Este 3 de junio, las miradas del amplio y poderoso movimiento feminista salieron a las calles. El grito «Vivas y libres nos queremos» sonó con fuerza en Rosario. Más de 15 mil personas se movilizaron y hubo una consigna central: «El Estado es responsable». Nos mueve el deseo y nos mueve también la rabia y la alegría en defensa de nuestros cuerpos y nuestras vidas.
Por María Cruz Ciarniello. Fotos: Tomás Viú
[dropcap]M[/dropcap]irar y que en esos ojos se escuche vida. Mirar y ver que la mano de tu compañera te agarra fuerte para seguir marchando.
Mirar y llevar la bandera juntas. Mirar y que el nombre de esa mujer y esa piba que fue asesinada, se escriba en tus labios. Mirar y cantar contra el patriarcado.
Mirar y gritar aborto sí, aborto legal ya, porque solo nosotras decidimos sobre nuestro cuerpo. Mirar y no tener miedo de estar en las calles, sueltas, en manada, agrupadas, acuerpadas. Mirar y que tu cuerpo se sienta libre.
Mirar y encontrarte en esa otra mirada que como vos, reclama por vivir. Mirar y que las lágrimas te ganen cada vez que recordas esa situación de violencia que te animaste a denunciar; que te animaste a contar. Y que al hacerlo, otra mirada te abrace.
Mirar y que en tus ojos haya risa y haya rabia. Mirar y andar con todo el cuerpo soltando las amarras patriarcales; las tantas miradas que nos dicen qué hacer y cómo.
Mirar y denunciar, tan solo con mirarnos, que en el país hubo 133 femicidios, que nos siguen matando y qué la impotencia corre como sangre en nuestro cuerpo. Que el Estado es responsable por todo lo que no hace y por todo lo que también hace cada vez que nos reprime, nos encarcela, y nos precariza.
Mirar y que la palabra justicia se nos clave en la mirada: por todxs.
Mirar, cerrar los ojos y soñar con cambiarlo todo.
Mirarnos cansadas en las arrugas, en las sonrisas, en las palabras que no lograrán jamás arrebatarnos.
Mirar y que la bandera de la diversidad se despligue con toda su furia trava, trans, lesbiana, para gritar fuerte Libertad para Higui. Y que otras exijan, con la misma furia, la libertad para Milagro.
Mirar y que en los ojos de las pibas la palabra revolución deje de ser utopía.
Mirar y sentirnos vivas.
El deseo se instala en la pregunta. Es inevitable; no somos plenamente libres. No nos sentimos así, aunque luchemos cada día por hacerlo posible. Aunque hagamos de nuestra cotidianeidad un mundo donde los ojos del feminismo nos atraviesen. Y ya no volver a ser las mismas. El mundo se dá vuelta; lo damos vuelta. Lo construimos diferente; lo colmamos de preguntas y lo cuestionamos porque al patriarcado le apuntamos siempre, con precisión,con los ojos que nos dán fuerza y poder para hacerlo.
Por eso también miramos así: con alegría a pesar de todo. Aunque nos quieran sumisas, en silencio. Quietas. Aunque se apropien de nuestras luchas para vaciarlas y justificar leyes punitivistas que nada, pero nada, tienen que ver con el feminismo.
Nos movilizamos, nos hermanamos. Y en la necesidad de estar revueltas, cantamos, hacemos murga, bailamos, llevamos banderas y carteles hechos a mano. Nos ponemos chalecos, furiosos magentas, usamos pelucas, nos pintamos la cara, el cuerpo, las tetas. Y pisamos las calles con nuestros pies y pieles llenas de diversidad.
Hacemos política al caminar. Y masticamos con rabia la noticia del diario que nos dice que otra mujer acaba de ser encontrada, asesinada por la violencia machista. Y nos preguntamos, ¿hasta cuándo? Y nos juntamos en asambleas y somos miles. Y debatimos y discutimos con posicionamientos políticos, con recorridos diferentes. Con miradas diversas. Y redactamos documentos que interpelan a gobernadores, intendentas y a un presidente machista y neoliberal.
