Desde hace tres años, funciona en la ciudad de Santa Fe, en una zona de islas y pescadores, un bachillerato de educación popular para adultos. En La Vuelta del Paraguayo, el Proyecto Revuelta – organización territorial con doce años de trabajo en la zona – coordina este espacio que apuesta a la educación como herramienta transformadora; entre remos y correntadas.
Por Mariángeles Guerrero / Fotos: Facebook Proyecto La Revuelta
[dropcap]H[/dropcap]ojas y cuadernos arriba de la mesa, desorden de lapiceras. Un gran tablón, una ronda donde el mate circula. Sentado junto a sus compañeros, Darío observa en su cuaderno la sopa de letras. Busca palabras con sus ojos claros, las encuentra verticales u horizontales, las anota debajo. En el listado se lee “confianza”, “tolerancia”, “respeto”, “diálogo”, “educación”, “escucha”. Y resume esa lista en otra palabra, inventada por él, que escribe seguro: “escuela”. Dani, el profe que le enseña Lengua todo los miércoles, dibuja una sonrisa amplia y franca, en la que se adivina un rastro de orgullo. Darío tiene 35 años, vive en La Vuelta del Paraguayo, y todas las tardes se acerca a la Casa de los Talleres para estudiar con sus vecinos y vecinas. Un rato antes de la clase, comía pan casero en el patio de su casa. Un grupo de chicas en bicicleta le recordó, del otro lado del tejido de alambre, que ya eran las seis, hora del Bachi. Darío se apuró, buscó su carpeta y salió con ellas. Ahora ya es de noche, y el riacho afuera muerde la barranca.
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La laberíntica zona de islas que rodea la ciudad de Santa Fe es ajena para quienes han asumido la vida de capital de provincia: de cemento y edificios que se propagan cada vez más altos, de trámites por hacer, de rutinas que la siesta apenas puede interrumpir. Al otro lado de la Laguna Setúbal, los pies se hunden en los caminos de arena de la Isla Sirgadero. En su extremo norte, La Vuelta del Paraguayo recuerda con su nombre aquel barco paraguayo que, cuenta la leyenda, alguna vez se hundió en las aguas del riacho Santa Fe, volviéndose pasado borroso y fluvial. Allí funciona, desde hace tres años, un Bachillerato de Educación Popular para que personas adultas puedan terminar los estudios secundarios. La iniciativa surgió de una organización de jóvenes que hace otros doce patea el barrio: Proyecto Revuelta.
Al barrio se puede llegar en canoa, o cruzando el Puente Malvinas Argentinas, que une el más conocido Alto Verde con el resto de la ciudad. Una bajada disimulada entre corralones y clubes es la puerta de ingreso. Las casitas apenas coloreadas hacen fila sobre la barranca del riacho, espejo de aguas que llegan desde la Laguna, bajando hacia el sudeste desde el Puente Colgante, y que forma parte de los trazos que el río Paraná dibuja con sus afluentes sobre el litoral. Vistos desde La Vuelta, los autos que pasan por la Ruta Nacional 168 parecen hormigas luminosas y veloces, también ajenas.
Hace más de un siglo, un grupo de familias encontró allí su lugar en el mundo. Hoy son entre 120 y 140 los grupos familiares. La mayoría vive de changas. El género define la ocupación: trabajo en la construcción para los varones, o doméstico para las mujeres. Sin embargo, la pesca sigue siendo la herencia que aún reciben los más chicos. Cinco generaciones de pescadores marcan la forma en que el terreno se convierte en territorio y cobra significancia política y económica: muchos encuentran aún en el río un trabajo, una forma de sustento.
La Vuelta del Paraguayo lleva en su memoria tantas crecientes como amaneceres de incendio reflejados sobre el agua: historias de pescadores y de trabajadores portuarios, barcos que llegaban y se iban en las épocas en que el Puerto de Santa Fe, al otro lado de la Setúbal, era promesa de paso de ultramar. Desde allí resisten al olvido y a ser invisibles: luchan por ser reconocidos en los mapas donde se definen las políticas públicas.
