Pueblo a Pueblo es la herramienta de comercialización de la rama rural del MTE. Una experiencia cooperativa de distribución de bolsones de verduras y frutas que se replica en todo el país, y que en Rosario agrupa a más de 130 productores rurales. En el marco de la pandemia por el COVID-19, la demanda de bolsones explotó: de 130 cada 15 días, Pueblo a Pueblo Rosario comenzó a distribuir, casa por casa, más de 1300 por semana. El rol clave de la agricultura familiar en un contexto de emergencia económica y sanitaria.
“Desde que tengo memoria mis papas trabajaron en el campo siempre. Es una vocación, es un trabajo que se hereda. Con mi marido elegimos esto porque no hay mucho trabajo, y es lo que sabemos hacer. La producción siempre es familiar”.
La que habla es Romina y tiene solo 25 años. Vive en Villa Gobernador Galvez pero todos los días recorre el trayecto que va hasta Pueblo Esther, casi siempre a la mañana, y algunas veces por la tarde. Allí alquila junto a otras dos familias, un terreno de quintas donde siembran y cosechan verduras de estación. Además Romina tiene dos pequeños hijos, de 7 y 3 años, y también se ocupa de las tareas de cuidado y las tareas de su hogar.
Cuenta que el trabajo campesino “tiene sus cosas buenas y sus cosas malas”. Entre lo bueno, destaca la posibilidad de manejar sus propios tiempos aunque siempre estén sujetos a los tiempos de la naturaleza. “La verdura no te espera, vos tenés que ir a cosecharla. Acá se trabaja de lunes a lunes y el único momento para descansar es el domingo a la tarde”, dice. Pero el descanso dominguero es solo para los hombres. “Las mujeres nos ocupamos de la casa, de la tarea de los chicos, de la limpieza”, señala, y grafica al mismo tiempo la realidad de cientos de mujeres campesinas que además de labrar la tierra también se ocupan de ese trabajo invisible y no pago que se hace al interior de los hogares. “Mi mamá siempre trabajó. La mujer sale al campo, vuelve a cocinar y de nuevo sale. A veces renegás con la sequía, heladas, lluvia, pero es una elección estar en el campo”.
Hace más de un año, ella y su marido se sumaron a la rama rural del Movimiento de Trabajadores Excluídos (MTE) que nuclea a 30 mil familias campesinas de todo el país: horticultores, cebolleros, ganaderos, fruticultores, pescadores artesanales, apicultores y pueblos originarios. Empezaron a organizarse y a conocer cuáles eran sus derechos como trabajadores campesinos. Dice Romina que fue la primera vez que una organización se acercó para intentar ayudarlos. Aprendieron, por ejemplo, a tramitar un monotributo o el RUP que es el registro que les permite poder circular durante la cuarentena. “Mi papá no sabe lo que significa el monotributo, nunca aportó para su jubilación y ya tiene muchos años trabajando”, cuenta Romina.
También les permitió conocer a otras familias campesinas, a compartir experiencias y las dificultades que engloba a la inmensa mayoría de trabajadores rurales: acceder a una porción de tierra propia, el alto costo de los alquileres y la especulación inmobiliaria, el precio dolarizado de las semillas y la comercialización de sus producciones, entre las más habituales.
Romina y su marido hoy integran una cooperativa de comercialización del MTE que les posibilita acceder a un precio justo por su trabajo en el campo. Se trata de Pueblo a Pueblo, una experiencia a nivel nacional que se replica en diferentes provincias y ciudades, con distintas particularidades. Pero el objetivo es el mismo: acortar la enorme distancia entre productores y consumidores para evitar la especulación y el aumento desmedido de precios en verduras y frutas. Y Romina da un ejemplo concreto: “A nosotros nos pagan el cajón de 6 paquetes de acelga a menos de 80 pesos”.
A fines de marzo, el salto en el precios de las verduras fue noticia en todo el país. En medio de la pandemia mundial por el Covid-19 y de un aislamiento preventivo y obligatorio decretado por el gobierno nacional, la especulación en productos básicos empezaba a ser notoria. Un paquete de acelga, por ejemplo, pasó a costar de 45 a 60 pesos en algunas verdulerías. “Asi como vimos los limites de la salud privada para atender a nuestra población, también vemos como la privatización del comercio de alimentos genera estas situaciones de especulación con el precio, lo que dificulta el acceso de las familias mas humildes”, dice Lautaro Leveratto el referente a nivel a nacional del MTE Rural. Dice también que cerca del 70 por ciento de los alimentos que se consumen en todo el país son producidos por pequeños agricultores rurales que al mismo tiempo, y ante la avanzada del modelo extractivista, son los desplazados del campo y los que van a engrosar los grandes y marginados cinturones urbanos. “En los últimos 16 años, 90 mil familias agricultoras fueron desplazadas del campo a la ciudad. Ese desplazamiento hace que la tierra se concentre cada vez en menos manos, y el 1,5 por ciento de los productores llegue a tener el 35% de la tierra argentina”.
