La escritora y poeta Rocío Muñoz Vergara nació en España, pero por una causa inexplicable siempre supo que su destino estaba en Argentina. Acaba de presentar su último libro Lengua de Serpiente, de Ediciones Danke, y en este diálogo con enREDando, sostiene: «un texto poético tiene una sonoridad que hace que no sea solamente texto escrito. La dimensión física del sonido nunca es descartable en un texto poético».
Por Lucas Paulinovich
[dropcap]R[/dropcap]ocío Muñoz Vergara nació en España, pero por una causa inexplicable siempre supo que su destino estaba en Argentina. Se recibió en filología española y enseguida buscó una excusa para viajar. La principal motivación del viaje era vivir en el país. Lo demás, podía arreglarse.
– Siempre cuento que mi primer mundial fue el del ‘86. Siempre me gustó mucho el fútbol y me crie con los goles del Diego. Me gustaba mucho el acento, la música, la literatura argentina. Mi adolescencia fueron los ‘90, entonces construí discurso a partir de películas como Martín (Hache) o Nueve Reinas- dice.
Tenía algunas certezas: Buenos Aires era demasiado enquilombado. Un congreso de literatura grecolatina en Rosario abrió una oportunidad. Presentó una ponencia y se la aceptaron. Ubicarse en la ciudad era facilísimo. Imprimió los planos en relieve y descubrió que era una cuadrícula. Encontró un hostel barato y cerca de la facultad. Se subió al avión y desde 2006 se instaló en Rosario. La experiencia argentina permitió desarrollar esa sensibilidad que curiosamente se había gestado durante su adolescencia europea, una especie de doble nacionalidad incipiente que hoy se concreta y sintetiza en el título de su último libro, Lengua de Serpiente.
– No siento que una nacionalidad se imponga sobre la otra, me siento doble. No puede dejar de marcarme, probablemente es lo que más me marca, el hecho de tener dos patrones bases de melodías en la cabeza. Yo voy escribiendo a partir de ese entrecruzamiento de sonoridad- afirma, mientras sirve un vaso del vermut que sus padres, de visita, le trajeron de Sevilla.
– Les pedí que me traigan toneles- se ríe.
– ¿Con más de diez años acá, cómo se dieron esas mutaciones en la lengua?
– Lo primero que me pasaba es que estaba tan instalada en la tradición española que no podía salir del verso exacto. No podía hacer verso libre, no encontraba la melodía. Una de las primeras cosas que me deslumbró fue eso: poder hacer verso libre. Y poder combinarlo. Hoy lo tengo más armadito, con la melodía base del verso exacto. Siento mi escritura como algo mestizo, no como una dualidad, de ahí el nombre del libro. Es una sola cosa y que toma cuerpo en la escritura a partir de los dos rasgos.
– Y en cuanto a las preocupaciones, a los temas, ¿qué pasó?
– Quizás al principio con el deslumbramiento lo que escribía tenía más de ingenuo. Era una escritura más fresca y espontánea, después me fui enredando en compromisos y esos temas van apareciendo ahora. Me hice peronista. Y ahora mismo todo lo que escribo está atravesado por el peronismo y por el kirchnerismo.
– ¿Cómo se dio eso de venir a un país por la literatura y encontrarte con un fenómeno como el peronismo, del cual solemos ver cierta incomprensión desde Europa?
– Fue como una fascinación, algo que tiene tanto de literario que calza con la propia literatura. Se escapa de cánones racionales, fríos, estructurados. Yo soy muy contradictoria, y vino a problematizar más esas contradicciones y a permitirme encontrar un sendero que era el mío. Ciertas discusiones que tenía con el núcleo más duro de la izquierda, el peronismo me las fue situando de otra manera. Para mí tiene que ver con la familia, con la felicidad.
– ¿En España tenías militancia política?
– Mi familia es de izquierda. Mi abuelo tenía una relación muy fuerte con el trotskismo. Después la guerra y los 40 años de dictadura acabaron con una mirada más militante, apareció el miedo. Las generaciones de mis padres son generaciones que se criaron con miedo. Casi con una certeza de que eso era muy peligroso. Eso pasa todavía en España. Meterse en política es visto como muy peligroso. Porque la transición en España no se dio como un acto de reflexión, sino que se pasó a la democracia con naturalidad, sin la condena o la repugna de nadie, ni siquiera se cuestionó la posibilidad de que existiera una ley de obediencia debida o punto final. A cambio de esa falta de cuestionamiento, así se entiende, llegó la democracia. La condición que el rey puso para llamar a cortes y no continuar la dictadura fue que se dejasen las cosas tranquilas. No hay una revisión de lo que pasó. Lo que produjo una ilusión de una nueva izquierda, de apostar por las clases trabajadores, por los pobres y por el socialismo, pareció cortarse con el bipartidismo. Las fuerzas se fueron cerrando y terminaron siendo las dos caras de la misma moneda, se vaciaron de sentido y son extensiones del neoliberalismo.