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La ciudad de Santa Fe se fundó hace casi 500 años, a poco menos de 80 kilómetros al norte del actual emplazamiento. Unos años después, se trasladó al sur, a la ubicación que conocemos. Dicen que una de las razones fueron las inundaciones de la ciudad vieja. Así, la mayor parte de quienes hoy la habitan aprendieron a vivir de espaldas al río, desconociendo su identidad ribereña, ignorando el recorrido del agua en canales subterráneos, acostumbrándose a los terraplenes. Esa es la norma que desafía la zona costera. El río que todo lo invade, hasta con el aroma húmedo de los irupé pasando entre los sauces, obliga a saberes que se aprenden en comunidad, que se saben desde siempre, que se dicen de boca en boca. “Acá las familias ya saben cuándo va a crecer el río, cómo va a ser eso, qué es lo que se tiene que hacer, qué no”, dicen en La Vuelta. Allí, las formas del terreno, las cercanías del agua, hacen inviables las defensas.
Históricamente, hombres y mujeres de La Vuelta del Paraguayo se evacuaron en el viejo trazo de la ruta 168, pocos metros al sur de su recorrido actual, respetando el lugar donde cada uno vive. Sin embargo, las gestiones municipales de los últimos años coartaron esa posibilidad. En 2009, por ejemplo, el plan de contingencia dispuesto en forma unilateral por la Municipalidad de Santa Fe, determinó que los vecinos debían evacuarse en el ex-GADA, ubicado en el norte de la ciudad, aproximadamente a 10 kilómetros del barrio. No se tuvo en cuenta entonces la voluntad de los lugareños ni sus experiencias previas. Pese a no contar con el apoyo estatal, igualmente decidieron autoevacuarse en el lugar que siempre lo habían hecho, cerca de sus casas y de sus pertenencias. También en ese año, el entonces intendente Mario Barletta implementó una modificación del Cuadro de Usos de la Ordenanza Municipal Nº 8.813: “Reglamento de Zonificación”, a través de la cual dispuso la nueva localización de los boliches en la zona que utilizaban los vecinos para autoevacuarse en las periódicas crecientes. No consultó la opinión de quienes contaban con ese lugar en cada creciente.
Cada vez que el río crece, entonces, se suceden las mismas postales: protocolos que no contemplan las voces del lugar, familias evacuadas en pequeños módulos de madera junto a los boliches, estricto control de la circulación de los vecinos en las áreas de evacuación (con horarios de entrada y de salida incluidos). La palabra “relocalización” aparece como murmullo lejano que crece, unida al cuestionamiento a los vecinos que eligen vivir en una zona “que se inunda”. Juicios que niegan que, en cada rincón de La Vuelta, sus afectos y memorias se entrelazan con el río, en sus calles de arena, con las raíces de los árboles añejos que, mientras se desparraman en las barrancas, susurran las historias de los abuelos pescadores. Y que es por eso que vale la resistencia, en un lugar donde los servicios básicos ni siquiera son promesa: no hay transporte público que ingrese al barrio, no hay alumbrado público, recolección de residuos ni desmalezamiento. Ante cada creciente, el camino de acceso se inunda con seguridad por estar en terreno bajo, y el barrio queda incomunicado. Las únicas instituciones que hay son una capilla y una escuela primaria.
Para muchas familias, la canoa es el medio de transporte cotidiano. Las bolsas de arena forman filas frente a las casas: le hacen la guerra estoica al fantasma del Paraná, que define los colores del paisaje la mayor parte del año. En la Navidad de 2016 alcanzó los 5, 27 metros, y lo cubrió todo, reavivando las tensiones que las políticas activan cuando los ríos del litoral buscan sus cauces.
En un territorio donde la vida cotidiana, la identidad y los derechos a lo más básico se tensionan, hace doce años un grupo de jóvenes estudiantes comenzó su vinculación con el barrio. Lo que empezó como un proyecto de extensión de la Universidad Nacional del Litoral, devino en lo que es hoy Proyecto Revuelta: organización territorial, política, autogestiva e independiente cuyo territorio de acción es precisamente La Vuelta del Paraguayo. A través de diversas actividades, se proponen potenciar la participación de vecinas y vecinos en instancias colectivas para reclamar lo que les han negado.
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Nando, joven vecino del barrio que trabaja en un taller de mantenimiento en el también costero Barrio El Pozo, dice: “el Bachi es un lugar donde vengo a hacer trabajar la mente, es un gran espacio para hacer actividades que no estoy acostumbrado a hacer, como escribir cuentos y narrar historias”.
