La región se sacude en conflictos laborales abiertos, intensos, dolorosos. «¿Por qué acabar con las esperanzas de una familia?», se pregunta la jovencísima hija de un trabajador despedido. Un compañero periodista me dice, brevemente, que vive «la tristeza de ser un semidesocupado». Una trabajadora social despedida en diciembre de 2015, después de casi una década de laburo cotidiano, escribe: «No necesito trabajo, necesito una esperanza». Son postales de un país doloroso, donde cada tres minutos un trabajador cae en el agujero de la desocupación, sea por suspensión, retiro voluntario, distracto de personal o despido.
Por Jorge Cadús
[dropcap]E[/dropcap]n la mañana del jueves 19 de abril, los trabajadores de la cerealera Cargill se encontraron con las puertas cerradas en las plantas de Villa Gobernador Gálvez y Bahía Blanca. Desde la empresa emitieron un comunicado informando que «por no estar dadas las condiciones para operar de manera segura para las personas, instalaciones y procesos, como resultado de haberse reanudado los paros intermitentes, de duración variable y en distintas áreas de trabajo de sus plantas, a lo que se han unido manifestaciones de violencia física, verbal y amenazas contra el personal de la empresa, dentro y fuera de sus instalaciones, se ve obligada nuevamente a interrumpir las operaciones de sus plantas de molienda de Villa Gobernador Gálvez y Bahía Blanca desde el 19 de Abril hasta el 29 de abril de 2018 inclusive, reiniciando las actividades el día 30 de abril de 2018 en el primer turno correspondiente». Al mismo tiempo, la firma advertía que «consecuentemente, el personal será suspendido sin goce de haberes por igual lapso».
En forma paralela, Metalkrom –una empresa con 53 años de trayectoria en Rosario que ocupa una treintena de empleados- presentó ante la Justicia un recurso de amparo para frenar el último tarifazo de la Empresa Provincial de Energía (EPE), que la pone al borde del cierre.
Mucho más lejos de aquellas «condiciones para operar de manera» que exige Cargill, Lisandro Dippe, uno de los titulares Metalkrom, describe que los tarifazos decretados por el gobierno nacional –y refrendados por el gobierno santafesino- «han impactado muy fuerte» en su emprendimiento. «Nos desplaza para competir y seguir subsistiendo con la pyme», puntualiza.
El Ministerio de Agroindustria envió el viernes 20 de abril una tanda de 330 telegramas de despidos en todo el país, que son parte de los casi 1.000 que concretará en los próximos meses en el marco del vaciamiento del Estado impulsado por el gobierno de Mauricio Macri. Las tres áreas de Agroindustria más afectadas por las cesantías son el INTA, el Senasa (que sufrió ya este año 130 despidos), y Agricultura Familiar, donde la sangría se inició en el 2016 con 160 despidos.
Al mismo tiempo, los trabajadores de ese Ministerio son perseguidos y señalados: pocos días después de los primeros despidos, una circular interna informó que «se descontarán las horas incumplidas de trabajo del personal que abandone su puesto de trabajo aún permaneciendo en el Ministerio».
Como en un cínico juego de dominó, pocos días después la compañía General Motors informó que «con el objetivo de adecuar el volumen de producción a recientes fluctuaciones de mercado», la planta que esa fábrica de autos tiene en Alvear «suspenderá actividades del viernes 27 de abril al viernes 4 de mayo, retornando a la actividad normal el lunes 7 de mayo». La multinacional pagará a sus trabajadores el 80% del salario bruto durante los días en que esté parada la planta.
En Firmat, el jueves 26 de abril los ex operarios de Vassalli -despedidos en diciembre último- tomaron la decisión de encender cubiertas frente a las oficinas de la firma que conduce Néstor Girolami. Desde hace varios días, los trabajadores reclaman una respuesta alrededor de los cheques sin fondos que recibieron como indemnización a inicios de febrero; más el 50% restante de esa indemnización que venció el último 15 de abril. Los operarios reclaman también el fondo de desempleo ampliado, que la firma prometió en el convenio y aún no se ha hecho efectivo.
