Los estudios de genotoxicidad como alerta temprana y el lugar de la ciencia argentina. Cuando la Justicia le pone límites al modelo agroindustrial y la evidencia científica se vuelve irrefutable: los agrotóxicos rompen el ADN de las personas. En esta segunda entrega, las fallas del modelo tóxico y los fallos de la Justicia.
Foto de portada: La Tinta
La Genética Toxicológica es la disciplina científica que estudia el daño que puede sufrir el ADN de las células por la acción de diferentes agentes tóxicos. Esos agentes capaces de producir daño en el ADN pueden ser físicos, químicos y/o biológicos. Las sustancias químicas comprenden entre un 90 y un 95 por ciento de los casos.
Delia Aiassa es Doctora en Ciencias Biológicas y responsable del laboratorio de Genética y Mutagénesis Ambiental del Departamento de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Río Cuarto. En 2006 empezó a estudiar estas cuestiones y en 2009 obtuvo los primeros resultados. En un país donde las poblaciones dibujan el mapa de la patria sojera, una de sus líneas de investigación tiene que ver con la exposición a agroquímicos. “Monitoreamos a aquellas personas que sabemos que están expuestas a agroquímicos, por ejemplo, los aplicadores. Estudiamos su material genético para saber si esa exposición laboral podría estar causándole un daño en la salud como puede ser un daño en el ADN”.
En una investigación titulada ´Cáncer, genotoxicidad y medio ambiente laboral´ que forma parte de un libro* publicado en 2018, Delia Aiassa refiere a la existencia de evidencia epidemiológica y experimental que demuestra que el aumento de los casos de cáncer en poblaciones en contacto con plaguicidas podría considerarse una consecuencia directa del daño genético provocado por esa exposición. En el informe se cita que en 2015 la IARC (Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer) clasificó al herbicida glifosato y los insecticidas diazinón y malatión como «probables cancerígenos para los humanos». ´Sobre el herbicida glifosato hay «evidencia limitada» de que puede producir linfoma no-Hodgkin en seres humanos y hay pruebas «convincentes» de que puede causar cáncer en animales de laboratorio´, dice el texto. Por su parte, el tetraclorvinfos está prohibido en la Unión Europea y el uso del paratión ha sido fuertemente restringido desde la década de 1980: todos los usos autorizados se cancelaron en la UE y EE.UU. en 2003.
Marcos Juárez, General Levalle, Las Higueras, Las Vertientes, son algunas de las poblaciones que han investigado. Además de estudiar a quienes trabajan como aplicadores de agroquímicos, han realizado estudios focalizando en los y las niñas que viven en territorios en los cuales se pulveriza muchos meses al año. “A esos agroquímicos los están incorporando a través de las vías respiratorias. Queremos saber si eso les está causando un daño en el material genético”, dice Delia Aiassa, mientras aclara que los estudios son sobre agroquímicos porque la línea de investigación tiende a resolver problemas locales.
En un estudio publicado en 2015 (´Evaluación del nivel de daño en el material genético de niños de la provincia de Córdoba expuestos a plaguicidas´) estudiaron dos poblaciones: por un lado cincuenta niños que viven en Marcos Juárez y están expuestos a la aplicación de plaguicidas, y por otro lado, veinticinco niños de Río Cuarto que no están expuestos a estos productos al no estar cerca de campos fumigados. El resultado: el 40% de los niños expuestos (20 sobre el total) sufren algún tipo de afección persistente que se podría asociar a la exposición crónica a plaguicidas: 9 con síntomas respiratorios (estornudos a repetición, dificultad respiratoria, tos y/o broncoespasmos); 9 con síntomas respiratorios asociados a picazón o manchas en la piel y picazón o sangrado de nariz; y 2 niños con síntomas respiratorios asociados a lagrimeo, ardor o picazón de ojos y oídos. Al mismo tiempo detallan en el estudio que ´ninguno de los participantes no expuestos relatan síntomas persistentes´.
