Por primera vez en Rosario se juzga la violencia sexual ejercida por represores de la última dictadura militar como un delito de lesa humanidad específico. El testimonio de Stella Hernández en el marco de la causa Feced III es clave para desentramar los abusos sexuales en el Servicio de Informaciones.
Martín Stoianovich
Stella Hernández encontró varios años después la palabra precisa para describir cómo pudo sobrevivir al terrorismo de Estado.
– Ahora hay un término que se aplica y es la sororidad. Y eso explica muy bien lo que pasaba en Alcaidía. Cuidábamos a las embarazadas, les dábamos lo mejor de cada comida. Hacíamos cosas para entretenernos, cantábamos, recitábamos, contábamos historias, festejábamos cumpleaños.
Sororidad. Esa palabra pronunció Stella Hernández hoy, 12 de septiembre de 2018, ante el Tribunal Oral Federal II que la escuchó como testigo en la causa Feced III. Su testimonio forma parte de un hecho histórico: es la primera vez que en la jurisdicción de Rosario se juzgará al abuso sexual ejercido por los represores de la dictadura como delito de lesa humanidad. Hay un imputado, el represor Mario “El Cura” Marcote, señalado puntualmente por abuso contra Stella. Pero todos los policías y militares que circularon por el Servicio de Informaciones, lugar en el que ocurrieron estos hechos, están involucrados de alguna manera, por acción, omisión, complicidad o silencio.
– Se conocía que Marcote era el violador, pero no el único. Sé de otras presas violadas. Nosotras sabíamos que no era algo excepcional. La excepción eran las mujeres no violadas o atacadas sexualmente. No recuerdo quién a quién, pero se sabía.
Afuera de los Tribunales Federales, amigos y familiares de la testigo se reunieron en el histórico aguante. También organismos de derechos humanos y el Sindicato de Prensa de Rosario, del cual Stella forma parte como Secretaria de Organización.
Adentro, en la sala de audiencias, ella con su pañuelo de la campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito en la muñeca, no se olvidó de sus compañeras. Y por ellas juró al Tribunal decir la verdad:
– Por la lucha de las mujeres, de ayer, de hoy y de siempre.
En casi dos horas de declaración, Stella fue y volvió del pasado al presente en varias ocasiones. Siempre con la lucha de las mujeres como hilo conductor.
– Nos cuidábamos entre nosotras. Sin eso no hubiéramos podido sobrevivir. Era un infierno muy grande. Ser mujer en un centro clandestino de detención era un plus negativo. A todos los tormentos se sumaba la violencia sexual, la violación, el intento de violación, la desnudez forzada.
Son tantas las mujeres que sufrieron ese plus por ser mujer, pero no son tantas las que llegaron a denunciarlo. Stella dice que no es sencillo, que los delitos sexuales son difíciles de contar y denunciar, que algunas compañeras lo insinuaban o lo decían de otra manera. Que es su tercera declaración y que habla en nombre de quienes no pueden hacerlo o de quienes están muertas.
Todo ese cúmulo de sensaciones se volcó en su relato. En el recuerdo de aquel 11 de enero de 1977 en que un grupo de civiles y policías a cargo del oficial Carlos Altamirano entró a su casa. La agarraron de los pelos, contó Stella, que en aquel tiempo tenía 19 años, y la tiraron en la parte trasera de un auto. Los milicos manejaban a alta velocidad, disparando al aire, desquiciados. Hasta que llegaron al Servicio de Informaciones de Dorrego y San Lorenzo. Ella pudo, al ingresar, reconocer dónde iba a estar detenida. Todo a los golpes recordó. Para subir al auto, para bajar, para entrar al S.I, para los interrogatorios, con simulacros de fusilamiento incluido.
– A la noche me vino a buscar Marcote con “Carlos el joven” y me llevaron a otra sala donde Marcote me violó. Yo lloraba.
Y después las manipulaciones, la tortura psicológica tan fuerte como la física. Ricardo Chomicki y Nilda Folch -pareja, ambos militantes víctimas de la dictadura devenidos en verdugos según muchísimos relatos de sobrevivientes- la encararon después de la violación. Le ofrecieron denunciar el hecho ante el subcomisario Raúl Guzmán Alfaro, jefe del S.I, quien prometió una sanción que nunca llegó. En otra ocasión, contó, la llevaron a un interrogatorio ante un juez militar, quien mientras le preguntaba si conocía los telos de la ciudad le pasaba la picana por el cuerpo. Con el mismo cinismo, Altamirano le preguntó después de la violación si ya había menstruado.
– Nada más que para dejarme la duda, para dejarme otra carga. Eso muestra la perversidad.
En su declaración Stella Hernández también trajo el recuerdo de Marisol Pérez, otra joven detenida y aún desaparecida. En cada ocasión que la nombró evocó tanto el terror vivido como el acompañamiento mutuo. Las palabras de apoyo y aliento ante los temores, hasta que nunca más se volvieron a ver. Lo mismo con las mujeres con quienes estuvo en la Alcaidía, donde quedó por varios meses detenida después de estar secuestrada de forma clandestina en el S.I.
Sobre el final, ante las preguntas del fiscal federal Adolfo Villate, Stella recuperó nombres de sobrevivientes, de asesinados y de desaparecidos que pasaron por el S.I. Sigue en ese ejercicio de la memoria que es repetir para reconstruir y lograr justicia. Volvió al presente cuando habló de sus compañeras y compañeros del Sindicato de Prensa y la fuerza que le dieron en todos estos años. Y volvió, también, al pañuelo.
– Es un símbolo y una síntesis entre la resistencia de esas mujeres de los sótanos de la dictadura militar y la lucha de hoy que llevan adelante las rebeldes insumisas.
1 comentario
Conmovedor el testimonio y el coraje de Stella. concisa y contundente la nota
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