Un picadito. Más de treinta grados a la sombra. Voces de vecinxs que le ponen el pecho a la desigualdad estructural. El transporte que ya no llega, la falta de agua y la violencia urbana. El tiempo de los pibes para construir otro presente.
Fotos: Edu Bodiño
[dropcap]U[/dropcap]n muchacho apoya la pelota con precisión quirúrgica en un punto de penal imaginario. Antes pisó dos o tres veces en el lugar, como para que el terreno se empareje y la bola no se eleve demasiado. El arquero le marca el palo izquierdo, le dice que se la tire a ese lado, que él se lo va a atajar. Pero el pateador no se inmuta: cuenta tres pasos, lo mira, y cuando oye el silbatazo patea fuerte al medio del arco. La pelota entra y el jugador corre a festejar con sus compañeros. En la corrida amaga a sacarse la remera, pero se da cuenta que está en cuero: la temperatura supera los 30 grados en la plazoleta de Felipe Moré y Maradona, en el barrio Avellaneda Oeste, y la gente se agrupa en los pocos lugares con sombra.
El partido forma parte de la Jornada cultural, recreativa y deportiva «Levantá tu bandera», organizada por la Liga de Organizaciones Sociales del Gran Rosario y la Liga de los Pueblos Libres, con el objetivo de reunir y movilizar a la juventud de distintos barrios. Pero la iniciativa también busca visibilizar los problemas que existen en esos lugares donde el Estado no llega y las dificultades de acceso a los servicios básicos, el desempleo y la inseguridad son parte del paisaje cotidiano de los vecinos.
El Avellaneda Oeste es un barrio nuevo y a pesar de estar a pocos minutos del centro, hoy está aislado. La readecuación del sistema de transporte dejó sin el enlace que los comunicaba con una de las calles principales de la ciudad. Hoy los vecinos deben caminar unas 10 o 12 cuadras hasta la parada más próxima para llegar al centro de Rosario. Y a eso se le suman problemas de seguridad y mantenimiento de los espacios públicos.
“Esta jornada es una oportunidad para mostrar las condiciones en las que se encuentra este barrio que es joven: son casas que se hicieron con el plan “Mi Tierra, Mi Casa” y hoy por hoy vemos una plaza que está abandonada, llena de vidrios, en malas condiciones, con las luces rotas, pavimento roto y sin que ingrese el transporte público”, explicó Facundo Peralta, integrante de la organización CAUSA, una de las organizaciones sociales y políticas que trabajan en el lugar.
Desde el espacio sostienen que esos problemas tienen soluciones rápidas, pero que también se debe pensar en una construcción a largo plazo. Como primera medida, convocaron a una serie de reuniones con los vecinos, para ver qué se puede hacer y dónde peticionar. La segunda, que va a llevar un trabajo a futuro, es lograr que los jóvenes sean quienes tomen cartas en el asunto: “Queremos construir identidad con los pibes y pibas como protagonistas para tratar de visibilizar los problemas que tienen los barrios y que se resuelvan”.
Aislados y lejos del Estado
“Los chicos van a empezar la escuela y hoy no entra el colectivo”, resume Gisele, una de las vecinas del lugar. Antes de la pandemia la entrada de los colectivos al barrio era limitada. Hoy en día ninguna de las líneas del transporte llega a las viviendas de la zona. Las paradas que conectan el barrio con el resto de la ciudad están sobre el boulevard Segui, a unas 10 o 15 cuadras: “Quedamos como en el medio de todos los barrios. Estamos aislados”.
Pero el aislamiento no es solo una cuestión de distancia: los vecinos denuncian estar fuera del radar de obras y servicios del Municipio. Si bien se trata de un barrio reciente, con construcciones nuevas, hay problemas en los servicios básicos que están desde el minuto cero. Las dificultades para el acceso cotidiano al agua es uno de los principales reclamos de los vecinos.
Según cuentan, la presión es demasiado baja para abastecer a todas las casas del lugar. Cuando están con suerte, de la canilla sale un fino hilo que sirve para llenar algún que otro balde. Esa intermitencia hace que la mayoría termina comprando el agua.
La problemática llevó a lxs vecinxs a organizarse para reclamar, aunque no con los resultados esperados: “El verano pasado, después de un corte de calle que hicimos, trajeron dos cubas de agua. Pero vinieron solamente un día, tampoco eso sirve. Es algo provisorio para el día pero no es la solución. Está toda la instalación hecha, pero hay poca presión”.
Otra de las deudas pendientes en el barrio es la falta de cloacas. “Las viviendas que nos entregaron tienen el pozo ciego que tiene dos metros y una vez al mes hay que estar desagotando los pozos. Entendemos que la Municipalidad tampoco da abasto; nos mandan los camiones pero una vez cada dos o tres meses, y más de ocho viviendas no pueden desagotar. Después tenemos que esperar hasta que vengan de nuevo”, relata Gisele.