Anticiparse a la jugada
Desde el Laboratorio de Genética y Mutagénesis Ambiental se dedican a estudiar a personas clínicamente sanas que pueden no manifestar signos o síntomas de enfermedad a pesar de tener el ADN dañado. Ahí reside una de las mayores claves de estos estudios: permiten adelantarse a lo que puede llegar a pasar si esas condiciones de exposición continúan. Por lo tanto, el dato funciona como alarma y habilita acciones para revertir esa situación. Delia lo explica de esta manera: “Lo más importante en estos estudios es poder decir ´usted está en riesgo de padecer situaciones como neoplasias, cánceres a mediano o largo plazo si sigue con la exposición´. Porque si usted retira la exposición lo más probable es que los mecanismos de reparación que tiene el organismo subsanen ese daño y la cosa se termina allí”.
Si la frase dice ´más vale prevenir que curar´, este sistema de investigación en toxicología apunta en ese sentido. Habitualmente, la ciencia médica se aboca a reparar un daño ya causado y expresado a partir de una sintomatología manifiesta. Se actúa posterior al sufrimiento. En este caso, se detecta el daño en el organismo para a partir de ahí identificar los causantes de ese daño. “Si estoy estudiando aplicadores de plaguicidas y vemos que hay un daño aumentado y la persona es clínicamente sana, tiene sus parámetros de rutina en orden y no está expuesta a otro contaminante como medicación o cigarrillo, hacemos la asociación”. Dice que para ser más concluyentes se puede agregar en el estudio la determinación de agroquímicos en sangre o en orina; que hace unos años se encontró agroquímicos en leche materna; que probablemente se deba a la ingesta en los casos donde no hay una exposición directa.
El daño en el ADN significa, de acuerdo a las palabras que usa la doctora Aiassa para explicarlo, que el material genético se disgrega, se rompe, no está estable. “Si ese daño se transmite a células germinales como los óvulos o los espermatozoides y ocurre la fecundación, pueden generarse abortos a repetición y malformaciones”. Se refiere a los casos de infertilidad que figuran como ´sin causa aparente´. Dice que en esos casos puede haber sido un agente contaminante el que haya roto el ADN. Otras consecuencias de ese daño a nivel celular son las enfermedades genéticas y los cánceres. “Está ampliamente probado que los cánceres comienzan en mutaciones de las células, en roturas del ADN donde la célula pierde el control y comienza a dividirse descontroladamente formando los tumores o las neoplasias”, apunta Delia.
Las fallas del sistema y los fallos de la Justicia
La investigación en la cual estudiaron a lxs niñxs de Marcos Juárez, además del dato contundente del 40 por ciento con afecciones persistentes, arrojó otro resultado revelador: no había diferencias significativas (en la frecuencia de micronúcleos) entre aquellos que vivían a menos de 500 metros de las zonas pulverizadas de aquellos que vivían entre 500 y 1.500 metros de esas zonas. Como se trata de una ciudad pequeña, este resultado pone de manifiesto que las fumigaciones podrían alcanzar a toda la localidad. Se lee en el texto de la investigación: ´Teniendo en cuenta que no existen diferencias entre los grupos de niños en estudio en cuanto a distancias de pulverización hasta un máximo de 1095 m, debería tomarse en cuenta este dato al momento de establecer resguardos ambientales en localidades que se encuentren rodeadas de cultivos donde se pulveriza´.
Esta distancia es (no casualmente) la que se dictaminó en el fallo histórico de Pergamino: el primer fallo del país que dictó 1.095 metros libres de fumigaciones terrestres para toda la ciudad. Luis Blanco, vecino y amparista de Sastre en el caso desarrollado en la primera parte de esta nota, dirá que el número de 1.095 metros no es caprichoso y que se debe a los estudios llevados adelante por la doctora Aiassa. “Delia es una de las figuras que más ha trabajado por la salud de los vecinos”, dice Luis Blanco.
