Un libro reúne diez años de experiencia de dos colectivos integrados por docentes y estudiantes de la universidad pública, que entienden a la arquitectura como un derecho y al conocimiento como un bien público. Los proyectos arquitectónicos en las periferias y el trabajo constante en la construcción de las memorias, se visibilizan en “Poéticas Colectivas”, una publicación coral que concentra la experiencia de Arquitectura del Sur y Matéricos Periféricos, dos colectivos paridos en el 2001 que traman la academia con la militancia.
[dropcap]F[/dropcap]ue la noticia más dolorosa de aquel 16 de diciembre de 2016. La muerte del Cholo Budassi, así le decían sus amigos, caló hondo en la militancia de San Nicolás y Rosario. Es que el Cholo era uno de los compañeros más queridos y entrañables. De los que acompañaba siempre en cada aguante y en cada sentencia por los juicios de lesa humanidad.
José María Budassi fue un preso político, un detenido desaparecido, un sobreviviente del terror que instaló la dictadura cívico militar. Sus restos fueron sepultados en el Cementerio Municipal de San Nicolás. En esta ciudad bonaerense tan cercana a Rosario, el Cholo estudió en el colegio Don Bosco, participó de la lucha estudiantil como miembro de la UES, fue secuestrado por las patotas de la dictadura militar y sobrevivió para dar testimonio en la causa Saint Amant. “Estar vivo para contarlo es algo que ha signado mi vida”, declaró el 8 de agosto de 2012 frente al Tribunal. También fundó la Mesa por la Memoria, un espacio que sigue sus huellas, que sueña con sus mismas luchas, que lo recuerda tan vivo, tan Cholo.
Por eso, su tumba, a cuatro años de su ausencia, se transformó en un lugar de encuentros. Se resignificó colectivamente en algo más que un espacio dedicado al duelo. Al Cholo no lo enterraron sino que lo sembraron en frases caladas en planchas de acero y en una plazoleta de la memoria habitada por estudiantes que se juntan semanalmente a realizar distintas actividades. Allí, en el cementerio donde todo es silencio, alrededor de la lápida del Cholo florecen las palabras.
Academia y militancia: así nace el colectivo
La plazoleta “Cholo Budassi”, ubicada en el Cementerio Municipal, es un punto vital del proyecto “Cartografías de Acero” que impulsa el colectivo Arquitectura del Sur junto a organizaciones de derechos humanos de la ciudad de San Nicolás. El proyecto nació en el 2017 con una primera actividad: la intervención de una pared a un mes de la desaparición de Santiago Maldonado. Después, tras varias asambleas junto a la Mesa de la Memoria, se diseñó y proyectó la plazoleta, se eligieron las frases y sobretodo, el material con que se construiría el memorial en homenaje al Cholo Budassi. La decisión fue colectiva y nada es casual, ni siquiera el uso del acero, donado por la UOM, que refiere a la lucha obrera estudiantil de la que el Cholo fue parte.
Alejandra Buzaglo, arquitecta, docente, militante, feminista y una de las fundadoras del Colectivo Arquitectura del Sur dice que las Cartografías de Acero buscan activar otras memorias en San Nicolás. Que se trata de un mapeo colectivo que va dejando huellas en diferentes lugares y espacios públicos de la ciudad. Que intenta repensar la memoria desde un hacer militante y activo. “Se trata de señalizar lugares y acontecimientos que si bien forman parte de la historia de la ciudad, han quedado dispersos”, apunta.
En una plaza de Rosario, a 70 kilómetros de San Nicolás, el colectivo Arquitectura del Sur construyó hace diez años un reloj de sol en homenaje a los detenidos desaparecidos de la ciudad. La plaza lleva el nombre de otro militante social, asesinado por la policía santafesina en diciembre del 2001. Claudio Lepratti, el Pocho, vive en la memoria de la enorme barriada de Ludueña. Por eso, este reloj realizado en hormigón, ladrillos comunes, chapas recicladas, caños de hierro para barandas, bicicleteros y juegos, solo funciona con la presencia de algún cuerpo humano que, con su sombra, señala la hora.
Así, los proyectos se entrelazan y se traman en distintos barrios, y más allá también. Cursan las aguas para encontrarse en las islas, en un barrio de pescadores, en la vecina ciudad de Victoria. En todos ellos está presente el colectivo Arquitectura del Sur conformado por docentes y estudiantes de la Universidad Nacional de Rosario junto a organizaciones sociales y de derechos humanos que articulan, de forma activa, en cada proyecto que se realiza durante el año, a través de las materias electivas que coordinan Alejandra Buzaglo y Daniel Viú, los dos referentes del colectivo.