Fue precisamente a instancias de Proyecto Revuelta, que en 2015 comenzó a existir el Bachillerato Popular La Vuelta del Paraguayo, o simplemente: el Bachi. Según un censo que en 2009 realizó la organización en el lugar, aproximadamente 60 personas (33 personas dentro de la franja etaria que va de los 16 años a los 30 años, y 27 personas de entre 30 y 50 años) aún no habían terminado los estudios secundarios. Nube Taleb, integrante de Revuelta, cuenta que fue en los Bachi que encontraron una forma de resolver la demanda de educación secundaria para quienes por algún motivo no habían podido hacerlo dentro del sistema formal.
Los bachi son experiencias de educación popular que comienzan en nuestro país en 2001, en el marco de la crisis económica, política y social; y de la exclusión que para muchos significaba una educación entendida como mercancía, unida al desmantelamiento de la escuela pública que había comenzado con las políticas de los años 90. “Era una buena opción poder pelear por un bachillerato y no exigirle al Estado un E.E.M.P.A. (Escuela de Enseñanza Media para Adultos), porque sabíamos que eso podía demorar muchísimo tiempo y también eran reclamos que implícitamente ya estaban hechos desde el barrio” rememora Nube.
“El Bachi es un lugar donde vengo a hacer trabajar la mente, es un gran espacio para hacer actividades que no estoy acostumbrado a hacer, como escribir cuentos y narrar historias”.
Es así que empieza el camino. En 2014 desde Revuelta viajan para conocer experiencias: el Bachillerato de la Ética en Rosario, impulsado por el Movimiento Giros, y también algunos bachilleratos de Villa Soldati en Buenos Aires -generados a instancias del Movimiento Popular La Dignidad. Una vez en Santa Fe, se realizan encuentros para discutir los fundamentos políticos y pedagógicos que tendría el bachillerato local. Se comenzó a proyectar su estructura: “entendíamos que, a diferencia de un taller, esto requiere de algunas formalidades específicas justamente por ser una escuela secundaria”.
En ese mismo año realizaron una convocatoria en la ciudad de Santa Fe a quienes estuvieran interesados e interesadas en participar, sean profesionales o estudiantes. “El título no era un requisito. Comenzamos a pensar el rol de docente o de educador dentro del Bachi, como equipos pedagógicos y no como sujetos individuales”, cuenta Nube. En términos formales, la falta de título habilitante se compensa en la figura del equipo pedagógico, conformados por docentes recibidos y por quienes aún están en proceso de formación. En términos de significancia política, el proceso de enseñanza-aprendizaje impulsado por un equipo que contiene en sí diversas miradas, da cuenta de una concepción colectiva sobre el modo en que se produce el conocimiento.
A través de esos encuentros fundantes, se propusieron buscar una alternativa a las materias fragmentadas y al conocimiento disciplinar. Adoptaron una currícula por áreas: ciencias sociales, naturales, comunicación (lengua, artes e inglés), donde se pone en juego la articulación de saberes y la idea de proceso para el aprendizaje. Los contenidos se diagramaron a partir de las currículas de los E.E.M.P.A., y de los NAPS (Núcleos de Aprendizajes Prioritarios) del Ministerio de Educación. “Se trataba de entender que si queríamos algún tipo de acreditación teníamos requisitos formales que cumplir. También pensamos en cómo vincular esos contenidos al territorio, con las necesidades y las ganas que tengan los pibes que habitan la escuela”, dicen Nube, e infla el pecho: “el Bachi además de ser una escuela es también un espacio de contención”. Quienes asisten tienen entre 19 y 40 años. El requisito mayor es que hayan terminado la primaria.
Las clases se dan a partir de preguntas y del diálogo, de poner en común lo conocido, y también de poder cuestionar lo que podría ser de otra manera: temas tan diversos como la violencia policial o las teorías de la evolución son abordadas, en dinámicas abiertas a las propuestas de los educandos. Luncha, que trabaja por las mañanas en la escuela primaria del barrio, y por las tardes estudia en el Bachi, cuenta: “empecé el año pasado. Aprendí mucho acá. Conocer el Bachi fue muy copado. Es una gran familia”. Y agrega: “acá hay libertad de expresión, me siento muy cómodo. Hablo de mis problemas, escucho a los demás. Cambia mucho a lo que es la escuela”. Aquí la jerarquía entre docentes y estudiantes se diluye en el tablón alrededor del cual todos comparten el mate y las clases. Dice Brisa, otra estudiante: “en el Bachi aprendo todo, desde cosas de la escuela hasta respeto”.
