Sueñan los nadies con salir de pobres, sueñan con ese día en que, de pronto y mágicamente, llueva la buena suerte, que llueva a cántaros. Pero, dice Eduardo Galeano en su poema, “la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba”
En Nuevo Alberdi Oeste, en uno de los límites que tiene la ciudad de Rosario, un grupo de jóvenes que participa de un Merendero en el barrio, se pregunta, con dolor y con tristeza, hasta cuándo los pobres dependeran de la suerte, hasta cuándo esperaran esa llovizna de buena suerte para que la vida sea un poco más digna, para que sus derechos no sean violentados las 24 horas en que dura un día.
El llamado, a horas de un mediodía caluroso de enero, brota de la indignación. De la desesperación frente a respuestas estatales que no llegan, que siempre demoran en llegar. Milton habla con impotencia. Relata la situación porque ya está cansado, dice. Cansado de que los pobres sigan siendo un número y una postal para la foto en tiempos de campañas electorales. Cansado de que ni la muerte pueda transitarse con dignidad en las barriadas donde todo hace falta; donde la pobreza y el hambre golpean a cientos de familias en épocas de ajuste y políticas deshumanizantes.
Donde el verano es tan crudo como el invierno.
Milton está cansado, dice, y por eso levanta el teléfono para contar lo que una vecina del barrio, una compañera que asiste al Merendero Granito de Arena a buscar su copa de leche, tuvo que padecer la noche del pasado 4 de enero cuando esperó, durante mas de 16 horas, que llegara el servicio de ambulancia (SIES) para constatar el fallecimiento de su padre y retirar el cuerpo para ser velado, como ella hubiese querido. No pudo ser. No hubo respuestas, o la única respuesta que recibió fue una espera dolorosa en una humilde y precaria vivienda con cuatro niños a su cargo.
Esto dice Milton: “No pudieron ni siquiera velarlo por el avanzado estado de descomposición que tenía. El hombre falleció a las 8 de la noche. Les dijeron que venian a las 3 y media de la mañana y no vinieron, a las 7 esperaron y no vinieron, y recien llegaron a las 12.30 del mediodia del día siguiente. Estuvo en el ranchito de chapa toda la madrugada, el cuerpo se descompuso, con 4 chiquitos adentro y con la hija de este señor”.
El hecho vuelve a repetirse. Milton cuenta una situación vivida hace dos meses, en la zona más pobre de Nuevo Alberdi. Allí, cercano al arroyo Ibarlucea, en una vivienda cubierta en nylon, un abuelo falleció de un paro cardíaco mientras la ambulancia se encontraba a dos cuadras. No llegó hasta la casa por cuestiones de seguridad, dice Milton quien se quedó junto al cuerpo, sin poder hacer nada, durante toda la madrugada acompañando a la mujer de este vecino. “Nosotros nos quedamos toda la madrugada junto al cuerpo tirado en el piso porque no podíamos tocarlo. Nadie se hace cargo de nada”. Para Milton se trata de defender la dignidad. “Es una falta de respeto a los derechos humanos”.
En las redes sociales, el grupo de jóvenes del Merendero hizo su descargo. Compartió la bronca por lo que en el barrio, donde no hay agua potable, donde no tienen instalaciones de luz eléctrica, donde el barro llega hasta las rodillas en los días de lluvia, donde la existencia de merenderos y centros comunitarios resulta vital para la subsistencia de cientos de familias y niñxs que cada vez acuden con mayor frecuencia y con mayores necesidades, donde las altas temperaturas queman las chapas de las casas, donde a pesar de todo, los nadies siguen peleando por su dignidad, sucede a diario. “Sentimos impotencia e indignación y un profundo deseo que de una vez por todas, la política tenga la función de mejorar realidades de los que más necesitan”, dijeron.