Para Claudio «Pocho» Lepratti, Agustín Ramirez era un referente. Agustín, también militaba en las comunidades eclesiales de base, junto a cientos de familias en el sur del conurbano. Lo asesinó la policía bonaerense hace 31 años, el caso está impune y el reclamo fue elevado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Entre sus sueños, Pocho pensaba llamar “Agustín Ramirez” a la biblioteca popular de barrio Ludueña. A través de los años y en medio del recrudecimiento de las políticas de hambre y represión, ambas luchas se hermanan.
[dropcap]A[/dropcap] las 12 en punto el colectivo que va a La Plata, nos dejó en el puente de Florencio Varela. Ahí estaba Celia Benitez esperándonos. Apenas nos vio, se limpió de nuevo las manos en el pantalón y corrió a abrazar al «Bichito» Rodrigo Gauna. “Ya empezamos a amasar y cocinar las tortas fritas”, palabreó entre lágrimas, en medio del largo y apretado abrazo con su amigo de barrio Ludueña. Hacía 14 años que no se veían.
Enseguida llegó el abrazo interminable con Celeste Lepratti, más emoción aún, y el ineludible recuerdo de Pocho, que a los tres les cambió la vida.
El amor y la búsqueda de posibilidades para criar a sus hijxs, llevaron a Celia a vivir en el conurbano bonaerense. Había conocido a su pareja Luis (el “cabezón”), amigo de Agustín Ramirez, precisamente en Ludueña, cuando allá por el 2003, viajó a Rosario queriendo conocer más de cerca las huellas del Pocho, y sobre aquel sueño de armar una biblioteca popular que llevara el nombre “Agustín Ramirez”.
El 5 de junio de 1988, Agustín Ramirez y su compañero Javier Sotelo, fueron asesinados por la policía bonaerense. Por entonces, ambos militantes de las Comunidades Eclesiales de Base, acompañaban las tomas de tierras de miles de familias excluídas de todo. El caso sigue impune y el reclamo fue elevado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
La jornada de celebración, en memoria de Agustín nos reunió en la parroquia “Las Lágrimas de Solano”, en el partido de Quilmes. Acá, todo se hace a mano y entre varios. Con 31 años de remar contra las tramas de impunidad, la organización popular “Comisión de Familiares y Amigos de Agustín Ramírez” tiene su propia impronta. Al ritmo de la radio abierta y artistas populares se cocinan el guiso de lentejas, y más tarde las tortas fritas. También se pinta un mural sobre una de las paredes del club del barrio, y se reparte mate cocido a los más pibitos.
Desde que llegamos siento volver a encontrarme con ese otro mundo posible que soñaron Pocho, los Zapatitsas, y tantxs hermanxs de esta Patria que hace rato dejó de ser Grande.
En la parroquia que recuerda a Agustín, el cura Félix Gibbs y el obispo de la diócesis de Quilmes, Marcelo “Maxi” Margni que trabajan desde la perspectiva de la Opción por los Pobres, mencionan a los 30 mil desaparecidos, a Julio López, Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, Darío y Maxi, entre tantos asesinados en democracia, también piden por todas las mujeres víctimas de violencia de género, subrayando el reclamo de verdad y justicia.
Suenan los rasguidos de la guitarra, una señora me alcanza el cancionero y sigo envuelta en esa hermosa liturgia con aires de cambio posible, una a una sonarán: No dejes de cantar, Creo y Resistiendo, de Teresa Parodi, Porque cantamos, poesía de Mario Benedetti, y Patria, de Víctor Heredia. Nos miramos con Bichito y Celeste, pensamos en el querido Edgardo Montaldo, y en la falta que nos hace.
Pienso en esta ceremonia y en los curas nucleados en la Opción por los Pobres, ellos también resisten, y siguen siendo la excepción en el quehacer de una institución anquilosada, hipócrita y cómplice de los poderes hegemónicos. A la que no le tiembla la voz para seguir oponiéndose a derechos fundamentales y avalando aberraciones como la pedofilia.
Ahora, en la plaza frente a la parroquia, los colores ya le dan forma al mural colectivo con la figura de Agustín. En la radio abierta circulan los testimonios de sus amigos, del abogado de la causa e integrante de APDH La Matanza, Alejandro Bois, de Celeste Lepratti, y de Francisca, su mamá.
“Hay mucha gente que desde hace años nos acompaña, ayer también éramos un montón en la Universidad Arturo Jaureche, donde contamos sobre el trabajo de Agustín, para que se tome conciencia y los jóvenes también sigan sus pasos. La gente no lo olvida, eso es muy lindo”, dice Francisca desde sus 81 años, mientras uno de sus hijos le alcanza una silla.
“Agustín siempre me decía que hay que estudiar, que los chicos tienen que salir adelante estudiando. A mí también me quería enseñar porque apenas sé leer y escribir. Siempre tenía mucha paciencia y sentido del humor. Nosotros seguimos sin ver la justicia. Los milicos, los políticos, son toda propaganda, a veces parece una burla para los familiares, porque hablan y no cumplen nada. La gente del barrio y quienes nos acompañan nos ayudan a sostenernos. Parece que Agustín y otros tantos luchadores no se van a borrar más”, dice, al calor del abrigo social.
“En las comunidades eclesiales de base nos enseñaron a ser sujetos transformadores de la historia, que podemos hacer algo por el otro a pesar de ser pobres. Era un espacio de contención, hermandad, acompañamiento. Con una organización mínima nosotros acompañamos la necesidad de la gente de un lugar habitacional, en tierras fiscales, cuando había muchísima necesidad y tierras del estado ociosas. Fuimos organizadores de esas tomas para un beneficio común”, agrega en la radio abierta Osmar, otro de los amigos de Agustín.
Entre mate y mate, Celia y Bichito siguen charlando, después de tantos años, sobre realidades comunes en el conurbano y Rosario. Dentro de la emoción que recorre este encuentro, Celia resalta que Agustín Ramirez fue un faro para Luis, y que de igual forma Pocho lo fue para ella y Bichito.
Ambas luchas se siguen hermanando, sobre un territorio social devastado por las tramas delictivas, el narcotráfico y la connivencia política y policial.
Tantos abrazos compartidos hoy, quizás nos ayuden a dimensionar el poder de los vínculos y de toda su fuerza, que trasciende las cuadraturas de la mente. Fuerzas guardadas en la memoria del cuerpo y de los caminos andados, que suelen quedar desdibujadas en la constante militancia para frenar las obscenas desigualdades, que no aflojan. Pero la organización popular sabe de reinvenciones y resistencias, desde el amor y la alegría.
Ahora en el escenario suena “Entra a mi hogar”, de Peteco Carabajal, y es imposible no ponernos a bailar.