Frente a las violencias económicas que siempre son machistas, mujeres de las enormes barriadas de Rosario se organizan, construyen redes, comparten experiencias y saberes y crean estrategias alternativas de producción y subsistencia. El ajuste virulento contra los cuerpos y el deseo colectivo como respuesta.
[dropcap]V[/dropcap]anina nunca imaginó estar dónde hoy está. Jamás pensó en la posibilidad de tener que cortar una ruta para exigir alimentos o que llevaría como bandera una pechera blanca de su organización. Ni que marcharía por las calles reclamando trabajo o prepararía ollas populares junto a otras mujeres. Hace cinco años su vida estaba marcada por la rutina familiar hasta que un día su pareja viajó al exterior por una supuesta oferta laboral y nunca más regresó.“Me abandonó con mis cinco hijos y no sabía que hacer. Las dos más grandes iban a la secundaria y yo no tenía plata ni para cocinar” cuenta. Vanina tuvo problemas de salud y se quedó sin trabajo. En ese momento, sus dos hijas de 17 y 16 años se hicieron cargo de las tareas del hogar hasta que pudo empezar a salir a patear la calle como ella dice.
Cinco años después Vanina lleva puesta una pechera blanca con tres letras celestes: CCC. Se integró a la Corriente Clasista y Combativa donde milita hace más de un año. Ahora “puedo llevar un plato de comida caliente a mi casa”, dice mientras acompaña a otras mujeres que atraviesan su misma situación. No duda en hacer piquetes y cortar calles para exigir lo que cree que es un derecho básico: trabajo y alimentación. Se organiza junto a otras compañeras para compartir experiencias sabiendo que la violencia machista las afecta particularmente y que su historia se repite en tantas otras. “Me ví en una situación crítica”, sostiene Vanina y asegura que pudo salir de la mano de una organización popular a la que hace un tiempo ella misma señalaba con el dedo.
Vanina hoy protagoniza esos mismos cortes que antes miraba con recelo. Confecciona bolsones de alimentos y recorre barrios relevando cuántas son las familias que ya no tienen cómo alimentar a sus hijos. De 4 mil bolsones pasaron a repartir 7 mil. “Yo los cuestionaba por ser piqueteros y después me ví en su misma situación”. Empezó a comprender, dice, de qué se trataba la lucha. “Encontré compañerismo y a cientos de mujeres que pasaron lo mismo que yo”.
La historia de Vanina es tan parecida a otras que en distintos barrios y territorios de la ciudad hablan de lo mismo. Mujeres que en la urgencia inventan estrategias de supervivencia y crean lazos de comunidad y sororidad. Comparten saberes populares y también heredados de otras mujeres de la familia, sobretodo las abuelas. Y salen, como dice Vanina, a patear la calle frente a un modelo estructural que precariza la vida de las mujeres, travestis y trans, las más afectadas en tiempos de ajuste. La venta ambulante, las ferias populares, los emprendimientos gastronómicos se transforman en una posible estrategia de sobrevivencia frente a la feminización de la pobreza. La economía popular es impulsada en su inmensa mayoría por mujeres e identidades femenizadas cuyas historias personales a veces están atravesadas por la violencia machista y muchas otras, por la violencia económica que también es machista.
“Siete de cada diez hogares pobres están a cargo de mujeres, la desocupación de las mujeres es un 20% superior que la de los varones y las mujeres ganamos un 27% menos en promedio que los varones. Estos son datos duros que muestran la desigualdad de género ante la crisis»
Natalia Perez Barreda es economista, feminista e integra el Mirador de Economía y Trabajo que funciona en Rosario y Ciudad Futura. Así explica la enorme desigualdad de género que existe en el mercado laboral y por qué, en épocas de crisis, son las mujeres quienes más precarizadas están. “Siete de cada diez hogares pobres están a cargo de mujeres, la desocupación de las mujeres es un 20% superior que la de los varones y las mujeres ganamos un 27% menos en promedio que los varones. Estos son datos duros que muestran la desigualdad de género ante la crisis ¿Por qué sucede esto? Básicamente porque vivimos en un mundo en el que la división sexual del trabajo y del tiempo, lleva a que las mujeres tomemos la mayor parte de las tareas de cuidados y se reduzcan nuestras posibilidades de acceso a puestos de trabajo con mayor valoración social y monetaria. Somos nosotras las que tenemos los puestos de trabajo con menor paga y más precarizados, y las que dedicamos el doble de tiempo a limpiar, alimentar y cuidar a los niños y niñas y adultes mayores”. Natalia es clara cuando afirma que en contextos de crisis y frente a las políticas de ajuste del gobierno de Cambiemos, son los hogares los que más sufren las consecuencias. “Y esto implica que la situación de las mujeres, las que históricamente tenemos peores condiciones de vida y de trabajo, y las que mayormente estamos a cargo de los hogares más pobres, seamos las que más sufrimos la crisis”.
