“Es una parte muy dura la que nos ha tocado enfrentar en esta época. Pero alguien la tiene que hacer”, dice Daniela Pastrana, integrante de Periodistas de a Pie. ¿Por qué matan colegas en este país?, la respuesta desentrama el cúmulo de complicidades entre el crimen organizado y los gobiernos que imponen el silencio a costa de la vida de las y los comunicadores.
Por Martín Stoianovich, desde México
Foto: Animal Político
[dropcap]E[/dropcap]s difícil que se mantenga por un período mediano de tiempo una cifra exacta de los periodistas y comunicadores asesinados en México. Va en constante cambio. El contexto de violencia nacional en términos generales, y en particular con la prensa, lleva a que las cifras aumenten y las estadísticas se queden en el tiempo. Finalizado el primer semestre del 2017, la organización internacional Artículo 19, de las más efectivas en términos de registro de hechos violentos contra periodistas, había contabilizado un total de 276 agresiones en lo que iba del año, las cuales incluían seis asesinatos y una desaparición. Esa actualización marcaba un aumento del 23 por ciento en comparación al 2016. Pero un par de semanas después, y luego un mes y medio más tarde, los crímenes de otros dos periodistas renovaron las cifras que desde el año 2000 registran un total de 111 comunicadores asesinados y 25 desaparecidos en casos de presunta relación con la profesión.
El hecho de contar la verdad en un país donde la corrupción, el abuso de poder, las relaciones del crimen organizado con los gobiernos y las instituciones del Estado, y la criminalización de los movimientos sociales como método persecutorio a quienes denuncian -acaso las cualidades al día de cualquier país con bases de un sistema capitalista y las aspiraciones de mantenerlas- pueden costar la vida. Más claro: el hecho de contar la verdad puede costar la vida. No solo en México, sino en cualquier parte, al menos, del continente. Los métodos represivos circulan, bajando o subiendo como por un camino de norte a sur. También lo hacen las experiencias de resistencia de los movimientos sociales, lo que contiene a su alrededor el derecho a la libre expresión ejercido por profesionales y comunicadores comunitarios. Sobre ellos y ellas también aumentan y se renuevan los mecanismos persecutorios. Por eso es importante conocer el contexto, que más temprano que tarde, puede replicarse en cada región.
Daniela Pastrana es periodista, integrante del equipo de la Red de Periodistas de a Pie. Es cinco de octubre al mediodía y recién llega de Colombia, en donde su equipo fue premiado en el marco del festival de periodismo de la Fundación Gabriel García Márquez en la categoría imagen por el trabajo “Buscadores en un país de desaparecidos” del medio Pie de Página sobre el rol de familiares en la búsqueda de las víctimas de desapariciones en México. Pastrana se sienta en la mesa de una de las salas de la sede de la organización en Ciudad de México, repite la pregunta y contesta.
“¿Por qué se mata a los periodistas en México? Para empezar porque se puede. En México hay un nivel de impunidad general del 97 por ciento y en el caso de las agresiones a periodistas es de 99,7 por ciento. Menos de un caso de cada cien tiene solución, una respuesta o una consecuencia”.
Luego dispara, buscando quizás la certeza necesaria para dimensionar la gravedad de la situación: “En México es más peligroso investigar un homicidio que cometerlo”. Y continúa: “Puedes hacer cualquier cosa prácticamente en este país y no tiene consecuencias. Puedes ser evidenciado, demostrado en actos de corrupción para tener beneficios siendo presidente del país y no pasa nada. Ha habido investigaciones importantísimas de periodistas sobre corrupción al más alto nivel en este país y no pasa nada”. Pero sí un periodista investiga, aumenta sus probabilidades de sufrir consecuencias. Desde amenazas, a agresiones en serie, hasta la muerte como consecuencia final.