– El auge que parece resquebrajar el bipartidismo es de cuando ya estabas en Argentina, ¿cuál fue tu experiencia española, tu formación sensible-política?
– En España es difícil pensar. Se habla poco de política. Los jóvenes españoles se fueron espabilando con el 11M, cuando yo ya estaba acá. A partir de ahí empezó a resquebrajarse. Antes se vivía un falso estado de bienestar, en donde lo máximo que registraba era que yo no estaba a gusto. No podía generar pensamiento, no tenía donde engancharme. Había muy poco trabajo político. Y la izquierda en la que creía nos hizo perder la ilusión. Todo el entusiasmo que tuvimos con Felipe González se fue desinflando. Apareció un neoliberalismo muy fuerte con el PP.
– ¿Y al llegar qué fue lo que te atrapó, incluso pensándolo en materia literaria?
– Desde que llegué todo era como la expectativa que tenía pero multiplicado. Todo podía ser objeto de discusión, nada se daba por sentado. Este país estaba tan atravesado por Foucault y yo ni siquiera lo había leído. Me sorprendían los cuestionamientos de cualquier cosa que se dé previamente como verdad, de que el discurso sea algo que uno genera y no que lo genera a uno. Todas estas cosas que acá están tan claras, a mí me fascinaron. Era un mundo nuevo, me abrió la cabeza. Y a nivel literario, me encontré una academia mucho más contemporánea, más renovada, donde no solamente se reproducía saber, sino que además se generaba e importaban las lecturas que uno hiciese. En España hay una acumulación muy grande de saber, quizás está más organizado, pero con eso no se acostumbra a generar un pensamiento. Acá todo lo contrario. Después la escritura argentina, tanto los narradores como los poetas, tiene un trabajo de renovación continua del lenguaje.
– Y en la literatura rosarina, ¿cómo fue insertarse y encontrar espacios?
– Para mí en Rosario la literatura circula por todas partes. Por lo menos en los espacios donde me muevo. Pero bueno, a mí alrededor nadie votó a Macri. Tengo que hacer un gran esfuerzo para entender el pensamiento macrista. Tengo amigos que me dicen que en las mesas familiares se exponen, y a veces les digo que me inviten a esas reuniones así puedo comprobarlo. Y desde que llegué, encuentro que la literatura circula por los bares, las calles, es cierto que yo propicio y fomento eso, porque es el mundo en el que creo y el único en el que me interesa vivir. Por eso doy talleres desde que llegué y cada vez me fui especializando en eso. Me interesa cómo circula y se genera escritura y expresión artística en los grupos de taller.
– ¿Cómo se da esa relación entre taller y escritura?
– Mi vida es eso. Tengo grupos, voy a eventos. Entonces, después escribo y se lo muestro a amigos y me nutro a partir de lo que los demás escriben. Yo necesito muchas horas de lectura a la semana. Después pongo a circular lo que leo, lo que me parece que puede estar cercano al registro de la escritura de alguien. Intercambiamos libros, autores, títulos. Eso produce literatura. Va haciéndose una sinergia continua. Entiendo las cosas así. Está la parte solitaria, que es fuerte, porque la lectura es solitaria, necesito muchas horas de soledad. Y para escribir. Pero todo lo demás, es coral: mostrar, discutir. Ahora en los grupos elegimos un libro al mes, lo leemos y después lo conversamos. Uno de los grupos está activando lectura por audio. Entonces, me estoy por acostar y me escucho un audio. Esta casa está siempre llena de gente que comenta sobre libros. Escucho leer a mucha gente, en el ciclo A cuatro voces ya pasaron 190 poetas.
– ¿De qué forma se dieron esas experiencias extraacadémicas?