Ante las diversas dificultades que se presentan en la zona, la búsqueda de soluciones es colectiva. Durante la jornada recreativa los vecinos hicieron choripanes y vendieron gaseosas con el objetivo de juntar fondos para el merendero “Valentín”, que asiste a unos cien chicos en el barrio. María de los Ángeles, encargada del lugar, cuenta que el Banco de Alimentos cortó con la ayuda que venía dando en pandemia. Ahora se sostienen el espacio con la colaboración de organizaciones sociales y con lo que sale del bolsillo de los vecinos.
“Estamos en la lucha del día a día, comprar el agua, tener para desagotar los pozos. Ya lo tratamos con distintas organizaciones y con otros barrios. Queremos que vengan a invertir y hacer obras. Pero no es fácil llegar a que se concrete. Siempre nos dan vueltas”, lamentó.
Soluciones estructurales, no punitivistas
El 2020 cerró con 212 homicidios en el departamento Rosario, la mayor cifra en 5 años. Pese a una considerable caída en los números por el inicio de la pandemia, el año terminó con un aumento del 26% en el número de muertes violentas respecto a 2019. De hecho, la aparición de dos cuerpos descuartizados en volquetes de la zona sur en diciembre pasado alertaban sobre una “nueva modalidad” de violencia que todavía no se había registrado en la ciudad.
El Avellaneda Oeste no está exento a esa situación y los vecinos exigen políticas que los contengan. Gisele destacó la instalación de alarmas comunitarias en el barrio, proyecto impulsado por los propios vecinos y votado por medio del Presupuesto Participativo en el 2016. No obstante, los vecinos señalan que la medida deja afuera a un gran número de casas del barrio.
Una de las soluciones que encontraron en ese aspecto es armar un grupo de Whatsapp entre todos los vecinos para estar comunicados entre ellos ante cualquier situación. Pero esa modalidad también tiene sus complicaciones. “Hay muchos que hacen la vista gorda y que no se quieren meter. Y es entendible”, señaló.
El tema inseguridad se metió de lleno en la agenda social y política de la ciudad. En las últimas semanas vecinos autoconvocados de diversos barrios marcharon en distintos puntos de la ciudad reclamando políticas para combatir los crímenes y delitos diarios. Y en la misma sintonía fue el discurso de apertura de sesiones del intendente Pablo Javkin, insistiendo con el reclamo a Nación para el envío de fuerzas federales a la ciudad.
Si bien desde la Liga de los Pueblos Libres reconocen los problemas en la materia, cuestionaron el avance de los discursos punitivistas y pidieron dejar de lado las soluciones “demagógicas” para apuntar de lleno a sus causas estructurales. “¿De verdad creemos que más policías en los barrios significa menos inseguridad para todos?”, cuestionaron.
“Lo único que parece estar al alcance de la mano es solicitar un mayor número de agentes, cuando lo cierto es que eso no modifica en lo más mínimo las condiciones de fondo que son la causa profunda de la inseguridad que padecemos los rosarinos”, expresaron y agregaron: “Les pedimos a quienes nos representan en los espacios institucionales que piensen más en incrementar los presupuestos para deporte, educación, salud y trabajo, en romper los estrechos vínculos del poder político y con la delincuencia organizada”.
La fuerza de la juventud
“Hoy nos juntamos un grupo de jóvenes para ayudar a otros jóvenes”, sintetiza Antonela, de 25 años, respecto al espíritu de la jornada. Vive en el Avellaneda Oeste y, además de colaborar en el merendero “Valentín”, forma parte de la juventud de la Liga de las Organizaciones Sociales del Gran Rosario. Junto a Pablo, de 21, y Sebastián de 24, buscan ayudar en el armado de una juventud activa, sobre todo en los distintos comedores en los que participa la organización.
Si bien el barrio cuenta con un listado de problemáticas a resolver, los jóvenes entienden que ellos también manejan una agenda de problemas propios, que tiene como encabezado la falta de trabajo y el consumo problemático de drogas.
“Esta problemáticas están en todos los barrios, se vive una misma realidad: falta de trabajo, drogas e inseguridad. Por eso nuestra idea es organizar a los jóvenes y, desde nuestro lugar darles una mano”, explica Pablo y agrega: “Que los chicos puedan tener contención. Un lugar que muchas veces en sus casas no encuentran, en los amigos tampoco, y terminan recurriendo a la calle”.
Los tres jóvenes relataron una de las experiencias más recientes trabajando con chicos del barrio Bella Vista, en el oeste de la ciudad. Según cuentan, se encontraron con un grupo de chicos “con muchas ganas de hacer cosas”, pero sin el acompañamiento necesario para poder llevarlo a la práctica. El trabajo en conjunto de la organización, con los jóvenes del lugar, terminó derivando en un curso de panificación y la gestión de herramientas como hornos, amasadoras e insumos para poder aprender un oficio. “La idea sería que los chicos se organicen y que de ellos puedan salir las soluciones a sus problemas. Nosotros lo vamos ayudar, pero trabajando en conjunto”, contaron visiblemente satisfechos con la experiencia.