El desplazamiento que provoca la expansión del monocultivo a lo largo y ancho de la Argentina también se suma a los intentos de desalojos provocados por empresarios y especuladores de la tierra contra las familias campesinas y agricultoras. En Bigand, por ejemplo, la familia Marinucci viene librando una larga batalla judicial contra la Fundación Bigand por el derecho a la tierra que esta familia habita y trabaja desde hace más de cuatro generaciones. Un nuevo atropello tuvieron que sufrir el 30 de marzo pasado cuando la policía les secuestró su cosecha de cereales -en plena cuarentena- sin que mediara ninguna orden fiscal ni judicial. «Con sirenas y disparos al aire se llevaron el camión de cereales al que alcanzó a subirse Sandra Gobbo, la compañera de Oscar, para cuidar la cosecha de su propiedad. Mientras, a Oscar lo llevaba la Policía, a empujones, gritándole entre amenazas: «Ahora vas a saber lo que es la Policía», denunció en un comunicado el Foro Agrario de Santa Fe.
En este contexto, una vez más, la economía popular y en este caso, la agricultura familiar, comienza a cobrar un rol fundamental. El mismo que tuvo siempre solo que esta vez muchos otros consumidores que antes no lo hacían, se vieron en la necesidad de apelar a estos circuitos de comercialización que no especula con los precios y que, además y en el marco de la cuarentena, garantiza un abastecimiento puerta a puerta. “La agricultura familiar lo que pone en juicio es el modelo agropecuario dependiente de insumos vinculado a las trasnacionales. Es una propuesta alternativa para la producción de alimentos en el campo. Frente a esa concentración de la tierra, propone la agroecología, el abastecimiento a las escuelas y comedores con alimentos sanos, abastecer los hospitales, y que se empiece a discutir una reforma agraria integral y popular en Argentina”, sostiene Lautaro.
Pueblo a pueblo, sus comienzos
Pueblo a Pueblo surgió casi al mismo tiempo que se formó la rama rural del MTE. “En Rosario comercializamos las producciones de todos los compañeros, no solo agroecológica. Es un instrumento que nos sirvió mucho para generar los lazos entre los compañeros que se van sumando, porque Pueblo a Pueblo se arma de manera cooperativa, son 7 productos y cada productor aporta con un producto del bolsón. Llevan toda la verdura a una quinta y ahi arman los bolsones y eso va directo al consumidor. En esos encuentros, también hay un vinculo social, compartimos un momento”, cuenta Gastón St Jean, uno de los referentes en la ciudad de la cooperativa Pueblo a Pueblo.
El objetivo claramente es hacer más justa la comercialización a través de un sistema de “cadena corta”. Entre los factores que inciden en el aumento de precios, Gastón enumera por ejemplo el costo de la semillas, los alquileres, los insumos, el flete. “En la cadena, así como está planteada, lo que un consumidor paga lo que compra en una verdulería al productor le llega entre un 20 y 25 por ciento como mucho, porque los eslabones en el medio se comieron la mayoría de la ganancia, como los transportistas, los puestos en los mercados, hay distribuidores que tienen verdulerías donde distribuyen. Lo que hacemos es hacer una comercialización de circuito corto, del productor va directo a la sociedad”.
Pueblo a Pueblo nuclea en Rosario a aproximadamente 130 productores rurales Hasta antes del decreto que estableció el aislamiento obligatorio, cada bolsón de mercadería, confeccionado cada quince días, estaba integrado por verduras de siete productores campesinos que iban rotando a lo largo del año. “La idea es que la participación sea equitativa. Se confeccionaban bolsones cada 15 días que distribuíamos en cuatro puntos de la ciudad”, explica Gastón. Esta modalidad le permitía a la cooperativa tener una venta de aproximadamente 100 bolsones cada 15 días. Y si bien el número era positivo la realidad es que se demoraba muchísimo para llegar a cubrir las producciones de los más de 130 productores rurales.
