Frente al reduccionismo de la productividad y la lógica moderna de querer cuantificarlo todo, está la vida que no se puede medir ni pesar. Un modelo productivo que quedó viejo y su relación con el coronavirus. ¿Con qué lente miramos las cosas? El ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá, que tendrá a cargo la flamante Dirección Nacional de Agroecología, nos ayuda a ampliar el encuadre para ver el sistema completo y entender su lógica para buscar alternativas. La necesidad del cambio de paradigma y el tiempo de la agroecología. En tiempos de pandemia, la importancia de fortalecer los sistemas inmunológicos del campo.
[dropcap]E[/dropcap]duardo Cerdá es ingeniero agrónomo y preside la Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología (RENAMA), una organización que nuclea a más de veinte municipios de diferentes provincias, ciento setenta productorxs, técnicxs, organismos académicos y científicos y organizaciones de base. Eduardo trabaja asesorando técnicamente distintos campos que producen agroecológicamente y que abarcan unas veinte mil hectáreas. Uno de los campos que él asesora es La Aurora, ubicado en Benito Juárez, que fue elegido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura como uno de los 52 establecimientos modelo en producción agroecológica de cereales y carne bovina.
Cuando Eduardo empieza a explicar por qué la agroecología es una práctica ancestral, termina hablando de la invención del reloj, los ciclos lunares y el nacimiento de Cristo. Las asociaciones no son arbitrarias y cada cosa está en consonancia con la otra. Nuestros antepasados tenían una relación integral con la naturaleza. Por eso los calendarios mayas e incas eran lunares. Porque en la naturaleza rigen los ciclos. Por eso sabían con precisión qué se debía cultivar y en qué momento. La invención del reloj –ícono de la modernidad- transformó la noción del tiempo que dejó de ser cíclico para pasar a ser lineal. Pero tal linealidad no existe en la naturaleza. Se estructuró el calendario occidental a partir del nacimiento de Cristo que se ubicó en el año 0 y a partir de ahí se empezó a sumar. El calendario gregoriano dividió el año en 365 días y aparecieron meses de treinta, de veintiocho, de treinta y un días.
El renacimiento –inicio de la Edad Moderna- empezó a dibujar en sus cuadros una realidad que de tan perfecta se confundía con la propia realidad. Los humanos se separaron del objeto y pasaron de observadores a observados. En la mirada antropocéntrica, ´el hombre es la medida de todas las cosas´. Todo lo que no se puede observar, medir y pesar no existe. Pero Eduardo aclara que hay muchas cosas que no se pueden medir ni pesar, como el amor o la vida. Y justamente la agricultura trabaja con seres vivos. Por eso, dice Eduardo, si no se pone el eje en este sentido es muy difícil hacer que los cultivos crezcan mejor, equilibrados y sanos. El modelo productivo dominante, regido por el concepto lineal de la modernidad, está en jaque. Siguiendo a Gramsci podríamos decir que estamos ante lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer.
La reproducción de un modelo conocido muchas veces está en relación con la formación de los profesionales. Eduardo explica que en las carreras de Veterinaria, Medicina y Agronomía no enseñan lo que es la vida, siendo que las tres ramas trabajan con seres biológicos. Hay una gran diferencia entre poner el foco en la salud como el camino hacia el buen funcionamiento que ponerlo en el combate a la enfermedad. Son dos lógicas distintas. Eduardo Cerdá se pone en la piel del productor para explicar el razonamiento dominante en primera persona: tengo un cultivo y toda planta que aparece es competencia, y no entiendo por qué están apareciendo esas plantas espontáneas, y mi solución es aplicar herbicidas para matarlas, y me faltan nutrientes y aplico fertilizantes que sólo tienen dos o tres nutrientes, y creo que con eso estoy alimentando el suelo cuando una planta usa más de veinte.
