En Rosario los grandes proyectos urbanos para embellecer la costa implicaron el traslado de la zona productiva hacia las periferias. Refinería es un caso testigo de gentrificación, segregación espacial y especulación inmobiliaria. Un barrio obrero e industrial en el que a fines del siglo XIX se levantaba la primera refinería del país. La propuesta de los desarrolladores inmobiliarios es vivir endeudado para comprar la felicidad. El río se vuelve un elemento estético y contemplativo y se mercantiliza la vida y la experiencia. Los convenios público-privados, el discurso publicitario, la vida en ghettos urbanos y los barrios privados en altura en el “nuevo corazón de la ciudad”.
Por Tomás Viú
[dropcap]A[/dropcap] Morena le llamaba la atención la frase tantas veces repetida acerca de que Rosario había vivido durante mucho tiempo de espaldas al río. No podía entender cómo una ciudad portuaria que le debe su origen, su ADN y su crecimiento al río le haya dado la espalda. La inquietud se transformó en pregunta y la pregunta en motor de investigación. ¿De qué manera la ciudad le empezó a dar la cara al río? ¿Dónde quedan los sectores que históricamente estuvieron ligados al río cuando empiezan las políticas públicas para embellecer la zona costera? ¿Qué partes de la ciudad terminaron viendo la espalda de esas políticas urbanísticas?
Morena Goñi está haciendo la tesis de la carrera de Historia de la UNR. A partir de estas preocupaciones se acercó al Club de Investigaciones Urbanas y también forma parte del CECUR (Centro de Estudios Culturales Urbanos), un espacio de investigación paralelo de la UNR. En su trabajo de investigación sobre Puerto Norte, Morena hizo un recorrido histórico de Refinería, un barrio fundamentalmente obrero, industrial y ferroviario. Cuando en 1852 se inaugura Puerto Norte empieza el motor de crecimiento de la ciudad. El puerto significaba una posibilidad de trabajo para los inmigrantes que llegaban. En ese momento no existía la florida y el norte de la ciudad estaba en la zona del barrio Refinería. Con los años Rosario fue creciendo y lo que en ese momento era el norte hoy es la costa central.
Además del puerto, Morena se refiere a la llegada de los ferrocarriles que terminaron de diagramar una ciudad fundamental para el modelo de exportación primaria de Argentina con la instalación de las distintas fábricas. “Refinería siempre estuvo ligado a esas contingencias de lo que implica el ser obrero”. La refinería de azúcar, que se instaló en 1887 y que le daría nombre al barrio, fue la primera de Argentina. El azúcar venía de Tucumán, se refinaba en Rosario y se exportaba. “Hasta ese momento el azúcar que se producía en Tucumán no podía competir con el azúcar de importación. Rosario, junto con Buenos Aires y La Plata eran ciudades de avanzada de lo que llamamos progreso”, dice Morena. Pero lo que implica progreso para ciertos sectores sociales, explica, tiene su contracara para la clase obrera: jornadas laborales interminables, explotación, trabajo infantil, cólera, sífilis y todo tipo de contaminación.
Esa contaminación, el humo de las fábricas y los obreros feos, sucios y malos que además estaban sindicalizados, empezaban a ser un obstáculo para el desarrollo urbano. En 1901 hubo una huelga en Refinería y la represión policial se cargó a la primera víctima del movimiento obrero a nivel nacional. “A partir de los años treinta el foco obrero y fabril que era Refinería empieza a entrar en contradicción con el paradigma urbano higienista. No era compatible el divorcio entre la trama urbana y el río”. Morena cuenta que desde esos años se empezaron a pensar distintos proyectos para sacar la zona productiva de esta zona y de esa manera poder embellecer la costa. Esos proyectos no se pudieron concretar hasta los años noventa cuando lograron trasladar el puerto a la zona sur de la ciudad.
En 1992, durante el gobierno de Carlos Menem, se produjo la autonomización de los municipios a partir del retiro de toda la estructura del Estado Nación. La Ley de Cesión de Tierras establecía que aquellos terrenos que estaban en manos de privados y de la nación pasarían a pertenecer al municipio. Cuando se concretó el traslado del puerto hacia el sur de la ciudad se liberó toda la franja costera y empezó un proceso de metropolización de la ciudad. La zona productiva y fabril se corrió hacia el norte y hacia el sur.
