Un modelo agroindustrial que altera los sistemas del aire y del suelo. Sociedades que comen lo que llega de esa producción envenenada y toman el agua con los residuos que beben las napas. Frente al pronóstico de precipitaciones con glifosato, las alternativas biológicas que reponen los nutrientes eliminados por el sistema extractivista.
En una nota anterior abordamos los ejes vertebrales de la agroecología como práctica productiva. Ahora nos interesa ahondar, por un lado, en el cuadro de situación aguda al que ha llevado el sistema de agronegocios dominante, y por otro lado, en las alternativas que aparecen frente a la tradicional industria química que inunda la oferta del mercado y que está presente hasta en las nubes.
Damián Marino es Doctor en Ciencias Químicas por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Desde el Espacio Socioambiental de la Universidad dirigió un estudio sobre Niveles de Plaguicidas en Suelos de la Región Pampeana en el que se tomaron sesenta y tres muestras que incluyeron a las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. El objetivo era identificar la presencia de herbicidas, insecticidas y algunos fungicidas. Cada diez muestras, al menos una tenía más de cinco plaguicidas presentes. El clorpirifos fue el compuesto más importante en la provincia de Buenos Aires con una detección del cien por ciento y en Santa Fe la figurita repetida fue el epoxiconazol, prohibido desde el año pasado por la Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria por ser dañino para la salud. Con diversos estudios científicos se ha demostrado que el epoxiconazol es un perturbador endócrino para los humanos y otros organismos y además se sospecha que es cancerígeno y tóxico para la reproducción humana.
En el estudio de la UNLP se observó que estos compuestos químicos entran de manera integral en el ambiente. Hasta el noventa por ciento de una aplicación de atrazina posteriormente a su aplicación pasa al sistema aire. Si se aplica un kilo, novecientos gramos van a reinsertarse en la atmósfera y sólo cien gramos terminarán teniendo efecto sobre el suelo. Esta deriva explicaría el motivo por el cual se llegó a detectar atrazina en la Antártida.
Como la concentración de glifosato es tan alta en los suelos – su presencia es entre cien y mil veces mayor que los demás compuestos- enmascara el comportamiento ambiental. Por eso en los estudios recurren a aislarlo para estudiar por un lado al glifosato y por otro lado al resto. En los años noventa en Argentina se usaban 33 millones de litros de agroquímicos y actualmente se usan 500 millones.
Walter Ramírez –biotecnólogo- recuerda que Monsanto logró entrar con la soja transgénica en Argentina con aprobaciones que se dieron entre gallos y medianoche, con un informe hecho por la misma empresa que iba a vender el agroquímico. El informe, escrito en inglés, tenía muy pocas partes traducidas. Hoy llueve glifosato. Literal.
En un estudio publicado el 14 de julio de 2018 en la revista norteamericana Science of Total Environment, científicos del Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIMA), detectaron la presencia de glifosato y atrazina en el agua de lluvia del suelo pampeano argentino. El estudio se focalizó en las ciudades de Coronel Suárez y La Plata (provincia de Buenos Aires), Ituzaingó, Malvinas Argentinas y Brinkmann (Córdoba), Hersilia (Santa Fe) y Urdinarrain (Entre Ríos).
En un 80% de las muestras de agua de lluvia encontraron glifosato y atrazina. Con respecto a las muestras, se tomaron ´a lo largo de cada lluvia en áreas urbanas de la pampa con diferentes grados de uso de la tierra y con producción extensiva de cultivos, más muestras de subsuelo de los sitios periurbanos relevantes´. Las concentraciones máximas de glifosato que encontraron en el agua de lluvia fueron superiores a los niveles relevados previamente en Estados Unidos y Canadá.
Un estudio realizado el año pasado en Uruguay por la Facultad de Química de Paysandú también detectó la presencia de pesticidas en el agua de lluvia. En Argentina, entre el 7 y 8% del total de litros de herbicidas que se venden vuelve a caer en las precipitaciones.
