En Granadero Baigorria funciona desde el año pasado un espacio cultural, social y educativo. Trabajando desde la educación popular la propuesta es que la comunidad se apropie del lugar. Se comparten saberes múltiples y los talleres van desde guitarra a robótica, desde cocina a telar, desde serigrafía a reiki. La idea es juntarse y construir colectivamente esa casa común: La Colmena.
Por Tomás Viú
[dropcap]L[/dropcap]a casa en la que hoy funciona La Colmena es una de las primeras veinte viviendas construidas en Granadero Baigorria. Antes de que se abriera el espacio estaba prácticamente abandonada, con los pastos altos, las paredes que se venían abajo y los salones destruidos. Una de las mujeres que hoy participa de la organización conocía al dueño, que es un vecino. Acordaron un alquiler con un contrato flexible y en el verano de 2017 un grupo de vecinos y vecinas de distintos barrios de Baigorria empezó a trabajar en la construcción. Las personas que confluyeron en La Colmena venían de distintas procedencias, algunxs militaban en distintos frentes y para otrxs fue la primera experiencia en una organización colectiva. La mano de obra de la construcción fueron ellxs mismos, sus familiares y algunos amigos que sabían distintos oficios. De esa manera, con trabajo, pagaron el primer año de alquiler.
Adrián Milo es parte de La Colmena. Sus primeras experiencias militantes también fueron en organizaciones libres del pueblo: participó en el Club San Martín y en la Vecinal La Florida. “Tuvimos que ir levantando la casa y poniéndola a punto con el paso del tiempo, con organización, con trabajo. Veníamos sábados y domingos. Fue mucho laburo pero quedó muy linda y está funcionando a pleno”.
Lucía Montini es docente en escuela primaria y también trabaja con educación de adultos. Junto a Adrián y a otras dieciocho personas participa en la construcción de este espacio social, cultural y educativo que viene caminando hace un año y medio. “El espacio está abierto a todos y a todas. Nuestra idea es sumar, que los vecinos y las vecinas se puedan acercar a un lugar diferente, a un espacio cultural que hasta el momento Baigorria no tenía”.
La educación es una herramienta fundamental en La Colmena. Al haber docentes en el colectivo, la cuestión educativa fue fuerte desde el principio. Lucía y Adrián participaron hace un tiempo del programa “Yo sí puedo”, trabajando con alfabetización en distintos barrios. La idea que tienen en La Colmena es ofrecer a los pibes y las pibas un abanico de posibilidades. Poder. Elegir. El trabajo lo plantean desde la educación popular y lo piensan desde la emancipación. Por eso, la fuerza de la pata educativa emerge naturalmente desde la construcción.
Hay un espacio de apoyo escolar que inicialmente fue pensado con una perspectiva lúdica para el nivel primario. “No limitarnos a hacer la tarea sino a construir y alfabetizar desde otro lugar para que el pibe o la piba venga y se divierta”, dice Lucía. Después se sumó otro taller de técnicas de estudio que lo da una vecina y que está apuntado a jóvenes de escuela secundaria y terciaria.
Además del espacio de apoyo escolar y del taller de técnicas de estudio, funciona un CAEBA (Centro de Alfabetización y Educación Básica para Jóvenes y Adultos), coordinado por un docente que es el facilitador y apuntado a personas que no terminaron o que nunca fueron a la escuela primaria. Está organizado por niveles: el primer nivel corresponde a la alfabetización inicial que se podría equiparar, aunque es otro método, con primero, segundo y tercer grado de la escuela primaria; el segundo nivel sería equivalente a cuarto, quinto y sexto grado; y el tercer nivel a séptimo. El tiempo que le lleva a cada estudiante varía en función del conocimiento y del proceso que va haciendo cada uno. Cuando terminan reciben un certificado que tiene el aval del Ministerio de Educación de la provincia de Santa Fe. Hoy van alrededor de diez alumnos pero la matrícula es fluctuante porque los estudiantes pueden ingresar en cualquier momento del año, algo que no permite la educación formal.
Emiliano Peralta vive en Baigorria y trabaja todas las mañanas en huerta y jardinería en Rosario, en el marco de los talleres del programa Nueva Oportunidad, en una huerta que está en el límite entre los barrios La Cerámica y La Florida. A las 11:30 termina de trabajar, come algo y espera la hora para ir a La Colmena, donde estudia en el CAEBA. “No sé leer ni escribir. De a poco estoy aprendiendo a leer, a conocer la hora, los billetes”. Emiliano tiene dieciocho años y lo que más le gusta de ir a La Colmena es encontrarse con gente.
El boca a boca
Los talleres se fueron sumando desde el contagio. Corre-el-boca-a-boca-y-todo-se-multiplica. También hay estrategias de difusión. El año pasado imprimieron muchos folletos con las propuestas del espacio y los repartieron en las distintas escuelas. Cada niño recibió uno. Adrián dice que eso sirvió mucho. Los vecinos de Baigorria se fueron anotando para dar talleres, pero también para sumar en la organización de las actividades. “El espacio se volvió muy conocido de repente por todo un laburo de difusión que venimos haciendo y que seguiremos porque entendemos que todavía hay gente que no lo conoce”, explica Adrián.