Un día después, ante la larga serie de incumplimientos por parte del Directorio de los acuerdos rubricados en el Ministerio de Trabajo, los obreros activos de la empresa –a quienes la firma adeuda sueldos entre $60.000 y $80.000 cada uno- decidieron en asamblea tomar las 3 plantas fabriles. Un centenar de vecinos acompañaron la toma, en la que los obreros sostienen guardias rotativas para evitar el vaciamiento de los galpones.
Al apremio en Vassalli, se suman en Firmat los conflictos en las firmas Dasa, Rega, Alcal y Corte y Plegados.
Sin la certeza de tener que sobrevivir abandonados de la mano del estado que sufren los trabajadores del sur santafesino, la multinacional francesa de supermercados Carrefour advirtió que «la crisis que atraviesa» pone en jaque miles de puestos laborales en todo el país. Con esa amenaza bajo el brazo, y a partir de las negociaciones entre la Federación Argentina de Empleados de Comercio y Servicios (Faecys), los directivos de la firma y el Ministerio de Trabajo, se anunció que la Nación «accede a subsidiar el 50% de las cargas patronales» a la multinacional.
Carrefour puntualizó entonces que se producirán «sólo unos mil despidos». En Santa Fe, la firma emplea 453 operarios en la sucursal Rosario, y 56 trabajadores en su sucursal de Venado Tuerto.
En la Argentina de la Alianza Cambiemos, cada tres minutos, un trabajador se cae del mapa laboral al agujero negro de la desocupación por despido, distracto de personal, suspensión o retiro voluntario. No solo eso: los cálculos más conservadores estiman que por cada puesto de trabajo formal que se cae, desaparecen cuatro puestos informales.
Angustias
Daniel Héctor Fernández no llegó a cumplir los 62 años.
Vivía en la zona sur de Rosario, en la parte trasera de la casa familiar de su hermano José. Las crónicas dicen que Daniel era un apasionado de sus sobrinos y sus sobrinos nietos.
Formó parte del plantel de 170 operarios de la mítica fábrica de llantas Mefro Wheels, donde se desempeñaba en el área de control de calidad. Hasta que la firma cerró, y Daniel se sumó al universo de los desocupados. Dicen que en los últimos días ni siquiera comía. El lunes 16 de abril de 2018 decidió terminar con su via en las quebradas del arroyo Saladillo.
Cuenta el periodista y diputado provincial Carlos del Frade: «Hace muchos años, en la Nochebuena de 1977, un telegrama de despido le llegó al padre de este cronista. El entonces Banco Monserrat lo echaba como un perro. En esa Navidad, en una mesa redonda de madera que todavía subsiste, el empleado bancario lloró a mares. Desde entonces empezó a morir de a poco. Se le apagó la mirada, el televisor se encendió los días domingos porque nadie hablaba y fue difícil verlo reír con ganas».
«Sucede que aquel que deja de hacer lo que hace todos los días, deja de ser», sintetiza Del Frade.
Y advierte que «el desocupado no produce explosiones sociales. Al revés. Implosiona. Por dentro de la familia y en un contexto machista, dejar de ser el soporte económico del hogar lo desintegra en su autoestima».
Para el periodista, «el suicidio de un trabajador es un cimbronazo emocional, un estridente llamado de atención para los que buscan convertir a esta cápsula espacial, de una buena vez, en un lugar digno de vivir, donde lo humano esté por encima de los intereses de muy pocos».
Ferrucas
Sergio Carro tiene 42 años, y es «ferruca». Hasta poco tiempo atrás, fue un orgulloso trabajador del Belgrano Cargas. Allí llegó después de pasar por una Cooperativa de la Unión Ferroviaria. Allí, también, como operario de una cuadrilla de Vías y Obras, sufrió un accidente que le dejó síntomas epilépticos. Con esa enfermedad a cuestas, bajo tratamiento médico, continuó prestando «servicio pasivos» en la Estación Ferroviaria de Coronda, a lo largo de los últimos 4 años.
En febrero recibió el telegrama de despido, «sin ningún motivo aparente». Desde entonces comenzó otro trajinar para Sergio. La búsqueda de la reincorporación; del mango cotidiano para vivir junto a su compañera y sus dos hijos; y –además- para poder costear los medicamentos que necesita.
Hasta que el último miércoles 18 de abril, decidió encadenarse en las vías, justo frente al andén principal –hoy desierto- de esa Estación de trenes que lo vio trajinar durante tantos años. Sergio Carro se encadenó en esa misma geografía que le brindó –que todavía le brinda- su identidad obrera. Identidad acunada entre durmientes y acero. Ese «ferruca», que es una marca a fuego que lo acompaña, como a todos y cada uno de los trabajadores ferroviarios.