El dato llamativo -o no tanto- es que desde el inicio de la cuarentena, Pueblo a Pueblo superó ampliamente la demanda de bolsones. De 100 cada dos semanas empezaron a vender más de 1000 por semana. El sistema se modificó: ahora la distribución es puerta a puerta los días sábados, llegando así a todos los consumidores que realizan el pedido entre martes y jueves. “Se mostró la fortaleza de este sistema, porque justamente hubo mucha especulación en los mercados con la verdura y nosotros mantuvimos el precio porque podíamos darle un salario digno a los productores, e hicimos un sistema de entrega y eso lo pudimos hacer porque no hay especulación en el medio”, cuenta Gastón con enorme orgullo. Fue un desafío y lograron sortearlo con creatividad y trabajo colectivo. El primer fin de semana de cuarentena establecieron un radio acotado de reparto. Al fin de semana siguiente pudieron llegar a toda la ciudad.
Gastón explica: “Nos propusimos dos objetivos: por un lado, llevar el alimento sin especular en el precio, y así poder llegar a toda la comunidad que ya nos venía comprando y a gente nueva que se empezó a sumar. Y por el otro, poder dar respuesta a una problemática a muchos productores que hicieron el cambio a la agroecología y que su principal canal de comercialización eran las ferias. Con el aislamiento las ferias dejan de funcionar y no hubo ninguna respuesta a esos compañerxs. Entonces, esxs compañerxs tuvieron que entrar al circuito de venta del mercado. Nosotros con este sistema le damos una alternativa”. La realidad es que ahora no son solo 7 productores los que participan del bolsón sino que ya suman más de 30 para abastecer la explosión de demanda. “Tenemos 1300 bolsones semanales”.
Sostener el crecimiento
“Los productores no son especuladores”, señala Gastón y agrega: “son laburantes de la tierra que necesitan vender su producción. Y al no estar la especulación de los mercados en el medio, se lograron estos dos objetivos principales”. La expectativa es poder sostener esta demanda más allá del período en que dure el aislamiento social preventivo y obligatorio. “Sacamos la conclusión que el sistema logra muchísima eficacia cuando la gente confía y hace que los caudales de venta nos permitan dar respuesta a más productores”.
Entre esos productores está la familia de Romina. “Nosotros producimos verduras de estación, por ejemplo, remolacha, rucula, zapallitos, zuchini, repollo, brócoli. Y en invierno se arranca con zapallito y zuchini bajo naylon. Y en verano con tomate y tomate cherry. Tampoco hay tantos que se dedican a eso, lo que pasa es que la semilla del tomate es muy cara”, cuenta. Dice que la comercialización a través de Pueblo a Pueblo le permitió poder cobrar un precio justo por su trabajo. “Imaginate que para ganar 1000 pesos en el campo tenés que haber hecho 100 bolsones, en cambio con Pueblo a Pueblo aportamos entre varios productores, y ganamos más dinero”. Además, dice Romina, la manipulación de la verdura es mucho más reducida. Las medidas de prevención son adoptadas por todos los productores en cada quinta donde se confeccionan los bolsones.
La producción de Romina no es del todo agroecológica pero de a poco está conociendo la manera de hacer una transición. “Aprendiendo”, dice, a producir de un modo más sano aunque sus saberes hereditarios y familiares lleven la tradición del respeto y el cuidado hacia la tierra. Romina lo mamó de chica, viendo cómo su mamá cosechaba y sembraba o cómo su papá se dedicaba a la preparación del terreno. Por eso le apasiona estar en el campo y trabajar en su quinta. “Para mí es tranquilidad, es libertad”.
Los bolsones de verduras son confeccionados por productores del “periurbano de Rosario, Soldini, Perez, y todo lo que es la ruta 21, Gálvez, Alvear, Pueblo Esther, General Lagos y hasta Arroyo Seco. Son productos mayormente hortícolas y productos de estación. Y hace más de un año venimos generando algunos convenios con organizaciones de confianza como la cooperativa Mercado Solidario, ellos nuclean a pequeños productores artesanales de productos alimenticios, entonces nosotros ofrecemos lo que tienen en stock. También articulamos con una cooperativa de Soldini que nos provee de harina, o algunos mix de verduras deshidratadas, y generamos un convenio con organizaciones con las que estamos activando una feria popular, ellas traen frutos de otros lados, entonces por ahora nos dan frutas que es un producto que no se produce en la cercanía”, explica Gastón.
La variedad es amplia y aunque los bolsones solo tengan verduras de estación, los consumidores pueden agregar otros productos y así ampliar el pedido. “Cualquier persona puede realizar el pedido, tenemos un formulario de reserva. Tomamos reservas de martes a jueves, y después armamos la logística de distribución”.
