En las enormes barriadas populares, las mujeres se organizan, debaten, reflexionan y paran este 8 de marzo. En Ludueña, cada febrero se celebra el Carnaval Cumple de Pocho. Este año, la marea violeta copó la plaza Pocho Lepratti. «Tuvimos la necesidad como mujeres de salir a decir todo lo que ya no aguantamos más». La feminización de la resistencia en los barrios es también cuerpa carnaval que denuncia, que celebra y que multiplica, con digna rabia, el grito de las mujeres: «vivas nos queremos», «nosotras paramos».
Por María Cruz Ciarniello – Fotos: 17 Carnaval cumple de Pocho
[dropcap]8[/dropcap] de marzo. Un nuevo paro internacional de mujeres, lesbianas, travestis y trans se teje en más de 50 países del mundo. Se teje en asambleas feministas donde la diversidad de voces, miradas y cuerpos entrelazan estrategias y modalidades de lucha. La calle, los lugares de trabajo, el rol de los gremios y centrales obreras, la realidad de las miles de mujeres precarizadas y no sindicalizadas, de las compañeras travestis y trans. El invisible trabajo que se realiza puertas adentro: las tareas del cuidado del lxs hijxs, las tareas del hogar, que representan una parte fundamental en el sistema económico y que -sin embargo- lejos está de valorarse como lo que es: un trabajo.
Por eso el movimiento feminista se organiza como ningún otro movimiento heterogéneo y dinámico lo hace en Argentina. El 8 de marzo se espera un paro contundente contra el sistema patriarcal que violenta a mujeres, travestis, lesbianas y trans, de diferentes formas. Las convocatorias y asambleas son amplias y diversas. En Rosario, se realizan en el Centro Cultural Toma, con la participación de más de cientos de mujeres, pero también, en aquellos territorios barriales donde las realidades están atravesadas por las políticas de ajuste, las changas, los centros comunitarios, los comedores escolares, las ollas populares. Y también, los carnavales.
En Ludueña, zona oeste de Rosario, durante el mes de febrero, cada año, se realiza el Carnaval Cumple de Pocho que ya es un hecho histórico y político en la ciudad. Nació del dolor, lo sabemos. Cuando Claudio Lepratti fue asesinado en diciembre de 2001, sus compañerxs de militancia y amigxs decidieron convocarse y organizarse para celebrar su cumpleaños, los 27 de febrero de cada año. Así nace el Carnaval. Hace diecisiete años que el festejo se potencia y fortalece bajo una bandera vital: defender la alegría como una trinchera. Una alegría que es política, dicen en Ludueña. Una alegría que nace del hacer. Que cada año se enriquece de los saberes populares y las luchas cotidianas. Este año no podía ser de otra manera: el carnaval se impregnó de feminismo barrial y popular. Lo construye a su manera, con las voces y las miradas de las vecinas del barrio, de las que sostienen cada día la feria de la plaza Pocho Lepratti, las que ponen el cuerpo junto a sus hijxs en las situaciones más difíciles. Esas mujeres son protagonistas del Carnaval.
¿Qué pasa con nuestros cuerpos? fue una de las preguntas que se hicieron en Ludueña. “Nos venimos encontrando las mujeres en distintos ámbitos, el carnaval es el inicio de una puerta muy grande para nosotras, en este carnaval sentimos y tuvimos la necesidad como mujeres salir a decir todo lo que ya no aguantamos más”, dice Vanesa, una de las mujeres del barrio quién además, milita en el Bodegón Casa de Pocho. Y suma algo fundamental: “Lo primero que se ve en un acompañamiento a un pibe, es a la mamá”. Erica, a su lado, agrega: “Nosotras formamos parte del movimiento de mujeres, y queremos que al barrio no solo llegue la imagen terrible que ofrecen los medios de comunicación masivos sobre las mujeres, los femicidios, sino mostrar la lucha y la organización que nos venimos dando las mujeres en distintos espacios”. Esta lucha y esta organización tiene nombre en Ludueña y fue una de las claves de este 17 Carnaval Cumple de Pocho: la feminización de la resistencia. “Y si nos organizamos y resistimos es porque hay una feminización de la pobreza también”, remata Erica, una de las mujeres que desde los 13 forma parte del Bodegón de Pocho, hoy ya casi rondando los 30 años.