Antes de hacer la carrera de Historia, Morena estudió cuatro años de Arquitectura. Dice que las investigaciones como la que hizo sobre Puerto Norte son una forma de disputa política acerca de cuáles son las voces autorizadas para pensar la ciudad, donde pareciera que los únicos habilitados son los arquitectos y los urbanistas. Cuenta que en los años noventa empieza en Rosario la lógica de las ciudades autónomas que se abren a los capitales de inversión privada nacionales e internacionales. “Empieza el marketing urbano para mostrar a la ciudad como centro de inversión de esta nueva matriz económica que está ligada al sector de servicios, al sector financiero y al turismo. Las ciudades se empiezan a vender a los actores que son más solventes”. Una de las características de este “urbanismo neoliberal” o “urbanismo empresarial”, explica Morena, tiene que ver con las intervenciones focalizadas que van generando en la ciudad distintos archipiélagos que provocan segregación espacial.
Otra de las características de este urbanismo son los convenios público-privados. “En los noventa la ciudad no tenía para invertir pero hoy pareciera que no se puede intervenir la ciudad de otra manera que no sea en asociación con un privado”. Morena explica que las intervenciones se hacen en lugares que consideran degradados y que lo que proponen son Grandes Proyectos Urbanos (GPU) como el de Puerto Norte o Puerto Madero. “Son intervenciones que se dan a escala nacional e internacional con un lenguaje estandarizado. Podés estar en Rosario, en Yemen o en cualquier otro lado. Esos lugares no tienen nada que ver con lo que los circunda. Tiene una lógica de no lugar en sí misma”.
El ghetto clasista
“En esta calle Arenales se han hecho obras impresionantes pero nosotros no tenemos cloacas”, dice Lucía, que lleva sus cincuenta años viviendo en barrio Refinería. Mientras habla detrás de la reja del almacén en el que trabaja recuerda que de chica jugaba en la vereda, que las calles eran de tierra, que no había internet ni computadora. Dice que las casas nuevas que están haciendo en el barrio tienen pozo para el agua del baño pero que al ser tan chicos los pozos la gente tira el agua a la calle. Señala la zanja que está tapada con material. Dice que se inunda casi todos los días y que al lado había un salón de fiestas. “Imaginate cuando venía una novia o una quinceañera y la calle era un asco. El negocio le duró poco, obviamente”.
Lucía cuenta que desde que empezaron a hacer las torres bajó la presión de agua y también la señal de los celulares. Su mamá tiene setenta y siete años y hace sesenta que vive en Refinería. La familia se mudó varias veces pero siempre dentro del barrio. Hace unos años se vendió una casa de la cuadra en la que vive Lucía, el año pasado se vendieron dos casas a la vuelta por Francia y este año otra casa enfrente del almacén, donde ahora hay carteles de obra. Lucía es dueña de la propiedad donde funciona al almacén y no tiene interés en vender. En el negocio trabaja ella junto a su marido, sus dos hijos y su hermana. “Si vendo acá no sólo me tengo que ir de mi casa sino que cinco personas quedamos sin laburo. No me interesa irme. Yo nací acá y me encanta mi barrio. Voy hasta la esquina y tengo el río. Y yo soy feliz”.
En el urbanismo neoliberal aparece la referencia al estilo de vida natural y la vuelta a la naturaleza, explica Morena. Estos ´fósiles productivos´ son refuncionalizados y se los empieza a pensar de manera paisajística. “No se ve al río como arista productiva. El goce no pasa por lo vivencial sino por lo estético y contemplativo”. Para ilustrar este aspecto paisajístico, Morena menciona el caso de Maui, uno de los emprendimientos urbanísticos que desde el nombre hace alusión a una de las islas de Hawái que tiene agua cristalina y no al río marrón. En la página web explican la propuesta que se llama River Lifestyle, en la cual “cada apartamento fue diseñado individualmente para proporcionar ambientes que generen una experiencia visual única”. Morena se refiere a la mercantilización de la naturaleza que encima se presenta en inglés. “Consiste en espejos de agua y playas artificiales que arman al interior del emprendimiento. El tratamiento del río es meramente icónico porque el estilo de vida ribereño es puertas adentro”.
Noelis, hermana de Lucía, tiene cuarenta años y vivió toda su vida en el barrio. Desde 1987 está en la esquina de Francia y Arenales. Trabajó en un bar, en un salón de eventos y después en el rubro almacén junto a su hermana. Se acuerda de que cuando era chica el barrio estaba todo cerrado y que Arenales no se conectaba con Francia porque la calle estaba cortada por la arenera. Atrás estaba el puerto. “Los que vivían más allá decían que nosotros éramos ´los del fondo´. Acá era el fondo. Ahora cambió mucho. Me fui acostumbrando porque no me queda otra”.
