Carlos Orellano, de 23 años, fue a bailar a un boliche a la vera del río. Testigos denunciaron que los patovicas lo echaron a los golpes y no lo volvieron a ver. Su cadáver apareció en el agua.
Un tejido separa. De un lado, sobre el río entre muelles y botes, empleados de la Prefectura Naval y del Ministerio Público de la Acusación. Del otro, en un silencio tenso, decenas de personas. Familia y amistades de Carlos Orellano, desaparecido desde la madrugada del lunes 24 de febrero. Todos esperan una confirmación. Si ese cadáver encontrado en las primeras horas de la tarde es Carlos. Y la irremediable pena que, más allá de la certeza por caer, produce el hallazgo de un cadáver. Quienquiera que sea, en esta Rosario de más de cuarenta crímenes en casi dos meses.
Es Carlos Orellano. La esperanza estaba porque es lo último que se pierde. Pero es Carlos, y se suponía que fuera así. Por eso tanta gente conocida del pibe de 23 años se acumula ahí. Y llora, y se lamenta, y se embronca.
Un tejido separa. Del otro lado está Edgardo, el papá de Carlos, que acompañó a los prefectos y fiscales en el operativo de levantamiento del cadáver. De este lado está María, la mamá del chico, que llora y pide pasar a verlo. Él le explica que ahora no puede, que pronto sí. Ella llora y no quiere entender. Otras mujeres la sientan en una silla y le aseguran que después lo va a poder ver un rato.
– ¿Un rato? – pregunta ahogada en llanto – un rato y no lo voy a ver nunca más.
Ese es el dolor de una madre que acaba de perder a un hijo. Y el dolor de un padre que hace fuerzas del otro lado del tejido para mantenerse firme y seguir. Para seguir, ahora, con la burocracia de la muerte: el levantamiento del cadáver, policías que llegan, hombres de traje que sacan fotos y hablan por celular, y la espera -que son horas- hasta que lo suben a un transporte rumbo al Instituto Médico Legal. Entonces se abre el tejido, y el cúmulo de personas deja pasar el vehículo. Después siguen ahí, aguantando a una familia a la que ahora le falta un pedazo.
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Carlos Orellano, Bocacha, tenía 23 años. Trabajaba en la empresa Liliana. Era hincha de Rosario Central. Hijo de un pescador experimentado en la zona de la isla y de una asistente escolar. La noche del domingo 23 de febrero, en la previa del feriado de Carnaval, salió con sus amigos a Ming River House, un boliche de La Fluvial que, como tantos otros pero no todos, separa sus sectores entre uno convencional y uno VIP. Los primeros testigos dijeron que Carlos intentó pasar a ese VIP sin tener la pulsera obligatoria. Que la respuesta fue agresiva por parte de los guardias de seguridad privada, los patovicas, que lo sacaron del lugar a los golpes.
Eso ocurrió pasadas las 4.30 de la madrugada y a partir de ahí no se supo nada más de Carlos. Solo versiones cruzadas en una búsqueda que duró hasta la tarde de este miércoles, cuando un perro de la policía marcó el lugar donde después la Prefectura encontró el cadáver. En el agua, en la misma zona del boliche, en la misma zona que el día anterior había sido inspeccionada. La pregunta a partir de ahora será cómo fue que Carlos terminó en el agua, y cuál es la causa de la muerte.
El porqué ya se deslizó, tácitamente: los patovicas son violentos, actúan bajo un amparo de impunidad inexplicable, o no tanto, y la historia reciente de la ciudad da lugar a ese prejuicio. El caso Pichón Escobar se planta como el antecedente fatal, pero hay tantos otros que aun sin llegar a muerte se inscriben en esa costumbre de la estirpe bolichera. A los grandotes de la puerta, siempre de negro y pelo corto, les encanta pegar. Y más si creen tener un motivo, como que un pibe cualquiera pretenda pasar al VIP sin pulserita.
Así de brutal suena, y para los familiares de Carlos así de brutal fue. Porque están seguros que el chico no se pudo haber suicidado, como se leyó y escuchó por ahí. Sospechan, en cambio, que después de echar a Carlos del boliche los patovicas lo arrinconaron contra la baranda del río. Eso es lo que dijeron unos pescadores al momento de declarar. Aunque no haya quedado claro si se cayó accidentalmente o por agresión de los patovicas.
Un detalle que alarma, por su gravedad en sí misma y por la coincidencia con el caso Escobar, es que la seguridad de Ming haya estado a cargo de un equipo mixto conformado por seguridad privada y dos empleados de la policía provincial. Ese único dato despertó las sospechas de la familia Orellano el mismo lunes en que comenzaron a moverse para encontrar a Carlos. Y las sospechas aumentaron cuando percibieron que no era solo un dato, sino un factor que podía llegar a complicar la búsqueda. Es que en un principio fueron a la Comisaría 20 de Empalme Graneros, donde les recomendaron hacer el reclamo para la búsqueda en la Comisaría 2da, que atendería el caso por jurisdicción de la zona del boliche, y les avisaron que una policía había denunciado ahí la caída de una persona al río. El propio padre de Carlos relató a la prensa cómo fue que descubrieron que no podían confiar en la policía: en la Comisaría 2da les negaron la existencia de una denuncia de ese tipo, les mostraron el libro de guardia y continuaron negando hasta que, por insistencia, una sumariante admitió que tenía la denuncia, en manuscrito, en un bolsillo de su pantalón.
