«Me animo a darme cuenta dónde está el estafador. / Voy ardido en una historia que me roba hasta el amor», escribía el poeta Hamlet Lima Quintana en la mitad de los años 70. Hablaba de una pampa de falso verdor, donde los sueños perdían el curso y la pampa ardía en gritos desgarrados, con los primeros avances de un plan de restitución de la Argentina colonial exportadora de materia prima. Aquella historia tuvo en los trabajadores rurales la máxima expresión –sin embargo silenciada- de un saqueo sistemático. A caballo de esos silencios se tejió la crónica del saqueo: en la revolución verde de los 80, en la avanzada del paquete tecnológico de los 90, en la desembozada avaricia desatada con la derecha de los votos en el poder. El cuerpo de los trabajadores rurales en la intemperie programada que privilegia la producción a la vida.
Por Jorge Cadús / Foto: ViaPais
[dropcap]D[/dropcap]icen que por 1975, en mitad de las persecuciones y la pólvora cercana, el poeta Hamlet Lima Quintana comenzó a darle forma a una serie de historias enlazadas por la extensa e inabarcable geografía de la pampa y su verdor. Dicen que, entre verso y verso, Oscar Alem fue dibujando en el sendero de su piano la banda de sonido de esa crónica de siembras, sudores y estafas.
«Me pregunto, por las dudas, dónde va mi girasol, / mi maicito, mis ovejas, mi trabajo y mi sudor», escribe el poeta. Y confiesa «si no saben, que amanezco con el sol / y me duermo de cansado, de paciente y soñador».
Pero lejos de la idealización de ese verdor que se emparenta siempre con la esperanza, Lima Quintana señala la raíz del grito del despojado: «me animo a darme cuenta dónde está el estafador / Voy ardido en una historia que me roba hasta el amor», describe.
Aquella pampa ardida en gritos de los 70 desgarrados, de los primeros avances de un plan de restitución de la Argentina colonial exportadora de materia prima, tenía en los trabajadores rurales la máxima expresión –sin embargo silenciada- de aquel saqueo sistemático.
Nidera: una condena
El último 31 de marzo, los jueces de la Cámara Federal de Trabajo -Diana Regina Cañal, Víctor Arturo Pesino y Silvia Susana Santos- condenaron a la firma multinacional Nidera a pagar una indemnización a cuatro trabajadores «por las condiciones infrahumanas sufridas» en un campo arrendado por la empresa, en base a las declaraciones testimoniales recogidas durante una investigación motorizada por la Unidad Fiscal de Investigaciones Nº 6, de San Nicolás.
La condena remite a una causa iniciada en el año 2011, cuando agentes de la UIF relevaron trabajo inhumano en un campo de 348 hectáreas denominado San Patricio –en el distrito santafesino de Maggiolo, departamento General López-, alquilado por esa firma.
Haciendo pie en el relato pormenorizado de las condiciones en que se desempeñaban los operarios, la sentencia no deja lugar a dudas sobre el esquema de explotación montado por la firma: «nada de lo normado en el régimen agrario se cumplió», sostienen los jueces en la sentencia.
El fallo de la Cámara señala –entre otras cuestiones- que Nidera «privilegió la producción por sobre el bienestar de quienes contribuían a hacerla posible»: «no se respetó la jornada laboral de ocho (8) horas, ni los descansos»; «no se tomaron en cuenta medidas de higiene y seguridad»; «no se suministró agua potable para consumo y uso humano» y se concretaron «violaciones al acceso digno a una alimentación sana, suficiente y adecuada», consigna el fallo, que condena a la firma de capitales transnacionales a pagar una indemnización de $110.000 más intereses a cuatro de los trabajadores precarizados.
El método cotidiano
No es la primera vez que Nidera debe hacer frente a condenas de este tipo. En el exacto final del año del bicentenario, un procedimiento judicial realizado en la Estancia El Algarrobo, a pocos kilómetros de Santa Lucía, partido de San Pedro, revelaba que la multinacional –hoy propiedad de Cofco- explotaba el trabajo esclavo de adultos y niños traídos desde provincias del norte argentino.
En la finca, de acceso difícil por caminos de tierra, existía un campamento que alojaba a 130 personas, «entre ellas unos 30 niños y adolescentes, pero la justicia considera que hay por lo menos un millar en las mismas condiciones, en otros campos próximos a San Pedro», señala la crónica escrita en diciembre del 2010 por el periodista Horacio Verbitsky.
Y sigue diciendo la nota: «Los alojaba en trailers de chapa, en los que dormían hacinados de a veinte. La jornada laboral era de diez horas incluido el día de Navidad, bajo el rayo del sol, sin luz, sin agua potable salvo la que recibían en baldes. No podían salir de los límites de la propiedad en la que trabajaban ni conocían cuál sería su remuneración. La paga se difería para el último día del contrato informal, ya que no estaba registrado. Mientras, les descontaban todo lo que consumían a precios tan exorbitantes que nunca tenían un saldo favorable para cobrar. Les anotaban 80 pesos por una bolsa de papas, 65 por una de cebollas, 54 por un pollo, 17 por un atado de cigarrillos, ocho por un kilo de pan viejo y dos por recargar la batería del celular. También se hallaron fideos con la leyenda del ministerio de Desarrollo Social. Por un paquete, cuya venta está prohibida, los esclavos debían pagar 35 pesos».