Noelis jugaba en la calle donde antes estaban los silos y hoy están las torres Dolfines. Recuerda que era una calle ancha. Desde que tiraron los silos e hicieron las torres ya no hay chicos jugando. “Yo por mi me quedaría acá. No tengo interés en irme. Estamos acá desde siempre”.
Estos Grandes Proyectos Urbanos necesitan crear herramientas de consenso entre la sociedad. Morena dice que en el caso de Puerto Norte las herramientas de legitimidad que usaron fueron la generación de espacio público y la revalorización patrimonial. Sin embargo, dice, en la práctica no es un espacio público sino un lugar vigilado por seguridad privada. También es privado el acceso al río en donde los dueños de los departamentos tienen sus salidas de lanchas propias. “Ese lugar es un ghetto clasista. Cuando no está el factor cultural es muy difícil hablar de revalorización patrimonial”, dice Morena.
Ignacio Alberto vive en una casa de pasillo en calle Gorriti al 200. Está en el barrio desde 1985. Una de las cosas que hizo en su vida fue dedicarse a la construcción, era albañil. Hoy tiene sesenta y un años y no puede trabajar por un problema en la vista. ´El día y la noche´ dice cuando compara el barrio actual con aquel que vio cuando llegó. Lo recuerda como un campito y nombra algunos cambios que se dieron con los años: acá había un muro hasta Rawson; acá pasaba el tren; desde el noventa empezaron a levantar las vías hasta Travesía; hicieron una calle pavimentada hasta Avellaneda; después agregaron las otras avenidas; tiraron las paredes; arrancaron árboles; lo único que quedó es el silo de PAC (Productores Argentinos de Cereales); después empezaron a dinamitar todo; había un tanque gigante de agua que mantenía a la fábrica; lo tiraron con esa bola de dos mil kilos; no querían poner dinamita porque acá había vecinos; la única construcción vieja que quedó ahora fue transformada en edificio; en los silos hicieron un hotel.
Ignacio Alberto trabajó en la última reapertura de la maltería que estaba enfrente de su casa actual. Recuerda que la maltería se había hecho en la primera presidencia de Perón. Después cerró, volvió a abrir, volvió a cerrar y volvió a abrir. En ese momento entró él, antes de que cerrara definitivamente en 1994, cuando las cincuenta familias que trabajaban se quedaron sin laburo. Ignacio Alberto, como la mayoría, pensaba jubilarse ahí.
Cuando trabajaba en la maltería tenía su propiedad en Granadero Baigorria pero cuando se quedó sin trabajo no conseguía nada porque en la construcción había mucha mano de obra desocupada. Tuvo que vender su casa y volvió a Refinería con la familia de su pareja. “A mí me gusta que progresen pero que también te den otra oportunidad. No podés sacar a todos y que se arreglen. Eso es feo”.
Ignacio Alberto les dijo a los vecinos que cuando las empresas les fueran a ofrecer algo no aceptaran de entrada. “Nosotros de la cuestión inmobiliaria no sabemos nada. Ellos quieren comprar en pesos y vender en dólares. Nos vamos a asesorar bien porque nos van a querer sacar por dos pesos, van a hacer su negocio del siglo y a nosotros no nos va a alcanzar ni siquiera para comprar un lote”. Ignacio no quiere ni uno ni dos departamentos. Quiere el dinero para elegir dónde vivir. Dice que eligió este lugar porque le gustó y no para hacer negocios. También dice que cuando llegó no estaba el progreso que hay hoy y que las personas interesadas en comprar no van a vivir en el barrio porque ya tienen sus mansiones. “Los que están interesados son ellos, por qué yo me voy a amoldar. Para salir de este pasillo y meterme en otro, me quedo acá. Estoy conforme con lo que tengo”.
Capitalizar la vida
El boom del sector agroexportador favorecido por la megadevaluación de la moneda en 2002 catapultó el boom inmobiliario que tuvo en Rosario una invasión de edificios con departamentos vacíos. La forma más segura de ahorrar era el mercado inmobiliario y Rosario centralizó las ganancias extraordinarias que tuvieron los productores sojeros de toda la provincia. Un informe publicado hace dos años por el Centro de Estudios Scalabrini Ortiz arrojaba que desde 2004 hasta 2013 se construyeron en Rosario alrededor de 5800 viviendas por año. Mientras hay 80 mil viviendas deshabitadas, lo que representa alrededor del 20% de la totalidad de las viviendas que existen en la ciudad y la región, hay alrededor de 50 mil familias sin casa.
