Desde Agencia Sin Cerco, El Eslabón y Boletin enREDando el domingo viajamos con compañeros y compañeras de la Ronda de las Madres y UMANO -Unidos por la Memoria y Ante el Olvido- y APDH Rosario a participar del escrache a Etchecolatz, pedir prisión común y realizar esta cobertura colaborativa.
Por María Cruz Ciarniello. Fotos: enREDando
[dropcap]M[/dropcap]ar del Plata es una ciudad de contrastes. Le llaman “La feliz” pero recorrerla obliga a transitar otros caminos no tan felices.
Mar del Plata tiene el mar enclavado en sus entrañas. Sus playas, las más populares, rebalsan en verano. Sombrillas apiñadas, carpas que se alquilan a precios desorbitantes y vendedores caminando bajo el ardiente enero para intentar ganarse la vida. Es que la vida en Mar del Plata está llena de matices. Porque también se impone el casino y los hoteles de lujo y esa otra vida inalcanzable para la gran masa que veranea en Mar del Plata.
También, en esta “feliz” ciudad de la costa bonaerense, hay un lugar donde habitan los genocidas. Un bosque que es un pulmón verde privilegiado. Un lugar para perderse, para caminarlo y respirarlo. El Bosque Peralta Ramos, con sus más de 400 hectáreas llenas de árboles, es una reserva forestal exquisita en Mar del Plata. Pero desde el 27 de diciembre pasado el paraíso se transformó en una guarida donde se refugia un genocida. Por eso el escrache y una marcha masiva y única según afirman lxs propixs vecinxs que viven en el Bosque. Es que ellxs también repudian la presencia de Miguel Etchecolatz, beneficiado con la prisión domiciliaria que le acaba de otorgar la justicia pese a un informe médico que determinó su buen estado de salud y las numerosas condenas a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad. En una reciente entrevista a un medio de la ciudad, Virginia Creimer, la perito forense que integró el cuerpo médico que revisó a Etchecolatz, declaró: “La realidad es que no encontré las patologías que se alegaban, era una persona que se encontraba en buen estado de salud y que simulaba una patología neurológica, y no fui la única, porque conmigo estuvieron dos médicos del hospital Ramos Mejía que firmaron de la misma manera, considerando que no tenía ninguna necesidad de estar en su casa y que podía permanecer en la prisión ya que no tenia patologías que ameritaran sacarlo de ese lugar”.
Entonces, el escrache se transforma en una metodología de lucha cuando la justicia no alcanza. Hacer un escrache es poner en evidencia quien vive allí, desnudarlo ante los ojos de la sociedad para que la condena sea social y colectiva. Decenas de cuadras caminamos hasta llegar a las inmediaciones de su casa, la cual estaba vallada y con una fuerte presencia policial. El grito de repudio se escuchaba con toda la fuerza que emana cuando la bronca es gigante: adónde vayan lo iremos a buscar. La consigna es cuerpo y ese cuerpo se multiplica.
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En el bosque hay una dirección exacta donde se esconde Etchecolatz: Nuevo Boulevard entre Guaraníes y Tobas. Allí está la casona donde pasará el resto de sus días uno de los símbolos más perversos del genocidio y el terrorismo de Estado en Argentina. Sobre él pesan los crímenes y aberraciones cometidas en tiempos de dictadura. Seis condenas a prisión perpetua lo sentenciaron a una cárcel común. Fue la mano derecha del genocida, el coronel Ramón Camps.
Pesan el secuestro y el robo de bebés. Pesa la Noche de los Lápices y también las desapariciones de Jorge Julio López, quien testimonió en su contra en uno de los juicios que lo llevó a la prisión perpetua. Pero López se encuentra desaparecido desde el 18 de septiembre del año 2006. Ese día debía presentarse a los alegatos finales. Jamás llegó a los tribunales de La Plata. Una foto supo revelar lo siniestro: en su mano izquierda, Miguel Etchecolatz tenía un papel arrugado que llevaba escrito el nombre de Jorge Julio López junto a la palabra “secuestrar”.
Hay preguntas, muchas, que Etchecolatz sigue sin responder. Es uno de los genocidas, uno de los tantos, que jamás mostró arrepentimiento por los crímenes, torturas, secuestros y desapariciones cometidas. Está implicado en más de 440 casos de privación ilegal de la libertad, aplicación de tormentos y homicidios agravados, con procesos abiertos por 520 casos de delitos de lesa humanidad y víctimas que alcanzan a 960 personas identificadas en los procesos judiciales. Se sabe que fue el jefe directo de 21 centros clandestinos de detención.