La ayuda desinteresada también está motorizada por la propia experiencia de los jóvenes que forman parte de la Liga de Organizaciones Sociales. “Yo soy uno de los pibes que estuve en el tema de la droga”, dice Sebastián y recuerda su paso por el Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario (IRAR), que hoy se llama Centro Especializado de Responsabilidad Penal Juvenil.
“Yo cambié mi vida porque quería. Pero también fui muy apoyado por ellos y por mi familia. Ellos me impulsaron, pero también dependió de mí. Hoy estoy bien”, recuerda el joven que hoy trabaja para que otros pibes y pibas tengan ese mismo incentivo. “Estamos para acompañar a los chicos como también nos han acompañados a nosotros. Ayudarlos en lo que podamos y que no se sientan solos. Que sepan que se pueden acercar y participar”, añadió.
Antonela también se sumó a ayudar a otras personas luego de pasar por una experiencia similar en su familia. Ese vivencia cercana también sirvió como una herramienta a la hora de que los jóvenes se suelten y brinden su confianza, un proceso que, saben, lleva tiempo: “Yo tengo un hermano que tuvo problemas de drogas. Y a lo mejor yo los puedo entender mucho más que otro chico que no lo haya pasado”.
El trabajo va teniendo sus resultados, porque la pata joven de la organización está siendo cada vez más demandadas en distintos comedores e instituciones barriales. “Yo no pude ayudar a mi hermano, pero hoy puedo ayudar a otra persona que está mal para que salga de eso, que haga un curso, se capacite, y que pueda tener un buen trabajo para salir adelante. Que sepa que no todo es droga, choreo, o estar en una esquina amanecido. Se trata de tener otros proyectos”.
Distintos barrios, mismas problemáticas
A la sombra de un árbol flaco un grupo de muchachos bromea sobre lo comprometidos que están los jugadores con el partido. Si bien está claro el carácter “amistoso” del torneo, es la final y nadie regala nada: se corre mucho, se habla mucho, se traba fuerte. Por definición a penales el torneo quedó en manos de los pibes que representan al comedor “Estrellita” del barrio Bella Vista. Estrella, la chica que coordina ese espacio al que concurren a unos 150 chicos de la zona, los hace agruparse para sacarles una foto.
Durante la jornada estuvieron presentes referentes de distintos barrios y todos coinciden en las mismas problemáticas: falta de obras, cuestiones de seguridad y dificultades para sostener los espacios de asistencia en momentos donde la demanda de las familias crece. Por eso distintos comedores, merenderos y copas de leche, aprovechan la tarde para vender tortas, panchos, panificados, gaseosas y otros productos que sirvan para recaudar fondos. Desde Beatriz, del barrio San Francisquito, hasta “Pocha”, militante social y barrial de Cabin 9.
Otros espacios, que además ofrecen talleres de capacitación, expusieron los productos surgidos de esa experiencia. Es el caso de Lorena, que dicta cursos de Talabartería en San Martín Sur, al límite con el arroyo Saladillo. Cinturones, llaveros, billeteras, carteras y todo tipo de productos con cuero salen del taller al que asisten unos 24 chicos a aprender el oficio: “Si el curso dura dos horas, los chicos no se quieren ir. Es la hora de irse y todavía los tengo en casa”.
También estuvo presente Gisela Trasante, hija de Eduardo Trasante, pastor y ex concejal de la ciudad de Rosario, asesinado en su propia casa en un hecho que generó conmoción a nivel nacional. Desde hace cinco meses trabaja en el comedor “Juntos Podemos”, del barrio Villa Moreno, donde asisten a unas 80 personas. Su vida de militancia social y barrial está internamente ligada a su historia familiar.
“La iniciativa nuestra es seguir adelante y transmitirle a la gente que se puede. Por más que pase lo que pase. Ayudar es lo mejor que se puede hacer”, contó entre lágrimas. “Uno se siente bien haciendo lo que hace, es una satisfacción enorme la que te da poder seguir ayudando a la gente. Es algo que hacía mi viejo y que de corazón queremos seguir haciendo”, agregó.
A medida que va cayendo el sol las actividades se van disipando. Los comedores levantan sus puestos, hubo música en vivo, hubo baile, y también hubo tiempo para discursos, reflexión y el incentivo a la acción. En el potrero, con la cancha ya libre de jóvenes, un grupito de niños corretea atrás de una pelota llevándola de arco a arco. Cada tanto alguno se cae, se sacude la tierra y sigue corriendo. En breve armarán un picadito. Ahora es el turno de ellos.