En la Sexta, Vanina junto a otras mujeres de la CCC organiza el ropero solidario. Juntan ropa, las arreglan y las venden. Otras compañeras sostienen los comedores comunitarios, las copas de leche y muchas se dedican a la artesanía. La estrategia es diversa pero la realidad es la misma para todas, en todos lados. “Cuando empecé en la CCC éramos 46 barrios, hoy ya estamos en 70. Armábamos bolsones de alimentos para 4 mil personas y ya somos 7 mil. Hay familias enteras que no tienen para comer. Las mujeres antes tenían trabajo por hora de limpieza y perdieron eso. Teníamos compañeros trabajando en una metalúrgica que cerró, y se quedaron 400 familias en la calle. ¿Cómo hacés para sostener la casa?.-
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A Andrea Campos se la vé siempre en las ferias de la CTEP con su remera azul que dá cuenta de su pertenencia al Movimiento Evita. Lo dice con pasión: la militancia le cambió la vida. Y no sólo eso: “estar con las pibas, la potencia que ellas tienen”, cuenta. Con 50 años y una hija de 23, integra el Frente de Mujeres del Evita y marcha, además, con una bandera que ama: la de las Mujeres de la CTEP. “Yo antes era la Susanita que tenía toda la casa ordenada esperando a mi marido. Después de una depresión grande que tuve y del dolor que me causó la muerte de Néstor Kirchner, sentí que tenía que hacer algo y me sume al Evita”.
Desde hace cinco años el tiempo de Andrea transcurre mayoritariamente en las calles y también en las asambleas de mujeres. A los 18 decidió interrumpir un embarazo que no quería, que no deseaba. No sabía ni cómo hacerlo. Convivió con la culpa y el miedo de transitar ese aborto en la clandestinidad. 32 años después, Andrea es parte de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. “Ahora lucho por la liberación de las compañeras”, dice.
También coordina las ferias itinerantes de la CTEP donde participa el Movimiento Evita junto a otras organizaciones sociales y políticas. Dice que allí encontró un lugar de pertenencia y no es casual: la mayoría de las feriantes son mujeres. “Vamos al frente, nosotras le hicimos el primer paro a Macri. Si algo le falta a mi hijo, salgo a la calle. Eso es así, las mujeres salimos adelante como sea”. De la CTEP, cuenta que muchas compañeras son jefas de hogar y que en su gran mayoría han sufrido situaciones de violencia por parte de sus parejas. Algunas pueden salir adelante “y decir basta”. Muchas otras no. La violencia económica, la dependencia y la restricción de la propia autonomía, que se suma a la falta de trabajo, explica por qué decir “basta” se torna tan difícil. “Esas compañeras que han podido salir adelante son un ejemplo para muchas otras que todavía les cuesta”, entiende Andrea a quien la organización le posibilitó, entre otras cosas, poder conocer el mar en un Encuentro Nacional de Mujeres.
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“La desigualdad en el acceso al dinero y al patrimonio coarta la autonomía de las mujeres, a quienes en muchos casos no se le permite siquiera hacer uso de los ingresos que ellas mismas generaron. La violencia económica se configura entonces como un caldo de cultivo para el resto de las violencias e impone una verdadera traba a las víctimas, que ante otro tipo de situaciones de violencia (como por ejemplo psicológica o física) carecen de recursos económicos que le permitan alejarse de su agresor, estando bajo amenaza de quedarse sin hogar ni ingresos, muchas veces con los hijos/as u otros familiares a cargo”, señalan las economistas feministas Magalí Brosio y Candelaria Botto. Esas violencias impactan con virulencia en los cuerpos de las mujeres.