“Se perdieron las primeras 24 horas en las que la fiscal que estaba a cargo desde el primer momento dio la orden a la policía para que actuara. Se empezó a trabajar 24 horas después cuando pedimos explicaciones en la Comisaría 2da”, dijo Edgardo. Reconoció en esta historia, la propia, lo que es un denominador en común de los casos similares que tiene la ciudad: Franco Casco, Pichón Escobar y Alejandro Ponce. Las primeras horas son cruciales porque en ellas pueden ocurrir los levantamientos de pruebas principales o, de lo contrario, la pérdida irremediable. En este caso fue una empleada policial, parte de la seguridad del boliche y pareja de uno de los patovicas, la que hizo la denuncia de la caída de un cuerpo al río. Solo dijo que vio a un chico sobre la baranda y que cuando volvió a mirar ya no estaba.
Para Salvador Vera, abogado de la familia Orellano, esta maniobra provocó que no se pusiera el foco de la investigación en un primer momento sobre el boliche, lo que permitió que abriera sus puertas normalmente en la noche siguiente a la desaparición de Carlos: “Hubo mucha falta de comunicación, muchos malos entendidos y creemos que alguna actividad cuasi delictual por parte de los agentes policiales que no actuaron en un primer momento y esto permitió que el boliche abriera el día siguiente, afectando la escena del delito, con la gravedad que ello tiene”. La primera fiscal que intervino la causa, Valeria Piazza Iglesia, había ordenado medidas a la Comisaría 2da, que tampoco se concretaron. Por esa serie de acciones este asunto se desglosó en una investigación paralela que continuará el fiscal de Violencia Institucional, Gonzalo Fernández Bussy.
Al hecho lo sobrevuela la inevitable sospecha contra la policía y los patovicas. Aunque el fiscal que ahora está a cargo de la investigación -Patricio Saldutti, de Homicidios Dolosos- lógicamente sea prudente al momento de declarar. “Es muy pronto para hablar de una carátula, por lo pronto podemos decir que el cuerpo fue levantado y se preservó para aplicar el protocolo de Minnesota en su pericia de autopsia”, explicó. Además confirmó que no hay ningún área de la policía provincial participando de la investigación, y que ya se tomaron varias medidas de prueba: “Hay muchas declaraciones cautelares, todavía no todas. Tenemos acreditado que había doce efectivos de seguridad privada del boliche que estuvieron actuando, más dos policías de la provincia como adicional. Secuestramos los teléfonos de estas personas, más el teléfono del dueño del boliche, y todo el material informático como cámaras, computadoras. A su vez se están pidiendo las cámaras públicas y privadas que hay en la zona”. También confirmó que en distintos lugares en inmediaciones del boliche fueron rastreadas manchas de sangre que serán analizadas.
El dueño del boliche, según el fiscal, aseguró que las cámaras del lugar no funcionaban y presentó pruebas para comprobarlo, que también serán objeto de análisis. Los patovicas, en tanto, negaron que haya existido algún problema dentro del boliche esa noche. Dentro del boliche dijeron, y he aquí una toma de distancia con lo que pudo haber pasado afuera y de lo que, hasta el momento, ningún empleado del lugar hizo referencia. Solo la mujer policía con aquello de la desaparición repentina de un joven sobre la baranda, sin más explicación.
El cadáver de Carlos estaba inflamado y con lesiones, cuestiones típicas de un cuerpo que permanece varias horas bajo el agua turbia del Paraná. La investigación deberá determinar si las heridas son propias de la depredación de los peces o si son producto de violencia. La autopsia, según pronosticó el fiscal, se realizará la semana próxima.
“Las declaraciones testimoniales que hemos recibido son muy comprometedoras para el personal del boliche. Nosotros entendemos que la fiscalía debería estar considerando la posibilidad de detención de estos agentes por las serias contradicciones que surgen de sus relatos”, analizó Salvador Vera. Edgardo, por su parte, fue claro y tajante: “De aquí hasta que me muera voy a luchar por justicia”.
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La historia se repite, odiosa. En el Centro Cultural La Toma, a horas de la noticia de la aparición del cadáver de Carlos, un grupo de organizaciones se reúne y planifica los pasos a seguir para acompañar a la familia del chico. Fueron convocados por la Multisectorial Contra la Violencia Institucional a una reunión organizada antes de que apareciera Carlos, pero mantenida a pesar de la noticia.
Hay una ronda más o menos grande. Unas veinte personas. Entre ellas Julieta Riquelme, hermana de Jonatan Herrera, y Juana Benavídez, mamá de David Campos, ambos acribillados por la policía santafesina. Y también Luciana Escobar, hermana de Pichón, con una historia tan parecida a esta que se cuenta hoy. Junto a militantes de varias organizaciones planifican acompañar el acto que los allegados de Carlos harán este jueves 27 de febrero a las 15 en la puerta de este boliche que quedará signado por la muerte. “Desde la Multisectorial convocamos porque hubo un joven desaparecido, con implicancia de la policía. Nos pareció justo acompañar sabiendo que hay antecedentes en la ciudad”, explicó Julieta.
También hubo amigas de Carlos, compañeras de tribuna en el Gigante de Arroyito. “Vamos a pedir justicia por Bocacha, por todas estas irregularidades, para saber realmente qué pasó y dejar en claro que él no se tiró al río, sino que fue a divertirse con sus amigos y no volvió nunca más a su casa, apareció flotando en el río”.