El ingeniero agrónomo Eduardo Cerda menciona los ensayos de glifosato que son hechos por las empresas y que demuestran que hasta los cuatro meses no hay ningún problema de trastorno genético ni mutaciones. No es casual que esos análisis no muestren lo que pasa después del cuarto mes cuando las mismas ratas de laboratorio empiezan a tener tumores y otros problemas. “Ahora se vienen nuevos transgénicos y dicen que están totalmente probados pero, ¿qué probaron? Cuando insertás un transgénico en una molécula genera cambios en el ADN de ese individuo”. Una de las consecuencias de esa mutación genética puede ser la desaparición de algunas proteínas importantes, como pasó con la fibra del algodón que ahora es más mala.
El conocimiento sobre la mesa
Walter Ramírez es Licenciado en Biotecnología, egresado de la UNR. Hace un poco más de un año empezó a trabajar junto a otros tres biotecnólogos con la idea de armar un emprendimiento donde volcar sus conocimientos. Como los cuatro estaban vinculados con la microbiología agrícola, surgió la posibilidad de empezar a trabajar con una bacteria que es un antifúngico natural: bacillus subtilis. Esta bacteria genera compuestos que repelen o frenan la actividad de hongos fitopatógenos. Walter cuenta que empezaron el proyecto pensando en generar un producto mejor y más beneficioso en términos de la salud del suelo y de las personas. “El mercado está saturado de la tradicional industria química y hoy son más los efectos perjudiciales que tiene sobre las personas que el beneficio que puede tener sobre el rendimiento del campo”, dice Walter.
Primero experimentaron cómo se comportaba la bacteria a escala de laboratorio. Con las placas de cultivos pudieron observar cómo frente a una colonia de bacillus subtilis se frenaba el desarrollo de los hongos. Ese mismo concepto lo extrapolaron al campo para tratarlo de manera preventiva, aplicando el tratamiento antes de que apareciera la enfermedad. Lo que habían visto en el laboratorio pudieron comprobarlo en distintas parcelas de campo con cultivos de algodón. Lo que pudieron observar fue que las parcelas sin tratamiento rápidamente se infectaron con hongos y las plantas que habían recibido el tratamiento estaban sanas. “Después de sesenta días de la aparición de la enfermedad, algunas plantas con tratamiento empezaron a tener hongos, pero igualmente sobrevivieron porque tuvieron más recursos, habían crecido más, tenían más hojas, más brotes y así pudieron llegar al fin de su ciclo”, relata Walter.
También probaron con otros cultivos. Hicieron aplicaciones en maíz y también en maní en Córdoba, donde también tuvieron muy buenos resultados. Si bien en soja todavía no hicieron pruebas, sí han trabajado a escala de laboratorio con hongos fitopatógenos exclusivos de soja y también con resultados positivos comprobando una efectividad notoria de inhibición de bacillus subtilis sobre esos hongos. Walter explica que hay un montón de bacterias que tienen capacidad antifúngica y que ellos conocían este bacillus porque había sido tema de sus tesis. “Dominás la tecnología, el cultivo y las formas de crecimiento de esta bacteria en el caso de que haya que escalarlo y producirlo en un bioreactor de cientos de litros. Conocés las condiciones donde esta bacteria va a tener mejores rendimientos”.
La aplicación, cuenta Walter, es por riego, goteo o spray. Como en la biofumigación el nivel de toxicidad es nulo, muchas de las aplicaciones las hace una persona que va caminando con una mochila al lado del cultivo. Walter explica que el tratamiento se puede aplicar en la semilla o sobre la planta en pie. “La semilla ya tiene un acervo de bacterias que van a cumplir su actividad antifúngica en los primeros estadios de la planta, en el brotecito que va a estar protegido”.
Las pruebas que vienen realizando demostrarían que frente a los químicos convencionales las alternativas biológicas tienen buenos resultados. Walter hace mención que hay muchos grupos de investigación que están desarrollando fertilizantes orgánicos con muy buenos rindes en los campos. Dice que si bien hay empresas que se dedican a generar inoculantes o compuestos microbiológicos para el agro y tienen buenos resultados, no termina de ser la opción más elegida. Hace una analogía con los médicos que recetaban una marca de medicamentos y que después empezaron a recetar la droga para que uno pudiera elegir. “Eso todavía en el campo no sucedió. Siguen recomendando la marca”.