El asesinato de comunicadores en México tiene un contexto. Las cifras aumentan notoriamente a partir de la presidencia de Felipe Calderón en el año 2006, cuyo sexenio culminó con un total de 48 comunicadores asesinados. Calderón aplicó a rajatabla la farsa de la guerra contra el narcotráfico diseñada por los Estados Unidos y desde entonces la violencia en todo el territorio mexicano estalló contabilizando más de 100 mil asesinatos y más de 30 mil desapariciones. Como en el resto del continente, de las mentadas democracias solo van quedando sus maquetas: instituciones, poderes legislativos, letras y letras que configuran leyes olvidadas con trampas ya sólidas para que los distintos gobiernos puedan maquillar corrupciones, delitos de lesa humanidad y el engorde de sus poderes.
México bien podría ser uno de los paradigmas de ese contexto que en materia de violencia social e institucional muestra un macabro punto en común: la impunidad. En cuanto a la persecución de comunicadores la impunidad, que es el motor de la repetición de estos hechos, la configura la negación de los funcionarios públicos y las instituciones del Estado a relacionar los crímenes con el ejercicio de la profesión y no partir desde ahí para investigarlos, sino desde el aislamiento de cada hecho y también desde la mera criminalización y estigmatización de las propias víctimas.
A lo largo de la charla Pastrana recurre con ejemplos de los casos recientes más reconocidos. El 15 de mayo de 2017, el periodista Javier Valdez, de 50 años, fue acribillado con doce tiros en las calles de Sinaloa. En su carrera tiene al menos cuatro libros con la palabra narco en el título, en donde no solo menciona los manejes de los traficantes sino también las afinidades del crimen organizado con el gobierno. Valdez y su familia habían aprendido, o se habían resignado, o les habían impuesto, a vivir con la muerte como algo latente. De eso, casi siempre, hablaba con los colegas de confianza.
Dicen desde Artículo 19 que la seguridad de los comunicadores debe pensarse en términos integrales. Un comunicador no solo está en riesgo físicamente él, su familia y sus pertenencias. La persecución también afecta la seguridad digital cuando se ponen en riesgo las informaciones que cada comunicador maneja, las filtraciones de sus trabajos o los servicios de información de personas que a veces están demasiado cerca facilitando datos a quienes les interesa perpetuar el silencio. También la seguridad emocional o psicosocial se pone en juego cuando se cae en la cuenta que una imagen, un texto o una voz que nace del justo ejercicio de la libertad de expresión está afectando a los intereses del poder.
Algo así sucedió en 2015 con el fotógrafo Rubén Espinoza, quien a través de su herramienta difundió imágenes que comprometían al gobernador de Veracruz, Javier Duarte, por la represión a movimientos sociales. “Acuérdate lo que le pasó a Regina”, le dijeron mientras trabajaba, en relación a una colega asesinada en 2012. Espinoza reconocía el riesgo en su plenitud pero asimismo se sentía paranoico: no quería creer que el próximo podía ser él. Sin embargo tomó recaudos y se mudó a la Ciudad de México. Después de una serie de amenazas, fue acribillado junto a cuatro mujeres en un departamento de la colonia Narvarte.
El caso Espinoza puede reunir distintas características del entramado de silencios, complicidades e impunidades que envuelven a los balazos mortales. Explica Daniela Pastrana que Espinoza “anunció dos años que lo iban a matar y quién lo iba a mandar a matar”. No era paranoia. Pastrana agrega: “Lo dijo, lo repitió, insistió y lo mataron. Salió huyendo de Veracruz, se instaló en la Ciudad de México y ahí lo mataron de una forma brutal, justamente como él temía que lo mataran”. En su análisis, la periodista apunta a cómo se intenta desviar la relación de los asesinatos con el ejercicio de la profesión, con versiones que aíslan los casos o a través de la criminalización o estigmatización de los comunicadores inmediatamente después del crimen, desde las autoridades públicas como así también por parte los medios de comunicación.