El ajuste brutal y los despidos repercuten fuertemente contra las mujeres. Y no es casual, opina Erica con claridad: “es una sociedad que reproduce lógicas de mercado que son totalmente violentas. Las que salen a pechearlas una y otra vez son las mujeres. Acá funciona una feria que es sostenida 100 por ciento por mujeres, que laburan todos los días de miércoles a sábados, y es importante que en Carnaval se vea la importancia de estar juntas y hermanadas, por eso hablamos de cuerpa carnaval y eso no quiere decir que excluyamos a nuestros compañeros. Los feminismos nos vienen a proponer una transformación”.
En los barrios, el trabajo informal se evidencia en las postales diarias: los comedores son sostenidos por mujeres. Las ollas populares y las ferias también. Pero además, esas mismas mujeres son las que realizan, en más de un 90%, las tareas del hogar. “En una sociedad en la que 7 de cada 10 mujeres trabaja en el mercado y en que más de un tercio de los hogares tiene una jefa de hogar mujer, esta distribución de trabajos no pagos genera una doble jornada laboral. No solo es injusto, sino que además es insalubre y tiene consecuencias sobre la vida en un sentido muy amplio”, sostiene la economista feminista Mercedes D’Alesandro. La brecha salarial evidencia una desigualdad notoria en Argentina: por igual tarea, los varones cobran un 27% más que las mujeres. Además, de acuerdo a datos brindados por la Encuesta Permanente de Hogares del segundo trimestre de 2017, en Argentina la informalidad laboral afecta en mayor proporción a las mujeres: mientras que 36 de cada 100 empleadas son informales, en los varones la relación es de 31 de cada 100.
La sororidad como acción política
Si hay un concepto que los feminismos abrazan es la sororidad: la empatía con otras mujeres que sufren de la misma manera las distintas opresiones que a lo largo de nuestras vidas soportamos solo por el hecho de ser mujeres e identidades feminizadas. Para Vanesa hablar de sororidad es fundamentalmente, pensar en una salida colectiva. En formas de organización donde el individualismo no tiene cabida. Así, al menos, lo sienten en la enorme barriada de Ludueña, las mujeres de la economía popular, las doñas quienes, en el barrio, la pechean para llenar la olla en sus casas y en los comedores populares. Por eso, para Vanesa, el Carnaval es una puerta que se abre cada año: que invita a la pregunta, al enojo, al ruido. Lo son, principalmente, los talleres que se realizan. Este año hubo dos: el de aborto fue clave: “nos parecía muy importante el solo hecho de que la palabra aborto se instale en el Carnaval. Es necesario instalar el ruido y decir que esto nos está pasando. Muchas veces hablamos sobre qué pasa con los cuerpos de los pibes. Pero ¿qué sucede con los cuerpos de las pibas en las barriadas populares?. El poder de decisión no es solo decir “yo aborté” sino también poder pensar la educación sexual, y es fundamental poder instalar el ruido en nuestros barrios que es donde más se invisibiliza”, dice Erica.
“En los barrios, muchas mujeres abortamos. Solo que a veces no lo decimos. Hay muchas compañeras que no lo pueden decir porque vivimos en un sistema que nos oprime. Las compañeras de los barrios no desconocen el aborto y este es un camino que abre a la pregunta, al enojo, a la discusión, porque también hay quienes no están de acuerdo. Nos toca reflexionar mucho”, aporta Vanesa.