Baigorria tiene sesenta mil habitantes y en diez años se proyecta que haya cien mil. De ese número, entre cuatrocientas y quinientas personas circulan por La Colmena. Ese contagio sólo es posible con mucho trabajo en poco tiempo, teniendo en cuenta que las puertas del lugar abrieron el año pasado. Además, van vecinos de otras ciudades como Rosario, Puerto San Martín y Capitán Bermúdez.
Uno de los talleres que Lucía destaca es el de “Alfarería del Litoral, cosmovisión y lengua chaná”. El taller, que funciona desde que abrió el espacio y que cada sábado convoca a treinta personas, lo coordina Gabriel Cepeda, un reconocido artesano ceramista de Baigorria que trabaja con la arcilla que saca de la costa. Él está haciendo un trabajo de recuperación de la cosmovisión y la lengua chaná, el pueblo pre existente que habitó la costa litoraleña a un lado y al otro del río. El trabajo de investigación lo está llevando adelante junto con antropólogos. En el taller se genera una trama entre la historia chaná y el trabajo con la arcilla. En los encuentros van conociendo la lengua chaná, otro día hacen “el camino de los baldes” yendo a buscar arcilla a la costa que luego cocinan en el horno que está en La Colmena.
Las uñas de las manos de Lucía, pintadas de celeste con pintitas blancas, son testigo de otro taller: Manicuría. Como cierre de los encuentros necesitaban demostrar lo aprendido y las manos de Lucía estaban a mano. Por eso fue elegida para llevarse el taller pintado.
El año pasado, en el taller de Crochet hicieron panceritos para los bebés que están en el hospital en neonatología. Además hay talleres de oficios: Corte y confección, Serigrafía, Cerámica. Y quieren sumar Herrería, Carpintería y Electricidad. También hay talleres artísticos: Canto, Teatro, Guitarra, Arte, Dibujo. Los otros talleres que completan la grilla son: Fotografía con perspectiva de género, Manejo básico de celulares, Terapias holísticas, Maquillaje, Memoria, Reiki, Meditación, Inglés, Literario, Telar, Cocina, Ajedrez. Múltiples saberes circulan en La Colmena.
Algunos de los más chicos participan de un taller de Robótica. Tiziano tiene ocho años, es uno de los que vienen al taller y además participa del espacio de apoyo escolar. Dice tímidamente, entre risas, que viene a estudiar, que le gusta venir, que hoy vino a hacer robots, que ya hizo como cinco. Para explicar cómo se hace, dice: “con bloques. Hay que poner los bloques uno por uno. Le ponemos motor para que camine. Nos dan planos”. Lógicamente, le resulta más fácil mostrarlo que decirlo. Por eso, cuando vuelve al salón donde están armando los robots, son sus manos las que explican. Pone el dedo contra la pantalla de una computadora donde está el plano del robot que debe hacer. Ocho, nueve, diez, once. Cuenta la cantidad de muescas que tiene cada pieza en el plano. Busca dentro de una caja la pieza que coincida con la que está dibujada en la computadora. Ocho, nueve, diez, once. De esa manera va armando el robot. El plano adquiere corporeidad. “Están armando con los planos, lo que cuentan son los puntitos”, dice la profe Mariel. “Después lo mismo con los ejes, los engranajes, las poleas”. Las piezas que hacen son variadas y a veces son inventadas por los propios chicos: grúas, helicópteros, ascensores, abejas, lanchas, autos, mariposas. Mariel cuenta que a veces hacen carreras de autos rápidos y otras veces carreras de autos lentos. Cuantas más disminuciones más lento es el auto. Llegará último (y ganará) quien mejor trabaje las disminuciones. Los últimos serán los primeros.
Hay espacios donde se encuentran los distintos talleres. El año pasado organizaron una feria en la que, por ejemplo, vendieron los productos del taller de crochet y las comidas del taller de cocina. El día del niño y el cierre de las vacaciones de invierno también son excusas para el encuentro. Además, desde hace varios años organizan la Campaña de invierno: este año vendieron empanadas y con esa plata compraron frazadas que las repartieron en los barrios con mayores urgencias de Baigorria.
Todavía no pudieron acceder a la personería jurídica porque desde el IGPJ (Inspección General de Personas Jurídicas) les rebotan algunos papeles y les ponen trabas burocráticas. Con la personería la idea que tienen es hacer una campaña de asociación para lograr un ingreso que les ayude a sostener el proyecto. La personería jurídica, además, les permitiría gestionar subsidios del Estado municipal, provincial y nacional.
“Es un espacio autogestionado. Hacemos empanadas, pollo, locro. Generamos distintas actividades”, cuenta Lucía. “Todas las fechas patrias hacemos actividades que nos dejan una moneda”, agrega Adrián. El año pasado vendieron 162 porciones de locro y este año fueron 237 las porciones vendidas. “Caminamos para poder generar el ingreso que nos permita sostener el espacio que hacemos entre todos. Eso genera una sinergia y hace que cada vez se sumen más personas”, dice Lucía.