Este 7 de marzo se conmemora un nuevo Día de la Visibilidad Lésbica en Argentina y llega con el peso de varios sucesos transcurridos durante el último año: una mujer fue detenida tras besar a su esposa en Constitución, una pareja de chicas se volvió furor en el prime time televisivo y varias vidas se siguieron transformando a fuerza de orgullo.
Por Morena Pardo
[dropcap]E[/dropcap]s 7 de marzo de 2010. En Córdoba, Natalia “Pepa” Gaitán recibe un tiro por la espalda y muere ejecutada por el padrastro de su novia. Es asesinada por torta, por chonga, por pobre. Por la intersección de todos esos factores que parecen que hace que su vida valga menos o no valga nada. La noticia indigna, conmueve y moviliza a las tortas argentinas que deciden que ese hecho no quede impune, a pesar de que la justicia formal no haga nada al respecto: el 7 de marzo se conmemorará a partir de entonces, el Día de Visibilidad Lésbica en todo el país.
Es 2 de octubre de 2017. En la estación Constitución de la Línea C de subte en Capital, un policía de la ciudad increpa, violenta, y termina deteniendo a Mariana Gómez por besar a su esposa. Le dicen que es por negarse a apagar el cigarrillo que estaba fumando, pero la pareja sabe que hay otra cosa de fondo: aunque mucha gente lo hace, al policía sólo pareciera molestarle que la torta fume. Al policía en realidad le molesta que la torta exista y encima lo muestre. Se organiza un besazo en la puerta de la estación bajo la consigna #BesosLesbianos, con el objetivo de reivindicar el derecho a la visibilidad lésbica. De todas maneras, la Justicia procesa a Mariana por “resistencia a la autoridad y lesiones”.
7 de enero de 2018. Un grupo de chicas rosarinas viaja a localidad vecina de Oliveros para paliar las imposibles temperaturas veraniegas en el camping sindical de SUPEH. Entre ellas, hay tres parejas. Un guardavidas se les acerca a pedirles que dejen de manifestarse afectivamente porque “hay gente que se está quejando”. Las chicas irradian indignación y aunque en el momento se pelean poco, acuden a los medios y las redes. Como el hecho no ocurre en Rosario, no hay ordenanza antidiscriminatoria que ampare una denuncia. Pero el movimiento lésbico se encarga de organizar una jornada en el mismo predio para celebrar la diversidad de las familias.
En el trazo de esa línea de tiempo caprichosa (o no tanto), una serie de cuestiones parecieran materializarse con cierta claridad, que empezaran a explicarse por sí solas. Ante todo, que hablar de celebrar la visibilidad tiene que ver con reclamar ni más ni menos que el derecho a existir en sociedad, a expresar la identidad, los deseos y los afectos con libertad. Por otro, que el lesbo-odio goza de buena salud y los casos de discriminación siguen ocurriendo, y que incluso puede leerse un aumento en su frecuencia durante el último tiempo, posiblemente al sentirse legitimados por un avance anti-derechos que se expresa tanto en las políticas públicas del gobierno nacional (el cual, por ejemplo, elaboró un cuestionable protocolo de detención de personas LGBTI) y en los discursos conservadores que las sostienen. Es por eso que la lucha no perdió ni un gramo de vigencia y de su continuidad incesante depende la transformación que, subrepticia pero constante, ocurre a pesar de las reacciones arcaicas que intentan pero fracasan en detenerla.
Finalmente, que la discriminación ya no es gratuita en ciertos espacios: cada vez más personas se animan a denunciar (por vías formales o informales) y ante cada hecho repudiable llegará una o un escrache, generalmente en forma de celebración. Fieles a aquel lema histórico del movimiento LGBTI que reza que “ante tanta vergüeza, ante tanta represión, ante tanta violencia, orgullo”, las lesbianas transforman la censura de un beso en miles.
Visibilidad es transformación
“La visibilidad es un acto político que redefine la idea de la minoría, de que no somos una minoría. Que redefine la manera en que la sociedad establece sus vínculos y que cuestiona, y transforma sobre todo, las relaciones de desigualdad que son relaciones de poder”, elabora Fabi Fernández, docente, antropóloga y miembro de la Mesa de las Tortas, el espacio de articulación y activismo lésbico (cis-trans) que desde 2016 reúne en Rosario a distintas organizaciones y militantes independientes para pensar y dar lugar a los reclamos tortilleros.
