Por Sonia Tessa / Foto: Mariana Lezcano
[dropcap]N[/dropcap]orma Vermeulen estaba siempre. Parecía eterna. Iba a las escuelas, participaba de las marchas, aún cuando cada vez le costara cada vez más llegar. Contaba la historia, siempre mirando con sus ojos transparentes hacia el futuro: convocaba a lxs más jóvenes. “Nosotras ya no vamos a estar, pero ustedes van a seguir con la lucha”, es una frase que repetía en los últimos años.
Norma murió anoche, en los primeros minutos del domingo, después de una segunda internación en el sanatorio Parque. Su presencia es irremplazable, aunque ella se ocupó una y otra vez de sembrar el futuro. Desde la asunción de Mauricio Macri, cada vez que era necesario movilizarse, era la plaza 25 de mayo el lugar elegido por el Espacio Juicio y Castigo para convocar alrededor de esa ronda que todos los jueves se realiza en Rosario en la plaza 25 de mayo. Y allí estaba ella, con sus palabras de aliento.
Norma tenía 88 años. Había nacido el 8 de enero de 1930. Nunca fue grandilocuente. Su lucha estaba hecha de palabras en tono de voz bajo, presencia constante y la claridad sobre lo importante en cada momento, esa que le dio haber persistido en la búsqueda de su hijo, Osvaldo Vermeulen, desaparecido desde el 1° de abril de 1977, a las 5 de la tarde. Siempre iba al comienzo y el final de los juicios por delitos de lesa humanidad.
La recuerdo nítidamente, esperando, como si fuera una más, en el patio de los Tribunales Federales, el día que declaró Gustavo Mechetti, el testigo que había visto a su hijo en el Servicio de Informaciones. “Hoy van a hablar de Osvaldo”, me dijo ansiosa cuando me acerqué a saludarla. Le tocó escuchar que su hijo tenía una herida de Itaka en el brazo y los represores no hicieron nada para asistirlo. Por el contrario, le hacían daño. Osvaldo se negó a firmar el traslado, porque sabía que lo matarían. Cuarenta y un años después de aquella tragedia que marcó sus vidas, ayer, en Casa Bassi, Gloria, la compañera de Osvaldo, y su hija, Paula, lloraban desconsoladas la muerte de Norma. “Fue mi compañera de tantos años”, decía Gloria.
Es que Norma se sumó a la lucha apenas desapareció su hijo. La represión ilegal en Rosario no sólo se llevó a Osvaldo. Una hora después del secuestro, los genocidas allanaron la casa de Norma y se llevaron a Gloria, que estuvo desaparecida 33 días, hasta el 3 de mayo de 1977. Y esa misma noche fueron a la casa del otro hijo de Norma, Jorge, a quien detuvieron ilegalmente por unas horas junto a Liliana, la esposa.
Norma empezó a buscar enseguida. Recibió mentiras de parte de la patota de Feced. Más tarde, se puso en contacto con la también inolvidable Nelma Jalil. Fueron juntas al lugar donde habían secuestrado a Osvaldo, en José Ingenieros y Mario Antelo, en el barrio Lisandro de la Torre. Allí, una vecina reconoció la foto y les contó lo sucedido. Ese encuentro era también el germen de las Madres de Plaza de Mayo de Rosario.
“Hay gente que se piensa que uno va a la Plaza a llorar, a lamentarse de cosas… Lo que menos hicimos nosotros es lamentarnos, porque vos te quedás… había dos opciones: o quedarte enferma a llorar, continuamente, continuamente, pensando y pensando, enfermarte; ¡o salir a luchar! Viste. Yo pienso que uno optó por lo mejor”, dijo Norma en una entrevista publicada en el libro “El viento sigue soplando, los orígenes de Madres de Plaza 25 de mayo de Rosario (1977-1985)”, de Marianela Scocco.
Así era Norma, para quienes la conocíamos, aunque fuera un poco. Ella no imponía, escuchaba y decía lo que pensaba. Lúcida y cálida. Como tantas veces en estos dos años, el 4 de mayo de 2017, fue la plaza 25 de mayo el lugar elegido en Rosario para repudiar el fallo del 2×1 que abría la puerta a la libertad de muchos represores. Norma estuvo allí, junto a Elsa “Chiche” Massa y Lila Forestello. Sus palabras fueron faro, como acostumbraba. “Hoy estoy un poco bajoneada, pero sé que tenemos que seguir defendiendo a diario lo que conseguimos. Nosotras por razones de edad, hay momentos en que queremos bajar los brazos, decir hasta acá no más. Pero pensamos en las nuevas generaciones, en el presente y en el futuro, y en que no tengan que pasar lo que hemos sufrido nosotras. Que nunca más haya una dictadura. Que nunca más sea realmente nunca más”.
Cuesta pensar que no la veremos más. Cuesta pensar que ya no habrá anécdotas de Verónica Lezcano sobre la impaciencia de Norma para salir del sanatorio, o sobre las ganas de estar allá o acá. Norma es eterna, porque seguirá estando, aunque la tristeza de no volver a verla sea hoy infinita.