Victoria tiene 25 años y ella sueña con sentirse viva y libre en su carrera. Es economista y muchas veces soportó la opresión de no poder expresarse, decir lo que siente o piensa ni opinar desde su lugar como mujer. “Es ahí donde quisiera sentirme libre y no solo cuando salgo a la calle”, desea.
Es que el deseo es libertad. Para Aleja, sentirse viva y libre es estar junto a sus compañeras. “No es lo mismo andar sola en la calle que cuando salis en grupo, porque nos acompañamos y nos cuidamos. Para nosotras es lo más importante”.
“Tenemos que estar juntas más que nunca”, dice Aleja. Ahí, en esa fuerza de acompañamiento y sororidad está la libertad. “En ese momento es cuando realmente nos sentimos increible, por ejemplo en el Encuentro de Mujeres, es por excelencia un fin de semana increible porque te encontrás con mujeres que no conoces y sin embargo te sentis hermanada por el solo hecho de saber que estamos acá por lo mismo”. Y lo repite, Aleja repite antes de despedirse: “sí, me siento viva y libre cuando estoy con ellas”.
“Me gustaría poder volver a mi cabeza sin dolor de cabeza de la ojeada que tengo impregnada de personas que me dijeron un montón de cosas que no me interesan saber. Me gustaría poder caminar tranquila, sentirme libre conmigo lo estoy, pero sentirme libre en un espacio. Hay muchas cosas en las que soy juzgada. El simple hecho de no usar corpiño, salgo a la calle y te miran de cierta manera, entonces manifiesto con puta y bruja. Y sí, somos todas putas y cuál es el problema si camino por la calle sin corpiño, no quiere decir que me vengas a violar”, dice Francesca.
¿Estamos libres? ¿En qué momento de nuestras trayectorias de vida nos sentimos así? “A veces creemos que estamos libres y después te empezás a dar cuenta que hay montón de cosas que te empiezan a condicionar esa vida cotidiana. Cuando empezás a debatir, a entender estos micromachismos, te das cuenta que no sos tan libre como pensás”, cuenta Laura. El momento en que menos libre se siente es en la calle, de noche. “Es el único momento en el que realmente me da miedo estar sola, y ser mujer, y me gustaría que sea distinto. Realmente siento que puede pasar cualquier cosa. La violencia física y ese riesgo me parece que siempre es inminente y surge en esos momentos y es de lo que no podría escapar, me parece”.
Taylás es murguera y es la primera vez que en la marcha Ni Una Menos en Rosario hay un bloque murguero. Lo dice con felicidad, porque su murga, Okupando Levitas se mueve, se moviliza y marcha junto a tantos otros colectivos y agrupaciones. “Quiero estar viva y libre todos los días. Soy madre y me parece que socialmente hay un montón de cosas se le reporchan a una madre joven. Quiero poder criar a mi hija como yo quiera. Que ella crezca libre, que yo sea libre y no tener que seguir lamentando más muertes. Hoy, mi hija va a todas las marchas porque quiero que ella siga esta lucha”. Taylás lo dice fuerte y claro, asi como lo hace Aleja: “el momento en que más libre me siento es cuando estoy en la calle luchando y más con mis compañeras de murga”.
Es que por eso decimos que las calles son nuestras. Es que por eso decimos que querernos vivas y libres es abrazarnos para denunciar toda la muerte que nos rodea. Que aunque nos quieran calladas y llenas de miedo; salimos a esas calles que tantas veces nos expulsa y nos criminaliza y nos ataca.
Que coparlas es una manera de defender nuestra vitalidad.
Evelyn tiene 24 años. “Ultimamente en los momentos en que más me siento así, en libertad, tienen que ver con la autoconstrucción de la percepción de mi cuerpo. Y cómo eso influye en las relaciones interpersonales. Y me resulta muy loco que poco libre puede ser una con una misma en un ámbito que es súper privado y no hay alguien más diciéndote qué hacer pero está arraigada esa construcción muy profunda, es como si estuvieran todos mirándote y diciendo esas cosas, esos discursos construídos. Me gustaría gritar y decirle a todos que se vayan a la mierda, que me quiero así como soy, pero no siempre me sale”. Evelyn habla despacio pero su voz es tan certera que clava la palabra libertad en el ámbito de lo privado. En esos instantes en que aún con nuestra soledad, sentimos los ojos del patriarcado dentro nuestro, encasillando nuestros cuerpos, nuestra mirada. ¿Cómo romper con esos discursos construídos? Evelyn lo define: sentirse viva cuando autoconstruimos la percepción de nuestro propio cuerpo.