Como resultado del procedimiento, se obligó a Nidera a pagar $5000 de multa por cada trabajador no registrado.
Precarizados
Poco menos de un año después de aquel procedimiento en San Pedro, la Unidad Fiscal de Investigaciones Nº6 de San Nicolás relevaba el trabajo inhumano en San Patricio, un predio de 348 hectáreas alquilado por Nidera.
El relato de los trabajadores recogidos por la UFI se enlaza con otros testimonios de cientos de investigaciones periodísticas y expedientes judiciales: los obreros dedicados al desflore del maíz cumplían jornadas extenuantes de lunes a lunes, sin descansos ni rotaciones, sobrevivían en casillas de dos metros por seis metros, ocupadas por 16 personas; sin servicio de energía eléctrica; sin baños para duchas o necesidades fisiológicas; debían extraer el agua para consumo propio de un pozo utilizando una bomba. Sin posibilidad de refrigerar alimentos, la comida que sobraba de un día se pudría a la intemperie. Esos mismos testimonios remarcaron que Nidera no proveyó a sus trabajadores los elementos necesarios para la labor requerida, tampoco proveyeron comida adecuada, y en un violento retorno a los tiempos de La Forestal, eran obligados a comprar comida a precios abusivos a un solo proveedor.
La situación descripta se multiplica en toda la geografía santafesina: sobre finales del 2016 y principios de este año, el ministerio de Trabajo de Santa Fe detectó casos de explotación laboral en varias localidades.
En la localidad de Santa Teresa, los inspectores se toparon con 32 trabajadores – entre las que había siete niños de entre 12 y 15 años- sometidos a condiciones deplorables de labor en la cosecha de arándanos.
A pocos kilómetros de Rosario, cinco establecimientos rurales dedicados al cultivo de verduras en la localidad de Pueblo Esther y de cría de animales en Alvear fueron allanados por los agentes del gobierno provincial: allí, se relevaron 21 trabajadores de nacionalidad argentina y boliviana, ninguno de los cuales estaba registrado conforme a las leyes laborales. Sin recibos de sueldo, sin aportes al sistema de la seguridad social, constancia de servicio de ART o seguro de vida, totalmente precarizados.
En Labordeboy –sur profundo santafesino, a 130 kilómetros de Rosario- 48 peones oriundos de Santiago del Estero contratados para ACA (Asociación de Cooperativas Argentinas) trabajaban más de doce horas en el desflore del maíz: los obreros del surco salían a las cuatro de la madrugada para empezar sus labores y regresaban a las 19 horas sin recibir el almuerzo; les habían prometido una paga de $100 pesos por jornada –el contrato legal estipula un pago de $508- y arrastraban una larga deuda salarial y horas extras impagas.
De acuerdo a las cifras oficiales del Anses, en el país existen 150.000 trabajadores temporarios, que en más de un 60% trabajan en negro, sometidos a la explotación de empresas intermediarias de firmas transnacionales. Después de varios años de recuperación de derechos para el sector, el 2016 marcó un fuerte retroceso: los registros oficiales de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo (SRT) marcan la reducción en la planilla de peones rurales registrados: 10.477 menos entre enero y octubre del año que pasó.
Santa Fe, la quinta provincia con más inscriptos en este rubro, tenía 25.720 empleados rurales en enero de 2016. Diez meses después, la cifra se redujo a 23.951.
Son 1.769 trabajadores rurales que salieron del sistema, sea por despidos o por pase a la informalidad.
La metodología es sistemática, y muchas veces cuenta con la anuencia de sectores políticos, la complicidad judicial y un fuerte encubrimiento mediático. Una metodología que escribe una crónica densa y oscura, que se mueve en ese límite difuso que va de la explotación a la precarización laboral, de la reducción a la servidumbre a la trata de personas. Y siempre el cuerpo de los trabajadores a la brutal intemperie, sometido a los designios del patrón.
Los conquistadores
Nidera es una compañía transnacional, líder en el mercado argentino de semillas, uno de los mayores exportadores de aceites, de cereales y de oleaginosas, que cumplió 80 años en el país. Nació abocada al negocio de la exportación de granos, de la mano de comerciantes de los Países Bajos. Su nombre resume las iniciales de los mercados cerealeros en los que actuaba: Holanda (Netherlands), India, Alemania (Deutschland), Inglaterra (England), Rusia y la Argentina.
A nuestro país, Nidera llegó hacia 1929. Hoy en día cuenta con tres centros semilleros, en Venado Tuerto (maíz), Chacabuco (girasol) y Miramar (trigo y maíz).