Es que la línea de tiempo en torno a la visibildad lésbica también se desanda en otros sentidos desde aquel 2010, esos que escapan a las pancartas pero que ocurren todos los días y son los que más se celebran cada 7 de marzo. Son transformaciones sutiles, imperceptibles, que de pronto se vuelven cuerpo y (sin querer o queriendo) acto político. “En términos culturales o sociales es un trabajo de todos los días, no de una fecha conmemorativa”, indica Fabi para referirse a esas manifestaciones de afecto y de identidad lesbiana que redibujan la calle y la historia.
Es 18 de noviembre de 2017. Mariana es rosarina pero vive su primera Marcha del Orgullo en Capital. Tiene 32 años pero hace apenas dos que descubrió y vive su deseo por otras mujeres. Fue a la movilización con amigos esperando lo de siempre: una columna de gente, banderas y organizaciones. Jamás esperó semejante fiesta colectiva, semejante celebración a todas y cada una de las individualidades presentes. Jamás esperó sentirse así de empoderada. Cuando cruzó la carroza de la FALGBT y la pancarta que proclamaba “Visibilidad lésbica”, no lo dudó: se cargó a su chica en brazos y documentó un beso rodeada de una multitud. Fue su primera foto besando a una mujer en público.
Algo de aquello de no sentirse una minoría le pasó a Mariana en el día de la marcha. Pero había empezado a desandar ese camino unas semanas antes, menos amparada por la masa, cuando una noche en un bar cervecero de moda y repleto, se animó a besar a la chica con la que estaba. La visibilidad, para ella, fue una decisión consciente. Después del bar fue la parada del colectivo y de ahí la calle toda. “Me empecé a dar cuenta de que a nadie le importaba”, asegura. Antes prefería no mostrarse porque, al no estar aún completamente fuera del closet, no quería que sus afectos se enteraran por un cruce fortuito o por terceros, sino de su propia boca. Lo que pensaran o dijeran lxs desconocidxs, nunca estuvo en su horizonte de preocupaciones.
“No lo sentía como una represión porque directamente ni se me cruzaba por la cabeza. Lo vivía así”, recuerda respecto de la época en que no era visible: el espacio público simplemente no era dominio de sus deseos lésbicos. De todas maneras, asegura que ahora es mucho más feliz. “Creo que si querés a alguien, te dan ganas de abrazarla, besarla. Ahora que lo hago me siento mucho mejor”, afirma, con una sonrisa que no entiende de arrepentimientos.
Es 12 de julio de 2017. Agustina, de diecisiete años, le dice por Whatsapp a su novia que la pase a buscar por la escuela. Cuando besa a Valentina en la puerta del colegio, casi nadie se sorprende, aunque seguro algunx comenta algo por lo bajo. Pero lo que puedan decir o pensar sus compañerxs es irrelevante para la adolescente: a diferencia de Mariana, para Agustina la visibilidad fue algo natural, un paso más en su devenir como lesbiana. “Nunca me lo puse a pensar. Así como mis amigas están con sus novios, yo estoy con mi novia. Creo que andar dando explicaciones de ese tipo ya pasó. Además si no lo naturalizo yo, qué puedo esperar de los demás”, reflexiona con claridad.
Así como Agustina no pide perdón ni permiso para estar con su novia, tampoco lo hace para mostrarse y existir en toda su chonguez torta. “Me parece un poco prejuicioso pensar que por vestirte de una forma te tienen que gustar los pibes o las pibas. Pero para mí es una parte re importante de quién soy y siempre lo fue”, se planta. En ese sentido, la fecha de aquel primer beso con su novia en la puerta del colegio tiene algo especial que ella desconoce: fue exactamente un mes después de que excarcelaran a Higui, quien había estado siete meses presa por defenderse de un grupo de diez hombres que quisieron aplicarle una violación correctiva por lesbiana.
El pedido por la libertad de Higui encabezaba todas las pancartas el 7 de marzo de 2017, incluída la de la Mesa de las Tortas rosarina. Es que, al igual que la Pepa, Higui es pobre y chonga además de torta.
«Me parece que en el caso de las lesbianas hay algunas expresiones de esa tortez que son más discriminadas e invisibilizadas. Ahí es donde aparecen los atravesamientos de clase, la mirada hegemónica que tiene la sociedad sobre en la manera en que hay que ser mujer, y las tolerancias posibles. Ahí todo se entremezcla y aparece este cercenamiento a algunas expresiones identitarias que por supuesto incluyen maneras de vestir, de ser y de estar en el mundo. Creo que esa discriminación tiene que ver con una resistencia a estar normatizadas”, explica Fabi Fernández.
Aunque se sigue reclamando por su absolución, la liberación de Higui sin dudas estará entre los mayores motivos de festejo en este nuevo Día de la Visibilidad. Pero hay uno más: a las actividades que organiza la Mesa de las Tortas en Rosario para el domingo 11 de marzo, se sumarán Mariana, Agustina y posiblemente muchas lesbianas más que ahora sí, se animan y son.