Nacieron en el 2001 “en un momento en que decíamos que la academia estaba enclaustrada mientras pasaba de todo en la calle, y donde realmente el espacio público empezaba a tener un potencial emancipatorio increíble”, dice Alejandra. Esa necesidad de conjugar la docencia con la militancia fue lo que dió impulso a la conformación de un colectivo que entiende a la arquitectura como una praxis política además de constituir un saber técnico. Que cree que la arquitectura puede y debe transformar los espacios junto a las comunidades y las organizaciones que son protagonistas en el diseño y la concreción de los proyectos. Que otra arquitectura, pensada desde la perspectiva de los derechos humanos, es posible.
Los inicios: tramar la confianza
El primer acercamiento de Arquitectura del Sur fue con el Museo de la Memoria y organismos de derechos humanos, entre el 2002 y 2005. Recorrieron la Calamita, un ex centro clandestino de detención, para realizar un registro fotográfico y colaboraron en distintos proyectos en el Bosque de la Memoria.
En el año 2005 llega a la Facultad de Arquitectura el pedido de la Justicia Federal para colaborar en la elaboración de maquetas de los centros clandestinos de detención. “Ahí nos convocan”, dice Alejandra y continúa: “nosotros ya conocíamos esos espacios y ya veníamos trabajando con los organismos. Nuestro trabajo se inicia ahí: con las maquetas de los centros clandestinos, el peritaje y con esa confianza que se empieza a tramar”.
El aporte en los juicios de lesa humanidad es fundamental. Arquitectura del Sur estuvo a cargo de la confección de las maquetas de centros clandestinos como el Servicio de Informaciones, la Quinta Operacional de Fisherton, la Calamita y la Quinta de Funes. Maquetas que permiten reconstruir los espacios del horror aunque los planos de esos lugares hayan desaparecido. “El Servicio de Informaciones tuvo reformas que no están registradas en ningún lado”, señala Alejandra.
Desde ese momento se transformaron en una referencia ineludible para los organismos de derechos humanos pero también, para las organizaciones que trabajan en barrios y territorios donde la arquitectura casi nunca llega y donde pensar el hábitat en clave de derechos resulta indispensable. Entonces, los proyectos nacen de esas demandas, de esas realidades, de esas necesidades. Y todo se debate en asambleas, dice Alejandra. “No es que vamos al lugar a hacer un diagnóstico, sino que surge de un trabajo asambleario. Así nació la idea de trabajar el acero en San Nicolás, o con las losetas de Abuelas de Plaza de Mayo, pensamos en un material económico que pueda perdurar al aire libre y se fueron diseñando con materiales reciclados, mosaicos, tazas, platos», explica la arquitecta.
En el Parque Villarino de Zavalla, Arquitectura del Sur diseñó un aula invernáculo para la facultad de Ciencias Agrarias. Allí trabajaron con cañas de bambú que, dice, es un material poco explorado que puede ser utilizado como madera. “Nosotros tenemos un concepto que es la tectónica de lo disponible, es decir que la condición no refiere a un tipo de material, sino que son disponibles los oficios, las experiencias, los rituales”. Por eso, para Arquitectura del Sur, los materiales emergen de los propios territorios.
En Ludueña, por ejemplo, además de construir el reloj de sol, participaron en la confección de un techo con materiales de bajo costo para la FM que funcionará en el Bodegón de Pocho. En la Casa Cultural del Aborigen ubicada en la Isla Charigué construyeron un horno de barro y una torre de agua de planta triangular con tres bases que son a la vez asientos que están próximos a los árboles. La instalación R40 fue emblemática. Al cumplirse 40 años del golpe cívico militar llevaron a cabo una intervención en la Plaza San Martín con el objetivo de recuperar el legado de los movimientos sociales. El montaje, que consistió en una extensa línea de tiempo con fotos y textos, se realizó sobre placas de multilaminado fenólico de 10 milímetros. Utilizaron materiales que luego pudieran ser desmontados y reutilizados. Así es como estas mismas placas, hoy, son bancos que se encuentran en la Casa de la Militancia de Hijos, en la ex ESMA. “Hay una imaginario de una arquitectura tradicional, destinada a embellecer, blanquear. Pero también hay otra arquitectura que puede ser de calidad y alta gama para sectores populares. Nosotros creemos que la arquitectura es un derecho. Hablamos de vivienda, de urbanismo, de espacio público que por esta época es tan restringido”.
La arquitectura se transforma así en algo más que un saber específico. Constituye una práctica política y transformadora de los espacios públicos; y se erige como un “brazo técnico” de las organizaciones sociales, sostiene Alejandra Buzaglo.
Poéticas colectivas: el libro
Como una rayuela, o como si fuese un rizoma. Un libro puede contemplarse, leerse, explorarse. Un libro es también un dispositivo arquitectónico o una arquitectura de la memoria. Una poética que habita nuevos modos de transitar la lectura, la que a su vez genera nuevos modos de construir un espacio.
