En un contexto en el cual está sobre la mesa el debate acerca de la vuelta a la presencialidad en las escuelas, hacemos foco sobre algunas cuestiones que están debajo de la superficie. ¿De qué hablamos cuando decimos educación? ¿Qué modelo de escuela tenemos? La mirada integral incluye el trabajo cotidiano de lxs docentes que excede en mucho el desarrollo curricular. ¿Por qué generalmente se pone al contenido por delante del vínculo? La mirada aguda de una discípula de las hermanas Cossettini, los reclamos gremiales para una vuelta segura, una docente hormiga y las voces de quienes son el presente: las y los niños.
[dropcap]C[/dropcap]intia Pérez trabaja hace trece años dando clases de plástica en la escuela Nº 133 de Nuevo Alberdi, un barrio popular de la zona norte de Rosario. Forma parte del Movimiento de Docentes Solidarios y no duda en el orden de los factores: “Antes que el virus llegó el hambre”. Cuenta que cuando el inicio de la pandemia obligó al cierre total allá por fines de marzo, se cortaron dos actividades de las que dependen en muchos casos las economías familiares: la changa y el cirujeo. Las madres que trabajan en casas de familia tampoco pudieron salir a trabajar. “Primero llegó el hambre hasta que en los barrios se organizaron los módulos alimentarios. El comedor era un caos”. La ración que era individual pasó a ser familiar cuando vieron que en las casas la porción se dividía entre todos. Nombra las ayudas del Estado como la IFE, la tarjeta ciudadana y el aumento del monto de la AUH. Pero dice que igual fue muy difícil. Es tajante cuando dice “el virus de los ricos y el hambre de los pobres”. Ahí donde las familias de la zona rural de Nuevo Alberdi no tienen agua, la emergencia sanitaria exigía agua y jabón. Cintia sintetiza en tres palabras: “La fuimos pasando”.
Mientras la iban pasando llegaron los contagios al barrio, uno de los tantos rincones de la ciudad en donde las familias viven hacinadas. Por eso Cintia dice que cuando se contagiaba uno se contagiaba la cuadra. En abril la gota que rebalsó el vaso: llovió mucho y se inundó todo. Por eso hicieron un roperito solidario. El objetivo era juntar ropa para abastecer a cuatro escuelas.
Cuando pudieron encauzar la cuestión del alimento empezaron a ver el déficit en la educación. A Cintia le contaron que la conectividad era un derecho humano y ella siguió sumando: otro derecho vulnerado. “Las familias capaz tenían un celular para dos o tres chicas, a veces con las pantallas rotas, sin poder abrir un pdf o un Word; mandar videítos era un lujo”. En el intento de gambetear la falta de acceso a la conectividad conocieron a una mamá que tiene una radio en el medio de la zona rural. Las mañanas estaban libres. Hacia ahí fueron, haciendo un programa semanal en el cual primero eran cuatro maestros, después cinco, después seis. El programa se convirtió en un proyecto institucional de las escuelas 133 y 1226. Planteaban consignas que se trabajaban semanalmente y después compilaban y pasaban en el programa los audios que mandaban los chicos y las chicas. “Necesitábamos llegar sin que gasten dinero en datos o en fotocopias. Fue un recurso más pero tampoco fue la solución porque seguían quedando atrás. Siempre seguíamos perdiendo porque la realidad es esa: la desigualdad”. Cintia es la mujer de las frases contundentes: “la pandemia levantó todo y lo dejó flotando”.
Coquena
Un chico está sentado en un pupitre mirando la espalda de su compañero. Ese compañero está sentado en otro pupitre mirando la espalda de otra compañera. La secuencia se repite hasta llegar a la maestra que está al frente. Amanda Pacotti, quien dedicó su vida a la educación, describe a ese modelo de escuela cerrada, enciclopedista, que “venía haciendo agua por todos lados”. La pandemia lo que hizo “fue ponerle el moño a una situación que ya no se podía mantener en las escuelas”. Habla de aquellos intentos de cambio que muchas veces se han dado desde las bases, se refiere a las maestras todo terreno, a las Cintias, a la gente que se pone la escuela al hombro, que va a los comedores comunitarios. Menciona la experiencia de las docentes de zona norte que buscaron la radio como una forma creativa de entrar en los hogares y que también hicieron una biblioteca ambulante con una valija vieja. En palabras de Amanda, aquella gente que no es escuchada porque se choca con una escuela sorda. “Agradezco a la pandemia si nos sirve para poder pensar en una escuela que escuche al chico, al joven, que escuche al maestro y maestra pies de barro”.
– ¿Extrañás la escuela?
Jeremías – Sí, extraño.
– ¿Por qué?
– Porque hay muchas cosas.
– ¿Cómo qué?