Así, Pastrana parte de la generalidad y termina puntualizando en el caso: “Lo primero que se hace es vincularlos con asaltos, con situaciones de su vida personal, con crisis personales, con conflictos con el vecino”. En el caso Espinoza las autoridades judiciales de la Ciudad de México se apresuraron a conjeturar al día siguiente del hecho que el móvil del crimen no era acallar al fotógrafo, que no iban por él. “Nosotras nunca nos hemos negado a la posibilidad de que en algunos casos sí habían sido situaciones personales, porque México es un país muy violento. Pero cuando tienes 111 asesinatos y 25 desapariciones sin resolver y sin investigar siquiera los lazos que tienen que ver con la actividad periodística, pues entonces ya no pueden haber tantas casualidades”, explica Pastrana. La negación de la vinculación de los crímenes con la actividad es quizás el puntapié de la impunidad: si se omite esa relación, quedarán descartadas las amenazas a los comunicadores motivadas, por ejemplo, por las denuncias que desnudan complicidades de los poderes políticos con el crimen organizado.
En una constante y necesaria relación, Pastrana vuelve a la primera pregunta.
¿Por qué se mata a periodistas en México?
El motivo central es la impunidad. Cada asesinato de periodista que no está resuelto abre la puerta al siguiente asesinato. Cualquier alcalde, cualquier diputado local, cualquier gente que tenga un poquito de poder, puede decidir acabar con la vida de un periodista sabiendo que no va a tener consecuencias.
Esta guerra que llamó en su inicio Felipe Calderón contra las drogas, que fue la militarización del país, abrió la cancha a una gran batalla campal que empezó a finales de 2006 y principios de 2007. Pasamos de tener cuatro grandes cárteles del narcotráfico a doce y con una pulverización de los distintos grupos criminales y las formas de criminalidad. No solo el narcotráfico, son las extorciones, forma de control territorial, tráfico de personas, de armas, de lo que se te pueda ocurrir.
Lo que generó fue que los periodistas que estamos en la primera línea de fuego, que somos la línea más débil, quedáramos atrapados en una red de intereses que todavía no terminamos de entender. Porque todavía hay muchos casos, porque no hay investigaciones, que no se sabe si el agresor fue un grupo criminal, o un grupo criminal que trabaja para alguna instancia de gobierno. Queda muy difuso el enemigo, no es un campo de batalla en el que se tenga claro que si se salta una línea se pone en riesgo. Aquí te pones en riesgo por cualquier cosa.
¿Hasta dónde llegan las investigaciones y las causas judiciales?
El gran problema es que no hay investigaciones. En ninguno de esos casos podemos decir que hay una investigación satisfactoria. No solos se deslegitima y desestima, sino que en varios casos hay una clara criminalización del periodista. En el caso de Rubén Espinoza tuvo que haber una orden judicial para evitar que se siguiera difundiendo toda esta investigación que generaba mucho caos, y que criminalizaba a las personas que habían sido asesinadas.
Luego, la segunda parte es la puesta al olvido. Se lo deja en el olvido, el siguiente asesinato ocupa la atención de todos los periodistas del país y se nos olvida el anterior. El caso muy claro es el de Miroslava Breach (La Jornada) que se hizo una misión de observación, el gobernador Javier Corral anunció que ya casi sabían quiénes eran, que no iba a haber impunidad. Eso fue en marzo, pasó abril, pasó mayo, mataron a Javier Valdez, de pronto estamos en octubre y seguimos sin tener noticia de los que casi detenían en marzo por el asesinato de Miroslava.
Lo cierto es que no hay uno de todos los que han ocurrido que vinculen con el trabajo periodístico. Todas las resoluciones, invariablemente, han sido que los mataron por otra cosa. Por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Al aislarse cada caso, el Estado no siente presión en dar explicaciones sobre estos hechos. ¿Cuál es la posición de las autoridades?
Este es el nivel de negación del Estado mexicano: el primer pronunciamiento público sobre el asesinato de un periodista de los últimos tres presidentes fue en mayo de 2017, cuando asesinaron a Javier Valdez y Enrique Peña Nieto salió a condenarlo públicamente. Tardó nada más que 108 asesinatos en decir algo la presidencia de este país. Ese es el nivel de importancia que le da el Estado mexicano a las agresiones a periodistas. Por lo tanto, estamos como estamos y siguen matando a periodistas, y lo hacen porque se puede hacer y porque hay una omisión criminal.