También se produce la búsqueda de recursos para que todas y todos puedan participar. Por ejemplo, aquellas estudiantes que son madres pueden llevar a sus hijos e hijas. Desde el equipo pedagógico les ofrecen actividades para que ellas puedan estar atentas a las clases. Graciela, vecina del barrio que va al Bachi con sus hijos, cuenta que esta experiencia no sólo le permitió conocer nuevas cosas, sino también compartir a diario las tareas con ellos.
Las decisiones sobre el funcionamiento del Bachi se discuten en asambleas donde también participan los propios estudiantes, como sujetos activos que pueden hacer valoraciones sobre el curso del proceso educativo. Los criterios de evaluación y las definiciones, transversales a todas las áreas, se discuten durante las asambleas de docentes. Se aspira a consensuar un sistema de evaluación que contemple a todas las áreas, y se toman múltiples criterios: asistencia, evaluaciones individuales, trabajos prácticos de refuerzo de temas desarrollados, y también instancias grupales.
También son esas asambleas espacios de discusión y empoderamiento sobre los distintos temas que hoy preocupan (y ocupan) a quienes habitan el territorio. El Bachi habilita espacios para que esas percepciones se conviertan en palabras, en propuestas. Porque este proyecto entiende que no es posible dibujar un horizonte, contar con el corazón nuevas historias, sin partir de la propia experiencia concreta, de lo ya conocido, de la tierra donde los pies pisan.
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El marco legal para espacios como el Bachillerato Popular de La Vuelta del Paraguayo en nuestro país es la Ley Nacional de Educación, n.º 26.206, que reconoce el funcionamiento de instituciones educativas públicas de gestión estatal, privada, cooperativa y social. En la gestión social, dice Nube Taleb, “es la sociedad civil la que impulsa ciertas actividades, las ejecuta y piensa como se va a abastecer. Se trata de poner en tensión lo público no estatal, es decir que lo público es lo de todos y que no implica que un Estado te venga a realizar las cosas sino que nosotros también somos capaces de poder hacerlo”.
Sin embargo, en la Provincia de Santa Fe aún no se ha reglamentado el funcionamiento de los espacios educativos de gestión social. En el caso de la experiencia de la Escuela de la Ética en Rosario, los títulos de finalización de estudios se otorgan a través de un E.E.M.P.A. Pese a que desde un primer momento en la dinámica del Bachi se pensó en los requisitos para la formalidad, ese es aún una lucha pendiente. En junio de este año, integrantes de Proyecto Revuelta mantuvieron una reunión con funcionarios del Ministerio de Educación de la Provincia. Desde la organización entienden que es el inicio del diálogo por la validación de los títulos. Además, se ha presentado un proyecto de ley en la Legislatura santafesina para que estas experiencias sean incorporadas en el sistema educativo provincial, tal como ocurre en Río Negro, Buenos Aires o la CABA. En el caso del Bachi, en 2017 son seis estudiantes, de entre 19 y 40 años, los que estarían en condiciones de recibir su diploma.
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La experiencia del Bachi no puede narrarse sin contar primero las particularidades de La Vuelta del Paraguayo: su historia, las tensiones políticas que se tejen en sus calles, la vida cotidiana de remo y correntada. No puede imaginarse sin partir primero de las condiciones históricas que le dieron forma a ese modo de resistir, de decir “nos quedamos aunque el agua venga”. De asumirse conocedores de los secretos del río y de sus pájaros, de saber que hay un espacio donde ese saber tiene valor y no es simplemente ignorado, silenciado por voces que traducen ese quedarse en capricho. De saberse dueños y dueñas legítimas de una tierra que puede tener valor económico para negocios privados, pero sobre todo valor identitario para toda una comunidad. Y como la identidad se construye en el lenguaje, es en ese intercambio horizontal de palabras que supone el Bachi, donde aflora todo su peso político.
En este contexto la experiencia educativa es más que nunca apuesta. Es movilizar en quienes por algún motivo no fueron contenidos dentro del sistema formal, las ganas de seguir aprendiendo, pero sobre todo la conciencia del valor de lo que ya saben, la certeza dicha en sonrisas como las del Profe Dani de que las palabras de Darío, Nando y Graciela, entre otros más, valen, tienen peso propio, y tanta riqueza como la que esconde su tierra. Y sobre todo, las ganas de hacer posible un territorio nuevo, partir de lo que el terreno les ha dado para imprimirle nuevos significados, matices de esperanza, un lugar donde soñarse a uno mismo y también con otros, con otras. Con una pedagogía del encuentro que se hace realidad cada tarde, mate en mano, en un barrio de la costa santafesina.