El viernes 16 de agosto murió Milcíades Mansilla, un dirigente qom de Pampa del Indio que le puso el cuerpo a la lucha colectiva, uno de los referentes más importantes de la Comisión Zonal de Tierras.
Por Luciana Mignoli y Marcelo Musante
[dropcap]E[/dropcap]scena repetida: medianoche, suena el celular, mensaje desde Chaco. “Murió”. Y otra vez se cierra el pecho, otro viejo o vieja que se va sin justicia, sin tierra, sin igualdad.El viernes 16 de agosto murió Milcíades Mansilla, un dirigente qom de Pampa del Indio que le puso el cuerpo a la lucha colectiva y que nos modificó para siempre la forma de pensar las demandas indígenas.
Fue uno de los referentes más importantes de la Comisión Zonal de Tierras de Pampa del Indio, Chaco, una organización de esas que te cambian el modo de pararte en la vida.
Empezamos a entender el verdadero significado de la pelea por los territorios gracias a él, que nos habló de la historia y de la cosmovisión que implica esa tierra. Que nos dio lugar para escuchar y entender ese vínculo ancestral que va mucho más allá de alguna parcela delimitada.
Esta vez nos avisó el Gabriel Mendoza, como hace ocho años nos avisaba el Julio Bernio de la partida de Mártires López, otro de los dirigentes más importantes de aquellos pagos cuya muerte aún hoy no sabemos si se trató de un asesinato de las fuerzas policiales. Un “accidente” en medio de la noche y lleno de sospechas que nunca fue investigado.
Milcíades estuvo en aquel acampe histórico de 2006 en la ciudad de Resistencia para exigir derechos. Lo vimos de lejos. Muchas personas saben de primera mano cuánto le costó físicamente poner el cuerpo a esa lucha. Ya no fue el mismo, la carne y los huesos se fueron minando.
“Su muerte es un golpe para nuestra generación. ¿Qué hacer sin nuestrxs maestrxs?”, nos dice conmovida la periodista Diana Della Bruna. Ella junto a Milcíades y otros ocho indígenas (entre ellos el dirigente Martíres López) fueron llevados a juicio oral por resistirse en 2010 al violento desalojo de la Familia Berdún en Pampa Chica, aunque estaba en vigencia la ley nacional 26.160 que prohibía (y prohíbe) los desalojos de las comunidades indígenas de sus territorios ancestrales.
Qué por qué corta la ruta, qué por qué acampa, por qué van a enfrentar al gobernador o intendente de turno. Hasta en eso está el racismo estructural: si se es indígena, parecería que se debe ser actuar a espejo y semejanza de lo que el Estado y el mundo “blanco” espera de él.
Milcíades tenía muy clara toda la estigmatización que pesaba sobre él y las comunidades. Lo supuestamente salvaje, lo irracional. Y elegía vivir con la latencia de la represión sobre sus hombros.
Una vez, estábamos hablando sobre genocidio indígena en el Complejo Intercultural Bilingüe “Lqataxac Nam Qompí”. Nos habían pedido trabajar sobre los diferentes campañas militares al “Desierto Verde” y los distintos momentos represivos del Estado sobre las comunidades indígenas del Chaco. Entonces hicimos un taller que titularon “Historia del Despojo”. Ya hacía unos diez años que íbamos para Pampa del Indio, primero en pareja y después en familia.
Un joven qom con quien no nos conocíamos salió a cruzarnos fuerte: que no podíamos estar dando ese taller, que quiénes nos creíamos. Una posición más que justificada tras años de sometimiento de un tipo de conocimiento sobre otro. Y ahí nomás salió Milcíades a defender a este par de roqshé (no indígenas) porque creía en el aporte mutuo y compañero. Se paró y a viva voz dio un discurso magistral de política, de cómo entrelazar estrategias que respeten los saberes sin colonizar.
Básicamente remarcó que íbamos hacía muchos años, que compartimos lo que sabemos y que ellos nos compartían también. Y que era una equivocación enorme pensar que porque teníamos “la piel blanca” éramos lo mismo que los genocidas. “Si no nos juntamos en la lucha, este genocidio no va a terminar nunca”.
Él hablaba de aquellas conquistas y de inmediato las relacionaba con los desalojos actuales, la falta de acceso a vivienda, salud, educación. Ese genocidio no reconocido que continúa vigente, que se actualiza, y donde las víctimas siguen siendo las mismas.
Milcíades Mansilla es uno de esos tipos que no de haber sido indígena hubiera sido un cuadro político imprescindible para el país. Pero es, fue y será qom. Se lo perdió este país que sigue sin reconocer al indígena, que sigue estigmatizando, violentando y asesinando.
Nuestra envidia para las organizaciones de Pampa del Indio y Chaco que lo tuvieron. No se pasa así nomás después de conocer a alguien de esa potencia e integridad.
Alguna vez nos dijo “no quiero ningún cargo. Porque si te lo dan, después te piden que aflojes con la lucha. No puedo tener un cargo y cortar una ruta. Lo mío es estar con las organizaciones”.
Ibas a su casa y salía en patas, a apoyar los pies sobre la tierra y charlar largo. Una vez vino a la nuestra, tuvimos el honor de tenerlo en nuestro quincho conurbano contando historias y analizando desde su lugar la política indígena, un momento que nos quedó marcado a fuego.
Revisamos fotos de nuestros viajes y lo vemos recorriendo comunidades, en una ronda compartiendo un guiso, tomando la palabra en alguna asamblea difícil. De día, de noche, en Pampa del Indio, en Resistencia, y acá en Temperley. Las fotos nos muestran siempre mirándolo embelesados, como quien escucha esas voces que salen de las tripas y a su vez tienen raíces en la tierra.
Tenemos una tristeza del carajo. Imposible explicar qué significó este hombre en nuestras vidas. Y acá quedamos, en silencio, para escuchar lo que tendrán para decir quienes lucharon tantos años codo a codo con él en Pampa del Indio.
Cuando andemos por allá vamos a hacer de cuenta que “te fuiste para el campo” como nos decían en tu casa cada vez que te sumergías en el monte.
Gracias por todo, Milcíades. Nos enseñaste a ver, a escuchar y a entender esta lucha.
Una lucha que –nos dijiste- también es nuestra.