Jazmín estaba embarazada de mellizos cuando su ex pareja la atacó dándole patadas en la panza. Uno de ellos sobrevivió al impacto que le provocaron los golpes y es por quien Jazmín se levanta cada mañana a las 5 para empezar a trabajar y terminar, recién, a las 12 de la noche. “Si no salgo a vender no tengo para darle comer”, dice. Jazmín se la rebusca haciendo lo que sea. Su fuerte son los dulces y licores artesanales pero la burocracia estatal le impide, hasta el momento, contar con el permiso para poder vender en los comercios o en su propia casa que está inhabilitada por tener techo de chapa. Entonces Jazmín encontró otra forma de subsistir. Le prestaron una máquina de coser y así confecciona repasadores, toallas, manteles, delantales y pequeños accesorios que vende casa por casa y en las ferias, sobretodo en la del Ferión del Sudoeste.
“Si un día no salgo a trabajar, el nene no tiene para comer. Yo salgo con fiebre o aunque llueve, no importa”. Aprendió costura por internet porque, según dice, no sabía ni siquiera enhebrar una aguja. En cambio, cuando era chica aprendió de su abuela a hacer dulces con higos y otras variedades que son su especialidad. Jazmin intenta resistir a pesar de tener que soportar el acoso de su agresor. Radicó varias denuncias y hasta cuenta con una perimetral pero ni siquiera eso alcanza. En febrero pasado, su ex pareja intentó ingresar a su domicilio y no es la primera vez. Dice que tiene un teléfono que solo le sirve para hacer llamados al 911. “Vos no sabés si vas a volver, si vas aparecer tirada en una zanja o quemada, porque ya lo intentó. Antes le tenía miedo, pero ya no. Cuanto más miedo le tenía, peor era, lo fortalecía”. A pesar de las enormes dificultades, Jazmin encuentra redes de contención en los vecinos que a veces la ayudan con la compra de pañales, en las amigas que la acompañan a feriar y en quienes colaboran acercándole herramientas, frascos para reciclar y retazos de tela.
-En la justicia no encontré nada, – sostiene.
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En el Ferión del Sudoeste, que gestiona Ciudad Futura, ya hay más de 100 emprendedoras que los segundos sábados del mes ocupan el corredor de Oroño y Arijon, en uno de los límites que tiene la ciudad. El Ferión nació en julio de 2018 con apenas 28 feriantes. Pero la necesidad empuja el crecimiento del espacio y la crisis económica no dá respiro. Virginia es una de las coordinadoras de la feria y destaca la participación masiva de mujeres. “Es que somos las que movemos la economía popular”, sostiene y por eso, Ciudad Futura junto al Frente Social y Popular promueve el programa Impulsarlas y La Banca, una serie de herramientas que incluyen recursos de financiamiento, capacitación, compras asociativas, comercialización y acompañamiento para que las mujeres y las identidades femenizadas puedan sostener y desarrollar sus propios emprendimientos, colectivos en el primer caso, e individuales en el segundo.
En el Ferión del Sudoeste, uno de las tantas ferias que se replican en los barrios de la ciudad, muchas emprendedoras tienen otros trabajos cuyos ingresos ya no alcanzan. Cuando falleció su pareja, Noelia necesitó primero ocupar su mente y después generar otro sueldo que le permitiera alimentar a su hija de cuatro años. Así empezó a hacer bijouteri para niñxs y adultos y fue una amiga la que la invitó al Ferión de zona sur y le enseñó a confeccionar sus propias artesanías. Luz trabaja con su mamá y su cuñada en un emprendimiento familiar de sublimado y bordado. Las tres mujeres de la familia fabrican piezas para bebés y niños y en su caso, tuvo que renunciar a su trabajo en relación de dependencia para dedicarle más horas a la crianza de su hija. Mayra también se dedica a la costura y dice que todo lo aprendió de su abuela Loly. Por eso el nombre: “Loly accesorios”. Hoy cuenta con un taller propio en su casa que es la principal fuente de trabajo. Paola, en cambio, se dedica a los alimentos. Cocina dulce y salado. Hizo cursos y ahora está estudiando alta cocina. Es una de las primeras emprendedoras del Ferión y recuerda cuando apenas eran unas veinte dándole vida al espacio. Paola vendía a domicilio, tocando timbres y puertas y reconoce que en la feria la mayoría son mujeres porque, dice, “muchas somos discriminadas cuando vamos a buscar un trabajo”.
