Cobertura de fotos: Juliana Faggi
Primero la marcha, después la concentración en el Parque a la Bandera. Otra vez somos un montón. Se actualiza el ritual para sentirnos y para gritarnos vivxs. El escenario donde Lala, Rubí y Ghandarí agitan la movida, luce brilloso y rabioso. La música, las mujeres circenses, las intervenciones artísticas, los tambores.
A un costado está la feria, y sobre una mesa, un mapa de Rosario donde las mujeres se acercan para pegar un sticker y señalar el territorio adonde se organizan todos los días: es una cartografía del feminismo popular que avanza en los barrios.
Están las compañeras poderosas de la Garganta, y hay un montón de organizaciones políticas, feministas, sindicales, estudiantiles, antirracistas. Está, como siempre, el gacebo de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal: el hecho histórico es que este es el primer 8 de marzo en la que ya no exigimos que haya ley, sino que se cumpla con su implementación real en todo el territorio argentino.
El parque está lleno de pibxs que sostienen carteles, muchos escritos a mano. Algunos duelen: «si mañana soy yo, rompan todo», dice la pancarta de una chica que tendrá unos 16 o 17 años. Está en silencio, no sonríe. Mira el escenario, escucha la proclama.
Contamos un femicidio cada 24 horas. Entonces el dolor se hace cuerpo, pero también es grito. «Rompan todo» es la contraseña del hartazgo con el que vivimos, y con el que resistimos. Porque ayer, 8 de marzo, no celebramos nada y al mismo tiempo, nos celebramos vivas, deseantes, furiosas, organizadas, conmovidas, militantes, activas.
Falta tanto para que se caiga. Tanto. «Somos guerreras», dice la remera de unas mujeres que levantan el puño para la foto. «Somos históricas», se lee en otra. Y así, la escritura es cuerpo, el cuerpo es grito.