Desde el levantamiento de 1994 a la actualidad: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional busca mantener en su esencia un horizonte de autonomía a pesar de las dificultades que implica hacerlo dentro de un país que va en otra dirección. La decisión de presentar una candidata a las elecciones presidenciales de 2018 se sitúa como una estrategia para volver a la escena nacional.
Por Martín Stoianovich, desde México.
[dropcap]L[/dropcap]a mujer mira para abajo. Levanta la cabeza cuando intuye que voy hacia ella, se pone de pie y con una lámpara portátil ilumina a su alrededor para ofrecerme todo lo que tiene en su paño de unos tres metros de largo: vestidos, camisas, llaveros, adornos, sombreros, hamacas, zapatillas, remeras. No soy sincero cuando le digo que ando sin dinero. Con los cien pesos que tengo pienso comer algo. Eso alcanza para que automáticamente la mujer se ponga en modo off. Quiero preguntarle si la ropa la fabrica ella, cuántas horas trabaja por día, pero nada de eso le interesa después de que me niego a comprarle.
Las respuestas, al menos a esas dos preguntas, las tengo segundos después, ya intimidado, sin hablar con nadie. Las hileras de camisas y vestidos iguales, que ya había visto por la tarde en otro lugar, dan cuenta de que alguna producción en serie hay atrás del paño de esa señora muda para extranjeros no clientes. Y su paño no es el único, sino uno en una fila larga de otros puestos similares. La mayoría de estas mujeres, todas ancianas o que lo parecen, de comunidades indígenas de la zona, dormitan con un ojo cerrado y el otro semiabierto: ninguna se quiere quedar sin la oportunidad de ofrecer algo a los probables compradores. No hay jornada laboral para ellas. Pasa el día y siguen ahí, esperando que la noche que recién arranca llegue a su fin con algún resultado digno.
En las peatonales brillantes abundan los bares y las mujeres que bailan con sonrisas de placer. Ninguna se parece a esas vendedoras cansadas. Hay morochas altas, flacas rubias, grandotas blancas y a ninguna le hace falta trabajar con los párpados a media asta. Ya fueron seducidas por las empleadas de los bares que encajan las cartas en las manos para ofrecer comida, bebida y el augurio de una noche única. Los hombres, que andan en ronda como si estuvieran de ritual, miran y murmuran cuando las ven pasar: ellas sí que no parecen invisibles. Por las mismas peatonales brillantes caminan los niñitos cargando en sus pechos cajas de golosinas que no pueden tocar. Bostezan, ofrecen, les niegan. Se entristecen. Caminan, piden, bostezan. No venden. Bostezan y no duermen.
A un par de metros del bar El Argentino donde una estatua de Maradona del 86 es la atracción de los que caminan, y en frente de donde finalmente me senté a comer burritos, hay un caserón antiguo de dos pisos. A lo alto, apenas flameando por el viento leve que ya casi ni sopla, se lucen como victoriosas seis banderas españolas.
Ese edificio debe ser tan antiguo como la desigualdad, tan notoria en esta hermosa San Cristóbal de las Casas, del Estado de Chiapas. Sí, San y Cristóbal. Tan derrotada que impresiona.
Que la tierra tiemble
San Cristobal de las Casas es la ciudad que tomaron los zapatistas en las primeras horas del levantamiento armado del 1 de enero de 1994 en el que le declararon la guerra al gobierno mexicano. San Cristobal, por lo tanto, también está activa. En estos 23 años el sometimiento a los indígenas, evidentemente, no ha desaparecido. Pero sí, en algunos rincones de las selvas aisladas, se mantienen las llamas que se encendieron aquella noche. Desde hace meses el Ejército Zapatista de Liberación Nacional viene maquinando y avanzando en un paso controversial, metiéndose de lleno en el terreno que el movimiento históricamente viene castigando discursivamente y oponiéndose en la práctica a través de una constante construcción de alguna alternativa política autónoma. Fue en San Cristobal de las Casas, en el CIDECI-UniTierra, el Centro Indígena de Capacitación Integral que montaron los zapatistas a los pies de los cerros, donde se terminó de cocinar la conformación del Concejo Indígena de Gobierno con la idea de ocupar una postulación en las elecciones presidenciales que se vienen en 2018.