¿Cómo es la cobertura de los grandes medios sobre los asesinatos de colegas?
No hay. La Jornada ha llevado en su portada dos asesinatos de periodistas, y han sido los de sus corresponsales este año. No se enteró en su portada, jamás, que mataban periodistas en el país.
El asesinato de Javier Valdez no fue portada ni la noticia más importante de todos los medios en este país. La cobertura ha sido con esta escuela vieja del periodismo de que los periodistas no deben ser la noticia, y yo estoy de acuerdo, pero cuando tienes 111 periodistas asesinados y 25 desaparecidos no hay modo de que no seas la noticia.
La mayoría de los grandes medios están absolutamente doblegados a las instancias de poder. Entonces la reacción ha sido de los periodistas. Nos han enseñado en las escuelas de periodismo a no ser críticos ni independientes. Un país que no tiene una opción de periodismo independiente, crítico, que permita expresar las voces de la sociedad, no tiene los cimientos para una democracia de ninguna forma.
¿Cómo son las antesalas de los crímenes, en general qué tipo de presiones y amenazas se sufren?
Varía mucho dependiendo de la zona del país en la que estés, el tema en el que estés metido, el perfil que tienes. En algunos casos la presión puede venir por la vía judicial, por la vía de algunas demandas, por la vía de la descalificación pública. En otros casos tranquilamente, por ejemplo, puede llegar el jefe de tránsito de un municipio muy pequeño de Veracruz, y decirle al periodista “necesitamos que le dejes tu casa a los nuevos jefes de la plaza”. Dile que no…
Las formas de presión son muchas, no hay patrón solo en ciertos momentos. La variedad y la creatividad para las formas de agresiones y hostigamientos son muchas. En los últimos años empezamos a registrar asesinatos muy brutales que lo que buscan es generar terror en el resto de los periodistas. Si sabes que a tu compañero lo desollaron, lo desmembraron, lo que se genera es pánico y terror y ya nadie quiere ser periodista en esa zona.
¿Por qué y cómo se plantean seguir trabajando teniendo tan en claro el panorama de persecución e impunidad?
El porqué es la forma más fácil de resolver: es nuestro país, es nuestra región, es nuestra vida y es nuestro derecho. Nadie tiene derecho a decirnos no cruces para allá, no hagas o no preguntes. No podemos irnos todos o dedicarnos todos a hacer otra cosa, cuando lo que ves que se está destruyendo es tu comunidad, tu municipio, tu país.
Cómo, ha sido un poco complicado. No es el trabajo más agradable pero lo tienes que hacer, tienes que enfrentarte no solo a las amenazas sino a la precarización laboral, y la frustración de que puedes publicar la investigación más sólida de corrupción del presidente del país y no pasa nada. Lidiar con la frustración es lo más difícil.
Trabajamos desde las perspectivas de las víctimas y no desde las élites. Eso es una ventaja. Puedes tener resultados quizás más pequeños pero muy significativos, como los de las señoras que te dicen que estaban cansadas de pelear, pero al ver la reconstrucción de lo que han hecho en el reportaje, se dan cuenta que tienen que seguir, que ha sido bueno y siguen buscando fuerzas. La reconstrucción del tejido social que es más imperceptible, a nosotras nos da satisfacciones cotidianamente, porque sentimos que tiene un efecto lo que estamos haciendo.
Luego el trabajo en redes, el trabajo colaborativo, en equipo, la apuesta por la gente joven. Eso nos da cobijo, si yo me cansé y estoy muy enojada, hay otros que te levantan, te ves reflejado en ellos, salen a cubrirte la espalda. Te sientes parte de algo, que es más grande, que es importante, y que finalmente te ayuda a entender que pues sí, que es una parte muy dura la que nos ha tocado enfrentar en esta época. Pero alguien la tiene que hacer.