Mariana es militante feminista y barrial en Villa Banana. Estuvo en Ludueña participando del taller de mujeres que se realizó en la Escuela del Padre Montaldo. Con dinámicas de educación popular, se trabajó bajo esta premisa fundamental del feminismo: lo personal es político. “Nos encontramos las compañeras haciendo una base de la educación popular, repensando nuestras infancias, nuestras juventudes, donde habíamos sentido opresiones, desde el hospital, salud, familia, boliche, desde la calle. Y después soltamos esas energías negativas, y reflexionamos que nos está pasando, como estamos en nuestros territorios”. Para hablar de aborto en los barrios, Mariana sostiene que lo principal es la escucha. Es un proceso de deconstrucción, de reflexión. “Mis propias compañeras del barrio antes me decían que el aborto era un pecado, y hoy me dicen, ahora lo entiendo, y lo ven de otra forma. Porque ellas mismas se fueron dando cuenta de todas las opresiones que estaban sintiendo. Pudieron, primero, empezar a empoderarse, y cuando pudieron hacerlo, ahí empezaron a poder dejar de juzgar con el dedo y mirarse entre sí como compañeras”. También la violencia se inscribe en el barrio sobre el cuerpo de mujeres jóvenes, niñas, adultas. “Está naturalizado que seducir a una piba es a través de lo violento. Es muy complejo. Entonces, la pregunta es ¿cómo hacemos para desnaturalizar eso?. ¿Cómo hacer para que el trabajo en las casas sea visto como un trabajo aunque no haya dinero de por medio?”. Las preguntas se instalan y la militancia barrial y feminista se vuelve fundamental para acompañar a las mujeres, a las niñas, a las adolescentes. Para sembrar de a poco, esa semilla de resistencia que es el feminismo.
Moma
Este año, en el Carnaval de Pocho, el protagonismo lo tuvo la Reina Moma. Se pensó mujer, mujer trabajadora de doble y triple jornada. Mujer oprimida en proceso de liberación. Mujer con cadenas en sus manos, cadenas rotas. Mujer con sangre en su rostro, con alambres en su boca. Se pensó durante más de un mes y medio junto a las vecinas del barrio. Moma tiene una parte viva de cada una de ellas. “No podemos pensar en un único feminismo y eso implica incluir. Incluir a esa vecina que se identifica con una mujer trabajadora porque es ama de casa, porque se ocupa de la crianza de sus hijos”, explica Alejandra, otra de las jóvenes que integra el Bodegón de Pocho. Ese trabajo fue colectivo. Moma paseó de casa en casa, muchas manos le dieron forma e identidad. “porque queríamos hacer un trabajo para que las mujeres pudieran hacer ese proceso y le cuenten a Moma cuáles son sus opresiones. En ese armado todos los días la Moma se iba a dormir a la casa de una vecina distinta. Y ahí le iban contando cuales eran sus opresiones. Salieron cosas muy fuertes, muy lindas de todas las mujeres que se sintieron acompañadas por las mujeres. Moma nos transmite una energía muy difícil de transmitir en palabras”.
Alejandra también explica de qué manera cada vecina le fue inscribiendo esos signos de opresión. “Fue muy fuerte coserle la boca, atarle las manos”, cuenta. Pero Moma resiste y también libera. “Traemos a Moma y con ella invocamos la fuerza y el poder que tienen las mujeres de ese barro colectivo en la transformación social. Hoy, el ajuste a la vida cristaliza más la violencia machista sobre los cuerpos de las mujeres. Este 17 carnaval nos hace reflexionar sobre que implica Ni una menos en la cotidianeidad de nuestras casas y organizaciones. Entender el carnaval desde la perspectiva de género, resalta la feminización de la resistencia y la importancia de decir «basta», que nos queremos vivas y libres para que se vea que llega a nuestro barrio esa marea violeta, grande. Esto es lo vertebral de Carnaval”, sostienen desde el barrio.
Y así fue. Estar en Ludueña durante estos 3 días, fue sentir esa marea violeta copando cada rincón de la plaza. Fue, también, subvertir el orden del sistema patriarcal. Fue sentir el latido de la calle, calle que es carnaval. Un grito, organizando la bronca, empuñando una alegría. Eso es Ludueña, tierra de olvidos y memorias, de balaceras y pibes asesinados, de comedores y Mechas, de resistencias feministas y bicicletas militantes, de Pochos en murales, de bodegones y sueños colectivos. “Nuestra alegría es política o no es”, dicen en Ludueña, tierra de carnaval.