“Qué valoren más la actuación de la mujer en la vida cotidiana. Las mujeres carreras y cartoneras están muy oprimidas, muy maltratadas”, dice Mónica. Su deseo es colectivo: “quiero que cuando se detienen un carro no me empujen a las compañeras, les peguen y las suban a las chatas como si fueran ganado. Somos seres humanos, por eso es que vivas y libres nos queremos. Es una forma de marchar y expresarnos en todos los sentidos. Porque a veces sentimos la marginación hasta cuando vas a tener un hijo o vas a una repartición pública. Las mujeres somos las que construímos este país”.
“Me siento muy libre cuando marcho con mis compañeras, cuando nos juntamos a formarnos, cuando hacemos talleres de género, cuando luchamos juntas”, dice Estefanía. “Soy estudiante de ingeniería industrial y realmente quisiera que haya más feminismo dentro de mi facultad y que se abran diferentes perspectivas”, opina Sol. Para Magalí es horrible sentir que salís a la calle y no sabés si volvés. “Quiero sentirme viva y libre cada vez que salgo de mi casa, que nadie me arrebate derechos, que nadie tenga derechos sobre mi cuerpo. Quiero salir, y disfrutar sin miedo de que me pueda llegar a pasar algo”.
Magali, como muchas otras chicas en la marcha, lleva en su cuello el pañuelo verde; el de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. El que marcha todas las marchas. El que se levanta en todo el país. El que quieren censurar cuando el debate se instala incluso, en los ámbitos academicos. La bandera que llevan feministas con enorme recorrido de lucha.
“Que las chicas se estén muriendo por hacerse abortos clandestinos mientras médicos cobran fortuna por hacerlo, es indignante. No podemos seguir así”.¿Libre y viva? Magalí se siente así cada vez que hace las “cosas que le gusta” hacer. Es que también luchamos por el placer y el derecho al goce.
“No hace mucho tiempo me reconocí feminista. Pero desde que empecé a militar en el movimiento de mujeres y ahora en el colectivo Ni Una Menos me siento viva y libre. Siento que podemos recuperar la risa, jugar, pintarnos las uñas, ponernos peluche rosa, disfrutar e ir más allá de la lucha, sentirnos amigas, fraternas. Junto a otras mujeres es donde me siento viva y libre”, señala Loreley, con una sonrisa que dibuja sus palabras, llevando la bandera Ni Una Menos Rosario y junto a su compañera de vida, Alejandra.
A su lado está Itatí. Y ella dice, con toda su lucha a cuesta: “Me siento viva y libre cuando estoy con mis compañeras sororidadas, y quiero sentirme así con toda la sociedad. No quiero sentirme solo a salvo cuando marcho con mis compañeras, quiero sentirme a salvo, viva y libre en todos mis andares cotidianos. Y lamentablemente en el único lugar que puedo sentirme así, a salvo y no se sabe hasta cuando, es rodeada del abrazo de otras mujeres empoderadas y sororidadas”.
El Estado es responsable
Los reclamos son innumerables. Pero no basta solo con enumerar; hay que decir, poner en agenda, incomodar a quienes levantan la consigna Ni Una Menos pero nada hacen para que se efectivicen políticas de prevención y promoción de derechos para las mujeres.
El documento que se leyó en la tercera marcha Ni Una Menos en Rosario fue claro: al Estado Nacional se le exigen recursos para monitorear e implementar el Plan Nacional para erradicar la violencia machista. A un gobierno que fue capaz de recortar el presupuesto para el Concejo Nacional de las Mujeres; a un gobierno que desde hace un año y medio lleva adelante una feroz política de ajuste económico que, sabemos, afecta especialmente a las mujeres acrecentando un fenómeno que explosionó –y no casualmente- en los neoliberales años 90: la feminización de la pobreza. A Macri también se le exige la libertad para Milagro Sala, detenida por ser mujer, por ser colla, por ser pobre, por ser dirigente política.
