Por Héctor Cepol
Es difícil, duro, pero la alternativa de repetir errores es casi suicida. Así, tajante, es hoy la necesidad del campo popular de construir un frente. La devastación es enorme y está claro que vienen por todo. Pero siempre que se nos agravó en nuestra historia la contradicción fundamental pueblo-privilegio, quedamos también de cara a otra contradicción no menos fundamental: la de hacer realidad, bajar a la cancha de una buena vez la unidad en la diversidad. Y desde ahí, sí, seguir adelante.
O sea, alcanzar después la roca dura, observar detenidamente el complejo odio de la hipercrítica, investigar qué puede ser reencauzado, aplacado, desactivado, erosionado (v. p. 68). Ni hablar de lo obvio: por caso, acoger el rechazo a los personalismos acentuados o demasiados verticales que rozan el bonapartismo –por favorables que sean o parezcan–. El frentismo, para que sirva, debe ser auténtico o alcanzar al menos un alto grado de autenticidad, y en eso solo vale el espíritu del héroe colectivo (1).
Por supuesto que, obviando imprevistos –que también afectan al antagonista–, para la democracia todo seguirá dependiendo de las grandes minorías activas, de su inteligencia, de su creatividad. Al fin, son las únicas con el poder de legitimar las mejores causas, por más que como todo también tengan su corsi e ricorsi. Pero lo mejor de la sociedad –el arte, la ciencia, el pensamiento, por caso– son sus frutos, sin mencionar que hoy son inéditamente amplias. Es fácil de ver, hay que superar la engañosa capa de los grandes individuos que, en rigor, son ni más ni menos que los que mejor sintonizan el colectivo.
Claro, Lenin exageraba al decir que las minorías activas hacen la historia. No, la hacemos todos: represores y reprimidos, asesinos y asesinados. Pero no es menor, para este nuevo análisis de las cosas que hoy se impone, que el titán revolucionario lo resumiera en clave de tomar y seguir tomando el Palacio de Invierno. Aquello fue un hecho sublime y un vector histórico, pero tan valioso como fallido en cuanto a tomar el poder sin ser tomado. Hoy, gracias precisamente a esa fabulosa experiencia y todas sus emulaciones, vamos entendiendo que no es el mejor camino, que no es eso lo que tiene chance de afirmarse, sino se trata de lo generado epistémicamente, lo brotado de la gemeinwesen (v. p. 255) –que sí, convengamos que también busca tomar el palacio, pero no tanto o no solo por vía del clinamen (v. pp. 69 y 256) sino de un cambio más gradual y sólido de las expectativas–. Digamos, que solo parece tener chance de afirmarse y no acabar demolido, si conseguimos controlar a nuestros bienintencionados más voluntaristas y violentos.
La verdadera toma del Palacio de Invierno tiene que ver más con los La Boëtie y los Oesterheld, y sus propuestas antiindividualistas que atacan la servidumbre voluntaria, que con los manuales revolucionarios. Lo sugiere esta nueva época, y no sus éxitos también insuficientes, sino su dinámica de autoconvocatoria surgida de las ruinas de la representación, y el que nos esté invitando a renunciar a la falsa disyuntiva evolución o revolución, y a profundizar, en su lugar, en la revulsión, en la vía pacífica pero revulsiva de la resistencia civil permanente, creadora, legitimante, instituyente a la postre.
Pero, claro, dotándola de alguna herramienta política, una acorde con el empuje de las minorías intensas de hoy y la multidiversidad de las dos mayorías (la silenciosa y la pensante (v. p. 80]), y acorde no por unánime sino por semiconsensual, semihorizontal –si como pensamos la democracia directa es una quimera pero no así la semidirecta (v. pp. 188 y 330)–, y diríamos también: semihegemonizada, sin bonapartismos, repetimos, que no es igual a carecer de liderazgos pero sí a generarlos democráticamente rotativos (en tiempos en que hasta los Papas empiezan a largar el sillón). Y, sobre todo, canalizando la revulsión a través de una herramienta que existe y ni falta hace inventar: el frente amplio.
Un frentismo auténtico, es decir participativo, con la gente y no de cúpulas –léase movimientos sociales, no solo partidos–, que sería la mejor forma de empezar a sanear la partidocracia y remontar la crisis de representación. Pero además, y aunque cueste el armado, es la mejor forma de enfrentar el frenteamplismo de derecha (que ya primereó como de costumbre): enfrentar el macartismo judicial, los mega mentimedios, las corporaciones, las ceocracias, y empezar a combatir al poderoso enemigo con sus propias y exitosas armas.