Su hija renunció a ser su hija, ni más ni menos. En ese acto de valentía, Mariana cambió su apellido y marchó para que su padre cumpla la condena en una cárcel común, el día en que el país entero salió a las calles para repudiar el vergonzozo fallo del 2×1. “Es un ser infame, no un loco. Un narcisista malvado sin escrúpulos”, señaló ella en una entrevista con Revista Anfibia. Recientemente, Mariana apuntó unas palabras para la Garganta Poderosa. Tremendas palabras: “Ante semejante noticia, no puedo imaginarme lo que sentirán quienes lo sufrieron y menos todavía quienes deberán convivir con él, en el mismo barrio marplatense. Sólo dos tipos de personas conocen verdaderamente a un sujeto como él: sus víctimas y sus hijos. Por eso, a mí que no me lo vengan a contar. Nadie puede venderme el discurso de la reconciliación, ni el cuento del viejito enfermo que merece irse a su casa. Quienes conocemos su mirada, sabemos de qué se trata. Hay centenares de genocidas con prisión domiciliaria, pero él nos hierve la sangre porque representa lo peor de esa época, tras haber sido la cabeza de 21 centros clandestinos y no haberse arrepentido ni un centímetro de sus acciones, fiel e incondicional a las mentes que planificaron ideológicamente la masacre. Justo y reparador sería que Miguel Osvaldo Etchecolatz estuviera para siempre en una cárcel común, hasta el final de sus días. Pues las marcas en el cuerpo, las marcas en la memoria, las marcas del espanto, las marcas del no saber, no se borran nunca, pero nunca más…”
En el escrache, por primera vez, hijxs de desaparecidos caminaron bajo una misma bandera con los hijos e hijas de los represores. La historia en Argentina va demostrando que los crímenes de lesa humanidad no tienen ni olvido ni perdón a pesar de los tiempos de cambio. Que muchos hijxs de los genocidas repudian a sus padres y reivindican esa otra historia que se escribe en cada silueta que lleva un nombre, una fecha y un lugar.
Siluetas que fueron las que acompañaron el paso durante el escrache en el Bosque Peralta Ramos. Siluetas que hacen presente a los desaparecidos; a las víctimas que hizo desaparecer el propio Etchecolatz. En ese camino de arboleda frondoza, están sus cuerpos hechos de cartón. Está el lápiz que traza la memoria. “Silvia Laura Castilla Ojeda, 28 años”. “Angélica Fabiana”, “Filler Silvia Ana, 18 años”. “Diana Terrugi, 24/11/76”.
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“Es importante en este momento de tanto atropello a nuestra historia, como luchadores del campo popular, este es un avallasamiento más”, dice Analía mientras camina. Se escuchan los cantos, las bocinas, la voz del megáfono anunciado las pocas cuadras que nos separan del lugar donde se llevará a cabo el acto, frente a la casa de Etchecolatz. “Ellos deben estar en cárcel común, como debe ser, ¿porque tienen que estar gozando de sus vacaciones?”, dice Sonia, familiar de Francisco Tiseira, desaparecido en Campo de Mayo.
“Acá tenés a un hijo y una hija de desaparecidos”, señala una de las mujeres que agita el escrache. “Están empezando a soltar genocidas, y esto es lo que está significando la gestión de Macri en este momento. Bianco también fue liberado por el TOF 6. Los escraches están volviendo porque justamente no hay justicia. Y no hay otra forma de resistir que no sea en la calle”, dice Gabriel que integra Hijos de Buenos Aires.
“Mis hermanos hicieron 400 kilómetros para la marcha de ayer y hoy volvimos porque es una injusticia total. Mi hermana tiene su papá desaparecido y nosotros estamos unidos en esta lucha desde hace años y los vamos a perseguir adónde vayan. Hubo también un escrache en Mar de Ajo”, cuenta Natalia quien viajó con sus hermanos desde Capital especialmente para participar de las actividades que durante todo el fin de semana tuvieron como eje repudiar la prisión domiciliaria a Etchecolatz y otros genocidas. No fue la única. Desde Rosario, militantes sociales de diferentes organismos viajaron durante más de diez horas para ser parte de este escrache. La bandera que llevaron los compañerxs se desplegó frente a la casa del genocida. 30.000 en letras blancas sobre un trapo negro. La memoria es eso: viajar, poner el cuerpo, estar presente y volver a viajar, otra vez.