Según su visión la aplicación de estos tratamientos debería estar acompañada por políticas estatales. Dice que muchas veces las personas que aplican tratamientos orgánicos son productores que terminan exportando su producción hacia otros países que tienen como medida para que ingresen esos productos el hecho de que hayan sido tratados con fertilizantes orgánicos. “Si querés exportar a España, Italia u otros países que tienen muchas medidas sobre el manejo preventivo con productos orgánicos, es difícil con viejas metodologías como el tratamiento con agroquímicos”.
La base del modelo extractivista es justamente extraer, sacar, exprimir. Con esa lógica es imposible que el suelo esté equilibrado. Cerda explica que los agroquímicos alteran al suelo porque algunos son quelantes (capturan minerales) y otros son antibióticos (afectan las bacterias que conviven con las raíces y las plantas). Si bien la propuesta de Cerda es cambiar el modelo de raíz apuntando hacia la agroecología, y por ende que el suelo se reponga de forma natural sin agregar nada, dice que los biofungicidas sirven para las transiciones como procesos para alimentar el suelo diversamente. Walter se refiere a las desventajas del monocultivo en relación con la renovación del suelo. Su explicación sobre por qué es dañino tiene que ver con que desplaza formas de vida a nivel de la rizósfera, aquella porción del suelo donde vive la raíz de la planta. “Recuperar esa microbiología del suelo lleva mucho tiempo. Son muy importantes todos los mecanismos donde aplicamos organismos vivos y bacterias que se reincorporan en el suelo”.
Por otro lado, Cerda plantea que como Estado hay que evaluar y definir lo que se quiere producir y vender. Una posibilidad sería seguir como hasta ahora vendiéndoles a los países que no tienen restricciones y que compran por cantidad para alimentar animales. Pero Cerda plantea que si se quiere acceder a mercados más valorados “sería muy interesante que nuestros productos tengan otro tipo de producción, más equilibrada, más sana y que pueda pasar las barreras que está poniendo la comunidad económica europea. Si no cambiamos cada vez entraremos en menos lugares”.
Walter habla del nivel de desarrollo tecnológico necesario para llevar la propuesta a escala productiva y tratar campos de miles de hectáreas. Aún están en etapa de pruebas de campo y siguen evaluando qué figura darle la empresa (Bactools) y de qué manera generar vínculos, entre otros actores, con la universidad. Tres son egresados de la UNR y el cuarto de la Universidad Nacional del Litoral. Incluso con la UNL están vinculados con un grupo que están haciendo fertilizantes orgánicos y hacen pruebas conjuntas. Muchos de los ensayos los hacen con ingenieros agrónomos y trabajadores del INTA. “Nos vinculamos de esa manera porque te garantiza la calidad de tu trabajo y experimento pero también porque es una forma de seguir vinculado al ámbito público que nosotros cuatro defendemos. Siempre pregonamos por la universidad pública”.
Además del biofungicida, Walter cuenta que vienen pensando en trabajar sobre una línea de probióticos. Dice que hay mucha bibliografía publicada a nivel mundial sobre los efectos de una cepa de bacillus que tiene actividad probiótica y que podría tener un efecto importante en línea con la idea de no usar tantos antibióticos en la cría de animales. “En las pruebas que estamos haciendo queremos mejorar la calidad de vida de los animales durante la cría, ya sea en feedlot o en pastura. El uso de probióticos mejora las defensas y la digestión de los alimentos”, explica.