Lo que se desprende del razonamiento de Eduardo es que el problema es la reducción de la mirada. El horizonte de la agroecología no es el rendimiento sino el equilibrio. En realidad no es una u otra cosa sino que para que haya rendimiento es necesario el crecimiento y para eso se necesita el equilibrio. El crecimiento que no es equilibrado tiene patas cortas y costos altos. “Una planta que le faltan minerales, aunque se utilicen por muy baja dosis, genera desequilibrios porque no funcionan ciertas encimas que tienen que ver con todo un proceso que necesita cualquier ser vivo”. Uno de los mayores problemas según esta perspectiva es que los cultivos que reciben los agroquímicos son cada vez más débiles. Esto, para Eduardo, se produce cuando el camino es ir por el rendimiento sin pensar que la cantidad no hace al alimento. “El alimento tiene que ver con la salud que nos provea y tiene que ver con un suelo equilibrado de seres sanos”.
Las palabras salud y enfermedad están sobre la mesa en tiempos de coronavirus. Por eso no es casual que Eduardo relacione las consecuencias del modelo productivo con la pandemia que desvela al mundo entero. También en este tema hay una mirada amplia, de conjunto, que intenta correrse del termómetro de la linealidad y la productividad a cualquier costo. El virus del COVID-19 ataca fuertemente a personas mayores y a aquellas que tienen sus sistemas inmunológicos deprimidos. Cerdá se pregunta las causas de esa inmunodepresión. Ubica dentro de los posibles motivos a la alimentación de baja calidad, al ambiente de vida, al estrés, a las influencias de la tecnología con las radiaciones y las ondas. Dice que estas causas van poniendo en jaque los sistemas inmunológicos y que eso se observa en el aumento de personas alérgicas y de enfermedades crónicas. Uno de los elementos más complejos de estas enfermedades es su actividad silenciosa. Así como los portadores de coronavirus pueden estar infectados sin saberlo, muchos de los problemas crónicos no se visualizan en el corto plazo.
Eduardo vuelve al escenario del campo sin abandonar la relación que tiene el sistema agroindustrial con la pandemia. Propone un diálogo imaginario, retórico.
– Ah, el sistema no está funcionando, ¿no habrán tenido una mala percepción del manejo de los cultivos?
– No, ya le vamos a encontrar la vuelta.
– ¿Y cómo?
– Con transgénicos.
– Ah, resulta que va a haber una planta que va a tener una sustancia tóxica que va a matar a la plaga. ¿Y eso no queda en la planta? ¿No va al grano? ¿No lo consumiremos?
– Sí.
– ¿Y entonces nos va a hacer mal al sistema inmunológico y vamos a estar todos debilitados?
– Sí, pero vamos a sacar remedios y las grandes compañías los van a vender, pero justo ahora no tienen el antigripal para el covid-19.
– Entonces vamos a parar todos cuarenta días y vamos a entrar en una recesión total. ¿Y eso no lo vieron?
– No, pero ya vamos a encontrar la vacuna.
Un modelo vencido
El modelo moderno, en el cual los humanos quedan tan desprendidos de la naturaleza, ha traído según Cerdá todas estas consecuencias. “Estamos ante un cambio de paradigma y hoy con esta pandemia nos pone más en evidencia el repensarnos como sociedad”. Eduardo plantea que estamos en tiempos de transición de un modelo hacia otro. Dice que un modelo puede ser exitoso durante un tiempo pero que cuando cambian las condiciones y no nos damos cuenta que cambiaron, el mismo modelo te puede llevar a la quiebra, al fracaso o a la enfermedad. Para explicar el carácter dinámico de la cosa, hace una analogía futbolera con un técnico que repite una jugada que inicialmente fue exitosa y que termina siendo adivinada por el rival. “En la vida dos más no es más cuatro y creer que dos más dos es cuatro es un error cuando trabajás con algo vivo”.