Representación es visibilidad
Es el año 1990. Sandra Mihanovich y Celeste Carballo se sientan en el sillón de Susana Giménez, en una entrevista llena de silencios y ambigüedades: ellas son pareja y no lo esconden, pero tampoco es que se hable de eso. La música vuelve explícito todo lo tácito. Cantan “Mujer contra mujer”, el más tema más explícitamente lésbico de su repertorio (y posiblemente por eso de los más icónicos y recordados). La interpretación es tan intensa que si se besaran, sería casi redundante. O no, pero en las miradas y los gestos está el deseo, voluntariamente mostrado. Hay dos lesbianas cantando(se) en televisión y un montón de tortas mirando en sus casas se sienten empoderadas, identificadas, un poco menos solas en el mundo.
Es el año 2017. Julieta Nair Calvo y Violeta Urtizberea, con toda su expresión hegemónica, se besan en una novela del prime-time. Casi dos décadas después, cuando Sandra y Celeste parecen ser sólo nostalgia, la reivindicación pública de ese deseo lésbico, aunque ficticio, es igual o más importante. En el medio, el movimiento LGBTI ganó leyes que nunca se hubieran imaginado a principios de los 90. Pero hay dos chicas besándose en televisión y un montón de tortas mirando en sus casa se sienten empoderadas, identificadas, un poco menos solas en el mundo.
A pesar de que la lucha es cotidiana y en calle, personal y colectiva, hay una dimensión del avance hacia la visibilidad que no puede dejarse pasar: la mediática. Un paso importante camino a la liberación de Higui tuvo que ver con la capacidad del movimiento lésbico (acompañado enormemente por el movimiento de mujeres) de instalar el tema en las redes y marcarlo así en la agenda de los medios comunicación: eso ayudó a dale al caso el status público necesario y otorgarle peso a su urgencia de resolución.
En un sentido similar, la reciente presencia de referentes feministas en los programas faranduleros de más audiencia generó varios fenómenos imprevisibles: un aumento en las búsquedas en Google sobre misoprostrol y el advenimiento (al fin) del aborto como tema de debate obligado en todos los programas.
Es así que el furor que generó “Flozmin”, la pareja ficticia de lesbianas de “Las Estrellas”, no puede ser minimizado. Amparadas por una verdadera multitud de fanáticas (en su mayoría pibas de entre 14 y 25 años que no se identifican con la heterosexualidad) conectadas por Twitter y organizadas en comunidad, el primer beso de Flor y Jazmín generó uno de los mayores picos de audiencia del programa.
Pero la cosa no queda solo en una expresión de fanatismo. Muchas de esas chicas se animaron a contarles a sus familias acerca de sus deseos o su orientación sexual porque se sintieron animadas por Flozmin y cobijadas en esa comunidad. Julieta Nair Calvo compartió en sus atestadas redes una carta de una madre que le agradece porque, gracias a la novela, pudo empezar a hacer lo que hasta entonces no había podido: aceptar a su hija torta.
“Nosotras creemos que esa visibilidad no solamente ayuda a allanarles el camino a las niñas y jóvenes y a permitirles encontrarse con referentes, con alguien con quien identificarse, sino que no ponen en un lugar en el que la sociedad tenga que lidiar con su prejuicio. Esa visibilidad nos empodera y la mostramos orgullosas”, dice Fabi respecto de la visibilidad en las calles. Pero la frase bien puede adaptarse para pensar en la representación mediática del lesbianismo como empoderante e incomodante.
Es que a pesar de las miles de cosas que se le pueden cuestionar a Flozmin en tanto referentes (empezando por la insoportable hegemonía que atraviesa todo el relato), hay algo inobjetable: empoderaron a muchas pibas e incomodaron a lxs de siempre. Reclamar por más y mejor representación lésbica en los medios es una nueva proclama, que podría traducirse en más autoras tortas o bisexuales de las ficciones o más actrices o figuras públicas mostrandose orgullosamente torta por fuera de los libretos. Como hicieron Sandra y Celeste en una época improbable, y casi nadie volvió a hacer desde entonces.
Este nuevo 7 marzo, el camino parecería estar claro. Se necesitan más besos y más existencias tortas ocupándolo todo. Ocupando las calles, todos los días en lo personal (político) y multiplicándose en la colectividad en las ocasiones especiales. Y todavía más ahí dónde nos quieran prohibir. Ocupando las pantallas, en los relatos ficticios y no ficticios. Ocupando las mesas familiares, en todas sus formas y colores. Así y sólo así, a fuerza de esas existencias orgullosas, podrá transformarse todo.