El trazo a través de la memoria de una Madre de la Plaza: Celina «Queca» Kofman. Su libro «Historias y recuerdos de una Madre de Plaza de Mayo» fue publicado en una coedición por Editorial Ultimo Recurso y ATE. Un documento indispensable para entender de gritos: los de antes y los de ahora.
Por Norman Petrich. Foto: Museo de la Memoria
“Nos trasladamos a Tucumán. Íbamos recomendados ya para uno de los pocos abogados que aún quedaban y que no habían desaparecido por defender presos políticos y desaparecidos, el Doctor Ángel Pisarello. Él nos asesoró hasta el momento en que él también fue secuestrado y lo mataron.
Ahí empieza toda la búsqueda de mi hijo, como todas las madres lo hicimos…no aflojamos en la búsqueda hasta tener datos exactos, gracias al aporte de testigos que se jugaron la vida por darnos algunos datos… En el segundo viaje que hicimos a Tucumán con mi esposo, el Dr. Pisarello nos mandó a Famaillá. A un bar a una cuadra de la Escuela de Famaillá, con una carta especial para el dueño del bar, cuyo nombre no recuerdo. Él salió corriendo hacia la escuelita de Famaillá, entró muy cómodamente ahí, para luego venir a preguntarnos (seguramente por el apellido), si éramos judíos. Entonces yo cuando él me dijo así, salí corriendo con desesperación. Era un momento terrible. Dije: “Mi hijo está ahí». Esa intuición de madre. Yo no andaba bien de salud, pero salí corriendo hacia la escuelita. Me detuvieron y me encañonaron. Les lloré tanto, les dije: “Déjenme llegar al alambrado” que rodeaba la casa. Llegué hasta el alambrado, de unos dos metros de altura, y grité con toda la fuerza de mi corazón el nombre de Jorge. Nunca sabré si lo oyó o no.”
Intuición de madre, nos dice la Queca en este fragmento de su testimonio en el juicio por su hijo, el 25 de noviembre de 2014 en Tucumán (testimonio que está incluido como anexo en el libro), para luego aseverar que ellas (las Madres) aprendieron a socializar la maternidad. Será por eso que, haciendo un gran esfuerzo dado sus más de noventa años, deja sus recuerdos de militancia y nos permite entrar en un camino donde la tristeza cede a la lucha y la rabia ante la alegría.
Celina Queca Zeigner de Kofman es, quizás, la mejor representante de las Madres del mal llamado “Interior”. Esta maestra de escuela y luego directora, siempre supo lo que es encarar el desafío de la construcción de un mundo mejor. Algo que aprendieron sus tres hijos. Jorge Oscar Kofman era el menor de esos tres hermanos y tenía apenas 23 años cuando se fue al monte tucumano para intentar, a través de los sueños revolucionarios, esa construcción. Allí fue secuestrado y desaparecido. Se cree que estuvo detenido en “la Escuelita de Faimallá”, adonde fueron a buscarlo Queca, su padre Marco y su hermano Hugo. Hasta allí, hasta ese alambrado donde su nombre fue hecho grito que nunca sabremos si escuchó o no.
“Historias y recuerdos de una Madre de Plaza de Mayo” está coeditado por Último Recurso y ATE y dividido en 4 capítulos; Queca comienza contando los orígenes de su militancia en Madres en Concordia, Entre Ríos. Habla de las dificultades producidas por el acoso del Terrorismo de Estado pero también de las compañeros y compañeras que las hacían sentir que no estaban solas en ese trajinar que ellas realizaban con convicción:
“(El Padre Rubén Capitanio)…Fue a visitar al Obispo, quien nunca nos había querido recibir, logrando que finalmente lo hiciera. Sus palabras ante nuestro reclamo por nuestros hijos desaparecidos no fueron muy distintas a las emitidas durante el ayuno, diría que fueron peores. Nos planteó que aceptáramos lo que nos pasaba, que era voluntad de Dios que es quien da y quita la vida. Respondí en nombre de todas las compañeras: Monseñor, que Dios da la vida es una cuestión filosófica que no la voy a discutir, pero que Dios la quita, no siempre es así, ya que a nuestros hijos, no fue Dios quien les quitó la vida, sino la dictadura sangrienta y genocida. Se puso rojo de rabia y nos dijo que la entrevista había terminado.”
Luego, Celina Kofman, se traslada a Santa Fe en 1988 y continúa su militancia junto a las Madres de dicha ciudad, y a su hijo Hugo y su nuera Julia (quienes ya militaban en Familiares de Detenidos Desaparecidos) lo que ocupará todo el segundo capítulo. Allí refleja las primeras marchas de resistencia, las relaciones de Madres con el Grupo de Apoyo formado por esa juventud que volvía a tomar las calles para decir presente a pesar de la persecución policial en esos primeros y tímidos pasos de la democracia.
