Desde El Mangrullo vuelven a pedir por mejoras en las condiciones de vida del barrio. Con desagües a cielo abierto y líquidos de distintos colores, basurales entre las viviendas y ratas por todos lados, la contaminación está a la vista. Hay un proyecto de Municipalidad para urbanizar la zona, y los vecinos, conociendo los tiempos oficiales, se hacen la pregunta.
Por Martín Stoianovich
[dropcap]H[/dropcap]ay un cartel de la Municipalidad que anuncia obras. Y un puente de madera, que cruza un zanjón y que es parte de las obras, ya se desmorona. Los pasillos tienen el sonido de la naturaleza y el verde invade bien. También tienen un olor que no es de la naturaleza y apesta. Hay un desagüe pluviocloacal a cielo abierto que atraviesa el barrio hasta la desembocadura en el arroyo Saladillo. Y hay otros desagües, más pequeños que desembocan en el más grande, que pasan por debajo de los pocos pasillos pavimentados que tiene el barrio. Basurales que se acumulan donde no llegan los recolectores de residuos, movimientos que son ratas pululando, y más residuos por todos lados. Y desde cualquier punto del barrio se ve, estancado y triste, el esqueleto del hospital Eva Perón que con el golpe de estado de 1955 paralizó su construcción.
– Esa es la señal más inequívoca de lo que pasa con la salud en el barrio.
Dice Fernando, un vecino del Saladillo que en reiteradas ocasiones alertó sobre las condiciones sanitarias de los vecinos de El Mangrullo. Una cuestión histórica. El sector se empobreció fuerte desde que el Saladillo dejó de ser un barrio signado por la actividad de los obreros del Swift y toda la vida comercial que lo rodeaba. Una cuestión histórica porque hay demandas que nunca se atendieron. Desde el desempleo hacia todo lo que el flagelo acarrea: decenas de familia que viven entre la miseria. Viviendas con suelo de tierra y cielo de chapa agujereada que cuando diluvia se inundan desde arriba, y también desde abajo rebalsando las aguas servidas que nunca fluyeron porque todo está tan mal. Hay basurales sobre los caminos, sobre las barrancas, sobre todos lados. Todo se tapa entonces.
En agosto de 2015 en Rosario cayeron más de 100 milímetros de lluvia en 30 horas. El Saladillo se desbordó y se llevó con su corriente la casa de una mujer que vivía con dos hijos y un nieto, los tres menores de edad. Si esto no volvió a pasar fue por clemencias del tiempo. Porque los años se fueron y nada cambió. O sí: se siguieron acumulando viviendas sobre el arroyo Saladillo o sobre el desagüe pluviocloacal.
Hace unas semanas el gobierno Municipal anunció un proyecto para al fin urbanizar El Mangrullo. Piden que Nación dé el visto bueno a un crédito millonario solicitado al Banco Interamericano de Desarrollo para comenzar con las obras. El proyecto pinta realmente bien y es lindo tan solo imaginarse que los vecinos dejarán de circular entre la basura y lo harán por caminos de parque con vista al arroyo, que habrá pescadores organizados en cooperativas y todo lo que se puede escribir en lo que es por ahora: solo un proyecto. Pero los vecinos del Saladillo y El Mangrullo no comen vidrio. Entonces saludan el proyecto. Los entusiasma, les da esperanza. Pero saben de los tiempos oficiales en medio de disputas políticas y entonces no dejan de hacerse una pregunta: ¿Qué pasa mientras tanto?
– Las tortugas tienen ocho ojos acá.
Un vecino, parado en un puente y mirando desde arriba el desagüe pluviocloacal, hace el chiste pero serio. Dice que vive hace cuarenta años -toda su vida- en la zona. Y que hace cuarenta años -toda su vida- padece este problema del olor, de la basura, de las aguas intoxicadas. Va de la mano con su hija de unos ocho años y viene de ser papá, hace unas horas, de otra beba. Y no es un lugar común: Emilio no quiere lo mismo para sus hijas. Todos los vecinos ven que el arroyo Saladillo tiene una capa de espuma blanca que no es jabón. Todos vieron hace unas semanas cómo el agua del desagüe se volvió roja. No era uno de esos sucesos divinos de los que habla la biblia, sino alguna fábrica, probablemente el frigorífico Mattievich que está ahí nomás. Por eso los vecinos se preguntan por el mientras tanto, por los controles, por las obras para paliar el malestar, mejorar las condiciones de vida y evitar que se propaguen enfermedades evitables.
Enfermedades evitables como la leptospirosis. Imposibles en otros sectores de la ciudad, son peligros latentes en asentamientos y barrios como El Mangrullo. Las ratas andan por ahí y por allá, las aguas se estancan y entonces puede volver a haber un caso, como ocurrió hace dos años. Ese hecho encendió las alertas del gobierno que mandó cebos para doce casas.
“Después de eso se tomaron medidas desde la profilaxis, pero necesitamos desratización”, dice Mariano Romero, militante del Movimiento Evita en El Mangrullo. La organización apoya el proyecto que encaró el gobierno municipal, pero al igual que los vecinos también exigen respuestas a demandas que son urgentes. Proponen que del proyecto participen los propios vecinos. No solo porque quienes lo armaron no pisaron el barrio y al menos en el proyecto tentativo trabajaron con imágenes satelitales, sino también para evitar así que el barrio sufra transformaciones que perjudiquen a algún vecino.
“Se necesita desratizar, hacer extensiones pluviocloacales, desmontar los basurales, poner contendedores en sectores donde no entra la recolección, destapar bocas de desagüe tapadas, cosas que mejoran la calidad de vida”, dice Romero. Como si fueran caprichos -un acuario en el Saladillo, baldosas nuevas en la plaza del barrio, un paseo peatonal en cualquier lado, una bicisenda- estas demandas que aparecen cada año siguen sin ser atendidas.