Walter cree que hay que ser optimista pero sabiendo que enfrente hay un enemigo muy grande y que no será fácil porque hay muchos intereses dando vueltas. En este sentido se refiere al fallo que salió hace poco en la provincia de Santa Fe y que obliga al Estado a controlar los niveles de agrotóxicos en frutas y verduras. “Es muy importante porque tiene que ver con esta lógica de pensamiento, esto de que el Estado acompañe. Soy de la idea de que el Estado tiene que estar muy presente en la vida cotidiana de las personas”, dice Walter. Cerda recuerda que el artículo 41 de la Constitución Nacional dice que todos debemos gozar de un ambiente y un alimento sano y que a pesar de que hay distintas leyes muchas veces no se ejecutan. “Ese es el rol del ejecutivo que hasta ahora venía corriéndose. Qué bueno que lo empiecen a hacer”, dice con respecto al fallo.
Remedios caseros
El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) desde el Pro Huerta ofrece de forma gratuita en internet una cartilla sobre Biopreparados para el manejo de plagas y enfermedades. Según explican en la propia página, los biopreparados son productos elaborados a partir de restos de origen vegetal o sustancias de origen mineral o animal que ayudan a disminuir los problemas de plagas y enfermedades o mejorar el desarrollo de los cultivos. Según la función, poseen propiedades nutritivas para las plantas, repelentes y controladoras de insectos, o curativas de enfermedades. Pueden clasificarse de acuerdo con su forma de acción en bioestimulantes, biofertilizantes, biofunguicidas, bioinsecticidas o biorepelentes.
Dentro de las ventajas que tienen los biopreparados está en primer lugar el menor riesgo de contaminación del ambiente ya que se fabrican con sustancias biodegradables y de baja o nula toxicidad. Por otro lado, su rápida degradación disminuye el riesgo de residuos en los alimentos. Además, varios actúan rápidamente e inhiben la alimentación de los insectos. Por último, las plagas desarrollan resistencia más lentamente a los biopreparados que a los insecticidas sintéticos.
Flor de Huerta es una organización de Rosario que cultiva de manera orgánica más de cincuenta especies de verduras, hortalizas y plantas medicinales. Para combatir plagas e insectos utilizan biopreparados como el purín, que es una maceración de materia orgánica. En el proceso de maceración la vida microbiana del purín se empieza a descomponer en el agua activando diversos principios activos. A los purines los dividen en fungicidas, insecticidas y nutritivos (fertilizantes). Todos los purines tienen diferentes etapas y procesos. Uno de los fungicidas que más utilizan es el del tabaco. En la huerta siembran tabaco orgánico pero Carlos Bello, uno de los integrantes de Flor de Huerta, aclara se puede usar también el tabaco comprado para hacer el purín. También utilizan el purín de ajenjo y el de ortiga, cada uno con sus efectos particulares que actúan sobre la planta o sobre el suelo.
Carlos cuenta que otra forma de usar un fungicida o insecticida que no es un purín pero que funciona muy bien es una mezcla con jabón potásico (que se puede hacer o comprar) con aceite de neem y dos gramos de bicarbonato de sodio por dos litros de agua. “Eso lo diluís y lo rociás directamente sobre el insecto o sobre la planta como si fuera un tratamiento preventivo”. También nombra otro preparado orgánico para los hongos e insectos, el caldo bordelés: una mezcla de sulfato de cobre con ceniza y potasio.
La última alternativa que comenta Carlos Bello es la diatomea formada por microalgas y otros organismos fosilizados que se vende en forma de tierra o polvo, se diluye en agua y se aplica directo sobre la planta o el sustrato. Carlos explica que la lógica del purín o fungicida es ir reduciendo de a poco, haciendo varias aplicaciones de una forma paulatina y controlada. Los purines no atacan a los microorganismos benéficos que viven en las raíces de las plantas. La lógica del agrotóxico convencional es justamente atacar toda la biodiversidad que tienen las plantas a nivel de vida microbiana.
Todas las variantes de trabajar la tierra de manera orgánica, cuidada, equilibrada, son una forma de resistencia frente a la opción de agrotóxicos ofertada como la más efectiva en términos productivos. Aquella oferta que se presentó como novedosa en décadas pasadas y que hoy representa un callejón sin salida. El Doctor Damián Marino ha planteado que hoy necesitaríamos dos planetas y medio para sostener la actividad productiva.