«Voy a seguir atándome en la vía hasta que tenga una respuesta».
La situación estalló en algunos medios de comunicación. Hasta las vías llegaron entonces delegados de la Unión Ferroviaria, algunos representantes de la empresa, prometieron «dar a conocer el tema a los superiores», aconsejaron «llegar a una instancia conciliadora», y confesaron que «más no podemos hacer». También llegaron efectivos de la policía local, que labraron un acta ante lo que se considera delito federal: la ocupación de las vías férreas.
Al atardecer, personal de Gendarmería Nacional llegó a la Estación, detuvo a Carro, y lo trasladó hasta la vecina Santo Tomé, para que al «ferruca» se le tome declaración, se proceda a la identificación dactiloscópica, y se iniciara una causa judicial «por obstrucción de una vía pública federal». Pero más allá de todo, el obrero ferroviario asegura: «voy a seguir atándome en la vía hasta que tenga una respuesta».
Sinsentidos
Martina Nagel tiene 17 años. Vive son su familia en Gato Colorado, norte profundo santafesino. Cursa el último año del secundario. Cuando abril comenzaba a respirar sus últimas hojas del calendario, escribió una carta que se multiplicó en las redes sociales.
Martina cuenta allí que el útlimo 23 de abril, «mi padre recibió la llamada de un compañero de trabajo y amigo de toda la vida, informándole su despido, del cual él no se había enterado debido a que en el pueblo donde vivimos no hubo luz hasta el día siguiente».
«Cuando mi padre fue a estudiar médico veterinario en la ciudad de Esperanza, no contaba con los medios económicos suficientes para estudiar su carrera; fue por eso que trabajó para poder subsistir y lograr recibirse con mucho esfuerzo. Allí conoció a mi madre, quien estudió en la misma facultad y ya recibidos, con mis hermanos y conmigo, vinimos a vivír en donde seguimos estando en la actualidad y donde hasta el día de hoy son los únicos veterinarios», cuenta Martina.
Yo me pregunto, ¿por qué estos despidos sin sentido de gente que labura para que otras personas sigan subsistiendo? ¿Por qué acabar con las esperanzas de una familia? ¿En qué molestan mis padres si hicieron el esfuerzo de venir a vivir acá, de acompañar a los pequeños productores que no tienen recursos?»
«Desde el inicio de Gobierno del Presidente Mauricio Macri, comenzaron los despidos en la agricultura familiar (sector donde mi padre trabaja, o trabajaba) y en otras reparticiones. En un principio con el pretexto de que eran ‘ñoquis’ y ahora con la mentira de que son muchos empleados en el país. Yo me pregunto, ¿por qué estos despidos sin sentido de gente que labura para que otras personas sigan subsistiendo? ¿Por qué acabar con las esperanzas de una familia? ¿En qué molestan mis padres si hicieron el esfuerzo de venir a vivir acá, de acompañar a los pequeños productores que no tienen recursos?», se pregunta con lucidez la joven.
Y advierte: «Descargo mi dolor y el dolor de muchas familias que están pasando por lo mismo, esto es muy injusto, es injusto luchar para que te arrebaten todo sin previo aviso, que te sorprendan destruyendo lo que habías construido. Hablo por muchas familias, y hablo por mí y por mi futuro. Esto no es lo que queríamos. No es lo que esperábamos de quien nos debería cuidar. Las injusticias existen, ¿Hasta cuándo? El 23 de Abril le tocó sufrir a mi familia. ¿Mañana quién sigue? Ya no más, señor Presidente».
Sin trabajo
La carta, de puño y letra, llegó a las manos del cronista por el privilegio del oficio de poder escuchar para contar. Está firmada por Analía Miño, trabajadora social, que en diciembre de 2015 fue despedida de la Secretaría de Desarrollo Social de la Comuna de Alcorta.