– Como dibujar, pintar, y escribir, y leer. Y jugar.
¿Cuántos años tenés?
– Once. Estoy en quinto y este año paso a sexto.
Amanda hizo el profesorado de jardín de infantes y se recibió en 1959. Llevaba dos años trabajando como reemplazante cuando vio anunciado en el diario el concurso para maestra de grado en la Escuela Integral de Fisherton. Junto a otras cien aspirantes participó del concurso que en una primera instancia era por escrito y con seudónimo. Dentro del jurado estaba Rosa Ziperovich y Olga Cossettini. Amanda fue citada a la etapa oral. Recuerda la emoción que tenía cuando su papá la llevó a la escuela en la Ziambreta y los nervios de estar ante Rosa y Olga. Le dijeron que su trabajo escrito era uno más pero les había llamado la atención su seudónimo: Coquena, el duendecito que cuida a las vicuñas. En ese momento Amanda no sabía que trabajaría tantos años en la escuela, que lo haría con mucha libertad y menos imaginaba que llegaría a ser directora. Todavía faltaba para estudiar Artes Visuales, para conocer a Rubén Naranjo, para dar clases en profesorados y en escuelas domiciliarias, para colaborar en el inicio del secundario de la Gurruchaga, para trabajar diez años en un pequeño pueblito francés cercano a la frontera con Suiza donde conocería la experiencia de la biblioteca popular. También faltaba tiempo para que llegara su experiencia en la Asociación Los amigos del Dr. Janusz Korczak, para recorrer las escuelas del Perú profundo, para volver a la Biblioteca Alberdi, para formar parte de la Red Cossettini.
Los recorridos en la vida de Amanda le permitieron alimentar una mirada integral de la educación. Se aleja de la visión europeizante. “Nos venden todo lo de afuera. Basta de Montesori, de Waldorf. ¿Por qué no miramos a un Jesualdo Sosa (Uruguay), a un Antonio Encina (Lago Titicaca) que en 1911 escribe sobre la escuela nueva? En Guatemala hay experiencias de gente visionaria que pensaba en una escuela acorde al momento, que es lo que no se está haciendo”. Amanda le agradece a la pandemia que se hayan roto las fronteras. Desde la Red Cossettini hicieron tres conversatorios con maestros de Latinoamérica.
– ¿Cuántos años tenés?
Nicole –Doce. Pasé a séptimo.
– ¿Tenés ganas de volver a la escuela?
– Algunas veces sí y otras veces no.
– ¿Qué es lo que extrañás las veces que sí?
– Mis amigos, la maestra.
– ¿Qué es lo que no te gusta de la escuela?
– La tarea.
– ¿Qué materia te gusta más?
– Lengua.
– ¿Qué es el coronavirus?
– Una enfermedad.
– ¿Cómo fue el año pasado, te encontrabas de alguna manera con tus amigos?
– Algunas veces nos juntamos con amigos pero no de a muchos.
– ¿Qué te gustaría ser?
– Abogada y futbolista.
Cintia cuenta que el Estado provincial las contactó para colaborar en el proceso de Verano Activo en el cual la intención fue revincular a los chicos y chicas que habían tenido un contacto fragilizado con la educación el año pasado, aquellos que pudieron conectarse los primeros meses pero que después no sostuvieron ningún vínculo. Como tienen el conocimiento que da el trabajo cotidiano en el territorio, iban golpeando puerta por puerta las casas de lxs alumnxs. A algunos los encontraron y otros se habían mudado. Cintia está rodeada de niñas y niños, esperando que la traffic los pase a buscar para ir al Polideportivo de Cristalería. Durante la espera, algunas niñas responden.
– ¿Cómo te llamás?
– Maite
– ¿Cuántos años tenés?
– Siete.
– ¿Qué es lo que más te gusta de la escuela?
– Nada.
– ¿No querés volver a la escuela?
– No.
Las escuelas del Estado y el estado de las escuelas
El 17 de febrero volvieron a las escuelas para los fines de ciclo: séptimo en la primaria, quinto año en la secundaria y sexto año en las escuelas técnicas. Un mes es el tiempo previsto para los cierres porque el comienzo del ciclo lectivo 2021 se diagramó para el 15 de marzo. A la escuela 133 van 850 chicos y chicas, desde salita de cuatro hasta séptimo. Cintia dice que deberá ser una vuelta segura, que los treinta chicos que tienen habitualmente en un salón con distancia de dos metros no entran, que la idea que se baraja es hacer una semana presencial y otra semana desde las casas pero que hay hermanitos en distintos años y que eso implicaría una logística extra.