Desde luego, exige articulación y no es fácil. ¡Pero vaya si es realizable! ¿O con todas sus contradicciones el Frente Amplio uruguayo, nacido a principios de los ´70, no le cerró gradualmente el paso a la derecha? Es cierto, no en todos lados los frenteamplismos funcionan o funcionaron así, pero también eso debería estudiarse (2). Y es cierto que en Uruguay se planteó a largo plazo, y recién 20 años después alcanzó su primer escalón de fuste con el gobierno de Montevideo en 1990, donde hizo pie para reimpulsarse, y en 2004 quedarse con las presidenciales. Una hoja de ruta que no es la nuestra precisamente: aquí es imperioso empezar por el escalón más alto para frenar la devastación. Pero esto no impide rescatar dos cosas del frenteamplismo oriental: el modelo de un plan B a mediano y largo plazo –sería suicida estar seguros del 2019–, y el espíritu y la mecánica de articulación, vertebral para cualquier plan de la A a la Z, que el “paisito” usó en alguna de sus formas. O mejor dicho: en las muchas que debió explorar al compás de los acontecimientos.
¿Cuáles? ¿Cómo? Convendría masticarlo, pero también asumir que la gran interna que seguramente sostendrá la oposición en el ’19 (o en cualquier otra coyuntura), debería servir para elegir a quien tome en sus manos un proyecto común, y se disponga a cogobernar limitando su autonomía a lo que quede fuera de la construcción. Que debe ser eso, una construcción, no un acuerdo limitado al toma y daca, sino algo que arranque desde los cimientos de la articulación: la calle, los encuentros dirigenciales sin mesas chicas, las transversalidades, la reflexión íntima de cada grupo y cada militante. Y en algún instante, sí, la interna definitoria, pero partiendo de esto. El frente amplio es la base para parar al neoliberalismo y sobrevivir, pero el proyecto es la base del frente amplio, y la articulación la base del proyecto.
¿Que es difícil articular? Sin duda, pero es más difícil para la dirigencia que para la gente. ¿O en esa trinchera antifascista del Ni una menos, acaso no articulan mujeres radicales, kirchneristas, marxistas, independientes, y si nos descuidamos hasta de derecha? ¿No articulan las asambleas ambientales, o, de un modo intuitivo, las puebladas? (Las 17 que desde el Caracazo del ‘89 hasta la renuncia del presidente guatemalteco Otto Pérez Molina en 2015, socavaron o se llevaron puestos a regímenes neoliberales en América Latina (3), y que, a no dudar, volverán a estallar con su inevitable contracara de dolor y muerte, salvo que aprendamos por fin a ponderar en serio las contradicciones fundamentales).
Hasta las micropuebladas cotidianas que reclaman por un crimen impune o frenan una demolición especulativa, hoy ya naturalizadas, muestran no solo el despertar de otra dinámica ante el poder, al que antes se imploraba y por interpósita persona, sino novedosas microarticulaciones que no existían en el llano (4) (5), y que parecen clamar por una dirigencia que empiece a gobernar obedeciendo.
Y que suman revulsión, que ponen el combustible y esperan el vehículo: una dirigencia con lectura de las nuevas categorías políticas, con pragmatismo en la coyuntura dramática, con vigor para cristalizar ese tercer movimiento histórico que, con sus defectos y virtudes, buscaron Alfonsín y los Kirchner, y que para ir a fondo y manejar el bisturí que hace falta solo puede ser un frente amplio.
NOTAS
1 Un texto luminoso fue publicado bastante después de cerrado el Mataburros, por parte del periodista Washington Uranga. Es una reflexión dolorosa y serena de alguien sabedor que, aunque siempre nos puede ir peor, Argentina ya tocó fondo y son precisos nuevos saberes: Cuando se queman los papeles, 26-10-17: pagina12.com. ar/71619-cuando-se-queman-los-papeles
2 Pese a que tampoco abundan los ejemplos, a excepción del caso uruguayo y hasta donde sabemos, son todos del XXI delatando así su novedad y juventud. Para peor, la mayoría parece buscar con el nombre el prestigio del pionero porque suponen poco más que una expresión de deseos. Algún caso como el chileno resulta prometedor (fue la revelación en los últimos comicios ganados por Piñera y se posisionó como opción a futuro), pero también experiencias como las del FAP y el FAUNEN, en Argentina, no pasaron de simulacros de frentes amplios, urdidos como estuvieron entre algunos que no tardaron en pasar al neoliberalismo, otros en hacerse opooficialistas (p. 121) y algunas bellas almas.