Gabriela es una de las diez mujeres que integran “Las Pariendo” que a su vez, es parte de la Cooperativa de trabajo “Pariendo justicia”. Diez mujeres y un varón forman parte de un colectivo que nació del dolor. Son familiares de víctimas de homicidios dolosos, accidentes de tránsito y violencia institucional y hace dos años, tras la pérdida de trabajo que muchas veces se genera tras la muerte de un familiar, se propusieron armar una cooperativa que se dedicara a las tareas de limpieza. Como las ofertas laborales escasean, unos meses atrás, las diez mujeres del grupo se pusieron al hombro un nuevo emprendimiento. Confeccionan prendas y accesorios con impronta feminista. También hacen disfraces para niñxs evitando caer en los estereotipos de género. “Todas tenemos más de 30 años y estamos en plena deconstrucción. A las más grandes sobretodo, nos cuesta romper con esa mirada binaria”, dice Gabriela. Ella perdió a su hermano en un asalto y desde ese momento sintió que tenía que colectivizar la lucha. “Solos no podemos hacer nada”, apunta, y así se sumó a integrar este espacio que acompaña y abraza a otros familias que transitan por lo mismo.
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Cruzas la avenida Presidente Perón a la altura del 4000, caminas dos cuadras hasta llegar a 27 de febrero y continúas unos pocos metros hasta el Pasaje Independencia de la inmensa Villa Banana de Rosario. A unos pocos metros se encuentra la casa de Mensajeros de Jesús. Llueve fuerte en Rosario y su ingreso está inundado. Allí, todas las semanas se reúnen las mujeres que integran la Cooperativa Aquelarre. “Nos juntamos a tomar mate para ver cómo empezar a recuperar este espacio abandonado durante tantos años. Vivo enfrente y empecé acá a los 12 años. Hoy somos 7 mujeres que trabajamos todos los días, que formamos esta cooperativa y nos juntamos para ver qué podíamos hacer viendo que nos atravesaba la violencia de género. Así empezamos con el taller de costura y este año nos estamos perfeccionando porque ninguna sabía coser”, cuenta Mariana, vecina de Villa Banana y una de las fundadoras de Aquelarre.
“Hay gente que cree que estar acá es perder el tiempo, porque al principio era sentarnos y vernos las caras y no sabíamos si llorar o qué. Yo me quedé sin trabajo y así como yo, hay muchas otras compañeras. Y eso te bajonea. Para mí es muy importante ser parte de este espacio, poder empezar a generar tu propio ingreso, no tener que depender de tu pareja.»
La tormenta sigue golpeando duro sobre la chapa. Las compañeras improvisan unos ladrillos para evitar quedar empantanadas mientras el mate dulce y caliente repara del frío. Mensajeros de Jesús es un espacio histórico en Villa Banana. El lugar es una pequeña casa que, de a poco, está empezando a ser recuperada por sus propixs vecinxs. Allí también se desarrolla el taller de serigrafía en el marco del programa provincial Nueva Oportunidad y al que concurren chicas que no integran la cooperativa pero que de a poco empiezan a reconocer en estos procesos colectivos una posible salida laboral. “Que las chicas puedan empezar a ver esto como una futura entrada”, dice Mariana y agrega: “Hay gente que cree que estar acá es perder el tiempo, porque al principio era sentarnos y vernos las caras y no sabíamos si llorar o qué. Yo me quedé sin trabajo y así como yo, hay muchas otras compañeras. Y eso te bajonea. Para mí es muy importante ser parte de este espacio, poder empezar a generar tu propio ingreso, no tener que depender de tu pareja. Este año nos estamos perfeccionando, queremos aprender bien la técnica”.