Con respecto al estado de la escuela, dice que hicieron algunas obras, pusieron más canillas y compraron termómetros, pulverizadores y alcohol sanitizante. Pero no puede asegurar que esté en condiciones porque “las escuelas hace años que no están en condiciones”. También dice que durante la pandemia entraron a robar dos veces, rompieron puertas y vandalizaron la escuela. Aclara que tienen agua pero que hay otras escuelas que no tienen. Quiere creer que va a haber organización y presupuesto para la vuelta.
Amanda insiste en la necesidad de dejar caer el tapaojos para empezar a mirar y escuchar esas otras voces. “¿Ahora nos acordamos que las escuelas no tienen agua?”. Responde su pregunta retórica con otra pregunta. “¿Cuánto hace que no tienen agua las escuelas?”. Cuenta que Cintia y las otras maestras de Nuevo Alberdi compraron y llevaron bidones al barrio, y que también sorteaban por mes tortas de cumpleaños para los más chicos. “Eso no lo conoce nadie. Creo que falló la parte de arriba”. Cada vez que escucha la palabra contenido, Amanda se eriza. “Dejemos de jorobar con los contenidos. Es otra escuela. Ha cambiado todo; las familias son otras que hace treinta años atrás”. Cintia apunta en el mismo sentido cuando dice que en la escuela hay un montón de cuestiones que exceden los contenidos y que tienen que ver con lo social. “Está la charla, el divertirse y el aprender con el otro y la otra. De eso se trata la escuela”. Por eso Cintia focaliza en buscar la manera más segura para poder volver garantizando el máximo nivel de cuidado. “La escuela es eso: es el cuidado”.
Sonia Alesso -Secretaria General de CTERA (Confederación de los Trabajadores de la Educación de la República Argentina) y de AMSAFE (Asociación de Magisterio de Santa Fe)- dice que a pesar de los fondos nacionales para mejorar las escuelas la inversión sigue siendo insuficiente. “Hay escuelas que todavía tienen problemas edilicios serios en distintos lugares de la provincia. Decimos que donde no haya condiciones no se puede volver”. Lo que vienen planteando desde AMSAFE y desde CTERA es que cualquier vuelta a la presencialidad implica “garantizar las condiciones de salud y seguridad”. Dentro de esos requisitos incluyen las cuestiones vinculadas con la infraestructura y la puesta a punto de los edificios escolares, la inversión educativa, el cuidado y la salud de los docentes, asistentes escolares, niñas, niños, jóvenes y adultos que están en la escuela pública. “Todos esos temas son los que vamos a poner en la paritaria tanto a nivel provincial como nacional para discutir en qué condiciones se puede plantear una vuelta a la presencialidad segura, cuidada y gradual”, dice Sonia Alesso. El otro tema esencial es el salario. “Entendemos que tiene que haber una recuperación del poder adquisitivo de los salarios en un año de una alta inflación como fue el 2020”.
A nivel gremial hicieron un relevamiento provincial de infraestructura escolar. Alesso dice que en muchos casos los edificios escolares que no están en condiciones no fueron arreglados. “El Estado tiene que invertir para resolver esas cuestiones si quieren que en esas escuelas comiencen las clases”. Otro aspecto que vienen planteando es la alternancia con la bimodalidad para que no haya una gran circulación de gente. “Creemos que la presencialidad es insustituible en la escuela. Lo hemos sostenido siempre. Pero en el marco de una pandemia esa presencialidad tiene que ser cuidada”. Por eso habla de un monitoreo permanente de la evolución de los casos para tener previsto el cierre en caso de que los contagios aumenten. Sostienen que se tiene que analizar lugar por lugar en función de los datos epidemiológicos. Con respecto a los puestos de trabajo, apuntan la necesidad de reforzar los cargos docentes por aquellas personas con comorbilidades que no podrán volver a las escuelas y aumentar la cantidad de personal no docente con porteros y asistentes escolares para poder garantizar la sanitización de las aulas.
Martín Lucero, Secretario General de SADOP Rosario, cuenta que vienen haciendo un trabajo de evaluación en conjunto con las cámaras propietarias de los colegios privados, trabajando en los protocolos y en un esquema de vuelta segura a las clases. “Hemos acordado la provisión del material de seguridad y de limpieza. En las escuelas privadas hay un acceso al financiamiento y al mantenimiento que es distinto a los compañeros de la educación oficial”. Lucero marca lo que está y lo que falta: “Está la responsabilidad social de la docencia, de los gremios, incluso de los propietarios de los colegios. Falta la parte del Estado que es lo más importante: cómo se hace, cómo se financia, cómo se realiza y cómo se controla”.