– Yo siempre fui un poco salvaje, mi relación con la academia fue angustiosa. Me costó un poco la solemnidad, la estructuración. Soy un bicho de academia, sigo estudiando. Yo tengo 35 años y ya abandone dos tesis, lo hago de forma más lenta, ahora estoy con un doctorado. En el camino me dediqué a muchas cosas. A mí me gusta el público, me gusta el quilombo, la fiesta, la noche, el chupi, el ambiente de los bares, las discusiones de borrachos, soy más de ese lugar. Del apasionamiento con discurso, eso es algo que tiene mucho la Argentina. Y hace un montón de años que hago ciclos, en España armábamos lecturas desde la secundaria. Siempre buscábamos ocasión para llamar a la gente, que no sea algo de minorías. Y acá empezamos con Maia Morosano en 2007 o 2008, en Corrientes 1380, lo que después fue La Chamuyera. El ciclo se llamaba Poetas Corrientes. En medio de todo eso, estuve dos años en España. Ahí también hice algunos ciclos. Teníamos uno que se llamaba Por favor sea breve, donde todas las semanas visitábamos un género que tuviera que ver con la brevedad, para pensar la relación con la contemporaneidad.
– ¿Cómo ves el mundo literario rosarino, habiendo escuchado a tantos poetas, con un panorama muy amplio?
– Me parece que es una ciudad muy activa, donde se escribe mucho, se lee mucho. Hay diferentes líneas, diferentes maneras de entender la literatura, pero todo eso es saludable. Esas disputas, los alineamientos, con esto tiene que ver la literatura. Yo soy feliz así. Eso genera escritura y pensamiento, y eso es lo importante.
– ¿Vos te lo planteas en esos términos de alineamiento?
– Yo hago salvajemente todo. La adscripción mía es la apuesta por la literatura en relación a lo popular y con la fiesta. A mí no me gusta organizar actividades para pocas personas. Me gusta la multitud, las masas, la manada, el fervor popular. Trato de construir un público respetuoso del trabajo artístico. Un público que escuche, que pueda disfrutar, que pueda opinar. Trabajo más desde colaborar en que se produzca ese movimiento que en adscribir a una estética. Por ejemplo, muestro lo que hace el objetivismo, arrimo, y después que eso genere discusión. No me decanto. Todas las estéticas colaboran en que se vaya modificando la literatura. Sí me posiciono en contra de los trabajos con lo minoritario, todos los intereses de que la literatura sea para unos pocos.
– ¿Y por qué te parece que hay esas tendencias sectarias o elitistas?
– Creo que eso se está perdiendo, somos muchos más los que pensamos las cosas de otra manera. Ahora se está deshaciendo eso que estuvo siempre ahí. Hay mucha gente a la que le interesa que la literatura sea algo especial, relacionado a una elite. Eso les genera placer. Es una relación a partir de lo exquisito. Yo defiendo que lo popular nunca está vinculado a la falta de calidad. Que algo se venda, que a un lugar vaya mucho público, no tiene que ir en detrimento de la calidad del hecho artístico. Pero hay cierta opinión, desde el principio de los tiempos, de que lo que tiene un recibimiento fuertemente popular es malo.
– ¿De qué manera pensás esa relación entre fervor popular y fiesta con la poesía?
– Trato de que mis poemas sean fáciles de comprender, no tengo una poesía hermética. Que aludan a cuestiones que, aunque son intimas, como toda escritura, tengan interés común, llevarlo a lugares donde mucha gente se pueda sentir identificada. A mí me gusta mucho recitar.
– Y hay una fuerte presencia de la poesía dicha en tus textos.
– Yo lo que quiero es que la gente se lo pase bien. No quiere decir que se ría, sino que disfrute. Todo mi trabajo es ver cómo fraseo y comunico para que produzca placer, sensación artística. Trato de comunicar con la voz y a la escritura la pienso de manera muy oral, no en cuanto a coloquial, sino que para mí la dimensión física del sonido nunca es descartable en un texto poético, porque justamente un texto poético tiene una sonoridad que hace que no sea solamente texto escrito. Las cualidades del sonido las trato de tener muy en cuenta.
– Respecto al nuevo tiempo, esta nueva experiencia del país, ¿cómo juega en la relación a la literatura, las ganas de hacer y lo que hay para hacer?
– Estamos trabajando con la resistencia. Resistir a ciertos discursos que tratan de apagar la finalidad, el sentido, la fuerza de lo artístico. Y tratan de homogeneizar todo, donde lo artístico no tiene cabida. En el ciclo tenemos la rueda de prensa y una pregunta que se repite es la de para qué sirve la poesía. Y eso no deja de preocuparme. Yo creo que esa pregunta tiene que ver con el neoliberalismo, esto de plantearse la posibilidad de que no sirva. Nadie se pregunta para qué sirve respirar. Y claro que el arte sirve para estar vivo. Es totalmente necesario para vivir, no hay sociedades que puedan construirse sin el hecho artístico. Es una manera de que no te lo expropien absolutamente todo, no es solamente el sueldo, los despidos, es la capacidad de pensamiento y la capacidad de armar un mundo más interesante.