Cuando Mariana y sus compañeras rememoran el día en que decidieron romper el candado oxidado de la puerta, se miran y sonríen. “Esto no tenía piso, los techos se caían a pedazos, no había luz. Era sentarnos a llorar, y abrazarnos”. Siete mujeres empezaron a levantar el espacio buscando otros brazos y otras manos para poder hacerlo. “Pedimos ayuda, hicimos ollas populares. Todo fue muy difícil, estuvimos sin luz durante tres meses en pleno invierno, dando el taller de serigrafía”. Dice que hicieron “malabares” para sostener el ánimo y el proyecto. ¿Qué las hizo seguir? El abrazo entre ellas, la sororidad. La militancia social y también la necesidad de generar un trabajo frente a las violencias que soportan sus cuerpos. “Acá los dolores hay que sanarlos. No siempre nos juntamos a producir. Los ritmos son otros. A veces solo nos escuchamos en silencio. O escuchamos a una compañera decir “no puedo”. Ese camino está impregnado de feminismo. Así lo entiende la Negra Palacios, quien además de ser parte de Aquelarre, también integra la CTEP con su emprendimiento de libros que suele vender en distintas ferias de la ciudad.
“La Cooperativa Aquelarre no solo va por el camino de la producción y la ganancia. Sino que transitamos el camino de la sororidad, de acuerparnos. Acá cada día hay más familias sin trabajo y eso también genera otro tipo de violencias. La desesperación de no tener plata, el consumo de drogas, el sostén de las familias muchas veces son los hombres que se quedan sin laburo. Acá lo vivimos todos los días. Hace dos años y medio que estamos y seguimos siendo las mismas siete, todavía no logramos que se sumen más mujeres, muchas tienen que cuidar a sus hijos y es muy difícil romper esa idea tan instalada de que “la mujer tiene que estar en la casa y es el varón el que sale a trabajar”, explica la Negra.
Las changas ya casi no existen en las barriadas, las horas de trabajo en casas de familia que muchas tenían, tampoco. La respuesta empieza a ser la economía popular donde cada vez más compañeras se organizan, incluso en las redes sociales donde se conforman grupos de Facebook para compartir saberes y refundar el tan conocido trueque. Así, por ejemplo, nació el grupo “Transfeministas” donde hay quienes ofrecen dulces, tortas, ropa, cosmética y todo lo que cada una pueda hacer. “Somos 4 mil compañeras y así la vamos zafando. Vamos creando y somos las mujeres las que inventamos nuevas herramientas. El compañero varon cis o está depresivo o se encierra a zafarla en el laburo cotidiano. Y nosotras somos las que generamos comunidad, nos encontramos, nos acuerpamos. Este grupo nació hace tres años y trocamos de todo. Somos conscientes que el consumo no nos modifica y por eso sobrevive el trueque. En las barriadas existen las grandes ferias sobre las avenidas o boulevares, se cirujea, se recupera o recicla y se troca. En los barrios ya se sabe cuáles son los días donde estan las ferias”.
«nosotras somos las que generamos comunidad, nos encontramos, nos acuerpamos. Este grupo nació hace tres años y trocamos de todo. Somos conscientes que el consumo no nos modifica y por eso sobrevive el trueque»
“Comedores populares, cortes de ruta y otras formas de protesta, generación de espacios de comercialización alternativos, como trueques y ferias, entre otras actividades fueron formas de resistencias sociales protagonizadas por mujeres. Esto también se expresa en la economía popular: en general cerca del 80% de las unidades productivas de la economía popular es llevada adelante por mujeres”, apunta con precisión la economista Natalia Perez Barreda. Buscar estrategias alternativas de producción es una tarea que mayoritariamente impulsan mujeres. “Estas actividades, que en periodos de estabilidad económica constituyen ingresos complementarios al hogar, se vuelven fundamentales en los momentos de crisis, ya que, muchas veces, son las que permiten sostener las necesidades básicas y amortiguan los efectos de las crisis en los hogares”.