La experiencia de Arquitectura del Sur se hermana con otra que también nace en la universidad pública y casi al mismo tiempo. Se trata del colectivo Matéricos Periféricos cuyos referentes, docentes de la Facultad de Arquitectura, son Ana Valderrama y Marcelo Barrale. Sus acciones consisten en “la coproducción de arquitecturas participativas y de gestión sociocomunitarias orientadas a acompañar a los sectores populares en las disputas territoriales y visibilizar las problemáticas de los barrios en emergencia social”.
El trabajo de Matéricos Periféricos se concentra, sobretodo, en los barrios periféricos y tiene un objetivo primordial: empoderar a las comunidades. Barrio Los Pumitas, la Isla Charigüe, la Cooperativa de Pescadores de la Ribera en Villa Gobernador Gálvez, el Mangrullo en Rosario, son algunos de estos territorios donde el colectivo de arquitectxs trabajó en proyectos puntuales y adecuados a las necesidades de cada comunidad: la sombra para el potrero y el taller de oficios para el barrio qom de Los Pumitas, la tribuna para el club Unión y Fuerza en la República de la Sexta, la construcción de un espacio comunitario para el comedor Victoria Walsh y un Mirador del río Paraná en el barrio de pescadores del Remanso Valerio, por mencionar solo algunos.
Esa otra arquitectura posible, entonces, se entrelaza en proyectos comunes que impulsan ambos colectivos: Arquitectura del Sur y Matéricos Periféricos. ¿Qué tienen en común estas experiencias? Que además de ser paridas al interior de la Universidad Pública, entienden que el conocimiento es un bien social que se construye colectivamente. “Nos interesa pensar en sectores que jamás sintieron que podían convocar a la arquitectura y que creen que solo es algo de élite. La arquitectura puede colaborar, aportar, a la construcción de estos espacios y y territorios”.
“Poéticas Colectivas” es el libro que reúne y visibiliza sus diez años de trabajo. Fue editado por la prestigiosa editorial Bisman Ediciones. “Es un relato coral que permite leer una bitácora compuesta por la suma de las 20 obras de Matéricos Periféricos, 16 de Arquitectura del Sur y 4 saberes comunes”, señalan los editores.
Estos proyectos, dice Alejandra, “se iniciaron en un momento donde hubo un contexto político que impulsó fuertemente la educación, la ciencia y la tecnología. Y creo que en este momento de tanta tristeza, poder producir este libro es un hecho catártico porque nos llevó más de dos años”. Además de los proyectos, “también hay construcciones teóricas donde definimos conceptos que son fundamentales para nuestra práctica”.
Arquitectura del Sur y Matéricos Periféricos son experiencias únicas dentro de la Facultad de Arquitectura. “Nosotros no hacemos simulación”, aclara Buzaglo. Por eso, nunca saben de antemano lo que proyectarán el año próximo. Para Alejandra, “la arquitectura es gestión y es política. La gestión tiene que ver con los problemas, con los recursos, con las dificultades. Y si eso no tiene que ver con el diseño, entonces, ese diseño es banal, si está tan alejado de la realidad donde posiblemente pueda anclarse”. Como docente, Alejandra sostiene que es fundamental que lxs estudiantes puedan conocer esta perspectiva para que después “decidan qué quieren hacer”. Pero reconoce que dentro del ámbito académico son una minoría, y que “ciertos sectores que cuestionan mucho lo que hacemos”. El libro abre otros horizontes. Viaja hacia otros continentes para visibilizar los proyectos y el trabajo sostenido por ambos colectivos. Muestra esa otra arquitectura que habla de bellezas en términos políticos, de hábitat, de conocimiento situado, de comunidades, de poéticas.
Los editores explican su nombre: «Poéticas son sus obras, que saludan con sus formas, tecnologías y programas al paisaje de cielos, ríos, bañados y costas en donde operan, y a quienes las habitan. Colectivas son sus acciones, ya que entienden la arquitectura fundamentalmente como un dispositivo de participación socio-comunitaria y activismo arquitectónico, que transforma la realidad con vocación emancipadora».
Para Alejandra, “el libro le dá otra legitimidad a un hacer que para algunos sectores podría, peyorativamente, llamarse militante. Estas son obras premiadas en bienales y demuestran que estas arquitecturas también son posibles. Reivindicamos las bellezas que tienen que ver con la diversidad. La arquitectura ha sido atravesada por la hegemonía, invisibilizando la otredad. Nosotrxs intentamos recuperar esas bellezas, esos otros saberes populares, como un derecho. Eso es parte de la poética”.