Pero la firma recién comenzó a incursionar en el terreno de las semillas en la década del 80: en sociedad con Comega trabajó en la producción de híbridos, precisamente en la ciudad de Venado Tuerto. La empresa fue punta de lanza para introducir los híbridos simples de maíz y para el desarrollo de tecnologías bajo la idea del «alto rendimiento», como el angostamiento de hileras y la fertilización. La relación directa de Nidera con el negocio de las semillas se inició en 1989, con la compra de la operación argentina de Asgrow, que en ese momento ocupaba un lugar de privilegio en el mercado de semilla de soja. Allí dormía ya el proyecto de la soja transgénica. Desde entonces, Nidera delineó la actual geografía social, económica y hasta cultural de nuestro país. Fue de su mano que se comenzó a introducir en la década del 90, y bajo la firma del Secretario de Agricultura del gobierno de Carlos Menem, Felipe Solá, las primeras variedades de soja transgénica RR (resistente al glifosato) en el mercado argentino.
Así, en 1996 fue la primera que obtuvo autorización para liberar al consumo humano y animal la soja transgénica resistente al glifosato. Apenas seis meses después que en los EEUU.
Para ello, Nidera contó con el gen que le licenció la multinacional Monsanto.
El ingeniero agrónomo Adolfo Boy, miembro del Grupo de Reflexión Rural (GRR), cuenta así la historia: «Monsanto aplica su estrategia de trasnacional y aparece bajo distintas máscaras. Generalmente marca un perfil bajo, e incluso trata de no aparecer. Monsanto busca subsidiarias locales, y a través de ellas actúa». Boy es categórico: «cuando Felipe Solá libera la venta de soja transgénica, Monsanto le había vendido a Nidera la patente de lo que hace que la soja resista al herbicida. Se puede decir que Nidera es Monsanto».
Prestigios y facturaciones
Para el año 2010, Nidera ya participaba del 10% del total de las exportaciones argentinas de aceites, cereales y oleginosas; con terminales portuarias propias en las ciudades de Rosario, Bahía Blanca y Quequén; comercialización de insumos agrícolas, fletes marítimos y producción de fertilizantes, herbicidas y fungicidas; además de operar una sociedad de garantías recíprocas, financiando siembras por medio de fideicomisos.
Entre los años 2014 y 2016, con la compra de su paquete accionario, la firma fue absorbida por el gigante chino Cofco (China National Cereals, Oil & Foodstuffs); una empresa con 60 años de antigüedad, administrada por la Secretaría de Estado de China como parte de sus políticas de compra y distribución de materias primas para la potencia asiática.
De esa forma, desde el 24 de abril de este 2017, Nidera se convirtió oficialmente en miembro de Cofco International. De acuerdo a la información institucional brindada por la firma, «COFCO International representa el nacimiento de una plataforma integrada de primera categoría mundial y constituye un hito para los negocios agrícolas globales».
Geografías
Ganadores y perdedores del modelo inaugurado allá por 1976, cuando los primeros cultivos de soja del país vieron la luz en el sur santafesino. Nidera, aquella firma que hacía sus primeras armas en Venado Tuerto, es hoy la firma que más bolsas de semilla fiscalizada de soja, trigo, girasol, sorgo y maíz coloca en el mercado nacional: sólo en el año 2015 facturó 18.500 millones de dólares.
Enormes ganancias que nunca derraman: la Escuela de Estadísticas de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Rosario estima que los salarios pagados por Nidera representan el 1,54% de su facturación.
Evangelina Codoni, dirigente de la Juventud de FAA, puntualiza las cifras del abismo: «el 4% de los productores concentran el 60% de la producción sojera». Al mismo tiempo, Codoni aporta una rara versión de la quinta pata del modelo de agronegocios: «esa producción de la soja la cosechan nuestros compañeros, que son la mano de obra altamente calificada que explotan los pooles de siembra para llevarse la riqueza de nuestros pueblos».
«Me animo a darme cuenta dónde está el estafador / Voy ardido en una historia que me roba hasta el amor», describe don Hamlet Lima Quintana en aquella obra conjunta con Oscar Alem, «La Pampa Verde», una obra caliente, vital, llena de luces que iluminan personajes cotidianos y sufridos.
«La Pampa Verde no es una obra de superficie. No relata meras anécdotas sino que inserta los hechos menudos y cotidianos en la problemática general. Tampoco describe paisajes, sino que el paisaje está incorporado en el propio habitante», explicaba el poeta hacia mediados de la década del 80, cuando la obra fue editada. Y dejaba en claro que «estos personajes no son inventados; son seres vivos, de carne y hueso».
A caballo del silencio del grito y la denuncia de esos vivos, de ese paisaje latiendo en las manos del trabajador rural, se tejió la crónica del saqueo: en la represión de los 70, en la revolución verde de los 80, en la avanzada del paquete tecnológico de los 90, en la desembozada avaricia desatada con la derecha de los votos en el poder.
«Me animo a darme cuenta dónde está el estafador…»
Cuarenta años después, la misma rabia y el mismo silencio sobre un desierto verde de taperas y precarización laboral. Como cantaba el poeta, «pampa verde, sangre y cielo, vas dolida como yo».