El Congreso Nacional Indígena, fundado a partir de una convocatoria zapatista en 1996 e integrado actualmente por barrios, tribus, naciones, colectivos y organizaciones indígenas, publicó en octubre de 2016 un comunicado en el que mencionaban los fundamentos de este avance. “Que retiemble en sus centros la tierra”, se tituló el documento en el que explicaban que “la ofensiva en contra de los pueblos no cesará sino que pretenden hacerla crecer hasta haber acabado con el último rastro de lo que somos como pueblos del campo y la ciudad”. En las mismas líneas se declaraban en asamblea permanente y proponían una consulta en cada territorio indígena mexicano para conformar el Concejo Indígena de Gobierno. Desde entonces se proponía que la vocera y candidata a presidente en 2018 en nombre del CNI y el EZLN fuera mujer.
A los pueblos Otomí Ñhañu, Ñatho, Hui Hú y Matlatzinca, del Estado de México y Michoacán, los arrancaron de sus viviendas, que fueron destruidas para la construcción de una autopista que une Toluca con Naucalpan y un tren interurbano. En el pueblo Chontal, de Oaxaca, las concesiones mineras provocaron el desmantelamiento de terrenos comunales que arrasó con cinco comunidades, incluidos los recursos naturales que son fuente de trabajo, comida y vivienda. Al pueblo Maya Peninsular de Campeche, Yucatán y Quintana Roo les contaminaron las aguas con agroquímicos, los despojaron de sus tierras para cultivar soja transgénica y palma africana, y para permitir el desarrollo de empresas inmobiliarias y otros proyectos meramente privados. A los pueblos originarios que sobreviven en la Ciudad de México, la gentrificación los fue corriendo de sus tierras para permitir construcciones y vida moderna. En el Estado de Guerrero el capital venció a la naturaleza: ahora el agua del río San Pedro corre hacia zonas residenciales y la ciudad de Ometepec, y el pueblo Amuzgo se va quedando seco.
En México, los pueblos indígenas siguen siendo las principales víctimas de la desigualdad, del despojo de tierras, de la explotación y el saqueo de recursos naturales, que dejan de ser utilizados para la supervivencia de los pueblos y pasan a ser la materia prima de un circuito económico que no incluye a los dueños y trabajadores originarios de esas tierras. El CNI enumera distintos casos de este tipo en todo el territorio nacional, para salir de Chiapas y trazar un informe de situación estructural que naturalmente se replica en el resto del territorio con las comunidades originarias como víctimas en común.
Para mediados del 2017, desde la Asamblea Constitutiva del Concejo Indígena de Gobierno, los cincuenta pueblos y comunidades del Congreso Nacional Indígena, muestran el avance del nuevo desafío. La vocera finalmente será María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy para su pueblo, una indígena náhuatl. Se propone que, más allá del nombre propio, su figura solo represente formalmente a la palabra de todas las comunidades y pueblos que integran el Concejo Indígena de Gobierno.
El desafío de saber la contradicción
Las mujeres no durmieron. Cocinaron toda la noche.
– Calculamos para que alcance a todos – dice María o Irma, alguna de las dos señoras vestidas con muchos colores fuertes que revuelven ollas enormes, se queman las manos con litros de café y se perfuman con el aroma de las empanadas, los pollos, los caldos, los tacos y el arroz condimentado que ofrecen.
Antes de abrir el puesto al público pintaron un cartel.
“Mi lucha sabe deliciosa, se cocina con resistencia y rebeldía”.
Irma y Norma se anticipan a cualquier pregunta avisando que solo hablarán de comida. Para el resto de dudas están los delegados y delegadas del Congreso Nacional Indígena y su vocera Marichuy. Guadalupe Tepeyac es la primera de las comunidades indígenas, lo que ellos llaman caracoles, en recibir al CIG en la gira que realizará por el Estado de Chiapas antes de lanzarse a todo México en busca de las más de 800 mil firmas que, como candidata independiente, Marichuy necesita para presentarse definitivamente. En los más de 700 metros de altitud en los que está el municipio Las Margaritas, la comunidad se vuelve ardiente cuando es mediodía y el sol está como en el medio del cielo.