La propuesta de Cerdá ante la pandemia es fortalecer los sistemas inmunológicos del campo y eso se logra, según su planteo, con la biodiversidad. Explica que si un productor sólo hace dos o tres cultivos no logrará la secuenciación necesaria en su tierra y el suelo se irá deprimiendo en términos de fertilidad, de equilibrio, en cantidad de bacterias y de hongos. Si se deprime la fauna benéfica aparecerán plagas y no habrá quién las controle. De eso se trata el equilibrio. Para una plaga, un monocultivo significa tener alimentos disponibles para todo lo que se pueda reproducir. Entonces pone más huevos y se reproduce más. “Ese insecto, que en un contexto equilibrado es un individuo más, en un monocultivo pasa a ser una plaga porque lo único que tiene para comer es ese cultivo”.
En la agroecología no se puede pensar una cosa separada de la otra. La clave está en el sistema. Eduardo hace hincapié en ver qué cultivos poner y en trabajar con asociaciones. Explica que los animales incorporan una cadena trófica más larga y que está probado científicamente que cuando se incorpora un animal aparece más fauna benéfica. Hace mención que en zonas como Santa Fe o Córdoba ya no hay más alambrado, ni molinos ni animales. Y nuevamente es un problema de mirada. “No está bien que se hayan llevado todos los animales para el Delta. Pensaron que podían hacer agricultura continua eternamente. Pero no era tan eterno, eran veinticinco años”.
Todos los cambios inicialmente generan resistencias. Hasta que no hay resultados visibles, habrá desconfianza. Por eso en un principio se pensaba que la agroecología era para el patio de la casa, para lugares chicos. Sin embargo, actualmente hay por lo menos 86.000 hectáreas cultivadas agroecológicamente en nuestro país. Claramente no se trata de un problema de escala sino de los principios que organizan la producción. Lo que se puede hacer en unos pocos surcos también puede hacerse en miles de hectáreas. El botón que sobra para muestra son los campos de cinco mil hectáreas que asesora Cerdá. Con el diario del lunes aclara que a esos productores les está yendo mejor que antes. “Siempre mostramos números y los rendimientos que venimos viendo en los distintos lugares que trabajamos son muy parecidos. Si los rendimientos son parecidos pero no gastaste nada, el margen es mucho mayor”. Lógicamente, cuando un productor o productora ve que puede obtener rendimientos similares con menores costos y cuando escucha que en otros campos se está haciendo y tiene buenos resultados, la óptica cambia.
Para que el tratamiento sea realmente integral debemos mirar más allá del suelo. Por ejemplo, para las plantas no es lo mismo sembrar un día que otro. Según los mapas de la Bolsa de Cereales, el maíz rinde por encima de los costos solamente en la zona maicera, el trigo en el sudeste y la soja sigue teniendo un margen aceptable en casi todo el país. Eso da la pauta, explica Cerdá, de la diferencia entre los cultivos. “Pero el día que no les rinda más la soja va a ser muy difícil que les rinda otra cosa porque el suelo va a estar muy deteriorado. Hoy estamos arriba del setenta por ciento entre soja y maíz. ¿Se podrá seguir así?”.
Por primera vez habrá una Dirección Nacional de Agroecología, que dependerá del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación. Eduardo, que estará al frente de esta Dirección, cuenta que ya se está trabajando con varios ministerios “para generar un plan para este cambio de modelo que implica que todos podamos transitarlo lo mejor posible y discutir qué tipo de modelo agropecuario es el que más nos conviene a todos y no sólo a algunas partes”. Según cuenta, la idea es exponer causas, problemas, consecuencias y soluciones. Y quiere que no sea el lobby sojero sino las personas que viven en el país quienes tomen las decisiones de lo que pase con la tierra, el aire y el agua. Según el INTA Argentina ha perdido el cincuenta por ciento de la materia orgánica del suelo. “Hoy este modelo no nos sirve más y cambiar sería lo más saludable”.
1 comentario
la fundación vigias del Planeta se pone a disposición del señor Cerdá.
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