Sofía tiene 23 años y se sumó hace dos años a la Cooperativa Aquelarre. Dice que al principio le costó y que fueron las amigas quienes la motivaron a ser parte del espacio, tras la situación de violencia machista que venía padeciendo. Hoy ya no duda: “esto para mí es todo. Acá vengo casi todos los días. Sino vengo acá me siento vacía”. Sofía además cria a su hijo de cuatro años y esa crianza siempre es colectiva. “Mis compañeras me ayudan. No tengo trabajo y estoy aprendiendo serigrafía para poder estampar”. Dice que hace de todo, y que todo le gusta. Aprende la técnica, pinta y también cose. “Me costó sumarme, pero con el abrazo y las charlas lo pude hacer”. Y eso la salvó, afirma.
«Es la crisis también la que no nos deja decir No, cuando queremos decir No, y condiciona todas nuestras decisiones vitales. Las redes feministas son las que están haciéndose cargo de estos cuerpos y territorios implosionados», sostiene el colectivo Ni Una Menos. Por eso, en Villa Banana, hacer serigrafía no es solo eso. “Acá vienen muchas chicas con sus niñas. Si bien la excusa es aprender un oficio, intentamos trabajar otras cosas como el trabajo en equipo, cooperativo, la grupalidad, la resolución de conflictos, teniendo en cuenta el contexto. Hay terceros tiempos donde muchas compañeras pueden compartir las situaciones que atraviesan, muchas de violencia de género. En momentos de crisis, somos las mujeres las que tenemos la facilidad de poder encontrarnos y pensarnos en procesos comunitarios. La mayoría son madres de dos o tres hijos”, cuenta Florencia, la coordinadora del taller. Y la Negra suma: “el proceso es más largo, pero entendemos que la educación es política. Después de diez años de haber dejado la secundaria, tres compañeras nos dijeron que querían volver a estudiar. Y eso es esperanza. Esas mujeres dejaron de verse solo como amas de casa, y decidieron anotarse a la escuela. Este espacio está atravesado por el feminismo. Es el motor de todas, vivimos muchos dolores en nuestros cuerpos y vamos sanando juntas”.
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En Villa La Cariñosa, sudoeste rosarino, allí donde Avellaneda se cruza con la Circunvalación se ven los carros tirados a tracción humana y la sobrevivencia cotidiana. Falta el trabajo y hay hambre. ¿Cómo resistir a un modelo de exclusión? La salida parece ser la misma que en Villa Banana o en tantos otros barrios: la organización popular.
Susana vive hace más de 20 años en este territorio que fue creciendo a medida que crecía la desocupación. Cartonera de toda la vida, siempre se la rebuscó juntando y vendiendo con su carro, su caballo y su marido, hasta que todo se complicó tras la aprobación de la ordenanza municipal que prohibió la tracción a sangre. Susana cuestiona una medida que jamás contempló el contexto económico. “La mayoría de las 350 familias que viven en la villa vivían del carro y el caballo. Y con esto de la ordenanza, la mayoría tira el carro a mano o en bicicleta. Y mucha gente se empezó a sumar a las ferias a vender lo que encuentra en la basura. Así subsiste”, dice y recuerda que antes con lo que juntaban podían tener heladera, lavarropas, televisor. “Ahora no conseguís nada”.
Hace dos años se sumó al MTE, que además integra la CTEP. En la villa, fundaron el Merendero “Mi refugio” y la cooperativa cartonera integrada por más de 50 personas. Veinte mujeres son las que se ocupan de las actividades del comedor, y de preparar la comida y la copa de leche que cada vez tiene más demanda. Son las que intentan seguir cocinando con alimentos variados, aunque la plata alcance para poco. “A veces te frustrás porque no podés gastar $1500 pesos en carne. Entonces, compramos sobretodo pollo”. Cuando cuenta la cantidad de chicos que asisten al comedor dice 110. “Pero atrás esta toda la familia”. Los lunes y viernes por la noche preparan la vianda que retiran para llevar a sus casas. La copa de leche se realiza los días miércoles por la tarde. El refugio es también el lugar donde funciona la cooperativa. Allí se acopian los cartones, se limpian, se separan y se venden para refaccionar y ampliar el lugar.
