otra forma de relacionarse: saber que cuentan con otras mujeres”. Carolina habla de las redes, del grupo de whatsapp, del puentecito en la sociedad disgregada. “Creo que en las mujeres hay otra sensibilidad. Estamos tan cansadas de haber sufrido durante toda la historia, que llegó el momento donde todas dijimos algo hay que hacer”.
Pandemia y futuro
En los barrios populares en su mayoría son mujeres las que llevan adelante las ollas, los comedores, las ferias populares, los proyectos educativos, las organizaciones, las luchas por pedidos de justicia. También son las mujeres las que padecen las violencias y las que son asesinadas cada treinta horas. Elda se refiere al hecho de ser mujer y vivir en un barrio popular. Dice que con la pandemia pasaron a convivir las veinticuatro horas del día con el violento, el golpeador, el que las termina matando. “Si bien hay prevención en violencia de género, ayuda, teléfonos, programas, en el momento en que a nuestras mujeres las matan a palos no funciona nada de eso. A veces ni el 911 aparece”.
Elda cuenta que la pandemia no sólo dejó al descubierto la vulnerabilidad de las mujeres sino también la de la niñez. Habla de la conectividad que nunca tuvieron y de que las mujeres se convirtieron además en maestras. “Y se les pide que se laven las manos a cada rato con jabón cuando hay lugares donde no hay agua y tienen que buscarla en una canillita”.
La comisión de la Biblioteca Mujeres de la plaza está formada por nueve mujeres: una psicóloga, una trabajadora de salud, asistentes escolares, otra compañera que trabaja de preceptora. En 2019 hicieron un taller de peluquería del Nueva Oportunidad y después de que terminó esa instancia algunas jóvenes se sumaron a la organización. Resume Elda: “Comprendieron que no era solamente la beca sino cambiar la vida a través de ese oficio que es la peluquería”. También dice que son muchas más las personas que sostienen el espacio porque “sin la compañía de las familias no se puede”. Si bien la biblioteca es una de las acciones principales de la organización, proponen un trabajo integral con las familias, las mujeres y lxs niñxs. Además del curso de peluquería y el fortalecimiento educativo con los más chicos, tienen un taller de bordado mexicano y próximamente tendrán un bachiller virtual avalado por el Ministerio de Educación.
Carolina está emocionada porque les acaba de llegar un mail de la inspección general de personas jurídicas donde las reconocen como Asociación Civil Mujeres de la plaza. Dice que ese DNI de la organización les abrirá muchas otras puertas. También cuenta de algunas redes que vienen tejiendo en el territorio. Articulan con la Red de mujeres del Distrito Sudoeste, con el comedor del barrio y con el centro comunitario Renacimiento. A la hora de planificar cada una de las cosas que hacen plantean dos preguntas: por qué y para qué. “Hacemos una lectura de lo que está pasando y analizamos a quiénes acompañamos”, dice Carolina. Elda siente el placer de contar lo que hacen cada vez que puede porque entiende que es una forma de contagio. “Si somos más, las desigualdades se podrían achicar un poco”.