En el dispensario médico, que tiene como presentación una bandera blanca con letras negras que dicen “Puesto de Salud Autónoma”, un grupo de doctores con pasamontañas espera en la puerta y atienden pacientes a cada rato. Hay más de doscientos médicos y médicas en Guadalupe Tepeyac. Gambetean, con la excusa de que el vocero del grupo está atendiendo, la propuesta de hacer una entrevista. Es que hay muchos extranjeros, todos con credenciales eso sí, pero en fin extranjeros de todos lados que pueden llegar a generar desconfianza. Solo que son doscientos y ese viejo cuento de que cuando se desocupen podríamos charlar: no dijeron nada más. El mismo hermetismo emana de la guardia de seguridad, que busca generar impresión con una serie de jóvenes y adultos que posan enganchados de los brazos y agarrando sus cachiporras de distintos tipos y colores, sin mostrar más expresión que la seriedad de sus ojos, que escapan de los pasamontañas y apuntan al horizonte en una imagen de postal trillada.
Nada es tan romántico. Acaso los niños insolados vendiendo helados son una representación, aunque menos trágica y contrastante, de los niños vendedores semi sonámbulos de las calles explotadas de San Cristóbal de las Casas. Las cocacolas circulando en mano de los zapatistas con pasamontañas y vendiéndose en los puestos de comida -tema que ya en tiempos pasados obligó al subcomandante Marcos a argumentar qué punto de vista tiene el movimiento sobre el consumo de productos capitalistas- son una muestra más clara de la contradicción que, solo por su naturaleza, implica un proceso de autonomía que se hace difícil sostener cuando el capitalismo no afloja.
Lo que desde afuera puede verse como una contradicción imperdonable, lo que para un admirador de sillón puede ser una traición que invite a la desilusión, para dentro del movimiento es un detalle. Lo importante, dijo Marcos aquella vez en la que salió a contestar un reproche de este estilo, es reconocer y cambiar los entramados de explotaciones que hay atrás de cualquier producción cuando no están en manos de sus trabajadores. “Podrán cambiarse los hábitos de consumo de una sociedad o las formas y medios de circular las mercancías, pero si no cambian la propiedad y los medios para producir, si no desaparece la explotación del trabajo, el capitalismo seguirá vivo y actuante”.
Los zapatistas parecen tener en claro que están dentro del mundo capitalista aunque intenten posicionarse, verlo, desde otro lugar. Saben que el modo neoliberal de vivir está, porque es el enemigo que se presenta con vigencia dejando generaciones de comunidades en la miseria. Saben que en ese terreno en disputa las contradicciones aparecen. Saben que esa guerra de la que hablan no se gana cambiando hábitos individuales ni decorando discursos. Saben, por ejemplo, que las lógicas patriarcales que signan también a las comunidades indígenas no serán transformadas por el solo hecho de que la vocera sea mujer y todas las oradoras de los actos también lo sean. La construcción de una alternativa política, económica y social pasa por encima del discurso. Trata de no ponerse frenos morales.
Y las dudas, cuando las hay pesadas, se plantean. En el Congreso Nacional Indígena vieron que la decisión de llevar a una candidata presidencial debía superar la etapa de la sorpresa y la controversia que generó la, probablemente, mayor de esas contradicciones de primera impresión: el zapatismo se había mantenido por más de veinte años separado de la política partidaria y parlamentaria. Ahora aclaran que no ofrecen una solución mágica como un partido político. “Estamos invitándolos más bien a organizarse, cada quien a poner a través del Congreso Indígena de Gobierno las propuestas, que sí las hay en todos los pueblos, con la vocera al frente para que podamos darle voz a todos los que en este momento no la tienen”, dice uno de los comunicados difundidos para los medios libres del continente, e incitan a aprovechar la coyuntura de las elecciones para difundir propuestas. “No vamos por el voto, no somos ningún partido político. No vamos por el poder”.
Al momento de ponerse al frente en el acto en la comunidad Guadalupe Tepeyac, Marichuy no toma parte de un discurso ensayado y no tiene el semblante tradicional de los candidatos que competirán con ella en 2018. Lee un discurso ya escuchado en otras ocasiones, y sus palabras se cruzan sin distinguirse de las de sus compañeras que hablan de la necesidad de participación de las mujeres en el movimiento o piden justicia por Galeano, el maestro indígena asesinado en 2014. El mensaje busca trascender los nombres. Hay cientos de pueblos indígenas que en México continúan padeciendo las desigualdades, opresiones y sometimientos que llevaron al levantamiento de 1994 y cualquier movilización popular de los de abajo de la historia mexicana. Hacía ahí busca llegar el mensaje: a los pueblos que se levantan y buscan reivindicarse dueños de las tierras que les fueron despojadas históricamente. En esas tierras que hoy habitan y trabajan, donde el progreso que siempre los deja afuera insiste en perpetuarse por la fuerza, continúa la resistencia. Por el hecho de seguir de pie.