De esta manera el porcentaje que queda al productor es mucho mayor que el que antes lograba a través de un circuito tradicional. Del 20 o 25 por ciento, ahora pasan a tener cerca de un 95 por ciento. Gastón también señala que de los 130 productores hay un 15 por ciento que son totalmente agroecológicos y por eso están diseñando la posibilidad de establecer un sistema de venta discriminado para “intentar darle importancia a esta producción agroecológica, pero por el momento nos enfocamos a darle respuesta al tema de la comercialización a todxs lxs compañerxs. Igual, hay que destacar que al ser producción familiar y ser bastante manual, la tarea nunca tiene los niveles de agroquímicos de las grandes producciones”, aclara.
Hacia la soberanía alimentaria
El rol de la agricultura familiar en esta pandemia es fundamental. En todo el país, los trabajadores de la tierra están abasteciendo de alimentos sanos a los comedores populares en los barrios y a familias que no tienen suficiente recurso económico para solventar los aumentos de precios. Al mismo tiempo, las herramientas de organización gremial como la UTEP o la UTT les permite a estos mismos trabajadores defender derechos fundamentales y plantear exigencias al gobierno nacional. Está claro que la defensa de la soberanía alimentaria es clave: por lo que implica el costo de semillas a un valor dólar, por la enorme especulación inmobiliaria que obliga a las familias productoras a tener que abandonar las quintas cuando el precio de la tierra adquiere valor debido a la aparición del fenómeno de los barrios privados, por lo que significa la democratización en el acceso de la tierra y de los alimentos a un precio justo.
Mientras que en Rosario se llegó a confeccionar 1300 bolsones por semana, en todo el país ya superan los 25 mil, priorizando la población de riesgo. “Las organizaciones de la agricultura familiar, están teniendo un rol muy destacado en la provisión de bolsones, verduras, leche, productos de almacén. El Estado tiene que fortalecer este tipo de iniciativas para que puedan seguir desarrollándose y acercar estos productos. Hay que defender la soberanía alimentaria. No puede ser el libre mercado el que regule los precios de los alimentos, que prime el beneficio de los grandes intermediarios por sobre las familias agropecuarias. El Estado tiene que estar vinculado a las organizaciones de pequeños agricultores, impulsar la compra pública a sus cooperativas, sin intermediarios porque esto genera un mejor precio en la compra estatal, y fortalece esta cadena virtuosa. Además es necesario una ley de protección de cordones hortícolas y frenar la especulación inmobiliaria”, apunta Lautaro Leveratto.
En el mismo sentido, Gastón St Jean señala que el acceso a la tierra es uno de los principales escollos. De los 130 productores solo dos son dueños de sus propias quintas. «Los nuevos barrios privados que encarecen los precios de los alquileres justos para los productores. Además, los insumos y las semillas están dolarizadas. Y por fuera de las ciudades, tenés las grandes extensiones de soja y siembra directa que también quieren acaparar más tierra”. El MTE no solo está integrado por trabajadores rurales, también hay pescadores y la organización como herramienta de articulación de las principales demandas es fundamental. “Todos los trabajadores de la economía popular necesitan estar organizados en espacios gremiales básicamente, la gran lucha es constituirnos como un gremio de trabajadores que pueda conseguir derechos”, señala Gastón y destaca la enorme convocatoria que tuvo el primer Foro Nacional Agrario Soberano y Popular que se realizó en Ferro el año pasado y donde se elaboro un documento que presenta las principales políticas que demanda el sector para presentar a los gobiernos.
Nilda es otra mujer campesina que integra el MTE a nivel nacional. Su voz, de tierra y de campo, es clara cuando dice: “Nosotros trabajamos para alimentar al pueblo no para sacarle la plata al bolsillo del hermanx. Sabemos trabajar y queremos pagar la tierra y producir sano para todas las familias. Pero a veces tenemos que dejar la quinta e ir a trabajar de albañil o en casas de familia, no nos queda otra. Las inmobiliarias nos hacen subir el precio de las tierras. Son especuladores, y no hay control”. Lo mismo que dice Romina cuando enumera no solo “lo bueno” que tiene el trabajo en el campo sino también lo malo. Pero no duda: la tierra es para quien la trabaja, para quien la cuida, para quien la respeta. Por eso su deseo es simple: “ojalá cuando pase la cuarentena, la gente nos siga comprando directamente a los quinteros”.
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