Una posible traducción que indica Morena de la palabra gentrificación -un término inglés que viene de gentry y que significa señores ingleses- es aburguesamiento del espacio. Esta “higienización social” genera una “plusvalía urbana” que aumenta el valor del suelo. En la última década en Puerto Norte el valor del suelo subió alrededor de un trescientos por ciento. Esta es una de las explicaciones acerca de que la gentrificación no siempre es forzada. Morena explica que existen estos mecanismos indirectos. Cuando sube el valor del suelo, suben los impuestos. Si sos inquilino sube el alquiler. Pero también sube el precio de los productos en el supermercado. El nivel de vida se hace mucho más caro. “Se empieza a valorizar de tal manera que aunque no te echen te tenés que ir. Los mecanismos de presión del mercado pueden ser más efectivos. No te queda otra que irte por tu propia cuenta”, dice Morena.
Ricardo tiene setenta y cuatro años y hace cincuenta que es mecánico. Al principio tenía su taller en la calle Monteagudo al 300 pero ya hace mucho que el taller está sobre Gorriti, en la misma cuadra que vive Ignacio Alberto. Atrás del taller Ricardo tiene su casa. La propiedad tiene salida por Gorriti y por Carballo.
Sobre la vereda en que vive Ricardo no se pueden hacer edificios de más de cinco pisos. Sin embargo, dice, “como con plata se puede hacer muchas cosas, hacen edificios de hasta ocho pisos como están haciendo con estas torres”, señala. “Cuando hacen las torres te rompen las paredes y tenés que andar con abogados y escribanos”. Si bien sus especialidades son tren delantero, frenos, alineación y balanceo, fue aprendiendo a la fuerza muchas cosas sobre el mercado inmobiliario. “Los departamentos que te ofrecen para irte son una porquería. Yo veo cómo los hacen. Lo ideal es que te den el efectivo y que vos puedas comprar lo que quieras. Si no tenés la plata en el bolsillo no podés negociar nada”.
En la vereda de Ricardo los únicos que hasta ahora no vendieron son él y el carpintero que vive al lado. Cuenta que fueron muchas veces a intentar comprarle la casa pero que siempre le ofrecieron muy poca plata. “Nosotros les pasamos un precio y ellos te dicen si podemos arreglar por cincuenta mil dólares menos. Para ellos no es nada pero para mí es una fortuna”.
Ricardo aportó durante cuarenta años pero debe seguir trabajando porque no puede vivir con los nueve mil pesos mensuales que cobra como jubilado. Cuando vivían sus suegros era una casa tipo chorizo. Después él la tiro abajo para levantar los cimientos y hacerla de nuevo. Por eso dice que aquel que esté interesado en comprar la propiedad tiene que pagarle la casa. “A ellos sólo les interesa el terreno. Vienen con una topadora y tiran todo. Pero a esta casa la hice yo, no me la regaló nadie”, dice.
Morena explica que si bien la segregación espacial no es un fenómeno nuevo, la diferencia es que los barrios country existían sólo en las periferias. Estos proyectos urbanísticos ofrecen un barrio privado en altura en el centro. “Es una comodidad que no tenían los barrios country. Ahora hay una oferta de sociabilidad entre pares, algo muy clasista y cerrado pero en el centro”.
Las primeras torres de esta zona fueron las Dolfines que pertenecen a desarrolladores rosarinos. Después llegaron capitales españoles (Ciudad Ribera) y capitales porteños (TGLT). Morena indica que la próxima propuesta, que es Metra, apunta a un mercado distinto que no es tan de alta gama. El slogan del proyecto es que ´lo imposible se consigue en cuotas´. “Al hablar de financiamiento le hablan a la clase media que no quiere ser clase media y que termina consumiendo esta mercancía suntuaria. Es una mercantilización total de la experiencia. Lo imposible ya no se consigue con la revolución ni con un proyecto político: se consigue en cuotas”. Los carteles publicitarios prometen máximo confort, seguridad y calidad de vida en el ´nuevo corazón de la ciudad´. El precio para lograr el sueño es vivir endeudado. ´Vida hay una sola. Capitalizala´, ordena otro cartel. ´Venimos a construir un mundo mejor del que encontramos. Y eso también incluye el modo de hacerlo´, se lee en otra gigantografía. Para Morena se termina asociando el crecimiento de estos proyectos inmobiliarios con el crecimiento de toda la ciudad. “Hay una asociación muy peligrosa, sobre todo con los convenios público-privados, porque termina quedando la planificación de la ciudad en manos de actores privados”.