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“Justicia social”, es como Natalia define a los escraches. No hay duda lo que eso significa. Esa justicia que se construye palmo a palmo junto a otrxs. “Al lado de su casa vive un genocida”, grita la voz colectiva. “Es la mejor herramienta y la única que tenemos. El dolor de los familiares debe ser terrible. Vivo a 5 cuadras de la casa de este vecinito que tenemos. Por suerte, la reacción de los vecinos es muy buena, obviamente está la parte reaccionaria, tenemos un intendente que es amigo de Etchecolatz, pero dentro del Bosque hay buena predisposición Hay mucha gente que no está de acuerdo”, relata Andrés que vive como muchos otros que estuvieron en el escrache, a cuadras de Miguel Etchecolatz. Y no es el único. En esas mismas calles de tierra vive una de las víctimas de la Noche de los Lápices. Su vecino, ahora, es quien lo secuestró y desapareció en 1976. Gustavo Calotti sobrevivió al terror, se exilió, volvió al país, se radicó en Mar del Plata y hoy, tras la decisión del Tribunal Oral Federal N 6, vive a pocas cuadras de su victimario.
María del Carmén Verdú, abogada y referente de Correpi, señaló con fuerza en el acto que tuvo lugar en el Bosque Peralta Ramos: “Etchecolatz está en su casa, y como dijo Norita Cortiñas, tenemos 6 compañeros presos por haberse manifestado contra las políticas de ajuste y represión de este gobierno. Hay tres causas en las que estamos viendo como toda la justicia federal se pone genuflexa al servicio de un gobierno hambreador y represor para meter causas por delitos federales por intimidación pública, sedición, rebelión a todos y todas los que nos atrevamos a levantar la cabeza para defender nuestros derechos. Los deja en libertad porque es un gobierno que reivindica explícitamente el terrorismo de estado. Tuvimos que salir a decir de nuevo son 30.000 y fue genocidio. Vimos cómo permanentemente se pertrechan las fuerzas armadas y de seguridad porque necesitan la represión y hacer este tipo de regalos para poder tenerlos a todos disciplinados y usar los 15 millones de cartuchos de balas que acaban de comprar para las escopetas 1270 de la policía de la ciudad, en una licitación que se hizo al día siguiente de la represión del 18 de diciembre. Se viene un año plagado de luchas. Solamente si somos capaces de fortalecer la unidad y profundizar la lucha vamos a poder derrocar este régimen infame”.
El turno de la palabra fue luego para Margarita, de la Asociación de ex Detenidos y Desaparecidos. Su voz se alzó en nombre de todos los sobrevivientes del circuito Camps, “que dieron su memoria, su testimonio y su cuerpo para volver a relatar los tormentos de este genocida”, dijo. “Tuvo al circuito Camps, inmensa cantidad de centros clandestinos de detención, hay sobrevivientes que recién se animan a dar su testimonio. Estoy acá, enardecida, con justa ira, con la misma ira que tenía mi compañera Adriana Calvo, la misma ira de la compañera Nilda Eloy, la misma ira de todos los sobrevivientes que vamos muriendo y llevamos en nuestro cuerpo la memoria de lucha, de resistencia, para acusar a estos genocidas. Todos y cada uno de los que salgan en libertad, vamos a ir a buscarlos”.
“Hace 20 días en el Tribunal Oral N 6, me tocó dar testimonio, fue el anteúltimo testimonio, por el secuestro de mi papá. Dí el testimonio del secuestro de Gregorio Nachman, un militante de la cultura, detenido y desaparecido aquí en Mar del Plata. Fue secuestrado por un tipo de inteligencia de la marina. Un tipo que se encuentra en prisión domiciliaria hace más de 6 años”. Su hijo estuvo presente en el escrache y tomó el micrófono para presentar a Nora Cortiñas. De ella, dijo, aprendimos cada jueves cuando grita “Venceremos”.
Y así fue como Norita, la incansable luchadora, la mujer hormiga que camina kilómetros y kilómetros para llevar adónde sea el grito por justicia, habló con toda su energía, con todo su amor. “Recordamos a las madres que ya no están. Y hoy estamos acá porque vemos que la injusticia va caminando por nuestro país. No perdemos la memoria. Y no nos reconciliamos, y por eso estamos acá. Vamos a empezar una campaña para hacerle juicio político a los jueces que dan estos beneficios a los genocidas”.
Cuando las Madres se miran, se preguntan: “¿cómo sería mi hjijo? Como vos, como yo”, cuenta Norita que es lo que se dicen al encontrarse cada día. “Ese compromiso nos sale de las vísceras. Cada mañana nos sale desde adentro, cada vez que abrimos la boca decimos algo que nos sale de las vísceras”. Y por eso, apuntó Nora Cortiñas, “vamos a seguir insistiendo”. Esa tenaz insistencia es la que, de manera colectiva, se tejió en el último escrache a Etchecolatz, allí donde el rugido del mar y el aire fresco de los árboles de una reserva forestal se entremezcla con el zumbido de la injusticia, la impotencia y el miedo.
Pero el alerta, en cada escrache, es un grito potente. ”Cuidado que están vivos, todos los ideales de los desaparecidos”, decía uno de los tantos carteles que quedaron desparramados, como huellas de la memoria, en el Bosque Peralta Ramos.
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