Pero además, diez mujeres de la cooperativa, entre ellas Susana, se están capacitando como promotoras ambientales, en los cursos organizados por la Federación de Cartoneros, Carreros y Reciclado. “Nosotras somos las cara visible del cartonero. Vamos a los puntos azules (negocios, empresas, locales) a recoger el material y explicamos cómo se hace la separación en origen. Estamos aprendiendo y a su vez capacitando a otras compañeras en la promoción ambiental. Sabemos dónde va ese material, qué proceso tiene, cómo termina, qué puede contaminar. Y al tener ese saber, podemos ir y hablar y concientizar, porque el problema de la basura no se termina con enterrarla”, explica Susana, orgullosa del saber que fue adquiriendo y de ser, también, una referenta barrial para las pibas que se están capacitando. Estefi es una de ellas. Tiene 27 años y ya está a cargo de un grupo de promotoras. “Cuando me lo propusieron no veía la hora de empezar. Aprendés algo nuevo y además me sumé a la organización y pude viajar a un Encuentro de Mujeres por primera vez con mi nena”, que hoy ya tiene 4 años. Estefi es una de las tantas mujeres y madres, único sostén de hogar. Por eso, se la rebusca haciendo artesanías, porcelana, souvenires y también comidas que vende en la Cariñosa, donde ya la conocen y le encargan pedidos. “Vendo pan casero, pongo un cartel en la puerta de mi casa y por suerte, lo puedo vender todo”.
“Cuando me lo propusieron no veía la hora de empezar. Aprendés algo nuevo y además me sumé a la organización y pude viajar a un Encuentro de Mujeres por primera vez con mi nena”
La situación social en Villa la Cariñosa es tan crítica como en Villa Banana. Y lo que Mariana, de la cooperativa Aquelarre, vive y percibe todos los días en la barriada de la zona oeste, Susana lo describe con precisión porque también habita la misma desigualdad en la zona sur de Rosario. “Acá las compañeras llegan a sus casas y no tienen qué darle de comer a sus hijos”, dice. Hay problemas de luz, de agua y de falta de pavimentación en las calles. “La plata ya no alcanza, ni para las zapatillas de los chicos”.
Pero sigue siendo la autogestión feminista el camino posible que muchas transitan para hacer frente a una brutal violencia económica que siempre se inscribe en los cuerpos. Autonomía, autoestima, sororidad, acompañamiento, crianzas colectivas, economía popular. Todo se combina para transformar la realidad de cientos de mujeres atravesadas por las violencias machistas y la exclusión económica.
A Susana ser parte del MTE le permitió conocer y defender sus derechos. Sentir que no está sola, que puede salir y sumarse a una organización sin tener que pedir permiso. Que además puede viajar, por ejemplo, a los Encuentros Nacionales de Mujeres donde siempre asiste al mismo taller: el de feminización de la pobreza. Es que Susana sabe lo que eso significa. “Con el MTE me independicé más. Antes esperaba que mi marido me dijera si podía o no ir a tal lado, ahora ya no. Yo voy y si no le gusta, no importa”, dice. “Me siento con más derechos y más capacitada”.
El enorme desafío es, en este brutal contexto de violencia económica, “lograr modelos productivos alternativos y sustentables, que aprovechen las cualidades autogestivas que tienen y puedan construirse como espacios de autonomía y empoderamiento colectivo para las mujeres”, sostiene Natalia Perez Barreda. Y para eso, dice, es fundamental la organización popular y la gestión social. “Hoy existen distintas organizaciones que lo están haciendo: redes de compras asociativas, uso común de herramientas y equipamiento, generación de espacios de comercialización conjuntos, microcréditos, capacitaciones e intercambio de saberes, etc. Todas están son estrategias que potencian a la economía popular y a la gestión social, y que pueden transformar lo que hoy son estrategias de supervivencia en un modelo productivo que se centre en la reproducción social de la vida y no del capital, que sobrepasen al individualismo que hoy propicia el neoliberalismo”.