A Macri se le exige que deje de vaciar el Estado, atacando áreas fundamentales como la Educación Sexual Integral. A Macri se le exige que deje de encarcelarnos y pegarnos con cada una de sus represiones y con una violencia estatal que se recrudece. A Macri también se lo repudia porque es su gobierno el que pone en duda la existencia de 30.000 mil desaparecidxs durante el genocidio de la última dictadura militar. Es su gobierno el que desfinancia los programas que se ocupan de llevar adelante los juicio de lesa humanidad, es su gobierno el que ataca a las Madres y Abuelas y recibe a Cecilia Pando en la Secretaría de Derechos Humanos.
Las exigencias también apuntan los gobiernos locales: A la provincia de Santa Fe que tiene a una de las policías más corruptas del país: la violencia institucional tiene como víctimas a los pibes de los sectores populares pero también a las mujeres: y así lo demuestra la agresión que sufrió en la comisaría Séptima Elina Rivero y la muerte en custodia de María de los Ángeles Paris en la comisaría décima. La aprobación de la Ley provincial de Educación Sexual Integral es otro de los reclamos fundamentales porque sabemos que sin ESI no hay Ni Una Menos.Y porque también queremos la ley de paridad.
Para el gobierno municipal también hay reclamos, entre ellos, el cese del hostigamiento para las compañeras que componen la economía popular: feriantes, cartoneras, textil y gráfica. La realidad evidencia la tendencia a una creciente marginalidad de las mujeres en los barrios más vulnerables de la ciudad.
“Queremos habitar los hogares, las plazas, las aulas, los trabajos y las calles con total libertad”, dice el documento consensuado que se leyó en la marcha donde más de 15 mil personas se movilizaron desde la Plaza Montenegro hasta las escalinatas del Parque España. Hubo música con Chiquita Machado, Flor Crocci y Dafne Usorach. Hubo tambores, hubo murga, hubo poesía y hubo feria de la Economía Popular. Y hubo también una contundente consigna: “No en nuestro nombre” porque no queremos que en nombre de las mujeres se abone a la teoría punitivista que solo persigue con más crudeza a las mujeres, a las trabajadoras sexuales, a las chicas trans, a las mujeres privadas de su libertad. Justamente, en esta marcha Ni Una Menos, la ONG Mujeres tras las rejas transmitió en vivo desde la Aire Libre, radio comunitaria.
Y además, y sobretodo, hubo alegría: porque sentirnos vivas es esto: potenciar el encuentro en cada marcha para cambiar el mundo que a veces logramos habitar, que es indecible e invivible para las mujeres. Pero que en la lucha, con los pañuelos blancos y verdes, y con la consigna Ni Una Menos y Nunca Más, transformamos cada día. Y que esa potencia se despligue en cada escuela, en cada lugar de trabajo, en nuestros hogares que tan violentos se vuelven. Luchar contra el heteropatriarcado no es utopía: es un camino de resistencia y conquistas colectivas que se construye y se gana en las calles y eso viene haciendo el movimiento feminista desde hace tantos años.
Porque a las pibas de los barrios que desaparecen no las busca el Estado, porque seguimos contando muertas, porque no tenemos paridad ni igualdad en el salario que cobramos por igual tarea, porque a los comedores los sostienen las mujeres y a las tareas del cuidado también. Porque nos siguen cajoneando denuncias por violencia machista o ni siquiera son capaces de escuchar nuestras voces cuando acudimos al poder judicial. Porque no hay cabezas de listas partidarias lideradas por mujeres. Porque tenemos a Higui presa por defenderse del abuso de diez machos que quería aplicarle una “violación correctiva” por ser lesbiana. Porque a Belén la liberó el feminismo organizado, presa por sufrir un aborto espontáneo; porque queremos la absolución de Yamila en Rosario, porque no nos olvidamos de que no hay ningún responsable por el asesinato de Sandra Cabrera y que a las trabajadoras sexuales se las hostiga todos los días, porque nos falta Nerea, Fabiana, Guadalupe, Vanesa.
Las calles son nuestras, y lo seguirán siendo. Sépanlo: esta marea feminista no se detiene jamás.