“Contábamos con un Grupo de Apoyo, ansioso de militar en la reciente democracia. Democracia en la que aún quedaban muchos resabios de la dictadura genocida, muy especialmente en la policía. Por eso cuando los jóvenes querían salir a pintar nuestras consignas en las calles, no los dejábamos solos. Con Negrita los acompañábamos. Así es que una noche en la que deciden salir a dibujar siluetas de nuestros hijos y consignas, vamos con ellos. Nos ponemos una en cada esquina, mientras ellos realizan las pintadas. Llegó un policía y la increpó a Negrita: “¿Quién les dio permiso para pintar esa pared?”, a lo que ella le contestó más que rápido: “¿Quién les dio permiso a ustedes para llevarse a nuestros hijos?”. El policía no contestó y se fue hasta la esquina en que yo estaba parada, se me acercó y me formuló la misma pregunta, y como si hubiéramos estado de acuerdo, le contesté con las mismas palabras, al fin se fue y los chicos pudieron terminar sus pintadas.”
Impresiona que esta historia contada por Queca cobre vigencia en estos días, cuando algunos se preocupan porque no se manchen las paredes, mientras miles salimos a pedir por un nuevo desaparecido, salimos a preguntar adónde está.
Pero la rabia fue cediendo a la alegría. Queca lo deja bien demostrado en el tercer capítulo (quizás el más rico) en el que rememora los viajes realizados por el mundo como representante de Madres, permitiéndonos conocer a una mujer comprometida que lleva los reclamos de todas por el mundo pero también a una persona de mucho humor.
En estos relatos traslada la lucha a Israel, Italia, Canadá, Bolivia, Corea del Sur, España y Brasil:
“Al finalizar nuestra tarea nos llevaron al hotel donde nos alojaríamos hasta que a la mañana muy temprano del día siguiente, nos llevarían al aeropuerto para nuestro regreso. Teníamos entendido que en el hotel nos servirían la cena. No habíamos comido nada en todo el día, estábamos exhaustas y con hambre. Al llegar el camarero nos lleva a nuestra habitación y nos dejó ahí. Nos preguntábamos dónde estaría el comedor, el hotel dormía a pleno. Llamamos al camarero, pero no nos entendía una sola palabra: “Queremos cenar, queremos comer», no había manera de que nos entendiera. Entonces le digo a Hebe que la única palabra en portugués que conozco es “frango” que quiere decir “pollo». Le pregunto si le parece bien y por supuesto mi compañera totalmente de acuerdo. Entonces le digo al camarero: “¡Frango!». Y nos hace señas de que traería la comida a la habitación. Un largo rato después llama y al abrir la puerta entra con una mesita rodante, con una presentación bárbara y un olorcillo ¡Un pollo entero con ensaladas y frutas! Nos costó empezar a comer de la risa que teníamos ante esta insólita situación. Comimos con prudencia y pedimos que lo retiren. Nos dimos un hermoso y reparador baño y ¡al fin unas horas de descanso!”
Para esta mujer la lucha no se detuvo en el reclamo porque, como ella bien lo dice, también fueron comprendiendo que para estar más cerca de ellos (de sus hijos) debían sumarse a la lucha de los trabajadores y de los humildes. Es así como acompañan a los trabajadores de Laguna Paiva, a todo el pueblo, en la lucha contra el desmantelamiento ferroviario llevado adelante por Menem o sus participaciones en el 2000, 2001 y, ya más cercano en el tiempo, en marchas por la niñez conocidas por sus consignas de “El hambre es un crimen” y “Ni uno menos”.
Por estos años Queca debe despedirse de algunas compañeras, el paso del tiempo profundiza la convicción de que la participación en los juicios a los genocidas se vuelve una tarea indispensable. Es así como en el 2008 llega la primera condena a Bussi, donde Queca da su testimonio en la Causa “Villa Urquiza” junto a su hijo Hugo. Por estos caminos transita el cuarto capítulo.
El poeta callejero Juan Kammammuri, en una de sus cartas orales, dice de alguien que érase un hombre con barba/ érase un hombre que hablaba/ con un pueblo colgando de su barba/ el cual iba gritando/ que no vaya solo ese hombre/ que no vaya solo/ ni tampoco permitamos que no vaya.
Las Madres van construyendo caminos pero no solas: 30.000 las acompañan. Ellxs seguirán estando vivxs mientras las nuevas generaciones levanten sus nombres y sepan quiénes fueron.
Todo eso está en el libro de Queca. Indispensable para entender de gritos. Los de antes y los de ahora. Y también este otro que hace de puente. Marco Kofman, músico y nieto de Celina, contó en la presentación del libro en el Museo de la Memoria, de Rosario, que entre los papeles de Jorge encontraron no hace mucho, la letra de una zamba. Sin título, sólo decía Zamba. Él se encargó de ponerle música e, increíblemente, al escucharla uno se encuentra con un estribillo que entra en diálogo con ese grito aferrado a un alambrado a la entrada de una escuelita:
Remando me alejaré
y dejaré correr la nostalgia
gritando al aire tu nombre