3 Pérez (Venezuela, 1989); Collor de Mello en Brasil (1992); Bucaram en Ecuador (1997); Cubas Grau en Paraguay (1999); Mahuad nuevamente en Ecuador (2000); Fujimori en Perú (2000); De la Rúa en Argentina (2001); Rodríguez Saá en Argentina (2001); el contragolpe popular que devuelve a Chávez al poder en Venezuela (2002); Duhalde en Argentina (su salida anticipada por la masacre de Avellaneda, 2003); Sánchez de Losada en Bolivia (2003); Gutiérrez en Ecuador (2005); Mesa en Bolivia (2005); el apoyo popular que frustra el golpe contra Evo, en Bolivia, 2008, al punto que la misma gente del Tipnis, enfrentada duramente al gobierno en esos días, se niega a plegarse al levantamiento; en 2010 tanto la respuesta fulminante de Unasur, del ejército y del propio pueblo ecuatoriano, que pone los muertos en esa jornada, abortan una nueva intentona contra Correa en forma de putsh policial; la movilización popular que rechaza el intento de golpe blando contra Maduro en Venezuela (2014); la mayor protesta popular de la historia guatemalteca que exige y logra la renuncia por corrupción, primeramente de su vicepresidenta Roxana Baldetti, y luego del presidente Otto Pérez Molina (2015). (Datos de Página/12, Wikipedia y Google).
4 No está demás recordar que en los albores del Frente Amplio uruguayo, la fuerza que dio el paso más largo, el más esforzado considerando su pasado vertical, fue el sector de la lucha armada. Un documento tupamaro firmado por Raúl Sendic, fundador y líder del movimiento, refleja ese crucial estado de conciencia:
“La lucha contra el hegemonismo, contra ese intento de copar frentes y aparatos, merece una teoría, como ya se tiene por ejemplo en Nicaragua y El Salvador: formar al militante en la idea de que todo intento de copar determina una división, una exclusión, un debilitamiento de la fuerza real por acaparar lo formal (…) Haría falta que la oposición organizara foros los más pluralistas posibles para debatir acerca de lo que debe hacerse con la Constitución, con la banca, con la deuda, con el agro, con AFE [los ferrocarriles], etc. Que las ideas documentadas se transformen en ideas-fuerza. Y que las ideas-fuerza, una vez lograda esa compenetración popular, movilicen a la gente como hizo la del referéndum, y rescatar los problemas del continuo y cansador tironeo de las cúpulas políticas.” (Los frentes sociales y políticos, Raúl Sendic, pp. 3 y 20, ca. 1987).
Sería muy bueno que masticaran esto no solo algunos tontoluchos que defienden el foquismo electoral (“Nosotros somos distintos”, te explican), sino los sectores más abiertos y potencialmente frentistas pero todavía ávidos de “acaparar lo formal”.
5 Quizá a los que trabajen en un proyecto frenteamplista y su difícil articulación, tampoco les vendrá mal nutrirse filosóficamente, y hacerlo en especial a través de Spinoza. Tomamos un contacto más intenso que vasto con él en los días del 2001 y sus asambleas, a través de la lectura inspirada e inspiradora del psicoanalista argentino Enrique Carpintero. Decía este autor por aquel entonces en una de las varias notas que después formarían un libro: “El único mandamiento que se puede encontrar en su obra se puede resumir en una frase: la alegría de lo necesario. Para Spinoza la modalidad de todo lo que existe es la necesidad, y la libertad en el ser humano no está ligada a su voluntad sino a la capacidad racional de formarse ideas adecuadas sobre lo necesario y organizar su conatus –es decir su deseo– según ellas. De esta manera, no puede haber otra reflexión ética que no sea a partir de la acción humana. La ética implica que el sujeto se haga responsable de sus actos. Este es el pensamiento de Spinoza. No hay otra ética más que frente a los otros. La ética es social, es frente a los otros y en los otros.” (Los apuntes de Carpintero, recogidos como dijimos y ampliados forman La alegría de lo necesario: las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, Topía, de descarga libre en: topia.com.ar/editorial/ libros/alegria-lo-necesario).
Conjúguese con la nota anterior, y quedará claro que la viga maestra de un frente amplio debe ser la pluralidad y la ética ante el otro y en el otro. Claro, también hay que amasar con la harina que se tiene, y la viga puede no ser tan robusta. Pero a falta de viga, un buen tirante sería conciliar pragmatismo y ausencia de purismo con pluralidad y ética. No menos de eso.
* Entrada “El frenteamplismo” del Mataburros neoliberal (apéndice del siglo XXI), libro en preparación.