El fallo de Pergamino, que también prohíbe la fumigación aérea a menos de 3.000 metros, fue ratificado por la Justicia Federal. Luis Blanco explica que el origen de la causa fue la contaminación de las napas freáticas y que en virtud de que los acuíferos no reconocen distritos, fue tomado por la Justicia Federal. Carlos Manessi, miembro de la Campaña Paren de Fumigarnos, habla de la importancia de la ratificación del fallo por parte de la Cámara de Rosario porque sienta la jurisprudencia que anteriormente no había en ninguna Cámara. Además, destaca el hecho de que el fallo ratifica el principio precautorio y los estudios y fundamentos que presentaron las y los vecinos. “Abren caminos para que otras Cámaras y otros jueces sigan esa línea de trabajo. Para nosotros va a ser muy importante para Rafaela porque el fallo del juez Hail sobre Sastre y Ortiz está en la Cámara en este momento”, dice Manessi.
A pesar de que el fallo haya contemplado, entre otros, los estudios realizados por la Doctora Aiassa, la propia Delia se encarga de separar su línea de investigación en agroquímicos de su participación en el caso de Pergamino. Aclara que en el fallo solamente actuó por pedido de un particular que con una indicación médica solicitó hacerse un estudio de genotoxicología en su laboratorio privado. “Además de mi actividad como docente e investigadora en la Universidad de Río IV, llevo adelante un servicio de genética toxicológica en un laboratorio de análisis clínico donde hay una parte de genética de la que soy responsable”. De esta manera, advierte que las asociaciones que pudieron encontrar a partir de ese estudio excedieron su participación y dependieron del juicio y de las pruebas que han presentado los abogados. “Por indicación del médico que los atendió, los participantes en el juicio fueron al laboratorio para hacerse un análisis de genotoxicidad. El médico había observado una serie de parámetros por los cuales pidió esos estudios”.
Lo que hicieron desde el laboratorio fue estudiar si los cromosomas de esas personas estaban rotos o no. Y también un estudio de micronúcleos por el cual se identifican posibles rupturas en los núcleos de las células. Para esos estudios el material que utilizan es la sangre o la mucosa bucal. Cuando el daño en el ADN está aumentado, es decir, cuando supera los valores de referencia, se concluye que esas personas están expuestas a algún agente genotóxico. De todas maneras, aclara Aiassa, luego deben hacerse diversas determinaciones para asociar el daño con los posibles agentes. Además de los agroquímicos, otros factores a los que las personas están expuestas tienen que considerarse con el consumo crónico de medicamentos, la exposición a ciertas sustancias biológicas, el consumo de alcohol, el cigarrillo, el estrés y los hábitos alimentarios, en definitiva: el historial médico para poder asociar el daño con la exposición.
Etiqueta verde, alerta roja
Para las clasificaciones toxicológicas de los productos agroquímicos se tienen en cuenta las intoxicaciones agudas, es decir, el contaminante en grandes cantidades en un período de tiempo muy corto. Pero no evalúan las intoxicaciones crónicas que se dan con la exposición a largo plazo y con cantidades pequeñas. Para Delia esta es la explicación de por qué se pulveriza cerca de las plantas urbanas con agroquímicos clasificados como etiqueta verde. Por eso, considera un gran avance el hecho de que en los fallos judiciales se empiece a tener en cuenta no solamente la clasificación toxicológica sino los daños que pueden sufrir las personas expuestas.