Desde el punto de vista gremial, en SADOP tienen una definición ideológica y es que la gente tiene que trabajar en su lugar de trabajo y no en su casa. “En el lugar de trabajo donde el empleador tiene que garantizar las condiciones y los elementos. La casa es para estar con la familia y para descansar”. Si bien entienden que la virtualidad será inevitable sostienen que la presencialidad es irremplazable. “Perdés la relación con los alumnos pero también con tus compañeros de trabajo y el intercambio de experiencia docente. Es un tema de política pública, tiene que haber un acompañamiento permanente de todos los actores del Estado”, dice Lucero.
Desde ATE Rosario vienen planteando una serie de reivindicaciones en relación con lxs asistentes escolares: salarios dignos, creación de cargos, implementación de comités mixtos de seguridad e higiene, condiciones seguras en las instituciones escolares, cumplimiento de las licencias Covid y vacunas.
Escalar sus sentimientos
Amanda un día fue a una feria del libro en Lima y mirando un stand encontró unos libros de un movimiento de educación popular: ´Fe y Alegría´. Lo que ella había leído en la teoría en esa experiencia de educación popular ya lo estaban haciendo, hablaban de mediación, de recuperar las artes precolombinas. Le dejó sus datos a la mujer que estaba en el stand y a los dos días la llamaron para pedirle su currículum. Empezó a trabajar con el movimiento y durante cinco años recorrió las escuelas del Perú profundo. Recuerda que en el movimiento decían que nadie te puede prohibir encontrar una lata de duraznos vacía y meter ahí una plantita. Amanda desea que la escuela vuelva a ser el puente y no la valla. En sus palabras resuena la ética del cuidado y la política de los afectos. Algunas de sus preguntas quedan sobrevolando: ¿Qué supervisora te puede prohibir que mires el cielo por la ventana? ¿Quién te puede prohibir que en vez de tener cuatro filas de bancos hagas una ronda? ¿Quién te puede prohibir entrar una mañana sonriente a la escuela?
– ¿Querés volver a la escuela?
Azul –Sí.
– ¿Qué es lo que te gusta de la escuela?
– Me gusta estudiar.
– ¿Cuántos años tenés?
– Cinco.
– ¿Te pudiste encontrar con la seño desde tu casa el año pasado?
– No, no tenía celular.
– ¿Y pudiste escuchar la radio cuando las maestras hicieron el programa?
– Sí.
Amanda pesca algunos recuerdos de su tránsito como alumna de la escuela Carrasco donde las hermanas Cossettini lideraron el proyecto pedagógico de la Escuela Viva. No se olvida del patio de tierra ni de la biblioteca espectacular hecha a sudor y lágrimas. Tampoco se olvida de que el arte era posibilitar que cada quien pudiese desarrollar su propio lenguaje. Este año se cumplen treinta años de la presentación de la película La Escuela de la Señorita Olga, dirigida por Mario Piazza. Actualmente en la biblioteca Alberdi tienen la colección de libros no pedagógicos de las hermanas que en 1935 hablaban de indigenismo y homosexualidad.
En un contexto pandémico donde el contacto estrecho se volvió algo peligroso, donde vivir en una burbuja algo necesario y donde el abrazo quedó suspendido hasta nuevo aviso, ¿qué harían las hermanas Cossettini? Amanda ríe y se apura a decir que es una buena pregunta para la que no tiene respuesta, pero respira, piensa e imagina posibilidades. “Me animo a decir que las hermanas Cossettini abrirían la escuela pero con el concepto que ellas tenían: la escuela es la vereda, el barrio, la plaza”. La mirada grande y las Cossettini como defensoras de los cuatro elementos para la infancia: aire, tierra, agua y fuego. Para Amanda siguen siendo puntos de unión: ¿Qué chico se resiste a prender una vela? Habla de la precipitación hacia las pantallas que ofrecen mercancía. “Se les abre un mundo embromado. Esa sí es una burbuja grave”. Sin embargo, no duda de que las hermanas usarían las computadoras para conectarse entre ellas y con la comunidad. “Eran mujeres inteligentísimas y de una gran amplitud cultural. Capaz que en vez del coro de pájaros estarían haciendo música digital”.
Para pintar el valor que tenían las hermanas por la escucha y el respeto, Amanda recuerda el comienzo de una conferencia de Olga en 1947 hablando de la pedagogía de la perversidad y citando las palabras del maestro judío polaco Janusz Korczak:
“Decís: Nos aborrece el trato con los niños. Tenéis razón. Decís: porque tenemos que rebajarnos a sus conceptos. Agacharnos, doblarnos, ajustarnos, encogernos. Os equivocáis. No es eso lo que nos cansa. Nos cansa que tengamos que escalar sus sentimientos. Escalar, extender, ponernos de puntillas, estirarnos. Para no herir”.
Amanda confía en las nuevas generaciones. “Tenemos que pasar la antorcha a ver qué pasa con los jóvenes”. Ahora o nunca, dice: “Ahora o nunca hay que buscar la nueva escuela”.