El sábado 29 de septiembre, finalmente, se procedió al remate de las herramientas y máquinas de la planta de la firma DASA (División Agrícola S.A), en Firmat: tres bancos de trabajo por $900; una caja de recortes de caños por $1.000; un torno por $19.000; y así, entre las 13 y las 15 horas de ese sábado, golpe tras golpe tras golpe. Desde el último 20 de julio, los trabajadores mantuvieron la toma pacífica de la planta, ante la falta de pago de salarios que acumulaba ya varios meses, y en una situación de indefinición angustiante.
Por Jorge Cadús
[dropcap]L[/dropcap]a empresa División Agrícola SA (DASA) se constituyó el 15 de Enero de 1990, de la mano -entre otros- de Fabiana Galante y Osvaldo di Prinzio. Seis meses después, para junio de aquel año, ya contaba con la Personería Jurídica, y estaba inscripta en el Registro Público de Comercio de Rosario. La sociedad radicó su domicilio legal, su planta industrial y la administración en Avenida 9 de Julio 2147, de Firmat, ocupando un terreno de 19.845 m², donde se levanta una superficie cubierta de 9.293 Metros, y donde desde inicios de la década del 60 funcionaron los talleres de la emblemática firma Durany.
En poco más de una década, la firma desarrolló una amplia gama de productos agrícolas: desde las plantas de silos fijos y aéreos a norias; y sumó maquinaria e implementos agrícolas de arrastre, hasta una completa serie de repuestos agrícolas. Llegó a tener una red de concesionarios Oficiales en ocho provincias, y llegó a instalarse en la vecina Uruguay.
Hacia el año 2009, la propia empresa informaba que «estamos en etapa de consolidación de nuestros productos, tanto en el mercado interno como en el externo, ya que las ventas están creciendo de manera sostenida»; en especial –sostenía- en aquellas franjas «donde antes teníamos una fuerte competencia desleal de importadores». La empresa llegó a contar con alrededor de 80 empleados.
Sin embargo, la historia tendrá un quiebre en diciembre de 2015, con la llegada al gobierno nacional de la Alianza Cambiemos: la situación de DASA hoy es –quizás- el símbolo más contundente y crudo de cómo la serie de medidas económicas implementadas por la gestión de Mauricio Macri han sacudido los aparatos productivos regionales: devaluación sostenida, inequidad en la política de retenciones, apertura insidcriminada de importaciones, quita de subsidios al consumo energético con el tarifazo en luz y gas -refrendado por el gobierno santafesino a través de la propia EPE-, dificultad de acceso al crédito blando, y ausencia absoluta de políticas laborales de preservación del empleo formal han dinamitado el circuito industrial.
Para mediados del 2016, la crisis laboral tenía su corazón en Firmat: al cierre de la metalmecánica Meyde y su veintena de despedidos se sumaron las crisis de Corte y Plegado Firmat, Alcal, Rega y Dasa; mientras Vassalli Fabril, con empleados de varios sectores en paro de actividades, se encontraba en el centro de las noticias con el desembarco de una especie de consorcio encabezado por Nestor Girolami.
Todo esto sumado, claro, a una administración deficiente por parte de un empresariado mezquino y especulador, que inició luego de la salida de Di Prinzio un proceso de vaciamiento, que fue raleando los puestos laborales, que la utilizó para sostener en laburo a Rega -otra firma de la familia Galante, hay casos de empleados que pasaron de una a otra planta-, que se relacionó intimamente con Girolami; y terminó con 14 empleados en la intemperie.
Desde entonces, todo fue caída libre: a partir del último 20 de julio, los trabajadores de DASA mantuvieron la toma pacífica de la planta, implementando cortes intermitentes en el cruce de las Rutas 33 y 93, ante la falta de pago de salarios que acumulaba ya varios meses, y en una situación de indefinición angustiante: «no mandan telegramas de despido, así que seguimos dependiendo de la empresa; la empresa no paga los salarios, y tampoco presenta quiebra. Si esta señora tiene buena disposición que ponga en garantía algunos de sus inmuebles, saque un préstamo del banco y nos pague», advertía el delegado de la planta, Cristian Romero.
El lunes 27 de agosto de este año, en una audiencia de conciliación que se realizó en el Ministerio de Trabajo de Santa Fe, la propietaria de la firma, Fabiana Galante, comunicó la decisión de cerrar la fábrica, y llevar a remate maquinarias y herramientas. Fabiana Galante, titular de la firma –que en los dos últimos años funcionó como un apéndice de Vassalli- señaló que «quiero solucionar esto rápido y esta es la manera más rápida que existe. Vamos a subastar las máquinas, por lo tanto no va a tener más destino productivo.
El sábado 29 de septiembre, finalmente, se procedió al remate de las herramientas y máquinas de la planta de la firma: tres bancos de trabajo por $900; una caja de recortes de caños por $1.000; un torno por $19.000; y así, entre las 13 y las 15 horas de ese sábado, golpe tras golpe tras golpe.
Dice el concejal firmatense Nicolás Rufine: «elegí estar ahí en este duro momento con cada obrero que se despedía de la maquinaria que solía utilizar. Uno manejaba la grúa, el otro la plegadora, otros pintaban en una cabina que se subastó por poco más de cien miel pesos. El desguace pieza por pieza de un fábrica es de los capítulos más negros de este momento histórico de nuestra economía. En un par de horas desapareció todo, lo que se ofrecía al mejor postor. Las fuentes de trabajo se van por el caño y solo queda la esperanza de cobrar lo adeudado y la indemnización. Una vez más las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas».
En diálogo con este medio, Diego Romero, secretario general de UOM Firmat, sostuvo que «no esperabamos esta decisión. Todos sabemos que hay un negocio inmobiliario detrás de todo esto. Sabemos también que detrás de Fabiana Galante está el ex directorio de Vassalli. Toda la misma gente que intentó vaciar a Vassalli está en DASA, por eso está pasando esto que pasa».
Hace un tiempo lo escribimos: «Los ejemplos se multiplican. Las angustias, las urgencias, también. Y es difícil abarcar todas esas historias en una crónica periodística. El oficio se convierte entonces en una cajita donde removemos cenizas. En una impotencia que -de tan simple- se hace contundente».
«Y es que eso, simplemente, es lo que pasa: el despido. Pasa la desocupación. Ese lugar que ocupábamos, como nadie, con una identidad propia y única de cada trabajador, queda vacío.
La pérdida del futuro cercano, posible, en un violento empujón en el hoy y aquí concreto».