«Hoy formo parte, como muchas personas, de ese grupo de desocupados, los sin trabajo. Pero esta pérdida de empleo o de trabajo (como quieran llamarle), no fue sólo quedarme sin un ingreso económico estable (nombrado así, como una categoría, como infinitas veces escribía en cada informe social que hacía). Fue una pérdida en todo lo significativo que la palabra tiene. Y como toda pérdida hay que hacer un duelo, como quien pierde un ser querido y no deja de pensar en él cada día que despierta. Vivirlo con toda la tristeza que ello implica», escribe la profesional con letra apretada y firme.
Y describe que «desde agosto del año 2009 hasta diciembre del 2017 trabajé en la Comuna de Alcorta. Obviamente, como trabajadora social, formé parte de la Secretaía de Acción Social, o Secretaría de Promoción Social e Inclusión, o Secretaría de Desarrollo Social, como se fue nombrando dependiendo del color político que gobernara. Diferentes formas de llamar a ese espacio que para mi, poco a poco, se fue transformando en mi lugar en el mundo».
«Todas las mañanas me despertaba con la esperanza que alguna realidad podría cambiar, una parte al menos de esa realidad, sólo con escuchar y comprender lo que es Otro tenía para decir. Me hablaban de necesidades, y ahí estaba la clave: descubrir -y descubrirnos- en una historia un derecho», relata Analía.
«No perdí solo dinero, o un empleo. Con mi despido perdí una parte de mí. No extraño estar cómoda: extraño las caras, las historias, las charlas, la rabia, la bronca, las mañanas compartidas. Extraño, sobre todo, despertarme con una esperanza.
Y denuncia: «En diciembre de 2017, con el triunfo en las elecciones comunales de la Alianza Cambiemos, dos personas se presentaron en ese, mi lugar, a decirnos –a decirme- que «ya no necesitamos sus servicios». Sentí mucha bronca, estaba muy enojada, con mucha rabia. Con el correr de los días, todo eso se transformó en dolor. Después, convocaron a algunas de mis compañeras de trabajo. En la lista no figuraba mi nombre. Dijeron: «ustedes vuelven, pero el límite es Analía». Cada día me pregunto ¿por qué el límite era yo? Quizás porque nunca entendí de límites y me jugué todo por algo que sentía que era un proyecto con una ideología política… ¿ese es el límite?», se pregunta la trabajadora social.
Y sostiene: «No perdí solo dinero, o un empleo. Con mi despido perdí una parte de mí. No extraño estar cómoda: extraño las caras, las historias, las charlas, la rabia, la bronca, las mañanas compartidas. Extraño, sobre todo, despertarme con una esperanza. Una parte de mi se quedó en ese espacio, mi lugar. Hoy no necesito trabajo. Necesito esperanza».
Planificar la esperanza
Andrés Sarlengo es docente y periodista. Durante veinte minutos hablamos de la situación laboral en la región. Al finalizar la charla, Andrés me dice que siente tristeza. «Esa tristeza que inquietaba a Pichón Riviere, él decía que era lo que se ocultaba detrás de toda patología de la salud mental. La tristeza de ser un semidesocupado».
«La tarea es entonces planificar la esperanza. Es decir reconocer el valor subjetivo de los proyectos. Hay muchos que hoy, aunque sufran no se entregan a la tristeza y luchan para gestar y sostener para sí y para otros la esperanza».
Hacia 1985, el poeta y periodista Vicente Zito Lema editó su libro «Conversaciones con Enrique Pichon Riviere. Sobre el arte y la locura» (Ediciones Cinco). Allí, entre otros temas, Picho y Zito Lema esbozan nociones sobre la familia, la profesión de psiquiatra, la práctica analítica sus límites, los fundamentos de la psicología social, la amplitud creativa, la tristeza y la esperanza.
Dice allí Pichón Riviere: «quien se entrega a la tristeza, renuncia a la plenitud de la vida, y entregarse a la tristeza es quedar con la mirada fija en lo perdido y no poder ver lo que nace, lo que vive, lo que crece y que es antagónico a esa pérdida».
Y propone: «la tarea es entonces planificar la esperanza. Es decir reconocer el valor subjetivo de los proyectos. Hay muchos que hoy, aunque sufran no se entregan a la tristeza y luchan para gestar y sostener para sí y para otros la esperanza».
Planificar la esperanza. Sostenerla, para uno mismo, para los otros. A pesar de todos los pesares.
Como cada trabajador y trabajadora que se aferran, rabiosos y tristes, a la palabra, para no dejar de enarbolarla, como una bandera.