Delia, que participó como testigo en el juicio del barrio Ituzaingó, es profesora de Citogenética y Toxicología. Dirige proyectos de investigación y extensión sobre el efecto de sustancias químicas en el material genético. Aclara que no se trata de ir en contra de los productores sino de mostrar los efectos que genera aquello que están utilizando. Para intentar retroceder al comienzo de las investigaciones, se remonta a una fecha inolvidable, allá por 1996 cuando se autorizó el ingreso de la soja transgénica a nuestro país. Desde ese momento pasó un tiempo hasta que las poblaciones empezaron a somatizar las consecuencias del modelo. Cuenta que en el caso de Marcos Juárez los médicos empezaron a ver abortos a repetición, problemas de infertilidad y cánceres. Esa fue el termómetro que indicaba que algo estaba pasando. “Cuando charlamos con los pobladores nos dicen ´yo siento el olor´, otros dicen que no se dan cuenta porque están acostumbrados. Pero nos ha pasado a nosotros llegar y sentir el olor en plena fumigación”, cuenta Delia. Dice que los ingenieros agrónomos explican que la deriva llega a los pueblos por los principios físicos y químicos de las sustancias. Frente a lo innegable la dinámica es ver qué efectos produce aquella deriva. “Tengo la deriva, tengo la persona expuesta, tengo el profesional de la salud que dice que los casos de ciertas enfermedades van aumentando aunque los registros públicos no den cuenta de eso”.
Sobre la forma de contar los casos de personas que murieron por la exposición a los agrotóxicos hay una trampa. En muchos casos lxs vecinxs y organizaciones no gubernamentales tienen un número que no coincide con las cifras oficiales porque al momento de registrar las causas de las muertes aparece de forma recurrente el paro cardio respiratorio. “No tenés el dato oficial, lo cual no quiere decir, lo que sostienen quienes defienden esto, que la exposición es inocua y que el porcentaje de muerte por cáncer está dentro de lo esperable”, aclara Delia, mientras destaca la importancia de los fallos frente a ese sub-registro. “El juez estudió todos los elementos en sus manos para decidir y advierto (por el fallo) que primó la salud por encima de una forma de producción”.
Ciencia argentina
La Doctora Aiassa focaliza en la deslegitimación que generalmente recae sobre aquellas personas que dedican su vida a investigar sobre estos temas en los que está en juego, entre otras cosas, un modelo de producción. Recuerda que a los campamentos sanitarios de la UNR los atacaron diciendo que no eran serios; que a Andrés Carrasco le decían que metiendo un renacuajo en un jugo de naranja también se moriría. Dice que el ataque a los investigadores pretende el descrédito personal y sin objetar con argumentos científicos los trabajos, siendo que no es fácil publicar los trabajos ya que son revisados por lo menos por tres científicos, que trabajan con protocolos estandarizados internacionalmente y amplia trayectoria en la temática.
Según el razonamiento de Carlos Manessi, la evidencia científica es la forma que tienen los jueces de ratificar lo que están viendo. “A la evidencia científica no podés darle vuelta la cara. Los jueces se basan en esos trabajos, por eso es tan importante y tenemos que ser muy cuidadosos de que esa evidencia sea correcta, clara y concreta cada vez que presentamos nuestras demandas ante los juzgados”. Carlos conoce a la Doctora Aiassa hace por lo menos cinco años y compartió paneles en los cuales escuchó su explicación sobre cómo el agroquímico interfiere en el material genético. Destaca el hecho de que las evidencias que tomó el fallo fueron producidas por científicos argentinos.
Cuando estaban por publicar en la revista ´Archivos de pediatría´ el único reporte que hay de genotoxicidad en niños, un colega de Delia le dijo que no perdiera el tiempo publicando en el país y que lo publicara afuera en una revista con más impacto. “Yo quería publicarlo en Argentina porque era un trabajo para acá. Era el primer trabajo que había”. Delia priorizó ofrecer una herramienta de prevención a los pediatras para que pudieran utilizar a la genética que a través de un análisis de ADN puede informar que los niños están en riesgo frente a un agente genotóxico. Valora mucho que los jueces tengan en cuenta las investigaciones locales y aclara que por el estilo de vida que tienen en Europa es probable que tengan otros valores de rotura de ADN. “Por eso una de las cuestiones a las que estamos abocados en este momento es tener bancos de datos de valores basales o de referencia de la población cordobesa para ver cómo fluctúan los valores de personas sanas no expuestas directamente a contaminantes”.
*Aiassa, D. Cáncer, genotoxicidad y medio ambiente laboral. Pág 328-355. En Mercau, J. y P. Rousse. Salud Ocupacional. Toxicología Industrial. 2018.